-No precisamente- dijo Ares con una rara sonrisa -mejor aún... Haremos una captura de bandera...

-¿Una captura de bandera?- preguntaron los semidioses

-Me gustaba más la idea de la cacería de monstruos- dijo Clarisse

-La guerra... digo, juegos son más divertidos cuando es entre familia- Ares sonrió burlón, era el dios de la guerra, pero un juego como este le venía muy bien

-Muy bien chicos- dijo Hestia calmando los ánimos- primero debemos leer otro capítulo

Todos se quejaron

-Otro capítulo y haremos el juego, el capítulo se llama un dios nos invita hamburguesas

La tarde siguiente, el 14 de junio, siete días antes del solsticio, nuestro tren llegó a Denver. No habíamos comido desde la noche anterior en el coche restaurante, en algún lugar de Kansas. Y no nos duchábamos desde la colina Mestiza. Desde luego tenía que notarse, pensé.

Intentaremos contactar con Quirón —dijo Annabeth—. Quiero hablarle de tu charla con el espíritu del río.

No podemos usar el teléfono, ¿verdad?

No estoy hablando de teléfonos.

Caminamos sin rumbo por el centro durante una media hora, aunque no estaba seguro de lo que Annabeth iba buscando. El aire era seco y caluroso, y nos parecía raro tras la humedad de San Luis. Dondequiera que miráramos, nos rodeaban las montañas Rocosas, como si fueran un tsunami gigantesco a punto de estrellarse contra la ciudad.

Al final encontramos un lavacoches con mangueras vacío. Nos metimos en la cabina más alejada de la calle, con los ojos bien abiertos por si aparecían coches de policía. Éramos tres adolescentes rondando en un lavacoches sin coche; cualquier policía que se ganara sus dónuts se imaginaría que no tramábamos nada bueno.

-Y menos si uno de esos tres era Percy- dijo Nico

¿Qué estamos haciendo exactamente? —pregunté mientras Grover agarraba una manguera.

Son setenta y cinco centavos —murmuró—. A mí sólo me quedan dos cuartos de dólar. ¿Annabeth?

A mí no me mires —contestó—. El coche restaurante me ha desplumado.

Rebusqué el poco cambio que me quedaba y le pasé a Grover un cuarto de dólar, lo que me dejó dos monedas de cinco centavos y un dracma de Medusa.

Fenomenal —dijo Grover—. Podríamos hacerlo con un espray, claro, pero la conexión no es tan buena, y me canso de apretar.

¿De qué estás hablando?

Metió las monedas y puso el selector en la posición « LLUVIA FINA» .

Mensajería I.

¿Mensajería instantánea?

Mensajería Iris —corrigió Annabeth—. La diosa del arco iris, Iris, transporta los mensajes para los dioses. Si sabes cómo pedírselo, y no está muy ocupada, también lo hace para los mestizos.

¿Invocas a la diosa con una manguera?

-¿Conoces una forma mejor?- preguntó Apolo

-¿No podían simplemente inventar un teléfono?- preguntó Percy

-Sería una buena idea- dijo Hermes

Grover apuntó el pitorro al aire y el agua salió en una fina lluvia blanca.

A menos que conozcas una manera más fácil de hacer un arco iris.

Y vaya que sí, la luz de la tarde se filtró entre el agua y se descompuso en colores.

Annabeth me tendió una palma.

El dracma, por favor.

Se lo di.

Levantó la moneda por encima de su cabeza.

Oh, diosa, acepta nuestra ofrenda. —Lanzó el dracma dentro del arco iris, que desapareció con un destello dorado—. Colina Mestiza —pidió Annabeth.

Por un instante, no ocurrió nada.

Después tuve ante mí la niebla sobre los campos de fresas, y el canal de Long

Island Sound en la distancia. Era como si estuviéramos en el porche de la Casa Grande. De pie, dándonos la espalda, había un tipo de pelo rubio apoyado en la barandilla, vestido con pantalones cortos y camiseta naranja. Tenía una espada de bronce en la mano y parecía estar mirando fijamente algo en el prado.

¡Luke! —lo llamé.

Se volvió, sorprendido. Habría jurado que estaba a un metro delante de mí a través de una pantalla de niebla, salvo que sólo podía verle la parte del cuerpo que cubría el arco iris.

-Sí, eso suele ocurrir con los mensajes Iris- dijo Apolo con un suspiro

¡Percy! —Su rostro marcado se ensanchó en una sonrisa—. ¿Y ésa es Annabeth? ¡Alabados sean los dioses! Eh, chicos, ¿estáis bien?

Estamos... bueno... Sí, bien —balbuceó Annabeth. Se alisaba la camiseta sucia y se peinaba para apartarse el pelo de la cara—. Pensábamos que

Quirón... bueno...

Annabeth se tapó la cara con las manos

-¡Me encantan los triángulos amorosos!- gritó Afrodita

Está abajo en las cabañas. —La sonrisa de Luke desapareció—. Estamos teniendo algunos problemas con los campistas. Escuchad, ¿va todo bien? ¿Le ha pasado algo a Grover?

