** En el palacio de Poseidón**

Los semidioses se sentaron en círculo.

-¿Qué pasa Percy?- preguntó Piper

Percy y Annabeth tenían las manos entrelazadas.

-¿Qué es lo que recuerdan de nuestra supuesta misión a Grecia?- preguntó Annabeth

Los semidioses lo pensaron.

-Recuerdo Kansas y a Baco, lo demás es borroso- dijo Jason

-Recuerdo nuestra misión en Alaska y la llegada del Argo II- habló Hazel -además del secuestro de Nico

El mencionado se estremeció

-Además de que ahora soy pretor- dijo Frank

-Claro, y no se olviden del cetro de Diocleciano- murmuró Nico

-Y de la pelea entre Jason y Percy- dijo Piper mirando a los chicos que sonreían con inocencia

-De acuerdo, entonces nuestra llegada a Grecia y todo lo demás es confuso- habló Percy

Todos asintieron

-Nos falta una gran cantidad de información- habló Annabeth -entonces Percy, Hazel y Frank tuvieron una misión a Alaska, después el Argo II arribó al campamento, de ahí seguimos los siete hasta Kansas, donde se encontraron con Baco y luego pelearon, en algún momento subimos a bordo a Nico, luego fuimos por el cetro de Diocleciano y ahí Frank se convirtió en pretor... De acuerdo ¡Esto no tiene ningún sentido!- alzó las manos -¿Para que fuimos a Gracia? ¿Contra qué peleamos?...

-Annabeth- dijo Piper -¿Qué viste en el sueño?

Todos contuvieron el aliento, era la pregunta en la mente de todos, pero nadie se atrevía a hacerla, los minutos pasaron y el silencio se hizo incómodo.

-¿Qué pasó en el campamento?- preguntó Percy a Clarisse

-Pelearon contra la madre tierra- suspiró Clarisse -no puedo creer que no lo recuerden, el campamento mestizo y el campamento Júpiter se enfrentaron, pero devolvieron la Atenea Partenos, hubo heridos y muertes y muchos destrozos, pero ya todo acabó, en un momento estábamos todos ayudando con las reparaciones y luego desaparecieron, las Moiras estuvieron en el campamento dijeron que no nos preocupáramos por ustedes

-Wow- dijo Nico - eso es más de lo que esperaba

Percy abrió y cerró la boca

Clarisse levantó una mano -No me pregunten qué pasó en su misión, porque no lo sé

-Esto es demasiado raro- habló Piper

-Era un lugar oscuro- dijo Annabeth suspirando- lleno de muerte y sufrimiento, solo recuerdo oscuridad y el sentimiento de terror, si tuvimos que pasar por algo así, entiendo por qué las Moiras lo borraron...

Los semidioses se miraron entre sí

-Annie ¿Qué es lo que crees?- preguntó Hazel

-Creo- habló lentamente, como si estuviera poniendo en orden sus pensamientos - que nos han quitado los recuerdos de lo peor que hemos vivido y regresarán poco a poco para no abrumarnos con el dolor

El Palacio se quedó en completo silencio, incluso los Stoll estaban serios

-Debió ser algo malo- dijo Jason cuando el silencio fue insoportable

-Y si las Moiras están preocupadas por nosotros, lo que pasó en Grecia es solo el principio, el futuro debe ser muy muy malo- dijo Piper

Todos se sentían muy mal con aquella declaración ¿No fue suficiente por lo que sea que hubieran pasado?

Clarisse aplaudió sobresaltando a todos -Bueno pringados, no se deben preocupar por lo que pasó, ni lo que pasará en su futuro lejano, por eso estamos aquí...

