Hestia sirvió un gran banquete en la sala de trono, la comida iba muy bien, llena de bromas entre dioses y semidioses (Ares, Zeus, Atenea y Hera) se mantenían al margen, pero todo se descontroló cuando en un descuido el batido azul de Percy cayó en el regazo de Jason (que estaba sentado al otro lado de la mesa, no pregunten cómo pasó, ni ellos lo saben) y eso inició una gran guerra de comida...

Las risas se oían por todo el Olimpo, apolo y Hermes estaban cubiertos por batidos de todos los colores mientras tiraban comida a los semidioses...

Deméter chillaba por los cereales y no los usaba como munición, Afrodita chillaba por su atuendo, aunque también estaba participando

Atenea rodaba los ojos ante el comportamiento infantil de su hija, sus hermanos y sus tíos, Ares miraba satisfecho como su pequeña guerrera lanzaba la comida y daba en el blanco...

La guerra terminó cuando sin querer, Thalia lanzó un pastelillo que cayó en la cabeza de su padre y se quedó ahí como si fuera un gorro ridículo, el glaseado rosa bajaba por la cara del dios, toda la sala quedó en silencio

Zeus no podía asesinar a su hija por dos razones 1) Era su hija 2) Juró que no haría daño a nadie y había una tercer razón que no iba a admitir aún

Los dioses y semidioses miraban incómodos al rey de los cielos esperando por su reacción, Thalia tenía los labios apretados tratando de evitar una carcajada, los segundos se hicieron eternos, y la primera risa llegó nada más y nada menos que de la reina de los dioses... Hera, con eso la tensión se disolvió y todos pudieron reír libremente, incluso la diosa de la sabiduría estaba riendo

Pasó mucho tiempo antes de que alguien se pudiera controlar lo suficiente para decirle a todos que se limpiaran para seguir la lectura

Un par de horas después todos estaban limpios y "serios" una vez más

-Debemos seguir con el libro- anunció atenea -¿Quién quiere leer?

-Yo- Rachel recogió el libro -el capítulo es estropeo un autobús en perfecto estado... ¿Y cuando no?

No tardé mucho en recoger mis cosas. Decidí que el cuerno del Minotauro se quedase en la cabaña, lo que me dejaba sólo una muda y un cepillo de dientes que meter en la mochila que me había buscado Grover.

En la tienda del campamento me prestaron cien dólares y veinte dracmas de oro. Estas monedas, del tamaño de galletas de aperitivo, representaban las imágenes de varios dioses griegos en una cara y el edificio del Empire State en la otra. Los antiguos dracmas que usaban los mortales eran de plata, nos dijo Quirón, pero los Olímpicos sólo utilizaban oro puro.

-Como les he dicho, solo lo mejor para los mejores- dijo Apolo

Quirón también dijo que las monedas podrían resultar de utilidad para transacciones no mortales, fueran lo que fuesen. Nos dio a Annabeth y a mí una cantimplora de néctar a cada uno y una bolsa con cierre hermético llena de trocitos de ambrosía, para ser usada sólo en caso de emergencia, si estábamos gravemente heridos. Era comida de dioses, nos recordó Quirón. Nos sanaría prácticamente de cualquier herida, pero era letal para los mortales. Un consumo excesivo nos produciría fiebre. Una sobredosis nos consumiría, literalmente.

Annabeth trajo su gorra mágica de los Yankees, que al parecer había sido regalo de su madre cuando cumplió doce años. Llevaba un libro de arquitectura clásica escrito en griego antiguo, para leer cuando se aburriera,

-Era tan inocente que creí que tendría tiempo de aburrirme- se quejó Annabeth

y un largo cuchillo de bronce, oculto en la manga de la camisa. Estaba convencido de que el cuchillo nos delataría en cuanto pasáramos por un detector de metales.

Por su parte, Grover llevaba sus pies falsos y pantalones holgados para pasar por humano. Iba tocado con una gorra verde tipo rasta, porque cuando llovía el pelo rizado se le aplastaba y dejaba ver la punta de los cuernecillos. Su mochila naranja estaba llena de pedazos de metal y manzanas para picotear. En el bolsillo llevaba una flauta de junco que su padre cabra le había hecho, aunque sólo se sabía dos canciones: el Concierto para piano N.° 12 de Mozart y So Yesterday de

Hilary Duff, y ninguna de las dos suena demasiado bien con la flauta de Pan.

-Podría darte unos consejos, sátiro

-Muchas gracias señor Apolo

Nos despedimos de los otros campistas, echamos un último vistazo a los campos de fresas, el océano y la Casa Grande, y subimos por la colina Mestiza hasta el alto pino que antaño fuera Thalia, la hija de Zeus.

