Los chicos salieron en busca de la parejita solo para molestarlos, porque obvio, si tu amigo se pierde con su novia en medio de una lectura sumamente importante, lo vas a molestar por el resto de sus días...

Encontraron a la pareja besándose en medio de uno de los jardines del Olimpo

-¿Se divirtieron?- preguntó Percy

Ambos chicos respingaron y se apartaron rápidamente

-Me parece que a tu madre le agradaría la escena- dijo Annabeth mirando a Piper con una sonrisa

-¿Quieren que los dejemos solos para que terminen lo que hacían?- preguntó tímidamente Hazel

Ambos chicos se sonrojaron

-Solo nos besamos...- empezó Jason

-Perdieron un capítulo solo por venir a besarse... Piper Mclean has llevado por el mal camino a mi bro

Piper rió -Tu bro fue el de la idea

Los chicos fingieron sorpresa

-¡Jason Grace! ¡No lo puedo creer!- gritó dramáticamente Percy

-Vamos- dijo Nico tratando de ocultar su diversión -tenemos que seguir leyendo

Piper sonrió malévolamente -Espero que sepan que después de esto ninguno de ustedes va a tener tiempo a solas

Su amenaza se perdió en el aire cuando al ver sus caras se echó a reír

-Vamos- dijo tomando la mano de Jason

En la sala de trono los dioses esperaban a los chicos mientras hablaban sobre la lectura, algunos minutos después los semidioses aparecieron riendo a carcajadas como una gran familia, todos tomaron sus lugares.

Afrodita guiñó un ojo a su hija

-Debemos...

Antes de que Poseidón pudiera acabar, una luz llenó la sala y un chico salió gritando

-...Tres días en la enfermería, órdenes del doctor...

Cuando la persona a la que le estaba gritando no respondió, el chico volteó, abrió los ojos como platos cuando se dio cuenta donde estaba, hizo una torpe reverencia

-Preséntate- pidió Hestia

-Will Solace, hijo de Apolo

El mencionado le dio una sonrisa radiante

-¿Qué estamos haciendo aquí?- preguntó a nadie en particular, pero posó sus ojos en cierto chico hijo de Hades sonrojado

-Siéntate cariño- dijo Afrodita mirando con ojos brillantes al chico y al hijo de Hades ¿Podría ser...?

Will asintió, había suficiente espacio en cualquiera de los sillones, sin embargo caminó hacia el sillón donde se encontraba Nico

-¿Está ocupado?

-Solace, no estás viendo que...

Will se sentó a lado de Nico, el sillón era individual, pero con un poco de esfuerzo cabía otra persona, haciendo que el espacio personal fuera prácticamente nulo, el tenerlo tan cerca hizo a Nico recordar algunas cosas desagradables

*El ataque al campamento, su estancia en... ¡Por los dioses!, la Atenea Partenos ¡Oh, la estatua! Tendría que hablar con los chicos... También recordó la catapulta, Octavian... Will viendo todo*

¿Por qué el chico que lo había visto hacer aquellas cosas, quería estar prácticamente pegado a él?

No lo comprendía, Nico solo quería alejarse, pero también quería seguir ahí ¿Era lógico?

Nico se removió, pero Will o no se sentía incómodo, o no le importaba

Apolo y Hades miraban con curiosidad a sus hijos, mientras Afrodita soltaba una risita, si es posible, el hijo de Hades estaba más sonrojado

Los semidioses también miraban divertidos al hijo de Hades que no dejaba de removerse

-Yo leo- dijo Hermes -el capítulo se llama descubrimos la verdad, más o menos

Imagínate el concierto más multitudinario que hayas visto jamás, un campo de fútbol lleno con un millón de fans.

-¡Eso suena genial!- gritó Apolo

Ahora imagina un campo un millón de veces más grande, lleno de gente, e imagina que se ha ido la electricidad y no hay ruido, ni luz, ni globos gigantes rebotando sobre el gentío. Algo trágico ha ocurrido tras el escenario. Multitudes susurrantes que sólo pululan en las sombras, esperando un concierto que nunca empezará.

