-Yo leo- dijo Piper tomando el libro -el capítulo se llama probamos camas de agua

-No parece tan malo- dijo Jason

Fue idea de Annabeth.

-Empezamos bien- se burló Thalia

En Las Vegas nos hizo subir a un taxi como si realmente tuviéramos dinero y le dijo al conductor:

A Los Ángeles, por favor.

El taxista mordisqueó su puro y nos dio un buen repaso.

Eso son quinientos kilómetros. Tendréis que pagarme por adelantado.

¿Acepta tarjetas de débito de los casinos? —preguntó Annabeth.

-Buena idea- dijo Travis

-Hermano, hablamos de Annabeth, sus ideas siempre son buenas

Se encogió de hombros.

Algunas. Lo mismo que con las tarjetas de crédito. Primero tengo que comprobarlas.

Annabeth le tendió su tarjeta verde LotusCash. El taxista la miró con escepticismo.

Pásela —le animó Annabeth.

Lo hizo.

El taxímetro se encendió y las luces parpadearon. Marcó el precio del viaje y, al final, junto al signo del dólar apareció el símbolo de infinito.

-¿Aún tienen esas tarjetas?- preguntaron los Stoll

-Las perdimos- dijo Percy sin mucha importancia

Los hermanos Stoll hicieron un puchero

Al hombre se le cayó el puro de la boca. Volvió a mirarnos, esta vez con los ojos como platos.

¿A qué parte de Los Ángeles... esto, alteza?

Al embarcadero de Santa Mónica. —Annabeth se irguió en el asiento, muy ufana con lo de « alteza» —.

-Bueno...- Piper se interrumpió -Percy es hijo del rey de los mares, por lo que técnicamente lo hace un príncipe, tú eres su novia así que...

Los semidioses asintieron algo asombrados, como si nunca se les hubiera ocurrido

-¡Piper!- gritó Annabeth -pues tú...

Piper la interrumpió -Lo siento alteza, he de continuar la lectura

Siguió leyendo con una sonrisa burlona

Si nos lleva rápido, puede quedarse el cambio.

Creo que no debería haberle dicho aquello.

El cuentakilómetros del coche no bajó en ningún momento de ciento cincuenta por el desierto del Mojave.

En la carretera tuvimos tiempo de sobra para hablar. Les conté mi último sueño, pero los detalles se volvieron borrosos al intentar recordarlos. El Casino Loto parecía haber provocado un cortocircuito en mi memoria. No recordaba de quién era la voz del sirviente invisible, aunque estaba seguro de que era alguien que conocía. El sirviente había llamado al monstruo del foso algo más aparte de « mi señor» . Había usado un nombre o título especial...

¿El Silencioso? —sugirió Annabeth—. ¿Plutón? Ambos son apodos para Hades.

-Y vamos de nuevo- Hades se cruzó de brazos

A lo mejor —dije, pero no parecía ninguno de los dos.

Ese salón del trono se asemeja al de Hades —intervino Grover—. Así suelen describirlo.

Meneé la cabeza.

Aquí falla algo. El salón del trono no era la parte principal del sueño. Y la voz del foso... No sé. Es que no sonaba como la voz de un dios.

Los ojos de Annabeth se abrieron como platos.

-Casi podía ver los engranajes de tu cerebro funcionar- rió Percy

¿Qué piensas? —le pregunté.

Eh... nada. Sólo que... No, tiene que ser Hades. Quizá envió al ladrón, esa persona invisible, por el rayo maestro y algo salió mal...

-Lo lamento- se disculpó Annabeth al ver la mirada del dios -hubiera sido más fácil si fuera usted

¿Como qué?

No... no lo sé —dijo—. Pero si robó el símbolo de poder de Zeus del Olimpo y los dioses estaban buscándolo... Me refiero a que pudieron salir mal muchas cosas. Así que el ladrón tuvo que esconder el rayo, o lo perdió. En cualquier caso, no consiguió llevárselo a Hades. Eso es lo que la voz dijo en tu sueño, ¿no? El tipo fracasó. Eso explicaría por qué las Furias lo estaban buscando en el autobús. Tal vez pensaron que nosotros lo habíamos recuperado. — Annabeth había palidecido.