-Sí, que las zapatillas del infierno casi me mandan al Tártaro- dijo Grover en voz baja

¡Estoy aquí! —gritó Grover. Apartó el pitorro y entró en el campo de visión de Luke—. ¿Qué clase de problemas?

En aquel momento un enorme Lincoln Continental se metió en el lavacoches con la radio emitiendo hip hop a tope. Cuando el coche entró en la cabina de al lado, el bajo vibró tanto que hizo temblar el suelo.

Quirón tenía que... ¿Qué es ese ruido? —preguntó Luke.

¡Yo me encargo! —exclamó Annabeth, aparentemente aliviada por tener una excusa para apartarse de en medio—. ¡Venga, Grover!

-Estaba un poco aliviada- Annabeth se sonrojó

¿Qué? —dijo Grover—. Pero...

¡Dale a Percy la manguera y ven! —le ordenó.

Grover murmuró algo sobre que las chicas eran más difíciles de entender que el oráculo de Delfos,

-Eso no es cierto- dijo Rachel -soy fácil de entender

Todos los chicos, incluso los dioses estuvieron de acuerdo con Grover

después me entregó la manguera y siguió a Annabeth.

Ajusté el pitorro para mantener el arco iris y seguir viendo a Luke

¡Quirón ha tenido que detener una pelea! —me aulló Luke por encima de la música—. Las cosas están muy tensas aquí, Percy. Se ha corrido la voz de la disputa entre Zeus y Poseidón. Aún no sabemos cómo; probablemente el mismo desgraciado que invocó al perro del infierno.

Thalia bufó

Ahora los campistas están empezando a tomar partido. Se están organizando otra vez como en la guerra de Troya. Afrodita, Ares y Apolo apoyan a Poseidón, más o menos. Atenea está con Zeus.

Me estremecí al pensar que la cabaña de Clarisse se pusiera del lado de mi padre para nada.

-Debemos elegir el lado ganador

Zeus le dio una mala mirada a Ares

En la cabina contigua oía a Annabeth discutir con un tipo, después el volumen de la música descendió drásticamente.

¿Y en qué situación estás? —me preguntó Luke—. Quirón sentirá no haber podido hablar contigo.

Se lo conté todo, incluidos mis sueños.

-Gran error- murmuró Percy bajito

Annabeth lo oyó y le tomó la mano

Me sentí tan bien al verlo, al tener la impresión de que regresaba al campamento aunque fuera por unos minutos, que no me di cuenta de cuánto tiempo llevaba hablando, hasta que sonó el pitido de la manguera y advertí que sólo me quedaba un minuto antes de que se cortara el agua.

Ojalá estuviera ahí —dijo Luke—. Me temo que no podemos ayudarte demasiado desde aquí, pero escucha... Tiene que ser Hades el que robó el rayo maestro.

-¡Y dale con lo mismo!- gritó Hades

Estaba en el Olimpo en el solsticio de invierno. Yo acompañaba una excursión y lo vimos.

Pero Quirón dijo que los dioses no pueden tocar los objetos mágicos de los demás directamente.

Eso es cierto —convino Luke, y parecía agobiado—. Aun así... Hades tiene el yelmo de oscuridad. Si no, ¿cómo es posible entrar en la sala del trono y robar el rayo maestro? Hay que ser invisible.

-¿¡Se dan cuenta de lo que acaba de decir!?- gritó Atenea

Ambos nos quedamos callados, hasta que Luke pareció darse cuenta de lo que acababa de decir.

Un momento —protestó—. No estoy diciendo que haya sido Annabeth.

-Más le vale- dijo Thalia

La conozco desde siempre. Ella jamás... quiero decir que es como una hermana pequeña para mí.

Me pregunté si a Annabeth le gustaría esa descripción.

-Sí me hubiera gustado- dijo Annabeth

En la cabina contigua la música cesó por completo. Un hombre gritó horrorizado, se oyeron cerrarse las portezuelas del coche y el Lincoln salió del lavacoches a toda velocidad.

-¿Qué hiciste?- preguntó Thalia

-Solo lo asusté un poquito, nada grave

Será mejor que vayas a ver qué ha sido eso —dijo Luke—. Oye, ¿estás usando las zapatillas voladoras? Me sentiré mejor si sé que te sirven de algo.

¡Oh... sí, claro! —mentí con desfachatez—. Me han venido muy bien.

¿En serio? —Sonrió—. ¿Te van bien?

El agua se terminó. La lluvia fina empezó a evaporarse.

¡Bueno, cuidaos ahí en Denver! —gritó Luke, y su voz fue amortiguándose

. ¡Y dile a Grover que esta vez irá mejor! Que nadie se convertirá en pino si...

-¿Cómo se atrevió a decir eso?- gritó Thalia, su mirada daba miedo -Y más te vale que no te culpes Grover

Pero la lluvia había desaparecido y la imagen de Luke se desvaneció por completo. Estaba solo en una cabina mojada y vacía de un lavacoches.

Annabeth y Grover aparecieron por la esquina, riendo, pero se detuvieron al verme la cara. La sonrisa de Annabeth desapareció.

¿Qué ha pasado, Percy? ¿Qué te ha dicho Luke?

No demasiado —mentí. Sentía el estómago tan vacío como la enorme cabaña 3—. Bueno, vamos a buscar algo de cenar.