-Retiro lo que dije- murmuró Apolo

Si puedes imaginarte eso, te harás una buena idea del aspecto que tenían los Campos de Asfódelos. La hierba negra llevaba millones de años siendo pisoteada por pies muertos. Soplaba un viento cálido y pegajoso como el hálito de un pantano. Aquí y allá crecían árboles negros, y Grover me dijo que eran álamos.

El techo de la caverna era tan alto que bien habría podido ser un gran nubarrón, pero las estalactitas emitían leves destellos grises y tenían puntas afiladísimas. Intenté no pensar que se nos caerían encima en cualquier momento, aunque había varias de ellas desperdigadas por el suelo, incrustadas en la hierba negra tras derrumbarse. Supongo que los muertos no tenían que preocuparse por nimiedades como que te despanzurrara una estalactita tamaño misil.

Hazel suspiró

Annabeth, Grover y yo intentamos confundirnos entre la gente, pendientes por si volvían los demonios de seguridad. No pude evitar buscar rostros familiares entre los que deambulaban por allí, pero los muertos son difíciles de mirar. Sus rostros brillan. Todos parecen enfadados o confusos. Se te acercan y te hablan, pero sus voces suenan a un traqueteo, como a chillidos de murciélagos. En cuanto advierten que no puedes entenderlos, fruncen el entrecejo y se apartan.

Los muertos no dan miedo. Sólo son tristes.

-La muerte es triste, muchacho- dijo Hades

Seguimos abriéndonos camino, metidos en la fila de recién llegados que serpenteaba desde las puertas principales hasta un pabellón cubierto de negro con un estandarte que rezaba: « JUICIOS PARA EL ELÍSEO Y LA CONDENACIÓN ETERNA. ¡BIENVENIDOS, MUERTOS RECIENTES!».

Por la parte trasera había dos filas más pequeñas.

A la izquierda, espíritus flanqueados por demonios de seguridad marchaban por un camino pedregoso hacia los Campos de Castigo, que brillaban y humeaban en la distancia, un vasto y agrietado erial con ríos de lava, campos de minas y kilómetros de alambradas de espino que separaban las distintas zonas de tortura. Incluso desde tan lejos, veía a la gente perseguida por los perros del infierno, quemada en la hoguera, obligada a correr desnuda a través de campos de cactos o a escuchar ópera. Vislumbré más que vi una pequeña colina, con la figura diminuta de Sísifo dejándose la piel para subir su roca hasta la cumbre. Y vi torturas peores; cosas que no quiero describir.

-Hay personas que en realidad lo mereces- dijo Hades

La fila que llegaba del lado derecho del pabellón de los juicios era mucho mejor. Esta conducía pendiente abajo hacia un pequeño valle rodeado de murallas: una zona residencial que parecía el único lugar feliz del inframundo. Más allá de la puerta de seguridad había vecindarios de casas preciosas de todas las épocas, desde villas romanas a castillos medievales o mansiones victorianas. Flores de plata y oro lucían en los jardines. La hierba ondeaba con los colores del arco iris. Oí risas y olor a barbacoa.

El Elíseo.

En medio de aquel valle había un lago azul de aguas brillantes, con tres pequeñas islas como una instalación turística en las Bahamas. Las islas Bienaventuradas, para la gente que había elegido renacer tres veces y tres veces había alcanzado el Elíseo. De inmediato supe que aquél era el lugar al que quería ir cuando muriera.

-Y vas a ir- dijo Annabeth

-Todos nosotros iremos- contestó Percy

-Pueden ir, pero hasta que tengan cien años- sentenció Poseidón

De eso se trata —me dijo Annabeth como si me leyera el pensamiento—. Ése es el lugar para los héroes.