Pero si ya hubieran recuperado el rayo —contesté—, ¿por qué habrían de enviarme al inframundo?

Para amenazar a Hades —sugirió Grover—. Para hacerle chantaje o sobornarlo para que te devuelva a tu madre.

Dejé escapar un silbido.

Menudos pensamientos malos tienes para ser una cabra.

-Bastante malos- rió Annabeth

Vaya, gracias.

Pero la cosa del foso dijo que esperaba dos objetos —repuse—. Si el rayo maestro es uno, ¿cuál es el otro?

Grover meneó la cabeza. Annabeth me miraba como si supiera mi próxima pregunta y deseara que no la hiciese.

-Pero la tenías que hacer- dijo Annabeth

Tú sabes lo que hay en el foso, ¿verdad? —le pregunté—. Vamos, si no es Hades.

Percy... no hablemos de ello. Porque si no es Hades... No; tiene que ser Hades.

-¡Qué obstinada eres, niña!- gruñó Hades

Dejábamos atrás eriales. Cruzamos una señal que ponía: « FRONTERA ESTATAL DE CALIFORNIA, 20 KILÓMETROS» .

Tenía la impresión de que me faltaba una parte de información básica y crucial. Era como cuando miraba una palabra corriente que debía saber, pero no podía entenderla porque un par de letras estaban flotando. Cuanto más pensaba en mi misión, más seguro estaba de que enfrentarme a Hades no era la respuesta. Estaba pasando otra cosa, algo incluso más peligroso.

El problema era que estábamos dirigiéndonos al inframundo a ciento cincuenta kilómetros por hora, convencidos de que Hades tenía el rayo maestro. Si llegábamos allí y descubríamos que no era así, no tendríamos tiempo de corregirnos. La fecha límite del solsticio habría concluido y la guerra empezaría.

La respuesta está en el inframundo —aseguró Annabeth—. Has visto espíritus de muertos, Percy. Sólo hay un lugar posible para eso. Estamos en el buen camino.

Intentó subirnos la moral sugiriendo estrategias inteligentes para entrar en la tierra de los muertos, pero yo no lograba concentrarme. Había demasiados factores desconocidos. Era como estudiar para un examen del que no conoces la materia. Y créeme, eso lo he hecho unas cuantas veces.

Los hermanos Stoll e incluso Piper, Hazel y Frank asintieron de acuerdo.

El taxi avanzaba a toda velocidad. Cada golpe de viento por el Valle de la Muerte sonaba como un espíritu. Cada vez que los frenos de un camión chirriaban, me recordaban la voz de reptil de Equidna.

Al anochecer, el taxi nos dejó en la playa de Santa Mónica. Tenía el mismo aspecto que tienen las playas de Los Ángeles en las películas, aunque olía peor. Había atracciones en el embarcadero, palmeras junto a las aceras, vagabundos durmiendo en las dunas y surferos esperando la ola perfecta.

Grover, Annabeth y yo caminamos hasta la orilla.

¿Y ahora qué? —preguntó Annabeth.

El Pacífico se tornaba oro al ponerse el sol. Pensé en cuánto tiempo había pasado desde la playa de Montauk, en el otro extremo del país, donde contemplaba un océano diferente. ¿Cómo podía haber un dios que controlara todo aquello? Mi profesor de ciencias decía que dos tercios de la superficie de la tierra estaban cubiertos por agua. ¿Cómo podía yo ser el hijo de alguien tan poderoso?

Poseidón puso una sonrisa arrogante

Me metí en las olas.

¡Percy! —llamó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo?

Seguí caminando hasta que el agua me llegó a la cintura, después hasta el pecho.