Unos minutos más tarde estábamos sentados en el reservado de un comedor de cromo brillante, rodeados por un montón de familias que zampaban hamburguesas y bebían refrescos.

Al final vino la camarera. Arqueó una ceja con aire escéptico e inquirió:

¿Y bien?

Bueno... queríamos pedir la cena —dije.

¿Tenéis dinero para pagar, niños?

-Pequeño detalle- Apolo rió -tal vez si fueran yo, podrían pagar con una sonrisa

El labio inferior de Grover tembló. Me preocupaba que empezara a balar, o peor aún, a comerse el linóleo. Annabeth parecía a punto de fenecer de hambre.

Intentaba pergeñar una historia tristísima para la camarera cuando un rugido sacudió el edificio: una motocicleta del tamaño de un elefante pequeño acababa de parar junto al bordillo.

Todas las conversaciones se interrumpieron.

-¿Ares?- dijeron algunos dioses

El dios de la guerra puso atención

El faro de la motocicleta era rojo. El depósito de gasolina tenía llamas pintadas y a los lados llevaba fundas para escopetas... con escopetas incluidas. El asiento era de cuero, pero un cuero que parecía... piel humana.

El tipo de la motocicleta habría conseguido que un luchador profesional llamase a gritos a su mamá. Iba vestido con una camiseta de tirantes roja, téjanos negros y un guardapolvo de cuero negro, y llevaba un cuchillo de caza sujeto al muslo. Tras sus gafas rojas tenía la cara más cruel y brutal que he visto en mi vida —guapo, supongo, pero de aspecto implacable—; el pelo, cortísimo y negro brillante, y las mejillas surcadas de cicatrices sin duda fruto de muchas, muchas peleas. Lo raro era que su cara me sonaba.

-No fuiste prudente ¿Verdad?- preguntó Poseidón

-No- dijo Percy

Al entrar en el restaurante produjo una corriente de aire cálido y seco. Los comensales se levantaron como hipnotizados, pero el motorista hizo un gesto con la mano y todos volvieron a sentarse. Regresaron a sus conversaciones. La camarera parpadeó, como si alguien acabara de apretarle el botón de rebobinado.

¿Tenéis dinero para pagar, niños? —volvió a preguntarnos.

Ponlo en mi cuenta —respondió el motorista. Se metió en el reservado, que era demasiado pequeño para él, y acorraló a Annabeth contra la ventana. Levantó la vista hacia la camarera, la miró a los ojos y dijo—: ¿Aún sigues aquí?

Ares miró interesado

La muchacha se puso rígida, se volvió como una autómata y regresó a la cocina.

El motorista se quedó mirándome. No le veía los ojos tras las gafas rojas, pero empezaron a hervirme malos sentimientos. Ira, rencor, amargura. Quería darle un golpe a una pared, empezar una pelea con alguien. ¿Quién se creía que era aquel tipo?

Me dedicó una sonrisa pérfida.

Así que tú eres el crío del viejo Alga, ¿eh?

Poseidón se aclaró la garganta

De repente el suelo era más interesante para Ares

Debería haberme sorprendido o asustado, pero sólo sentí que me hallaba ante mi padrastro Gabe. Quería arrancarle la cabeza a aquel tipejo.

¿Y a ti qué te importa?

-Tienes agallas- Ares le dio una sonrisa cruel

-Más de las que imaginas- dijo Percy

Annabeth me advirtió con la mirada.

Percy, éste es...

El motorista levantó la mano.

No pasa nada —dijo—. No está mal una pizca de carácter. Siempre y cuando te acuerdes de quién es el jefe. ¿Sabes quién soy, primito?

-No eres su jefe, ninguno de nosotros lo somos, ni siquiera Poseidón- dijo Hestia

Entonces caí en la cuenta. Tenía la misma risa malvada de algunos críos del Campamento Mestizo, los de la cabaña 5.

Eres el padre de Clarisse —respondí—. Ares, el dios de la guerra.

Ares sonrió y se quitó las gafas. Donde tendrían que estar los ojos, había sólo fuego, cuencas vacías en las que refulgían explosiones nucleares en miniatura.

Has acertado, pringado. He oído que le has roto la lanza a Clarisse.

Lo estaba pidiendo a gritos.

Clarisse bufó

Probablemente. No intervengo en las batallas de mis críos, ¿sabes? He venido para... He oído que estabas en la ciudad y tengo una proposición que hacerte.

La camarera regresó con bandejas repletas de comida: hamburguesas con queso, patatas fritas, aros de cebolla y batidos de chocolate.

Ares le entregó unos dracmas.

Ella miró con nerviosismo las monedas.

Pero éstos no son...

Ares sacó su enorme cuchillo y empezó a limpiarse las uñas.

¿Algún problema, chata?

-Que modales- se quejó Deméter

La camarera se tragó las palabras y se marchó sin rechistar.

Eso está muy mal —le dije a Ares—. No puedes ir amenazando a la gente con un cuchillo.

Ares soltó una risotada y luego dijo:

¿Estás de broma? Adoro este país. Es el mejor lugar del mundo desde Esparta. ¿Tú no vas armado, pringado? Pues deberías. Ahí fuera hay un mundo peligroso. Y eso nos lleva a mi proposición. Necesito que me hagas un favor.