-Clarisse tiene razón- dijo Percy -Wow, nunca pensé que diría eso, tenemos que ver el lado positivo, qué es que podemos cambiarlo

-No hay que pensar más en lo que no sabemos- coincidió Piper

-Todo se arreglará- habló Jason

-Cuando alguien lo recuerde, lo debe decir- dijo Nico

Todos asintieron

-Bueno, ahora todos quiten esa cara y vamos a leer los pensamientos de Prissy

Percy gimió

Todos se dirigieron a la sala de trono, trataban de no pensar en ello, pero no funcionaba

**En la sala de trono**

Los dioses miraron la entrada de los chicos en silencio, tenían expresiones lúgubres

-¿Qué pasó?- preguntó Afrodita al ver la cara de su hija

-Creo que ustedes y nosotros lo descubriremos con el tiempo- dijo Piper resignada

-Bueno, entonces es mejor que sigamos leyendo- propuso Hermes -¿Quién lee?

-Yo- dijo Hazel -el capítulo se llama mi cena se desvanece en humo

La historia del incidente en el lavabo se extendió de inmediato. Dondequiera que iba, los campistas me señalaban y murmuraban algo sobre el episodio. O puede que sólo miraran a Annabeth, que seguía bastante empapada.

-En realidad, esperábamos que te golpeara, o algo así

-Nadie empapa a Annabeth y sale ileso- rió Travis

Me enseñó unos cuantos sitios más: el taller de metal (donde los chicos forjaban sus propias espadas), el taller de artes y oficios (donde los sátiros pulían una estatua de mármol gigante de un hombre cabra), el rocódromo, que en realidad consistía en dos muros enfrentados que se sacudían violentamente, arrojaban piedras, despedían lava y chocaban uno contra otro si no llegabas arriba con la suficiente celeridad.

Por último, regresamos al lago de las canoas, donde un sendero conducía de vuelta a las cabañas.

-Tengo que entrenar -dijo Annabeth sin más-. La cena es a las siete y media. Sólo tienes que seguir desde tu cabaña hasta el comedor.

-Annabeth, siento lo ocurrido en el lavabo.

-No importa.

-No ha sido culpa mía.

-¿En serio?- preguntó Poseidón

Me miró con aire escéptico, y reparé en que sí había sido culpa mía. Había provocado que el agua saliera disparada desde todos los grifos. No entendía cómo, pero los baños me habían respondido. Las tuberías y yo nos habíamos convertido en uno.

-Tienes que hablar con el Oráculo -dijo Annabeth.

-¿Con quién?

-No con quién, sino con qué. El Oráculo. Se lo pediré a Quirón.

Apolo suspiró al recordar a su pequeño oráculo convertida en momia

Miré el fondo del lago, deseando que alguien me diera una respuesta directa por una vez.

No esperaba que nadie me devolviera la mirada desde el fondo, así que me quedé de una pieza cuando noté que había dos adolescentes sentadas con las piernas cruzadas en la base del embarcadero, a unos seis metros de profundidad. Llevaban pantalones vaqueros y camisetas verde brillante, y la melena castaña les flotaba suelta por los hombros mientras los pececillos las atravesaban en toda direcciones. Sonrieron y me saludaron como si fuera un amigo que no veían desde hacía mucho tiempo.

Atónito, les devolví el saludo.

-No las animes -me avisó Annabeth-. Las náyades son terribles como novias.

-¿Celosa?- rió Thalia

-Y eso que no te caía bien-molestó Piper

Annabeth sonrió, tal vez la lectura sí la ayudaría a relajarse

-¿Náyades? -repetí, y sentí que aquello me superaba-. Hasta aquí hemos llegado. Quiero volver a casa ahora.

Annabeth puso ceño.

-¿Es que no lo pillas, Percy? Ya estás en casa. Éste es el único lugar seguro en la tierra para los chicos como nosotros.

-¿Te refieres a chicos con problemas mentales?

-Me refiero a no humanos. O por lo menos no del todo humanos. Medio humanos.

-¿Medio humanos y medio qué?

-Ay Percy, eres muy lento

-Cállate sombritas

-Creo que ya lo sabes.

No quería admitirlo, pero me temo que sí lo sabía. Sentí un leve temblor en las extremidades, una sensación que a veces tenía cuando mamá hablaba de mi padre.

-Dios -contesté-. Medio dios.

Annabeth asintió.

-Tu padre no está muerto, Percy. Es uno de los Olímpicos.