Quirón nos esperaba sentado en su silla de ruedas. Junto a él estaba el tipo con pinta de surfero que había visto durante mi pasaje por la enfermería. Según Grover, el colega era el jefe de seguridad del campamento. Al parecer tenía ojos por todo el cuerpo, así que era imposible sorprenderlo. No obstante, como hoy llevaba un uniforme de chófer, sólo le vi unos pocos en manos, rostro y cuello.

-Éste es Argos -me dijo Quirón-. Os llevará a la ciudad y... bueno, os echará un ojo.

Oí pasos detrás de nosotros.

Luke subía corriendo por la colina con unas zapatillas de baloncesto en la mano.

-¡Eh! -jadeó-. Me alegro de pillaros aún. -Annabeth se sonrojó, como siempre que Luke estaba cerca-.

-¡No es cierto! No me sonrojaba cada vez que estaba con él

-Claro que sí- Percy miró a sus amigos griegos que conocieron al chico y asintieron

-¡Me encantan los triángulos amorosos!- chilló Afrodita

-Fue un error- dijo Annabeth

Percy le dio una sonrisa y la abrazó

Sólo quería desearos buena suerte -me dijo -. Y pensé que... a lo mejor te sirven.

Me tendió las zapatillas, que parecían bastante normales. Incluso olían bastante normal.

-Maya! -dijo Luke.

De los talones de los botines surgieron alas de pájaro blancas. Di un respingo y las dejé caer. Las zapatillas revolotearon por el suelo hasta que las alas se plegaron y desaparecieron.

-¡Alucinante! -musitó Grover.

Luke sonrió.

-A mí me fueron muy útiles en mi misión. Me las regaló papá.

Evidentemente, estos días no las utilizo demasiado... -Entristeció la expresión.

Hermes miró pensativo el libro ¿Que había pasado con su hijo?

No sabía qué decir. Luke ya se había enrollado bastante viniendo a despedirse. Me preocupaba que me guardara rencor por haberme llevado tanta atención en los últimos días. Pero allí estaba, entregándome un regalo mágico... Me sonrojé tanto como Annabeth.

-Awww que tierno- dijo Thalia con sarcasmo

-Eh, tío -dije-. Gracias.

-Oye, Percy... -Luke parecía incómodo-. Hay muchas esperanzas puestas en ti. Así que... mata algunos monstruos por mí, ¿vale?

Nos dimos la mano. Luke le dio una palmadita a Grover entre los cuernos y un abrazo de despedida a Annabeth, que parecía a punto de desmayarse.

Cuando Luke se hubo marchado, le dije:

-Estás hiperventilando.

-De eso nada.

-Pero ¿no le dejaste capturar la bandera a él en lugar de ir tú?

-Oh... Me pregunto por qué querré ir a ninguna parte contigo, Percy.

-Es lo mismos que yo me pregunto- suspiró Atenea

Descendió por el otro lado de la colina con largas zancadas, hacia donde una furgoneta blanca esperaba junto a la carretera. Argos la siguió, haciendo tintinear las llaves del coche.

Recogí las zapatillas voladoras y de pronto tuve un mal presentimiento. Miré a Quirón.

-No me aconsejas usarlas, ¿verdad?

Negó con la cabeza.

-Luke tenía buena intención, Percy. Pero flotar en el aire... no es lo más sensato que puedes hacer.

Meneé la cabeza, pero entonces se me ocurrió una idea.

-Eh, Grover, ¿las quieres tú?

Se le encendió la mirada.

-¿Yo?

Grover refunfuñó

En poco tiempo atamos las zapatillas a sus pies falsos, y el primer niño cabra volador del mundo quedó listo para el lanzamiento. -Maya! -gritó.

Despegó sin problemas, pero al poco se cayó de lado, desequilibrado por la mochila. Las zapatillas aladas seguían aleteando como pequeños potros salvajes.

-¡Práctica! -le gritó Quirón por detrás-. ¡Sólo necesitas práctica!

-¡Aaaaah! -Grover siguió volando en zigzag colina abajo, casi a ras del suelo, como un cortador de césped poseso, en dirección a la furgoneta.

Antes de seguirlo, Quirón me agarró del brazo.

-Debería haberte entrenado mejor, Percy -dijo-. Si hubiera tenido más tiempo... Hércules, Jasón... todos recibieron más entrenamiento.

-No pasa nada. Sólo que ojalá... -Me detuve en seco, porque iba a sonar como un mocoso. Ojalá mi padre me hubiera dado un objeto mágico guay que me ayudara en la misión, algo tan bueno como las zapatillas voladoras de Luke o la gorra de invisibilidad de Annabeth.