Todos los dioses miraron interesados

¿Qué favor puedo hacerle yo a un dios?

Algo que un dios no tiene tiempo de hacer. No es demasiado. Me dejé el escudo en un parque acuático abandonado aquí en la ciudad. Tenía cita con mi novia pero nos interrumpieron.

Afrodita y Ares intercambiaron una mirada y sonrieron con picardía

En la confusión me dejé el escudo. Así que quiero que vayas por él.

¿Por qué no vas tú?

El fuego en las cuencas de sus ojos brilló con mayor intensidad.

También podrías preguntarme por qué no te convierto en una ardilla y te atropello con la Harley. La respuesta sería la misma: porque de momento no me apetece.

-Más te vale que siga siendo así- Poseidón acarició su tridente

Un dios te está dando la oportunidad de demostrar qué sabes hacer, Percy Jackson. ¿Vas a quedar como un cobardica? —Se inclinó hacia mí—. O a lo mejor es que sólo peleas bajo el agua, para que papaíto te proteja.

Como era de esperarse, una ola empapó al dios de la guerra

Tuve el irreprimible impulso de darle un puñetazo en la cara, aunque sabía que era lo que él estaba buscando. El poder de Ares causaba mi ira y le habría encantado que lo atacara. No pensaba darle el gusto.

No estamos interesados —repuse—. Ya tenemos una misión.

Los fieros ojos de Ares me hicieron ver cosas que no quería ver: sangre, humo y cadáveres en la batalla.

Lo sé todo sobre tu misión, pringado. Cuando ese objeto mortífero fue robado, Zeus envió a los mejores a buscarlo: Apolo, Atenea, Artemisa y yo, naturalmente. Ahora bien, si yo no percibí ni un tufillo de un arma tan poderosa... —se relamió, como si el pensamiento del rayo maestro le diera hambre— pues entonces tú no tienes ninguna posibilidad. Aun así, estoy intentando concederte el beneficio de la duda. Pero tu padre y yo nos conocemos desde hace tiempo. Después de todo, yo soy el que le transmitió las sospechas acerca del viejo Aliento de Muerto.

-Así que todo es tu culpa-Hades tenía un aura negra a su alrededor

Ares tragó saliva

¿Tú le dijiste que Hades robó el rayo?

Claro. Culpar a alguien de algo para empezar una guerra es el truco más viejo del mundo. En cierto sentido, tienes que agradecerme tu patética misión.

Gracias —farfullé.

Eh, ya ves que soy un tío generoso. Tú hazme ese trabajito, y yo te ayudaré en el tuyo. Os prepararé el resto del viaje.

Nos las arreglamos bien por nuestra cuenta.

Sí, seguro. Sin dinero. Sin coche. Sin ninguna idea de a qué os enfrentáis. Ayúdame y quizá te cuente algo que necesitas saber. Algo sobre tu madre.

-Eso es chantaje- dijo Poseidón

-La forma más fácil de manipulación- dijeron Clarisse y Ares

¿Mi madre?

Sonrió.

Eso te interesa, ¿eh? El parque acuático está a un kilómetro y medio al oeste, en Delancy. No puedes perderte. Busca la atracción del Túnel del Amor.

Afrodita suspiró

¿Qué interrumpió tu cita? —le pregunté—. ¿Te asustó algo?

Ares me enseñó los dientes, pero ya había visto esa mirada amenazante en Clarisse. Había algo falso en ella, casi como si traicionara cierto nerviosismo.

-Wow, es como si Percy mirara el interior de las personas- dijo Hazel

Tienes suerte de haberme encontrado a mí, pringado, y no a algún otro Olímpico. Con los maleducados no son tan comprensivos como yo. Volveremos a vernos aquí cuando termines. No me defraudes.

Después de eso, debí de desmayarme o caer en trance, porque cuando volví

a abrir los ojos Ares había desaparecido. Habría creído que aquella conversación había sido un sueño, pero las expresiones de Annabeth y Grover me indicaron lo contrario.

No me gusta —dijo Grover—. Ares ha venido a buscarte, Percy. No me gusta nada de nada.

Miré por la ventana. La motocicleta había desaparecido.

¿Sabría Ares de verdad algo sobre mi madre, o sólo estaba jugando conmigo? En cuanto se hubo ido, la ira desapareció por completo de mí. Supuse que a Ares le encantaba embarullar las emociones de la gente. Ése era su poder: confundir las emociones al extremo de que te nublaran la capacidad de pensar.

Quizá no fue más que un espejismo —dije—. Olvidaos de Ares.

Ares sonrió, ese chaval era muy valiente... O muy estúpido

Nos vamos y punto.

No podemos —contestó Annabeth—. Mira, yo detesto a Ares como el que más, pero no se puede ignorar a los dioses a menos que quieras buscarte la ruina.

No bromeaba cuando hablaba de convertirte en un roedor.

Annabeth rió y susurró -Con una vez fue suficiente

Miré mi hamburguesa con queso, que de repente no parecía tan apetecible.

¿Por qué nos necesita para una tarea tan sencilla?