-Eso es... un disparate.

-¿Lo es? ¿Qué es lo más habitual en las antiguas historias de los dioses? Iban por ahí enamorándose de humanos y teniendo hijos con ellos, ¿recuerdas? ¿Crees que han cambiado de costumbres en los últimos milenios?

Los dioses se sonrojaron, lo cual fue una escena muy extraña

-Pero eso no son más que... -Iba a decir mitos otra vez, pero recordé la advertencia de Quirón: al cabo de dos mil años yo también podría ser considerado un mito-. Pero si todos los chicos que hay aquí son medio dioses...

-Semidioses -apostilló Annabeth-. Ése es el término oficial. O mestizos, en lenguaje coloquial.

-Entonces ¿quién es tu padre?

-Tema delicado- anunció Thalia

-Me di cuenta- dijo Percy

Aferró con fuerza la barandilla. Tuve la impresión de haber tocado un tema delicado.

-Mi padre es profesor en West Point -me dijo-. No lo veo desde que era muy pequeña. Da clases de Historia de Norteamérica.

-Entonces es humano.

-Pues claro. ¿Acaso crees que sólo los dioses masculinos pueden encontrar atractivos a los humanos? ¡Qué sexista eres!

-Eso no estuvo bien, chico ¿Acaso crees que las diosas no somos capaces de ver el atractivo humano?

-Lo lamento- dijo Percy incómodo

-¿Quién es tu madre, pues?

-Cabaña seis.

-¿Qué es?

Annabeth se irguió.

-Atenea, diosa de la sabiduría y la batalla.

« Vale -pensé-. ¿Por qué no?» . Y formulé la pregunta que más me interesaba:

-¿Y mi padre?

-Por determinar -repuso Annabeth-, como te he dicho antes. Nadie lo sabe.

-Excepto mi madre. Ella lo sabía.

-Puede que no, Percy. Los dioses no siempre revelan sus identidades.

-Mi padre lo habría hecho. La quería.

Poseidón sonrió, quería conocer a esa mortal

Annabeth respondió con mucho tacto; no quería desilusionarme.

-Puede que tengas razón. Puede que envíe una señal. Es la única manera de saberlo seguro: tu padre tiene que enviarte una señal reclamándote como hijo. A veces ocurre.

-¿Quieres decir que a veces no?

Annabeth recorrió la barandilla con la mano.

-Los dioses están ocupados. Tienen un montón de hijos y no siempre... Bueno, a veces no les importamos, Percy. Nos ignoran.

-Existen reglas- bufó Hermes

Pensé en algunos chicos que había visto en la cabaña de Hermes, adolescentes que parecían enfurruñados y deprimidos, como a la espera de una llamada que jamás llegaría. Había conocido chicos así en la academia Yancy, enviados a internados por padres ricos que no tenían tiempo para ellos. Pero los dioses deberían comportarse mejor, ¿no?

-Hay veces que aunque queramos, no podemos- dijo Hades

-Así que estoy atrapado aquí, ¿verdad? -dije-. ¿Para el resto de mi vida?

-Depende. Algunos campistas se quedan sólo durante el verano. Si eres hijo de Afrodita o Deméter, probablemente no seas una fuerza realmente poderosa.

-¿¡Qué quieres decir!?- preguntaron/gritaron ambas diosas

Hazel al ver en aprietos a su amiga, siguió leyendo

Los monstruos podrían ignorarte, y en ese caso te las arreglarías con unos meses de entrenamiento estival y vivirías en el mundo mortal el resto del año. Pero para algunos de nosotros es demasiado peligroso marcharse. Somos anuales. En el mundo mortal atraemos monstruos; nos presienten, se acercan para desafiarnos. En la mayoría de los casos nos ignoran hasta que somos lo bastante mayores para crear problemas, ya sabes, a partir de los diez u once años. Pero después de esa edad, la mayoría de los semidioses vienen aquí si no quieren acabar muertos. Algunos consiguen sobrevivir en el mundo exterior y se convierten en famosos. Créeme, si te dijera sus nombres los reconocerías. Algunos ni siquiera saben que son semidioses. Pero, en fin, son muy pocos.