-¿No se la diste?- preguntó Poseidón

-Lo olvidé por un momento, pero sí la tiene

-Pero ¿dónde tengo la cabeza? -exclamó Quirón-. No puedo dejar que te vayas sin esto.

Sacó algo del bolsillo del abrigo y me lo entregó. Era un bolígrafo desechable normal y corriente, de tinta negra y con tapa. Probablemente costaba treinta centavos.

-Madre mía -dije-. Gracias.

-Percy y su increíble sarcasmo- dijo Piper

-Es un regalo de tu padre. Lo he guardado durante años, sin saber que te estaba destinado. Pero ahora la profecía se ha manifestado claramente. Eres tú.

Recordé la excursión al Museo Metropolitano de Arte, cuando pulvericé a la señora Dodds. Quirón me había lanzado un boli que se convirtió en espada. ¿Sería aquél...?

Le quité la tapa, y el bolígrafo creció y se volvió más pesado en mi mano. Al instante siguiente sostenía una espada de bronce brillante y de doble filo, con empuñadura plana de cuero tachonado en oro. Era la primera arma equilibrada que empuñaba.

-La espada tiene una larga y trágica historia que no hace falta que repasemos -dijo Quirón-. Se llama Anaklusmos.

-Contracorriente -traduje, sorprendido de que el griego clásico me resultara tan sencillo.

-Úsala sólo para emergencias, y sólo contra monstruos. Ningún héroe debe hacer daño a los mortales

-¿Oíste Percy?- dijo Rachel interrumpiéndose -se usa con monstruos, no con mortales

-Tú te atravesaste- dijo Percy

-Por supuesto que no

-Que sí

-Que no

-Chicos, la lectura- dijo Annabeth divertida

a menos que sea absolutamente necesario, pero esta espada no los lastimará en ningún caso.

Miré la afiladísima hoja.

-¿Qué quiere decir con que no lastimará a los mortales? ¿Cómo puede no hacerlo?

-No lastima, pero sí asusta- bufó Rachel

-La espada está hecha de bronce celestial. Forjado por los cíclopes, templado en el corazón del monte Etna y enfriado en las aguas del río Lete. Es letal para los monstruos y para cualquier criatura del inframundo, siempre y cuando no te maten primero, claro. Sin embargo, a los mortales los atraviesa como una ilusión; sencillamente, no son lo bastante importantes para que la espada los mate.

-¡Hey! Eso fue grosero

-Lo siento pequeña- dijo Quirón con una sonrisa

¡Ah!, y he de advertirte otra cosa: como semidiós, puedes perecer tanto bajo armas celestiales como normales. Eres doblemente vulnerable.

-Es bueno saberlo.

-Bastante bueno- Poseidón rodó los ojos

-Ahora tapa el boli.

Toqué la punta de la espada con la tapa del bolígrafo y Anaklusmos se encogió hasta convertirse de nuevo en bolígrafo. Me lo metí en el bolsillo, un poco nervioso porque en la escuela era famoso por perder bolis.

-No puedes- dijo Artemisa que conocía la historia de la espada

-No puedes -dijo Quirón.

-¿Qué no puedo?

-Perderlo -dijo-. Está encantado. Siempre reaparecerá en tu bolsillo. Inténtalo.

Me mostré receloso, pero lancé el bolígrafo tan lejos como pude colina abajo y lo vi desaparecer entre la hierba.

-Puede que tarde unos instantes -dijo Quirón-. Ahora mira en tu bolsillo.

Y, en efecto, el boli estaba allí.

-Vale, esto sí que mola -admití-, pero ¿qué pasa si un mortal me ve sacando la espada?

Quirón sonrió.

-La niebla siempre ayuda, Percy.

-A menos que seas Rachel, así no funciona- dijo Percy "tristemente"

-¿La niebla?

-Sí. Lee la Ilíada. Está llena de referencias a ese asunto. Cada vez que los elementos monstruosos o divinos se funden con el mundo mortal, generan niebla, y ésta oscurece la visión de los humanos. Tú, siendo mestizo, verás las cosas como son, pero los humanos lo interpretarán de otra manera. Es increíble hasta dónde pueden llegar los humanos con tal que las cosas encajen en su versión de la realidad.

Me metí Anaklusmos otra vez en el bolsillo.

Por primera vez sentí que la misión era real.

-¿Pensabas que era un juego, pringado?