A lo mejor es un problema que requiere cerebro —observó Annabeth—. Ares tiene fuerza, pero nada más. Y a veces la fuerza debe doblegarse ante la inteligencia.

Atenea le dio la razón

Pero ¿qué habrá en ese parque acuático? Ares parecía casi asustado. ¿Qué haría interrumpir al dios de la guerra una cita con su novia y huir?

Annabeth y Grover se miraron nerviosos.

Me temo que tendremos que ir a descubrirlo —dijo Annabeth.

El sol se hundía tras las montañas cuando encontramos el parque acuático. A juzgar por el cartel, originalmente se llamaba « WATERLAND» , pero algunas letras habían desaparecido, así que se leía: « WAT R A D» .

La puerta principal estaba cerrada con candado y protegida con alambre de espino. Dentro, enormes y secos toboganes, tubos y tuberías se enroscaban por todas partes, en dirección a las piscinas vacías. Entradas viejas y anuncios revoloteaban por el asfalto. Al anochecer, aquel lugar tenía un aspecto triste y daba escalofríos.

Si Ares trae aquí a su novia para una cita —dije mirando el alambre de espino—, no quiero imaginarme qué aspecto tendrá ella.

-¿Qué quieres decir?- preguntó Afrodita con una mueca

Percy —me avisó Annabeth—, tienes que ser más respetuoso.

¿Por qué? Creía que odiabas a Ares.

Sigue siendo un dios. Y su novia es muy temperamental.

No insultes su aspecto —añadió Grover.

¿Quién es? ¿Equidna?

Afrodita se repetía mentalmente "no puedes matarlo, hiciste un juramento, el chico te está cayendo bien, hace una linda pareja con la cría de Atenea, no sabía quién eras"

No; Afrodita... —repuso Grover y suspiró con embeleso—. La diosa del amor.

Pensaba que estaba casada con alguien —dije—. ¿Con Hefesto?

Hefesto gruñó

¿Y qué si fuera así?

Bueno... —Mejor cambiar de tema—. ¿Y cómo entramos?

Maya! —Al punto surgieron las alas de los zapatos de Grover.

Voló por encima de la valla, dio un involuntario salto mortal y aterrizó en una plataforma al otro lado. Se sacudió los vaqueros, como si lo hubiera previsto todo.

Vamos, chicos.

Annabeth y yo tuvimos que escalar a la manera tradicional, aguantándonos uno a otro el alambre de espino para pasar por debajo.

Las sombras se alargaron mientras recorríamos el parque, examinando las atracciones. Pasamos frente a la Isla de los Mordedores de Tobillos, Pulpos Locos y Encuentra tu Bañador.

Ningún monstruo nos atacó y no oímos el menor ruido.

-No creo que el problema sea un monstruo- dijo Afrodita mirando de reojo a su esposo

Encontramos una tienda de souvenirs que había quedado abierta. Aún había mercancía en las estanterías: bolas de nieve artificial, lápices, postales e hileras de...

Ropa —dijo Annabeth—. Ropa limpia. —Sí —dije—. Pero no puedes ir y... —¿Ah, no?

Agarró una hilera llena de cosas y desapareció en el vestidor.

-Así se hace, chica- dijo Hermes

A los pocos minutos salió con unos pantalones cortos de flores de Waterland, una gran camiseta roja de Waterland y unas zapatillas surferas del aniversario de Waterland. También llevaba una mochila Waterland colgada del hombro, llena con más cosas.

Qué demonios. —Grover se encogió de hombros.

En pocos minutos estuvimos los cuatro engalanados como anuncios andantes del difunto parque temático. Seguimos buscando el Túnel del Amor. Tenía la sensación de que el parque entero contenía la respiración.

Así que Ares y Afrodita —dije para mantener mi mente alejada de la oscuridad creciente— tienen un asuntillo.

Ese chisme es muy viejo, Percy —dijo Annabeth—. Tiene tres mil años.

-Bastante viejo- dijo Apolo con una sonrisita

¿Y el marido de Afrodita?

Bueno, ya sabes... Hefesto, el herrero, se quedó tullido cuando era pequeño, Zeus lo tiró monte Olimpo abajo. Así que digamos que no es muy guapo. Habilidoso con las manos, sí, pero a Afrodita no le van los listos con talento, ¿comprendes?

-Son los mejores- dijo Afrodita con un suspiro

Le gustan los motoristas.

Lo que sea.

¿Hefesto lo sabe?

Oh, claro —repuso Annabeth—. Una vez los pilló juntos, quiero decir in franganti. Entonces los atrapó en una red de oro e invitó a todos los dioses a que fueran a reírse de ellos. Hefesto siempre está intentando ridiculizarlos. Por eso se ven en lugares remotos como... —se detuvo, mirando al frente—. Como ése.

Ares le dio a la diosa una mirada significativa

Era una piscina que habría sido alucinante para patinar, de por lo menos cuarenta y cinco metros de ancho y con forma de cuenco. Alrededor del borde, una docena de estatuas de Cupido montaba guardia con las alas desplegadas y los arcos listos para disparar. Al otro lado se abría un túnel, por el que probablemente corría el agua cuando la piscina estaba llena. Tenía un letrero que rezaba: « EMOCIONANTE ATRACCIÓN DEL AMOR: ¡ÉSTE NO ES EL TÚNEL DEL AMOR DE TUS PADRES!» .