-¿Así que los monstruos no pueden entrar aquí?

Annabeth meneó la cabeza.

-No a menos que se los utilice intencionadamente para surtir los bosques o sean invocados por alguien de dentro.

-¿Por qué querría nadie invocar a un monstruo?

-Para combates de entrenamiento. Para hacer chistes prácticos.

-¿Chistes prácticos?- preguntó Poseidón

-¿Chistes prácticos?

-Sí, de tal padre tal hijo- Atenea rodó los ojos

-Lo importante es que los límites están sellados para mantener fuera a los mortales y los monstruos. Desde fuera, los mortales miran el valle y no ven nada raro, sólo una granja de fresas.

-¿Así que tú eres anual?

Annabeth asintió. Por el cuello de la camiseta se sacó un collar de cuero con cinco cuentas de arcilla de distintos colores. Era igual que el de Luke, pero el de ella también llevaba un grueso anillo de oro, como un sello.

-Estoy aquí desde que tenía siete años -dijo-. Cada agosto, el último día de la sesión estival, te otorgan una cuenta por sobrevivir un año más. Llevo más tiempo aquí que la mayoría de los consejeros, y ellos están todos en la universidad.

-¿Cómo llegaste tan pronto?

-Esa fue otra mala pregunta- dijo Thalia

Hizo girar el anillo de su collar.

-Eso no es asunto tuyo.

-Ya. -Guardé un incómodo silencio-. Bueno, y... ¿podría marcharme de aquí si quisiera?

-Sería un suicidio, pero podrías, con el permiso del señor D o de Quirón. Por supuesto, no dan ningún permiso hasta el final del verano a menos que... -¿A menos qué?

-Que te asignen una misión. Pero eso casi nunca ocurre. La última vez... - Dejó la frase a medias; su tono sugería que la última vez no había ido bien. -En la enfermería -dije-, cuando me dabas aquella cosa... -Ambrosía.

-Sí. Me preguntaste algo del solsticio de verano.

Los hombros de Annabeth se tensaron.

-¿Así que sabes algo?

-Bueno... no. En mi antigua escuela oí hablar a Grover y Quirón acerca de ello. Grover mencionó el solsticio de verano. Dijo algo como que no nos quedaba demasiado tiempo para la fecha límite. ¿A qué se refería?

-Ojalá lo supiera. Quirón y los sátiros lo saben, pero no tienen intención de contármelo. Algo va mal en el Olimpo, algo importante. La última vez que estuve allí todo parecía tan normal...

-¿Has estado en el Olimpo?

-Algunos de los anuales (Luke, Clarisse, yo y otros) hicimos una excursión durante el solsticio de invierno. Es entonces cuando los dioses celebran su gran consejo anual.

-Pero... ¿cómo llegaste hasta allí?

-En el ferrocarril de Long Island, claro. Bajas en la estación Penn. Edificio Empire State, ascensor especial hasta el piso seiscientos. -Me miró como si estuviera segura de que eso ya tenía que saberlo-. Eres de Nueva York, ¿no?

-Sí, desde luego. -Lo era, pero por lo que sabía sólo había ciento dos pisos en el Empire State. Decidí no mencionarlo.

-Lo lamento, creí que Quirón te lo había dicho

-Justo después de la visita -prosiguió Annabeth-, el tiempo comenzó a cambiar, como si hubiera estallado una trifulca entre los dioses. Desde entonces, he escuchado a escondidas a los sátiros un par de veces. Lo máximo que he llegado a colegir es que han robado algo importante. Y si no lo devuelven antes del solsticio de verano, se va a liar. Cuando llegaste, esperaba... Quiero decir... Atenea se lleva bien con todo el mundo, menos con Ares. Bueno, claro, y está la rivalidad con Poseidón. Pero, aparte de eso, creí que podríamos trabajar juntos. Pensaba que sabrías algo.