Estaba abandonando la colina Mestiza. Me dirigía al oeste sin supervisión adulta, sin un plan de emergencia alternativo, ni siquiera un teléfono móvil (Quirón nos había contado que los monstruos podían rastrear los móviles; llevar uno sería peor que lanzar una bengala). Yo no tenía otra arma más poderosa que una espada para luchar contra monstruos y llegar al Mundo de los Muertos.

-Quirón, cuando dices que los dioses son inmortales... Me refiero a que... hubo un tiempo antes de ellos, ¿no? -pregunté.

-Hubo cuatro edades antes de ellos. La Era de los Titanes fue la Cuarta Edad, a veces llamada Edad de Oro, nombre que desde luego no le hace justicia.

Ésta, la era de la civilización occidental y el mandato de Zeus, es la Quinta.

-¿Y cómo era... antes de los dioses?

Quirón apretó los labios.

-Ni siquiera yo soy tan viejo como para acordarme de eso, niño, pero sé que fue una época de oscuridad y barbarie para los mortales. Cronos, el señor de los titanes, llamó a su reinado la Edad de Oro porque los hombres vivían inocentes y libres de todo conocimiento. Pero eso no era más que propaganda. Al rey de los titanes poco le importaban los de tu especie, salvo como entremeses o como fuente de entretenimiento barato. Hasta los primeros tiempos del reinado de Zeus, cuando Prometeo, el titán bueno, entregó el fuego a la humanidad, tu especie no empezó a progresar, y Prometeo fue considerado un pensador radical incluso entonces. Zeus lo castigó severamente, como recordarás. Por supuesto, al final los humanos empezaron a caer simpáticos a los dioses, y así nació la civilización occidental.

-Pero ahora los dioses no pueden morir, ¿no? Quiero decir, mientras la civilización occidental siga viva, ellos seguirán también. Así que... aunque yo fracase, nada podría ir tan mal como para que se desmadre todo, ¿no?

-Si salía algo mal, querías que los dioses siguieran existiendo- habló Hestia

-No quería ser el culpable de la ruina de los dioses

Quirón me sonrió con melancolía.

-Nadie sabe cuánto tiempo durará la Edad del Oeste, Percy. Los dioses son inmortales, sí. Pero también lo eran los titanes. Y siguen existiendo, encerrados en sus distintas prisiones, obligados a soportar dolor y castigos interminables, reducido su poder, pero aún vivitos y coleando. Que las Parcas impidan que los dioses sufran jamás una condena tal, o que nosotros regresemos a la oscuridad y el caos del pasado. Lo único que podemos hacer, niño, es seguir nuestro destino.

-Nuestro destino... suponiendo que sepamos cuál es.

-Relájate y mantén la cabeza despejada. Y recuerda: puede que estés a punto de evitar la mayor guerra en la historia de la humanidad.

-Relájate -repetí-. Estoy muy relajado.

-Tenía que evitar la mayor guerra, recuperar el arma más poderosa y bajar al inframundo, por supuesto que estaba relajado- Nico rodó los ojos

Cuando llegué al pie de la colina, volví la vista atrás. Bajo el pino que había sido Thalia, hija de Zeus, Quirón se erguía en toda su altura de hombre caballo y nos despidió levantando el arco. La típica despedida de campamento del típico centauro.

Argo nos condujo a la parte oeste de Long Island. Me pareció raro volver a una autopista, con Annabeth y Grover sentados a mi lado como si fuéramos compañeros de coche habituales. Tras dos semanas en la colina Mestiza, el mundo real parecía pura fantasía. Descubrí que me quedaba embobado mirando cada McDonald's,

Igual que Nico cuando lo dijeron

a cada chaval en la parte trasera del coche de sus padres, cada valla publicitaria y cada centro comercial.

-De momento bien -le dije a Annabeth-. Quince kilómetros y ni un solo monstruo.

Me lanzó una mirada de irritación. Luego dijo:

-Da mala suerte hablar de esa manera, sesos de alga.

-Recuérdamelo de nuevo, ¿vale? ¿Por qué me odias tanto?

-Sí Annie, recuérdanos por qué lo odias

-No lo odio- y le dio un beso en los labios a su novio

-No te odio.

-Pues casi me engañas.

Dobló su gorra de invisibilidad.

-Mira... es sólo que se supone que no tenemos que llevarnos bien. Nuestros padres son rivales.

-¿Solo por eso?- preguntó Piper

-Para mí era una buena razón- dijo Annabeth con una sonrisa

-¿Por qué?

-¿Cuántas razones quieres? -Suspiró-. Una vez mi madre sorprendió a Poseidón con su novia en el templo de Atenea, algo sumamente irrespetuoso.