Ella gritaba a mis espaldas:

¿No sabes lo contaminada que está el agua? ¡Hay todo tipo de sustancias tóxicas!

En ese momento metí la cabeza bajo el agua.

Al principio aguanté la respiración. Es difícil respirar agua intencionadamente. Al final ya no pude aguantarlo. Tragué... No había duda, respiraba con normalidad.

-Necesitaba comprobarlo- dijo Percy al ver las miradas de todos

Bajé hasta los bancos. No se veía nada con aquella oscuridad, pero de algún modo sabía dónde estaba todo. Sentía la textura cambiante del fondo. Veía las colonias de erizos en las barras de arena. Incluso distinguía las corrientes, las frías y las calientes, así como los remolinos que formaban.

Sentí una caricia en la pierna. Miré hacia abajo y por poco subo hasta la superficie como un misil. Junto a mí había un tiburón mako de un metro y medio de longitud.

Pero el bicho no atacaba. Tan sólo me olisqueaba.

Piper suspiró -Sería muy increíble ver a las criaturas marinas ¿Cierto Jason?

No obtuvo respuesta, Piper frunció el ceño, el hijo de Júpiter parecía perdido en sus pensamientos -¿Jason?... ¡Jason!

Jason alzó la vista -¿Qué pasa Pipes?

Piper decidió que debía preguntarle lo mismo, pero a solas -Decía que sería muy genial conocer a las criaturas marinas

Jason sonrió -Sería muy bueno, pero el cielo no es para Percy, por lo tanto el mar no es para mí

-Yo no soy igual al dramático este- dijo Poseidón -el mar está abierto para ti... Si quieren al terminar este libro podemos ir a conocer unas cuantas criaturas

-¡Síííí!

Me seguía como un perrito. Le toqué la aleta dorsal con cautela y el tiburón corcoveó un poco, como invitándome a agarrarme con fuerza. Me así a la aleta con las dos manos y el escualo salió disparado, arrastrándome con él. Me condujo hacia la oscuridad y me depositó en el límite mismo del océano, donde el banco de arena se despeñaba hacia un enorme abismo. Era como estar al borde del Gran Cañón a medianoche, sin ver demasiado pero consciente de que el vacío está justo ahí.

Después de la pequeña conversación, el hijo de Júpiter aún seguía sumido en sus pensamientos, y es que por su cabeza pasaban imágenes a las que no lograba darles sentido

*Él y Piper volando por el Gran Cañón, unos gigantes, Hera, el Argo II, un ladrillo... Y luego esas imágenes se mezclaban con lo que recordaba*

Era como tratar de darle un sentido a un rompecabezas, pero sin tener todas las piezas

La superficie brillaba a unos cincuenta metros por encima. Sabía que la presión debería haberme aplastado y que, desde luego, tampoco debería estar respirando. Sin embargo... Me pregunté si habría algún límite, si podría zambullirme directamente hasta el fondo del Pacífico.

Entonces algo brilló en la oscuridad de abajo, algo que se volvía mayor a medida que ascendía hacia mí. Una voz de mujer muy parecida a la de mi madre me llamó:

Percy Jackson.

Siguió acercándose y su forma se hizo más clara. La melena negra ondeaba alrededor de la cabeza y llevaba un vestido de seda verde. La luz titilaba en torno a ella, y sus ojos eran tan bonitos y llamativos que apenas reparé en el hipocampo que montaba.

Desmontó. El caballo marino y el tiburón mako se apartaron y empezaron a jugar a algo similar al tú la llevas. La dama submarina me sonrió.

Has llegado lejos, Percy Jackson. Bien hecho.

No estaba muy seguro de cómo comportarme, así que hice una reverencia.

¿Sois la mujer que me habló en el río Mississipi?

Sí, niño. Soy una nereida, un espíritu del mar. No fue fácil aparecer tan río arriba, pero las náyades, mis primas de agua dulce, me ayudaron a mantener mi fuerza vital. Honran al señor Poseidón, aunque no le sirven en su corte. —¿Y vos sí le servís en su corte?