Negué con la cabeza. Ojalá hubiera podido ayudarla, pero me sentía demasiado hambriento, cansado y sobrecargado mentalmente para seguir haciendo preguntas.

-Tengo que conseguir una misión -murmuró Annabeth para sí-. Ya no soy una niña. Si sólo me contaran el problema...

Olí humo de barbacoa que llegaba de alguna parte cercana. Annabeth debió de escuchar los rugidos de mi estómago, pues me dijo que me adelantara, ella me alcanzaría después. La dejé en el embarcadero, recorriendo la barandilla con un dedo como si trazara un plan de batalla.

De vuelta en la cabaña 11, todo el mundo estaba hablando y alborotaba mientras esperaban la cena. Por primera vez, advertí que muchos campistas tenían rasgos similares: narices afiladas, cejas arqueadas, sonrisas maliciosas. Eran la clase de chicos que los profesores señalarían como problemáticos.

-Somos los mejores- dijeron los Stoll y Hermes al unísono

Todos rieron

Afortunadamente, nadie me prestó demasiada atención mientras me dirigía a mi sitio en el suelo y dejaba allí mi cuerno de minotauro.

El consejero, Luke, se me acercó. También tenía el parecido familiar de Hermes, aunque deslucido por la cicatriz de su mejilla derecha, pero su sonrisa estaba intacta.

-Te he encontrado un saco de dormir -dijo-. Y toma, te he robado algunas toallas del almacén del campamento.

No se podía saber si bromeaba o no a propósito del robo.

-Jamás bromeamos con el robo- dijo Connor

-Gracias -contesté.

-De nada. -Se sentó a mi lado y se recostó contra la pared-. ¿Ha sido duro tu primer día?

-No pertenezco a este lugar. Ni siquiera creo en los dioses.

-Ya -contestó-. Así empezamos todos. Y luego, cuando empiezas a creer en ellos, tampoco es más fácil.

Su amargura me sorprendió, porque Luke parecía un tipo que se tomaba las cosas con filosofía. Parecía capaz de controlar cualquier situación.

-¿Así que tu padre es Hermes? -le pregunté.

Se sacó una navaja automática del bolsillo y por un instante pensé que iba a destriparme, pero sólo se quitó el barro de la sandalia.

-Qué pensamientos tan desquiciados- habló Apolo

-Ni tanto- murmuró Percy en voz baja

-Sí, Hermes.

-El tipo de las zapatillas con alas.

-Ése. Los mensajeros. La medicina. Los viajantes, mercaderes, ladrones. Todos los que usan las carreteras. Por eso estás aquí, disfrutando de la hospitalidad de la cabaña once. Hermes no es quisquilloso a la hora de patrocinar.

Supuse que Luke no pretendía llamarme don nadie.

-¿Has visto a tu padre? -pregunté.

-Una vez.

Esperé, convencido de que si quería contármelo lo haría. Al parecer no quería. Me pregunté si la historia tendría algo que ver con el origen de su cicatriz.

Luke levantó la cabeza y se obligó a sonreír.

-No te preocupes, Percy. Los campistas suelen ser buena gente. Después de todo, somos familia lejana, ¿no? Nos cuidamos unos a otros.

-Una familia realmente extraña- dijo Nico

Parecía entender lo perdido que me sentía, y se lo agradecí porque un tipo mayor como él -aunque fuera consejero- se habría mantenido alejado de un pringado de instituto como yo. Pero Luke me había dado la bienvenida a la cabaña. Incluso había birlado para mí algunos artículos de baño, que era lo más bonito que había hecho nadie por mí aquel día.

Decidí hacerle mi gran pregunta, la que llevaba incordiándome toda la tarde.

-Clarisse, de Ares, ha gastado bromas sobre que yo sea material de los « Tres Grandes» . Después Annabeth, en dos ocasiones, ha dicho que yo podría ser « el elegido» . Me dijo que tendría que hablar con el Oráculo. ¿De qué va todo eso?

Luke cerró su navaja.

-Odio las profecías.