-¡Gracias a los dioses!- gritaron los hermanos Stoll

-De nada- dijo Apolo

Grover se acercó al borde.

Chicos, mirad.

En el fondo de la piscina había un bote de dos plazas blanco y rosa con un dosel lleno de corazones. En el asiento izquierdo, reflejando la luz menguante, estaba el escudo de Ares, una circunferencia de bronce bruñido.

Esto es demasiado fácil —dije—. ¿Así que bajamos y lo tomamos y ya está?

Annabeth pasó los dedos por la base de la estatua de Cupido más cercana. —Aquí hay una letra griega grabada —dijo—. Eta. Me pregunto...

Hefesto sonrió

Grover —pregunté—, ¿hueles monstruos?

Olisqueó el viento.

Nada.

¿Nada como cuando estábamos en el arco y no olfateaste a Equidna, o nada de verdad?

-Yo tenía la misma pregunta- habló Jason

Grover bufó

Grover pareció molesto.

Aquello estaba bajo tierra —refunfuñó.

Vale, olvídalo. —Inspiré hondo—. Voy a bajar.

Te acompaño. —Grover no parecía demasiado entusiasta, pero me dio la impresión de que intentaba enmendarse por lo sucedido en San Luis.

No —repuse—. Te quedarás arriba con las zapatillas voladoras. Eres el Barón Rojo, un as del aire, ¿recuerdas? Cuento contigo para que me cubras, por si algo sale mal.

A Grover se le hinchó el pecho.

Claro. Pero ¿qué puede ir mal?

No lo sé. Es un presentimiento. Annabeth, ven conmigo.

-Awwww qué romántico- dijo Piper con sarcasmo

¿Estás de broma?

¿Y ahora qué pasa? —quise saber.

¿Yo, contigo en... —se ruborizó levemente— en la « emocionante atracción del amor» ? Me da vergüenza. ¿Y si me ve alguien?

Se empezaron a oír grititos y silbidos que hicieron sonrojar a ambos chicos

¿Quién te va a ver? —Pero yo también me ruboricé un poco. Las chicas siempre le buscan tres pies al gato—. Vale —le dije—. Lo haré solo. —Pero cuando empecé a bajar a la piscina, me siguió, murmurando algo sobre que los chicos siempre lo embarullan todo.

Llegamos al bote. Junto al escudo había un chal de seda de mujer. Intenté imaginarme a Ares y Afrodita allí, una pareja de dioses que se encontraban en una atracción abandonada de un parque de atracciones. ¿Por qué? Entonces reparé en algo que no había visto desde arriba: espejos por todo el borde de la piscina, orientados hacia aquel lugar. Podíamos vernos en cualquier dirección que miráramos. Eso debía de ser. Mientras Ares y Afrodita se daban besitos podían mirar a sus personas favoritas: ellos mismos.

-Será una buena cita- Afrodita guiñó un ojo

Recogí el chal. Reflejaba destellos rosa y su aroma era una exquisita mezcla floral. Algo embriagador. Sonreí con aire de ensoñación, y estaba a punto de frotarme la mejilla con el chal cuando Annabeth me lo arrebató y se lo metió en el bolsillo.

Ah, no, de eso nada. Apártate de esa magia de amor.

-Oh querida, lo hubieras dejado, sería más interesante

-Fue suficientemente interesante, gracias

¿Qué?

Tú recoge el escudo, sesos de alga, y larguémonos de aquí.

En el momento en que toqué el escudo supe que teníamos problemas. Mi mano rompió algo que lo unía al tablero de mandos. Una telaraña, pensé, pero lo examiné en la palma y vi que era un delgado filamento de metal. Estaba puesto ahí para tropezar con él.

Espera —dijo Annabeth.

Demasiado tarde.

Hay otra letra griega a este lado del bote, otra eta. Esto es una trampa.

Se produjo el chirriante ruido de un millón de engranajes que comenzaban a funcionar, como si la piscina estuviera convirtiéndose en una máquina gigante.

¡Cuidado, chicos! —gritó Grover.

Arriba, en el borde, las estatuas de Cupido tensaban sus arcos en posición de disparo. Sin darnos tiempo de ponernos a cubierto, dispararon, pero no hacia nosotros sino unas a otras, a ambos lados de la piscina. Las flechas arrastraban cables sedosos que describían arcos sobre la piscina y se clavaban en el borde, formando un enorme entramado dorado. Entonces, por arte de magia, empezaron a tejerse hilos metálicos más pequeños, entrelazándose hasta formar una red.

Tenemos que salir de aquí —dije.

¡Menudo lumbrera! —ironizó Annabeth.

Agarré el escudo y echamos a correr, pero salir de la piscina no era tan fácil como bajar.

¡Venga! —nos urgió Grover.

Intentaba rasgar la red para abrirnos una salida, pero cada vez que la tocaba los hilos de oro le envolvían las manos.

Hefesto les dio una sonrisa de disculpa -Es una trampa para dioses

De repente, las cabezas de los cupidos se abrieron y de su interior salieron videocámaras y focos que nos cegaron al encenderse. Un altavoz retumbó:

« Retransmisión en directo para el Olimpo dentro de un minuto... Cincuenta y nueve segundos, cincuenta y ocho...» .