Atenea bufó

-¡Eso no fue mi culpa! Se lo he tratado de explicar a tu madre, pero no entiende

En otra ocasión, Atenea y Poseidón compitieron por ser el patrón de la ciudad de Atenas. Tu padre hizo brotar un estúpido manantial de agua salada como regalo. Mi madre creó el olivo. La gente vio que su regalo era mejor y llamaron a la ciudad con su nombre.

-Deben de gustarles mucho las olivas.

-Eh, pasa de mí.

-Hombre, si hubiera inventado la pizza... eso podría entenderlo.

-Es lo mismo que pienso yo- dijo Poseidón

-¡Te he dicho que pases de mí!

Argo sonrió en el asiento delantero. No dijo nada, pero me guiñó el ojo azul que tenía en la nuca.

-Sabía que iban a terminar juntos- aplaudió Piper sacando su lado Afrodita

El tráfico de Queens empezó a ralentizarnos. Cuando llegamos a Manhattan, el sol se estaba poniendo y había empezado a llover.

Argos nos dejó en la estación de autobuses Greyhound del Upper East Side, no muy lejos del apartamento de Gabe y mi madre. Pegado a un buzón, había un cartel empapado con mi foto: « ¿HA VISTO A ESTE CHICO?» .

Lo arranqué antes de que Annabeth y Grover se dieran cuenta.

-Sí nos dimos cuenta- dijeron ambos chicos

Argos descargó nuestro equipaje, se aseguró de que teníamos nuestros billetes de autobús y luego se marchó, abriendo el ojo del dorso de la mano para echarnos un último vistazo mientras salía del aparcamiento.

Pensé en lo cerca que estaba de mi antiguo apartamento. En un día normal, mi madre ya habría vuelto a casa de la tienda de golosinas. Probablemente Gabe el Apestoso estaría allí en aquel momento, jugando al póquer y sin echarla siquiera de menos.

Grover se cargó al hombro su mochila. Miró hacia donde yo estaba mirando.

-¿Quieres saber por qué se casó con él, Percy?

-¿Me estabas leyendo la mente o qué? -repuse, mirándolo fijamente.

-Sólo tus emociones. -Se encogió de hombros-. Supongo que se me ha olvidado decirte que los sátiros tenemos esa facultad. Estabas pensando en tu madre y tu padrastro, ¿verdad?

Asentí, preguntándome qué más se habría olvidado Grover de contarme.

-Tu madre se casó con Gabe por ti. Lo llamas « apestoso» , pero te quedas corto. Ese tipo tiene un aura... ¡Puaj! Lo huelo desde aquí. Huelo restos de él en ti, y ni siquiera has estado cerca desde hace una semana.

-Gracias -respondí-. ¿Dónde está la ducha más cercana?

-Tendrías que estar agradecido, Percy. Tu padrastro huele tan asquerosamente a humano que es capaz de enmascarar la presencia de cualquier semidiós. Lo supe en cuanto olfateé el interior de su Cámaro: Gabe lleva ocultando tu esencia durante años. Si no hubieses vivido con él todos los veranos, probablemente los monstruos te habrían encontrado hace mucho tiempo. Tu madre se quedó con él para protegerte. Era una señora muy lista. Debía de quererte mucho para aguantar a ese tipo... por si te sirve de consuelo.

No me servía de ningún consuelo, pero me abstuve de expresarlo.

-Lo lamento, creí que eso podría ayudar

-Está bien, solo que no yo entendía mis emociones

« Volveré a verla -pensé-. No se ha ido» .

Me pregunté si Grover seguiría leyendo mis emociones, mezcladas como estaban. Me alegraba de que él y Annabeth estuvieran conmigo, pero me sentía culpable por no haber sido sincero con ellos. No les había contado el motivo por el que había aceptado aquella loca misión.

La verdad era que me daba igual recuperar el rayo de Zeus, salvar el mundo o siquiera ayudar a mi padre a salir del lío.

-Lo sospechábamos

Cuanto más pensaba en ello, más rencor le guardaba a Poseidón por no haberme visitado nunca, ni haber ayudado a mi madre, ni siquiera habernos enviado un miserable cheque para la pensión.

-Podemos recuperar el tiempo perdido

Percy sonrió

Sólo me reclamaba porque necesitaba que le hicieran un trabajito.

Lo único que me importaba era mamá. Hades se la había llevado injustamente, y Hades iba a devolvérmela.

« Serás traicionado por quien se dice tu amigo -susurró el Oráculo en mi mente-. Al final, no conseguirás salvar lo más importante» .

« Cierra la boca» , le ordené.