Asintió.

Hacía mucho que no nacía un niño del dios del mar. Te hemos observado con gran interés.

De repente recordé los rostros en las olas de la playa de Montauk cuando era un niño, reflejos de mujeres sonrientes. Como en tantas otras cosas raras en mi vida, no había vuelto a pensar en ello.

-Por supuesto que no te iba a dejar sin vigilancia- dijo Poseidón

Si mi padre está tan interesado en mí —dije—, ¿por qué no está aquí? ¿Por qué no habla conmigo?

-Está bien- dijo Percy -ya no pienso así

Una corriente fría se alzó de las profundidades.

No juzgues al Señor del Mar demasiado severamente —me aconsejó la nereida—. Se encuentra al borde de una guerra no deseada. Tiene muchos problemas que resolver. Además, se le prohíbe ayudarte directamente. Los dioses no pueden mostrar semejantes favoritismos.

¿Ni siquiera con sus propios hijos?

-En especial con ellos- suspiró Afrodita

Especialmente con ellos. Los dioses sólo pueden actuar por influencia indirecta. Por eso yo te doy un aviso, y un regalo.

Extendió la mano y en su palma destellaron tres perlas blancas.

Sé que te diriges al reino de Hades —prosiguió—. Pocos mortales lo han hecho y sobrevivido para contarlo: Orfeo, que tenía una gran habilidad musical; Hércules, dotado de enorme fuerza; Houdini, que podía escapar incluso de las profundidades del Tártaro. ¿Tienes tú alguno de esos talentos?

-No, pero tienes amigos

Grover y Percy chocaron los cinco

Yo... pues no, señora.

Ah, pero tienes algo más, Percy. Posees dones que sólo estás empezando a descubrir. Los oráculos han predicho un futuro grande y terrible para ti, si sobrevives hasta la edad adulta. Poseidón no va a permitir que mueras antes de tiempo.

-Gracias- habló Nico con sarcasmo

Así pues, toma esto, y cuando te encuentres en un apuro rompe una perla a tus pies.

¿Qué pasará?

Eso dependerá de la necesidad. Pero recuerda: lo que es del mar siempre regresará al mar.

¿Qué hay de la advertencia?

Sus ojos emitieron destellos verdes.

Haz lo que te dicte el corazón, o lo perderás todo. Hades se alimenta de la duda y la desesperanza. Te engañará si puede, te hará dudar de tu propio juicio. En cuanto estés en su reino, jamás te dejará marchar voluntariamente.

-Me describen como si fuera un monstruo salido del Tártaro- bufó Hades

Mantén la fe. Buena suerte, Percy Jackson.

Llamó a su hipocampo, montó y cabalgó hacia el vacío.

¡Espera! —grité—. En el río me dijisteis que no confiara en los regalos. ¿Qué regalos?

¡Adiós, joven héroe! —se despidió mientras su voz se desvanecía en las profundidades—. ¡Escucha tu corazón! —Se convirtió en una motita de luz verde y desapareció.

Quise seguirla y conocer la corte de Poseidón, pero miré hacia arriba, al atardecer que oscurecía la superficie. Mis amigos esperaban. Teníamos tan poco tiempo...

Nadé hasta la superficie.

Cuando llegué a la playa, mis ropas se secaron al instante. Les conté a Grover y Annabeth todo lo ocurrido y les enseñé las perlas.

Ella hizo una mueca.

No hay regalo sin precio.

Éstas son gratis.

No. —Sacudió la cabeza—. « No existen los almuerzos gratis» . Es un antiguo dicho griego que se aplica bastante bien hoy en día. Habrá un precio. Ya lo verás.

Con tan feliz pensamiento, le dimos la espalda al mar.

-Qué pensamientos tan alegres, alteza

-¡Thalia! ¿Tú también?