¡Hefesto! —gritó Annabeth—. ¡Cómo no me di cuenta antes! Eta es hache.

-¿Cómo no te diste cuenta antes?- suspiró Atenea

Fabricó esta trampa para sorprender a su mujer con Ares. ¡Ahora van a retransmitirnos en vivo al Olimpo y quedaremos como idiotas totales!

Casi habíamos llegado al borde, cuando de pronto los espejos en hilera se abrieron como trampillas y de ellas emergió un torrente de diminutas cosas metálicas...

Annabeth soltó un grito de horror.

Parecía un ejército de bichitos de cuerda: cuerpos de bronce, patas puntiagudas y afiladas pinzas, y se dirigían hacia nosotros como una marabunta, en una oleada de chasquidos y zumbidos metálicos.

¡Arañas! —exclamó Annabeth, despavorida—. ¡A-aaa-raaaaa...!

Annabeth se estremeció

Nunca la había visto así. Trastabilló y cayó hacia atrás, presa del pánico, y las arañas robot casi la cubrieron completamente antes de que lograse levantarla y tirar de ella hacia el bote.

Aquellas cosas seguían apareciendo por doquier, miles de ellas, bajando sin cesar a la piscina y rodeándonos. Me dije que probablemente no estaban programadas para matar, sólo para acorralarnos, mordernos y hacernos parecer idiotas. Entonces caí en la cuenta de que era una trampa para dioses. Y nosotros no éramos dioses.

-Sí, creo que deberían salir de ahí- aconsejó Hefesto

Subimos al bote y empecé a apartar arañas a patadas a medida que trepaban. Le grité a Annabeth que me ayudara, pero estaba como paralizada y sólo podía gritar.

« Treinta, veintinueve, veintiocho...» , proseguía el altavoz.

Las arañas empezaron a escupir filamentos de metal buscando amarrarnos. Al principio fue fácil zafarnos, pero había demasiados y las arañas no dejaban de llegar. Le aparté una a Annabeth de la pierna, y otra se llevó un trocito de mis zapatillas surferas con las pinzas.

Grover revoloteaba por encima de la piscina con las zapatillas voladoras, intentando perforar la red, pero no cedía.

« Piensa —me dije—. Piensa» .

-Han pasado 84 años- rió Travis

-Me recuerda a Jimmy Neutrón- dijo Piper -piensa, piensa, piensa

Podríamos haber huido por la entrada del Túnel del Amor, de no haber estado bloqueada por un millón de arañas robot.

« Quince, catorce, trece...» , contaba sin pausa el altavoz.

« Agua... ¿De dónde sale el agua?» .

Y entonces las vi: los espejos trampilla eran el desagüe de gruesas tuberías de agua, y por allí habían venido las arañas. Encima de la red, junto a uno de los cupidos, había una cabina de cristal que debía de contener los mandos.

¡Grover! —grité—. ¡Ve a la cabina y busca el botón de encendido!

Pero...

¡Hazlo! —Era una esperanza loca, pero nuestra única oportunidad. Las arañas ya rodeaban el bote por completo y Annabeth seguía gritando como una posesa. Teníamos que salir allí.

Grover se metió en la cabina y empezó a pulsar botones a la desesperada.

« Cinco, cuatro...» .

Me hizo señas con las manos, dándome a entender que había apretado todos los botones pero seguía sin pasar nada.

Cerré los ojos y pensé en olas, agua desbordante, el río Mississipi... Sentí un tirón familiar en el estómago. Intenté imaginar que arrastraba todo el océano hasta Denver.

« Dos, uno, ¡cero!» .

Las tuberías se sacudieron y el agua inundó con un rugido la piscina, arrastrando las arañas. Tiré de Annabeth para sentarla a mi lado y le abroché el cinturón justo cuando la primera ola nos cayó encima y acabó con todas las arañas. El bote viró, se levantó con el nivel del agua y dio vueltas en círculo encima del remolino. El agua estaba llena de arañas que chisporroteaban en cortocircuito, algunas con tanta fuerza que incluso explotaban. Los focos nos iluminaban y las cámaras cupido filmaban en directo para el Olimpo.

Me concentré en controlar el bote y lograr que siguiera la corriente sin estrellarse contra las paredes. Quizá fue mi imaginación, pero el bote pareció responder; por lo menos no se hizo añicos.

-Lo que es un gran alivio para mí- dijo Poseidón

Dimos una última vuelta cuando el nivel del agua era casi tan alto como para cortarnos en juliana contra la red. Entonces la proa viró en dirección al túnel y nos lanzamos a toda velocidad hacia la oscuridad.

Nos sujetamos fuerte y gritamos al unísono cuando el bote remontó olas, pasó pegado a las esquinas y se escoró cuarenta y cinco grados al paso de imágenes de Romeo y Julieta y otro montón de tonterías de San Valentín.

-¡No son tonterías!- gritó Afrodita

En la recta final del túnel, la brisa nocturna nos revolvió el pelo cuando el bote se lanzó como un bólido hacia la salida.