-No seas grosero con el oráculo- Rachel le sacó la lengua

La lluvia no cesaba.

La espera nos impacientaba y decidimos jugar a darle toquecitos a una manzana de Grover. Annabeth era increíble. Hacía botar la manzana en su rodilla, codo, hombro, lo que fuera. Yo tampoco era muy malo.

El juego terminó cuando le lancé la manzana a Grover demasiado cerca de su boca. En un megamordisco de cabra engulló nuestra pelota. Grover se ruborizó e intentó disculparse, pero Annabeth y yo estábamos muriéndonos de risa.

-Fue bueno mientras duró- habló Annabeth

Por fin llegó el autobús. Cuando nos pusimos en fila para embarcar, Grover empezó a mirar alrededor, olisqueando el aire como si oliera su plato favorito de la cafetería: enchiladas.

-¿Qué pasa? -le pregunté.

-No lo sé. A lo mejor no es nada.

Pero se notaba que sí era algo.

-Niño cabra, debes confiar más en tus instintos

Dionisio dejó sorprendidos a los que creían que no ponía atención

-Lo haré señor

Empecé a mirar yo también por encima del hombro.

Me sentí aliviado cuando por fin subimos y encontramos asientos juntos al final del autobús. Guardamos nuestras mochilas en el portaequipajes. Annabeth no paraba de sacudir con nerviosismo su gorra de los Yankees contra el muslo. Cuando subieron los últimos pasajeros, Annabeth me apretó la rodilla.

-Percy.

Una anciana acababa de subir.

-¿De nuevo?- preguntó Poseidón mirando mal a su hermano, quien con un gesto le restó importancia

Llevaba un vestido de terciopelo arrugado, guantes de encaje y un gorro naranja de punto; también llevaba un gran bolso estampado. Cuando levantó la cabeza, sus ojos negros emitieron un destello, y mi pulso estuvo a punto de pararse.

Era la señora Dodds. Más vieja y arrugada, pero sin duda la misma cara perversa.

Me agaché en el asiento.

Detrás de ella venían otras dos viejas: una con gorro verde y la otra con gorro morado.

-¿¡Las tres!?- gritó Poseidón -Hades, me las vas a pagar

Por lo demás, tenían exactamente el mismo aspecto que la señora Dodds: las mismas manos nudosas, el mismo bolso estampado, el mismo vestido arrugado. Un trío de abuelas diabólicas.

Se sentaron en la primera fila, justo detrás del conductor. Las dos del asiento del pasillo miraron hacia atrás con un gesto disimulado pero de mensaje muy claro: de aquí no sale nadie.

El autobús arrancó y nos encaminamos por las calles de Manhattan, relucientes a causa de la lluvia.

-No ha pasado muerta mucho tiempo -dije intentando evitar el temblor en mi voz-. Creía que habías dicho que podían ser expulsadas durante una vida entera.

-Dije que si tenías suerte -repuso Annabeth-. Evidentemente, no la tienes.

-Cero suerte para el sesos de alga

-¿Por qué siempre me molestas, cara de pino?

-Solo estoy diciendo la verdad

-Las tres -sollozó Grover-. Di immortales!

-No pasa nada -dijo Annabeth, esforzándose por mantener la calma-. Las Furias. Los tres peores monstruos del inframundo. Ningún problema.

Escaparemos por las ventanillas.

-No se abren -musitó Grover.

-¿Hay puerta de emergencia?

No la había. Y aunque la hubiera, no habría sido de ayuda. Para entonces, estábamos en la Novena Avenida, de camino al puente Lincoln.

-No nos atacarán con testigos -dije-. ¿Verdad?

-Los mortales no tienen buena vista- dijo Atenea

-Los mortales no tienen buena vista -me recordó Annabeth-.

Atenea le sonrió a su hija por la coincidencia

Sus cerebros sólo pueden procesar lo que ven a través de la niebla.

-Verán a tres viejas matándonos, ¿no?

Pensó en ello.

-Es difícil saberlo. Pero no podemos contar con los mortales para que nos ayuden. ¿Y una salida de emergencia en el techo...?

Llegamos al túnel Lincoln, y el autobús se quedó a oscuras salvo por las bombillitas del pasillo. Sin el repiqueteo de la lluvia contra el techo, el silencio era espeluznante.

La señora Dodds se levantó. Como si lo hubiera ensayado, anunció en voz alta:

-Tengo que ir al aseo.

-Y yo -añadió la segunda furia.

-Y yo -repitió la tercera.

-Qué casualidad- bufó Jason

Y las tres echaron a andar por el pasillo.

-Percy, ponte mi gorra -me urgió Annabeth.