Con algunas monedas que quedaban en la mochila de Ares subimos a un autobús hasta West Hollywood. Le enseñé al conductor la dirección del inframundo que había sacado del Emporio de Gnomos de Jardín de la tía Eme, pero jamás había oído hablar de los estudios de grabación El Otro Barrio.

Me recuerdas a alguien que he visto en la televisión —me dijo—. ¿Eres un niño actor o algo así?

Bueno, actúo como doble en escenas peligrosas... para un montón de niños actores.

-Ojalá solo fuera eso, una actuación- se quejó Poseidón

¡Oh! Eso lo explica.

Le dimos las gracias y bajamos rápidamente en la siguiente parada.

Caminamos a lo largo de kilómetros, buscando El Otro Barrio. Nadie parecía saber dónde estaba. Tampoco aparecía en el listín. En un par de ocasiones tuvimos que escondernos en callejones para evitar los coches de policía.

Me quedé atónito delante de una tienda de electrodomésticos: en la televisión estaban emitiendo una entrevista con alguien que me resultaba muy familiar: mi padrastro, Gabe el Apestoso. Estaba hablando con la célebre presentadora Barbara Walters; quiero decir, en plan como si fuera famoso. Ella estaba entrevistándolo en nuestro apartamento, en medio de una partida de póquer, y a su lado había una mujer joven y rubia, dándole palmaditas en la mano.

Una lágrima falsa brilló en su mejilla. Estaba diciendo:

« De verdad, señora Walters, de no ser por Sugar, aquí presente, mi consejera en la desgracia, estaría hundido. Mi hijastro se llevó todo lo que me importaba. Mi esposa... mi Cámaro... L-lo siento. Todavía me cuesta hablar de ello» .

-Tonto mortal- gruñó Artemisa

-Esa es la clase más baja de humano- dijo Afrodita

Poseidón apretaba los puños

« Lo han visto y oído, queridos espectadores. —Barbara Walters se volvió hacia la cámara—. Un hombre destrozado. Un adolescente con serios problemas. Permítanme enseñarles, una vez más, la última foto que se tiene del joven y perturbado fugitivo, tomada hace una semana en Denver» .

En la pantalla apareció una imagen granulada de Grover, Annabeth y yo de pie fuera del restaurante Colorado, hablando con Ares.

« ¿Quiénes son los otros niños de esta foto? —preguntó Barbara Walters dramáticamente—. ¿Quién es el hombre que está con ellos? ¿Es Percy Jackson un delincuente, un terrorista o la víctima de un lavado de cerebro a manos de una nueva y espantosa secta?

-¡Una secta griega!- gritaron los hermanos Stoll

Tras la publicidad, charlaremos con un destacado psicólogo infantil. Sigan sintonizándonos» .

Vamos —me dijo Grover. Tiró de mí antes de que destrozara el escaparate de un puñetazo.

Cayó la noche y los marginados empezaban a merodear por las calles. A ver, que no se me malinterprete. Soy de Nueva York y no me asusto fácilmente. Pero Los Ángeles es muy distinto de Nueva York, donde todo parece cerca. No importa lo grande que sea la ciudad, se puede llegar a todas partes sin perderte. La disposición de las calles y el metro tienen sentido. Hay un sistema para que las cosas funcionen. En Nueva York, un niño está a salvo mientras no sea idiota.

-Y entonces... ¿Cómo estuviste a salvo?- preguntó Nico fingiendo inocencia

Los Ángeles no es así. Es una ciudad extensa y caótica en la que resulta difícil moverse. Me recordaba a Ares. No le bastaba con ser grande; tenía que demostrar que era grande siendo además escandalosa, rara y difícil de navegar.

No sabía cómo íbamos a encontrar la entrada al inframundo antes del día siguiente, el solsticio de verano.

Nos cruzamos con miembros de bandas, vagabundos y gamberros que nos miraban intentando calibrar si valía la pena atracarnos. Al pasar por delante de un callejón, una voz desde la oscuridad me llamó.

Eh, tú. —Como un idiota, me paré.

Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos rodeados por una banda. Seis chicos con ropa cara y rostros malvados. Como los de la academia Yancy: mocosos ricos jugando a ser chicos malos.

Instintivamente destapé el bolígrafo, y cuando la espada apareció de la nada los chavales retrocedieron, pero el cabecilla era o muy idiota o muy valiente, porque siguió acercándoseme empuñando una navaja automática.

Cometí el error de atacar.

El chico gritó. Debía de ser cien por cien mortal, porque la hoja lo atravesó sin hacerle daño alguno. Se miró el pecho.

¿Qué demo...?

Supuse que tenía unos tres segundos antes de que la consternación se convirtiera en ira.

¡Corred! —grité a Annabeth y Grover.

Apartamos a dos chavales de en medio y corrimos por la calle, sin saber adonde nos dirigíamos. Giramos en una esquina.

¡Allí! —exclamó Annabeth.

Sólo una tienda del edificio parecía abierta, los escaparates deslumbraban de neón. En el letrero encima de la puerta ponía algo como: « ALPACIO LEDAS SACAM DE AUGADE CRSTUY» .

¿Al Palacio de las Camas de Agua Crusty? —tradujo Grover.

No sonaba como un lugar al que yo iría a menos que me encontrara en un serio aprieto, pero de eso se trataba precisamente. Entramos en estampida por la puerta y corrimos a agacharnos tras una cama de agua. Un segundo más tarde, la banda de chicos pasó corriendo por la acera.

Los hemos despistado —susurró Grover.

Una voz retumbó a nuestras espaldas.

¿A quién habéis despistado?

-Por favor, que solo sea un simple mortal- suplicaba Poseidón

Los tres dimos un respingo.

Detrás de nosotros había un tipo con aspecto de rapaz y ataviado con un traje años setenta. Medía por lo menos dos metros y era totalmente calvo. De piel grisácea, tenía párpados pesados y una sonrisa reptiloide y fría. Se acercaba lentamente, pero daba a entender que podía moverse con rapidez si era preciso.

El traje, del todo propio de los setenta, habría podido salir del Casino Loto. La camisa era de seda estampada de cachemira, y la llevaba desabrochada hasta la mitad del pecho, también lampiño. Las solapas de terciopelo eran casi pistas de aterrizaje y llevaba varias cadenas de plata alrededor del cuello.

Soy Crusty —gruñó con una sonrisa manchada de sarro.

Perdone que hayamos entrado en tropel —le dije—. Sólo estábamos... mirando.

Quieres decir escondiéndoos de esos gamberros —rezongó—. Merodean por aquí todas las noches. Gracias a ellos entra mucha gente en mi negocio. Decidme, ¿os interesa una cama de agua?

Iba a decir « no, gracias» , pero él me puso una zarpa en el hombro y nos condujo a la zona de exposición.

-Creo que no es un humano normal- dijo Apolo

Había toda una colección de camas de agua de las más diversas formas, cabezales, ornamentos y colores; tamaño grande, tamaño supergrande, tamaño emperador del universo...

Éste es mi modelo más popular. —Orgulloso, Crusty nos enseñó una cama cubierta con sábanas de satén negro y antorchas de lava incrustadas en el cabezal.

-Eso suena genial- dijo Nico

Para sorpresa de todos, Hades e incluso Hazel asintieron de acuerdo

El colchón vibraba, así que parecía de gelatina—. Masaje a cien manos —informó—. Venga, probadlo. Tiraos en plancha, echad una cabezadita. No me importa, total hoy no hay clientes.

Pues... —musité— no creo que...

¡Masaje a cien manos! —exclamó Grover, y se lanzó en picado—. ¡Eh, tíos! Esto mola.

Hum —murmuró Crusty, acariciándose la coriácea barbilla—. Casi, casi.

Casi ¿qué? —pregunté.

Miró a Annabeth.

Hazme un favor y prueba ésta, cariño. Podría irte bien.