-Todos las odiamos- estuvo de acuerdo Jason

-¡Hey! Eso es grosero- se quejó Apolo

-¿Qué quieres decir?

Apareció un tic junto a la cicatriz.

-Digamos que la lié a base de bien. Durante los últimos dos años, desde que fallé en mi viaje al Jardín de las Hespérides, Quirón no ha vuelto a permitir más misiones. Annabeth se muere de ganas de salir al mundo. Estuvo dándole tanto la paliza a Quirón que al final le dijo que él ya conocía su destino. Tenía una profecía del Oráculo. No se lo contó todo, pero le dijo que Annabeth no estaba destinada a partir aún en una misión. Tenía que esperar a que alguien especial llegara al campamento.

-¿Alguien especial?

-No te preocupes, chaval -repuso Luke-. A Annabeth le gusta pensar que cada nuevo campista que pasa por aquí es la señal que ella está esperando. Venga, vamos, es la hora de la cena.

Al momento de decirlo, sonó un cuerno a lo lejos. De algún modo supe que era el caparazón de una caracola, aunque jamás había oído uno antes.

-¡Once, formad en fila! -vociferó Luke.

La cabaña al completo, unos veinte, formamos en el espacio común. La fila iba por orden de antigüedad, así que yo era el último. Los campistas llegaron también de otras cabañas, excepto de las tres vacías del final, y de la número 8, que parecía normal de día, pero que ahora que se ponía el sol empezaba a brillar argentada.

Artemisa sonrió

Subimos por la colina hasta el pabellón del comedor. Se nos unieron los sátiros desde el prado. Las náyades emergieron del lago de las canoas. Unas cuantas chicas más salieron del bosque; y cuando digo del bosque, quiero decir directamente del bosque. Una niña de unos nueve o diez años surgió del tronco de un arce y llegó saltando por la colina.

En total, habría unos cien campistas, una docena de sátiros y otra docena surtida de ninfas del bosque y náyades.

En el pabellón, las antorchas ardían alrededor de las columnas de mármol. Una hoguera central refulgía en un brasero de bronce del tamaño de una bañera. Cada cabaña tenía su propia mesa, cubierta con un mantel blanco rematado en morado. Cuatro mesas estaban vacías, pero la de la cabaña 11 estaba llena en exceso. Tuve que apretujarme al borde de un tronco con medio cuerpo colgando.

Vi a Grover sentado a la mesa 12 con el señor D, unos cuantos sátiros y una pareja de chicos rubios regordetes clavados al señor D. Quirón estaba de pie a un lado, la mesa de picnic era demasiado pequeña para un centauro.

Annabeth se hallaba en la mesa 6 con un puñado de chavales de aspecto atlético y serio, todos con sus ojos grises y el pelo rubio color miel.

Clarisse se sentaba detrás de mí en la mesa de Ares. Al parecer había superado el remojón, porque estaba riendo y eructando con todos sus amigos.

Ares sonrió un poco

Al final, Quirón coceó el suelo de mármol blanco del pabellón y todo el mundo guardó silencio. Levantó su copa y brindó:

-¡Por los dioses!

Las ninfas del bosque se acercaron con bandejas de comida: uvas, manzanas, fresas, queso, pan fresco, y sí, ¡barbacoa! Tenía el vaso vacío, pero Luke me dijo:

-Háblale. Pide lo que quieras beber... sin alcohol, por supuesto.

-Coca-Cola de cereza -dije. El vaso se llenó con un líquido de color caramelo burbujeante. Entonces tuve una idea-. Coca-Cola de cereza azul. -El refresco se volvió de una tonalidad cobalto intenso. Bebí un sorbo. Perfecto.

Brindé por mi madre. « No se ha ido -me dije-. Al menos no permanentemente. Está en el inframundo. Y si eso es un lugar real, entonces algún día...» .

Ese pensamiento de su sobrino suicida no puede ser bueno, pensó Hades

-Aquí tienes, Percy -me dijo Luke tendiéndome una bandeja de jamón ahumado.

Llené mi plato y me disponía a comer cuando observé que todo el mundo se levantaba y llevaban sus platos al fuego en el centro del pabellón. Me pregunté si irían por el postre.