-¿Para qué?

-Te buscan a ti. Vuélvete invisible y déjalas pasar. Luego intenta llegar a la parte de delante y escapar.

-Pero vosotros...

-Hay bastantes probabilidades de que no reparen en nosotros. Eres hijo de uno de los Tres Grandes, ¿recuerdas? Puede que tu olor sea abrumador.

-No puedo dejaros.

-No te preocupes por nosotros -insistió Grover-. ¡Ve!

-No va a dejarlos ¿Verdad?- preguntó Poseidón resignado

Todos los semidioses negaron

Me temblaban las manos. Me sentí como un cobarde, pero agarré la gorra de los Yankees y me la puse.

Cuando miré hacia abajo, mi cuerpo ya no estaba. Empecé a avanzar poco a poco por el pasillo. Conseguí adelantar diez filas y me escondí en un asiento vacío justo cuando pasaban las Furias.

La señora Dodds se detuvo, olisqueó y se quedó mirándome fijamente.

Hades se quedó pensando, si había mandado a las furias para buscar al chico ¿Por qué no lo atacaban si ya lo habían olido?

El corazón me latía desbocado. Al parecer no vio nada, pues las tres siguieron avanzando.

Por los pelos, pensé, y continué hasta la parte delantera del autobús. Ya casi salíamos del túnel Lincoln. Estaba a punto de apretar el botón de parada de emergencia cuando oí unos aullidos espeluznantes en la última fila.

Las ancianas ya no eran ancianas. Sus rostros seguían siendo los mismos - supongo que no podían volverse más feas-, pero a partir del cuello habían encogido hasta transformarse en cuerpos de arpía marrones y coriáceos, con alas de murciélago y manos y pies como garras de gárgola. Los bolsos se habían convertido en fieros látigos.

Las Furias rodeaban a Grover y Annabeth, esgrimiendo sus látigos.

-¿Dónde está? ¿Dónde? -silbaban entre dientes.

-¡No están buscando al chico!- gritó Hades sobresaltando a todos

-¿Qué?...

-No están buscando al chico, no sé...- miró a Percy quien asintió -Oh no

Los demás pasajeros gritaban y se escondían bajo sus asientos. Bueno, por lo menos veían algo.

-¡No está aquí! -gritó Annabeth-. ¡Se ha ido!

Las Furias levantaron los látigos.

Annabeth sacó el cuchillo de bronce. Grover agarró una lata de su mochila y se dispuso a lanzarla.

Entonces hice algo tan impulsivo y peligroso que deberían haberme nombrado para Niño THDA del Año.

El conductor del autobús estaba distraído, intentando ver qué pasaba por el retrovisor. Aún invisible, le arrebaté el volante y lo giré abruptamente hacia la izquierda.

-¡Muy bien, chaval!- dijo Ares

Todo el mundo aulló al ser lanzado hacia la derecha, y yo oí lo que esperaba fuera el sonido de tres Furias aplastándose contra las ventanas.

-¡Eh, eh! ¿Qué dem...? -gritó el conductor-. ¡Uaaaah!

-El fantasma- rió Rachel moviendo las manos

Forcejeamos por el volante y el autobús rozó la pared del túnel, chirriando, rechinando y lanzando chispas alrededor. Salimos del túnel Lincoln a toda velocidad y volvimos a la tormenta, hombres y monstruos dando tumbos dentro del autobús, mientras los coches eran apartados o derribados como si fueran bolos.

De algún modo, el conductor encontró una salida. Dejamos la autopista a todo trapo, cruzamos media docena de semáforos y acabamos, aún a velocidad de vértigo, en una de esas carreteras rurales de Nueva Jersey en las que es imposible creer que haya tanta nada justo al otro lado de Nueva York. Había un bosque a la izquierda y el río Hudson a la derecha, hacia donde el conductor parecía dirigirse.

Otra gran idea: tiré del freno de mano.

-Pequeño imprudente- dijo Atenea, al final de cuentas, su hija estaba ahí

El autobús aulló, derrapó ciento ochenta grados sobre el asfalto mojado y se estrelló contra los árboles. Se encendieron las luces de emergencia. La puerta se abrió de par en par. El conductor fue el primero en salir, y los pasajeros lo siguieron gritando como enloquecidos. Yo me metí en el asiento del conductor y los dejé pasar.

Las Furias recuperaron el equilibrio. Revolvieron sus látigos contra Annabeth, mientras ésta amenazaba con su cuchillo y les ordenaba que retrocedieran en griego clásico. Grover les lanzaba trozos de lata.

Observé la puerta abierta. Era libre de marcharme, pero no podía dejar a mis amigos. Me quité la gorra de invisibilidad.