-¡No la pruebes, Annabeth!- gritó Atenea olvidando que le hablaba a un libro

Pero ¿qué...? —respondió Annabeth.

Él le dio una palmadita en la espalda para darle confianza y la condujo hasta el modelo Safari Deluxe, con leones de madera de teca labrados en la estructura y un edredón de estampado de leopardo. Annabeth no quiso tumbarse y Crusty la empujó.

¡Eh, oiga! —protestó ella.

Crusty chasqueó los dedos. —Ergo!

Súbitamente, de los lados de la cama surgieron cuerdas que amarraron a Annabeth al colchón. Grover intentó levantarse, pero las cuerdas salieron también de su cama de satén y lo inmovilizaron.

¡N-n-no m-m-mola-a-a! —aulló, la voz vibrándole a causa del masaje a cien manos—. ¡N-n-no m-m-mola na-a-a-da!

El gigante miró a Annabeth, luego se volvió hacia mí y me enseñó los dientes.

Casi, mecachis —lamentó. Intenté apartarme, pero su mano me agarró por la nuca—. ¡Venga, chico! No te preocupes. Te encontraremos una en un segundo.

Suelte a mis amigos.

Oh, desde luego. Pero primero tienen que caber.

¿Qué quiere decir?

Verás, todas las camas miden exactamente ciento ochenta centímetros. Tus amigos son demasiado cortos.

-Ustedes tienen la peor suerte del mundo- habló Hermes

Tienen que encajar.

Annabeth y Grover seguían forcejeando.

No soporto las medidas imperfectas —musitó Crusty—. Ergo!

Dos nuevos juegos de cuerdas surgieron de los cabezales y los pies de las camas y sujetaron los tobillos y hombros de Grover y Annabeth. Las cuerdas empezaron a tensarse, estirando a mis amigos de ambos extremos.

No te preocupes —me dijo Crusty—. Son ejercicios de estiramiento. A lo mejor con ocho centímetros más a sus columnas... Puede que incluso sobrevivan, ¿sabes? Bien, busquemos una cama que te guste.

— ¡Percy! —gritó Grover.

La cabeza me iba a cien por hora. Sabía que no podía enfrentarme solo a aquel grandullón. Me rompería el cuello antes de que la espada se desplegase.

En realidad usted no se llama Crusty, ¿verdad?

Legalmente es Procrustes —admitió.

El Estirador —dije. Recordaba la historia: el gigante que había intentado matar a Teseo con exceso de hospitalidad de camino a Atenas.

Exacto —respondió el vendedor—. Pero ¿quién es capaz de pronunciar Procrustes? Es malo para el negocio. En cambio, todo el mundo puede decir « Crusty».

-En realidad suena bien- dijo Piper mirando de reojo a Jason que no parecía estar poniendo atención en la lectura

Tiene razón. Suena bien.

Se le iluminaron los ojos.

— ¿Eso crees?

Oh, desde luego —contesté—. Y estas camas parecen fabulosas, las mejores que he visto nunca...

Esbozó una amplia sonrisa, pero no aflojó mi cuello.

Yo se lo digo a mis clientes. Siempre se lo digo, pero nadie se preocupa por el diseño de las camas. ¿Cuántos cabezales con antorchas de lava incrustadas has visto tú?

No demasiados.

— ¡Pues ahí lo tienes!

— ¡Percy! —Vociferó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo?

No le hagas caso —le dije a Procrustes—. Es insufrible.

El gigante se echó a reír.

Los chicos ahogaron un grito

-No puedes hablar así de la realeza- dijo Thalia

-¡Ya basta con eso!- gritó Annabeth

-Percy también es de la realeza, así que técnicamente puede hablar así- dijo Hazel

-Qué lindos amigos tenemos- susurró Percy a Annabeth

Todos mis clientes lo son. Jamás miden ciento ochenta exactamente. Son unos desconsiderados. Y después, encima, se quejan del reajuste.

— ¿Qué hace si miden más de ciento ochenta?