Si la atracción hubiese estado en funcionamiento, habríamos llegado a una rampa entre las Puertas Doradas del Amor y, de allí, chapoteado sin problemas hasta la piscina de salida. Pero había un problema: las Puertas del Amor estaban cerradas con una cadena. Un par de botes que al parecer habían salido del túnel antes que nosotros se habían estrellado contra las puertas: uno estaba medio sumergido, y el otro partido por la mitad.

¡Quítate el cinturón! —le grité a Annabeth.

¿Estás loco?

A menos que quieras morir aplastada. —Me amarré el escudo de Ares al brazo—. Tendremos que saltar. —Mi idea era tan sencilla como demencial: cuando el bote chocara, aprovecharíamos el impulso como trampolín y saltaríamos por encima de la puerta.

-Es una buena idea- razonó Atenea a regañadientes

Jamás había oído que nadie sobreviviera a impactos de esa índole, arrojados a diez o doce metros del lugar del accidente. Pero nosotros, con un poco de suerte, aterrizaríamos en la piscina.

Annabeth pareció comprender y me aferró la mano. Las puertas se acercaban a gran velocidad.

Yo doy la señal —dije.

¡No! ¡La doy yo!

Pero ¿qué...?

¡Física sencilla, amiguito! —me gritó—. La fuerza calcula el ángulo de la trayectoria...

-¡Que Annabeth dé la señal!- gritaron Poseidón y Atenea al unísono, luego se miraron horrorizados

¡Vale! —exclamé—. ¡Tú das la señal!

Vaciló... vaciló... y de repente gritó:

¡Ahora!

Annabeth tenía razón.

De haber saltado cuando decía yo, nos habríamos estrellado contra las puertas.

-Annabeth siempre tiene razón- dijo Percy

Consiguió el máximo impulso... más del que necesitábamos: el bote se estrelló contra las barcas estropeadas y salimos despedidos violentamente por el aire, justo por encima de las puertas y la piscina, directos al sólido asfalto.

Algo me agarró por detrás.

¡Ay! —se quejó Annabeth.

¡Grover! En pleno vuelo nos había atrapado, a mí por la camisa y a Annabeth por el brazo, e intentaba evitarnos un aterrizaje accidentado, pero íbamos embalados.

¡Pesáis demasiado! —dijo Grover—. ¡Nos caemos!

Descendimos al suelo describiendo espirales, Grover esforzándose por amortiguar la caída. Chocamos contra un tablón de fotografías y la cabeza de Grover se metió directamente en el agujero donde se asomaban los turistas para salir en la foto como Noo-Noo la ballena simpática. Annabeth y yo dimos contra el suelo; fue un golpe duro, pero estábamos vivos y el escudo de Ares seguía en mi brazo.

En cuanto recuperamos el aliento, liberamos a Grover del tablón y le dimos las gracias por salvarnos la vida. Me volví para contemplar la Emocionante Atracción del Amor. El agua remitía. Nuestro bote, estrellado contra las puertas, había quedado hecho trizas.

Cien metros más allá, en la piscina, los cupidos seguían filmando. Las estatuas habían girado de manera que las cámaras y las luces nos enfocaban.

¡La función ha terminado! —grité—. ¡Gracias! ¡Buenas noches!

Los cupidos regresaron a sus posiciones originales y las luces se apagaron. El parque quedó tranquilo y oscuro otra vez, excepto por el suave murmullo del agua en la piscina de salida de la Emocionante Atracción del Amor. Me pregunté si el Olimpo habría pasado a publicidad y si habríamos estado bien de audiencia.

-Supongo que sí- dijo Apolo -¡Ese fue un gran espectáculo!

Detestaba que me provocaran y me la jugaran. Y tenía mucha experiencia

en el trato con abusones a los que les gustaba hacerme esa clase de cosas.

Levanté el escudo que llevaba en el brazo y me volví hacia mis amigos.

Vamos a tener unas palabritas con Ares.

El dios de la guerra alzó una ceja

-¡Hora de jugar!- gritaron los Stoll

-De acuerdo- dijo Percy dudando un poco ¿Quiénes serán los capitanes?

-¡Atenea y Poseidón!- gritaron los dioses como si fuera obvio

Ambos dioses tomaron a sus hijos, ambos protestaron

-Pero...

-Nosotros no...

No servía de nada, sus padres no escuchaban

Annabeth se encogió de hombros -Será interesante, sesos de alga- sonrió- Atenea siempre tiene un plan

Percy sonrió -Será interesante... Por supuesto, un plan para que me pulvericen

Se despidieron y fueron a conformar su equipo

Después de muchas discusiones, chantajes y amenazas de muerte, los equipos quedaron así:

Atenea (Annabeth, Apolo, Jason, Zeus, Ares, Clarisse, Frank, Artemisa, Thalia, Hefesto y Deméter)

Poseidón (Percy, Hestia, Rachel, Hades, Nico, Hazel, Afrodita, Piper, Hermes y los Stoll)

Las parejas no estaban muy felices de jugar en equipos contrarios, pero lo aceptaron

Quirón se ofreció a ser el árbitro, Hera y Dionisio se mantuvieron al margen

Los ojos de Ares brillaban con fuego -¡Que empiece el juego!