-Todavía no comías ¿Y ya querías postre?- preguntó divertida Piper

-El postre es lo mejor

-Ven -me indicó Luke.

Al acercarme, vi que todos tiraban parte de su comida al fuego: la fresa más hermosa, el trozo de carne más jugoso, el rollito más crujiente y con más mantequilla.

Luke me murmuró al oído:

-Quemamos ofrendas para los dioses. Les gusta el olor.

-Es muy buen olor- habló Deméter

-Estás de broma.

Su mirada me advirtió que no era ninguna broma, pero no pude evitar preguntarme por qué a un ser inmortal y todopoderoso le gustaba el olor de la comida abrasada. Luke se acercó al fuego, inclinó la cabeza y arrojó un gordo racimo de uvas negras.

-Hermes -dijo.

Yo era el siguiente.

Ojalá hubiera sabido qué nombre de dios pronunciar. Al final, opté por una petición silenciosa: « Quienquiera que seas, dímelo. Por favor» . Me incliné y eché una gruesa rodaja de jamón al fuego, y afortunadamente no me asfixié con el denso humo que desprendía la hoguera.

No olía en absoluto a comida quemada, sino a chocolate caliente, bizcocho recién hecho, hamburguesas a la parrilla y flores silvestres, y otras cosas deliciosas que no deberían haber combinado bien, pero que sin embargo lo hacían. Casi llegué a creer que los dioses podían alimentarse de aquel humo.

-Debiste ver cuando Alguien lo intentó- habló Artemisa

Apolo sonrió inocentemente

Cuando todo el mundo regresó a sus asientos y hubo terminado su comida, Quirón volvió a cocear el suelo para llamar nuestra atención.

El señor D se levantó con un gran suspiro.

-Sí, supongo que es mejor que os salude a todos, mocosos. Bueno, hola. Nuestro director de actividades, Quirón, dice que el próximo capturar la bandera es el viernes. De momento, los laureles están en poder de la cabaña cinco.

En la mesa de Ares se alzaron vítores amenazadores.

-Personalmente -prosiguió el señor D-, no podría importarme menos, pero os felicito. También debería deciros que hoy ha llegado un nuevo campista. Peter Johnson. -Quirón se inclinó y le murmuró algo-. Esto... Percy Jackson -se corrigió el señor D-. Pues muy bien. Hurra y todo eso. Ahora podéis sentaros alrededor de vuestra tonta hoguera de campamento. Venga.

-¡Dionisio!- gritó Poseidón

El dios se encogió en su trono

Todo el mundo vitoreó. Nos dirigimos al anfiteatro, donde la cabaña de Apolo dirigió el coro.

-Por supuesto, mis hijos son los mejores cantantes

Cantamos canciones de campamento sobre los dioses, comimos bocadillos de galleta, chocolate y malvaviscos y bromeamos, y lo más curioso fue que ya no me pareció que estuvieran todos mirándome. Me sentí en casa.

Más tarde, por la noche, cuando las chispas de la hoguera ascendían hacia un cielo estrellado, la caracola volvió a sonar y todos regresamos en fila a las cabañas. No me di cuenta de lo cansado que estaba hasta que me derrumbé en el saco de dormir prestado.

Mis dedos se cerraron alrededor del cuerno del Minotauro. Pensé en mi madre, pero sólo tuve buenos pensamientos: su sonrisa, las historias que me leía antes de irme a la cama cuando era pequeño, la manera en que me decía que no dejara que me picaran los mosquitos.

Cuando al final cerré los ojos, me dormí al instante.

Ese fue mi primer día en el Campamento Mestizo.

Ojalá hubiera sabido qué poco iba a disfrutar de mi nuevo hogar.

-Ay no- se quejó Poseidón

El ambiente se fue relajando poco a poco, Hestia apareció bocadillos

-¿Quién lee?- preguntó Hazel

-Yo- Annabeth acomodó el libro en su regazo, mientras su novio se acomodaba en su hombro