Uy, eso pasa a todas horas. Se arregla fácil. —Me soltó, pero antes de que yo pudiera reaccionar, del mostrador de ventas sacó una enorme hacha doble de acero—. Centro al tipo lo mejor que puedo y después rebano lo que sobra por cada lado.

Ya —dije tragando saliva—. Muy práctico.

— ¡Cuánto me alegro de haberme topado con un cliente sensato!

Las cuerdas ya estaban estirando de verdad a mis amigos. Annabeth había enrojecido. Grover hacía ruiditos de asfixia, como un ganso estrangulado.

-Pues me estaban estrangulando

Bueno, Crusty... —comenté, intentando sonar indiferente. Miré la etiqueta con forma de corazón de la cama especial Luna de Miel—. ¿Y ésta tiene estabilizadores dinámicos para compensar el movimiento ondulante?

Desde luego. Pruébala.

Sí, puede que lo haga. Pero ¿funcionan incluso con un tío grande como tú?

¿No se advierte ni una sola onda?

Garantizado.

Venga, hombre.

Que sí.

Enséñamelo.

Se sentó gustoso en la cama y le dio unas palmaditas al colchón.

Ni una onda, ¿ves?

Chasqueé los dedos.

Ergo.

Las cuerdas rodearon a Crusty y lo sujetaron contra el colchón.

— ¡Eh! —chilló.

Centradlo bien —ordené.

Las cuerdas se reajustaron rápidamente. La cabeza de Crusty entera sobresalió por la parte de arriba y sus pies por la de abajo.

-Eso sí es pensar rápido- dijo Apolo

— ¡No! —dijo—. ¡Espera! ¡Esto es sólo una demostración! Destapé el bolígrafo y Anaklusmos se desplegó.

Bien, prepárate... —No sentía ningún escrúpulo por lo que iba a hacer. Si Crusty era humano, no podría hacerle daño. Si era un monstruo, merecía convertirse en polvo durante un tiempo.

Eres un regateador duro, ¿eh? —dijo—. ¡Vale, te hago un treinta por ciento de descuento en modelos especiales!

Levanté la espada.

— ¡Sin entrega inicial! ¡Ni intereses durante los seis primeros meses!

Asesté un golpe. Crusty dejó de hacer ofertas.

Corté las cuerdas de las otras camas. Annabeth y Grover se pusieron en pie, entre temblores, gruñidos y maldiciones.

Parecéis más altos —comenté.

Se oyeron algunas risitas

Uy, qué risa —resopló Annabeth—. La próxima vez date un poquitín más de prisa, ¿vale?

-Uy, y todavía se queja- rió Piper

Annabeth le lanzó una almohada que le dio de lleno en la cara

Ambas chicas rieron a carcajadas

Miré en el tablón de anuncios detrás del mostrador de Crusty. Había un anuncio del servicio de entregas Hermes, y otro del Nuevo y completo compendio de la Zona Monstruo de Los Ángeles: « ¡Las únicas páginas amarillas monstruosas que necesita!». Debajo, un panfleto naranja de los estudios de grabación El Otro Barrio ofrecía incentivos por las almas de los héroes. « ¡Buscamos nuevos talentos!». La dirección de EOB estaba indicada justo debajo con un mapa.

Vamos —dije.

Danos un minuto —se quejó Grover—. ¡Por poco nos estiran hasta convertirnos en salchichas!

Venga, no seáis quejicas. El inframundo está sólo a una manzana de aquí.

-Fin del capítulo- anunció Piper

-Hay que leer otro- dijeron los Stoll

Todos los miraron asombrados

-¿Qué? Poseidón dijo que luego de este libro iríamos al mar- dijo Connor

-Yo quiero ir al mar- dijo Travis

-Está bien, sigamos

-Un momento- dijo Piper - Jason ¿Podemos hablar?

El chico asintió

-No empiecen sin nosotros

Ambos semidioses salieron de la sala de trono...