-¡Eh!

Las Furias se volvieron, me mostraron sus colmillos amarillos y de repente la salida me pareció una idea fenomenal. La señora Dodds se abalanzó hacia mí por el pasillo, como hacía en clase justo antes de entregarme un muy deficiente en el examen de matemáticas. Cada vez que su látigo restallaba, llamas rojas recorrían la tralla. Sus dos horrendas hermanas se precipitaron saltando por encima de los asientos como enormes y asquerosos lagartos.

-Perseus Jackson -dijo la señora Dodds con tono de ultratumba-, has ofendido a los dioses. Vas a morir.

-Toma un turno- rió Connor

-Y por favor espera en la sala- siguió Travis

-Me gustaba más como profesora de matemáticas -le dije.

Gruñó.

Annabeth y Grover se movían tras las Furias con cautela, buscando una salida.

Saqué el bolígrafo de mi bolsillo y lo destapé. Anaklusmos se alargó hasta convertirse en una brillante espada de doble filo.

Las Furias vacilaron.

La señora Dodds ya tenía el dudoso placer de conocer la hoja de Anaklusmos.

Evidentemente, no le gustó nada volver a verla.

-Sométete ahora -silbó entre dientes- y no sufrirás tormento eterno.

-Buen intento -contesté.

-¡Percy, cuidado! -me advirtió Annabeth.

La señora Dodds enroscó su látigo en mi espada mientras las otras dos Furias se me echaban encima.

Sentí la mano como atrapada en plomo fundido, pero conseguí no soltar a Anaklusmos. Golpeé a la Furia de la izquierda con la empuñadura y la envié de espaldas contra un asiento. Me volví y le asesté un tajo a la de la derecha. En cuanto la hoja tocó su cuello, gritó y explotó en una nube de polvo.

-Percy 2, furias 0- gritaron los Stoll

Annabeth aplicó a la señora Dodds una llave de lucha libre y tiró de ella hacia atrás, mientras Grover le arrebataba el látigo.

-Mala idea- dijo Nico -se debe aprender por las malas- suspiró

Hades vio con sorpresa a su hijo

-¡Ay! -gritó él-. ¡Ay! ¡Quema! ¡Quema!

La Furia a la que le había dado con la empuñadura en el hocico volvió a atacarme, con las garras preparadas, pero le asesté un mandoble y se abrió como una piñata.

La señora Dodds intentaba quitarse a Annabeth de encima. Daba patadas, arañaba, silbaba y mordía, pero Annabeth aguantó mientras Grover le ataba las piernas con su propio látigo. Al final ambos consiguieron tumbarla en el pasillo. Intentó levantarse, pero no tenía espacio para batir sus alas de murciélago, así que volvió a caerse.

-¡Zeus te destruirá! -prometió-. ¡Tu alma será de Hades!

-Braceas meas vescimini! -le grité. No estoy muy seguro de dónde salió el latín. Creo que significaba « Y un cuerno» .

-¡Percy, el lenguaje!

-Lo siento tía Hestia

Un trueno sacudió el autobús. Se me erizó el vello de la nuca.

-¡Zeus! No puedo creer que seas tan dramático, ese es trabajo de Afrodita- habló Hefesto

-Y me he ganado mi lugar a pulso- dijo Afrodita

-¡Salid! -ordenó Annabeth-. ¡Ahora!

No necesité que me lo repitiese.

Salimos corriendo fuera y encontramos a los demás pasajeros vagando sin rumbo, aturdidos, discutiendo con el conductor o dando vueltas en círculos y gritando impotentes.

-¡Vamos a morir! -Un turista con una camisa hawaiana me hizo una foto antes de que pudiera tapar la espada.

-¡Nuestras bolsas! -dijo Grover-. Hemos dejado nues...

¡BUUUUUUM!

Las ventanas del autobús explotaron y los pasajeros corrieron despavoridos. El rayo dejó un gran agujero en el techo, pero un aullido enfurecido desde el interior me indicó que la señora Dodds aún no estaba muerta.

-¿Y esa fue tu misión más tranquila?- Poseidón estaba pálido

-En realidad, esa fue la parte más tranquila de la misión

-¡Corred! -exclamó Annabeth-. ¡Está pidiendo refuerzos! ¡Tenemos que largarnos de aquí!

Nos internamos en el bosque bajo un diluvio, con el autobús en llamas a nuestra espalda y nada más que oscuridad ante nosotros.

-Esta va a ser una lectura muy larga- suspiró Poseidón -sigamos leyendo, que aún quedan más ataques por recibir...