Pero entonces pensé que había muy poca gente en el Elíseo, que parecía muy pequeño en comparación con los Campos de Asfódelos o incluso los Campos de Castigo. Qué poca gente hacía el bien en sus vidas.

-Es la triste realidad- suspiró Hazel

Era deprimente.

Abandonamos el pabellón del juicio y nos adentramos en los Campos de Asfódelos. La oscuridad aumentó. Los colores se desvanecieron de nuestras ropas. La multitud de espíritus parlanchines empezó a menguar.

Tras unos kilómetros caminando, empezamos a oír un chirrido familiar en la distancia. En el horizonte se cernía un reluciente palacio de obsidiana negra. Por encima de las murallas merodeaban tres criaturas parecidas a murciélagos: las Furias. Me dio la impresión de que nos esperaban.

-Es probable- asintió Nico tratando de empujar al hijo de Apolo que se la estaba pasando de maravilla

Supongo que es un poco tarde para dar media vuelta —comentó Grover, esperanzado.

No va a pasarnos nada. —Intentaba aparentar seguridad.

A lo mejor tendríamos que buscar en otros sitios primero —sugirió Grover

. Como el Elíseo, por ejemplo...

Venga, pedazo de cabra. —Annabeth lo agarró del brazo.

Grover emitió un gritito. Las alas de sus zapatillas se desplegaron y lo lanzaron lejos de Annabeth. Aterrizó dándose una buena costalada.

-Dolió- dijo Grover con una mueca

Grover —lo regañó Annabeth—. Basta de hacer el tonto.

Pero si yo no...

Otro gritito. Sus zapatos revoloteaban como locos. Levitaron unos centímetros por encima del suelo y empezaron a arrastrarlo.

Maya! —gritó, pero la palabra mágica parecía no surtir efecto—. Maya!

¡Por favor! ¡Llamad a emergencias! ¡Socorro!

-No creo que emergencias pudiera entrar ahí- reflexionó Percy

Evité que su brazo me noqueara e intenté agarrarle la mano, pero llegué tarde. Empezaba a cobrar velocidad y descendía por la colina como un trineo.

Corrimos tras él.

— ¡Desátate los zapatos! —vociferó Annabeth.

Grover bufó -Claro, era fácil decirlo

Era una buena idea, pero supongo que no muy factible cuando tus zapatos tiran de ti a toda velocidad. Grover se revolvió, pero no alcanzaba los cordones.

Lo seguimos, tratando de no perderlo de vista mientras zigzagueaba entre las piernas de los espíritus, que lo miraban molestos. Estaba seguro de que Grover iba a meterse como un torpedo por la puerta del palacio de Hades, pero sus zapatos viraron bruscamente a la derecha y lo arrastraron en la dirección opuesta.

La ladera se volvió más empinada. Grover aceleró. Annabeth y yo tuvimos que apretar el paso para no perderlo.

-La peor carrera de mi vida- se quejó Percy

Grover rió -Por supuesto que no

Las paredes de la caverna se estrecharon a cada lado, y yo reparé en que habíamos entrado en una especie de túnel. Ya no había hierba ni árboles negros, sólo roca desnuda y la tenue luz de las estalactitas encima.

— ¡Grover! —grité, y el eco resonó—. ¡Agárrate a algo!

— ¿Qué? —gritó él a su vez.

Se agarraba a la gravilla, pero no había nada lo bastante firme para frenarlo.

El túnel se volvió aún más oscuro y frío. Se me erizó el vello de los brazos y percibí una horrible fetidez. Me hizo pensar en cosas que ni siquiera había experimentado nunca: sangre derramada en un antiguo altar de piedra, el aliento repulsivo de un asesino.

Nico se estremeció, ya sabía a dónde iba Grover, Will puso una mano en su rodilla y le dio un ligero apretón, que aunque no lo reconociera, agradeció.

Entonces vi lo que teníamos delante y me quedé clavado en el sitio.

El túnel se ensanchaba hasta una amplia y oscura caverna, en cuyo centro se abría un abismo del tamaño de un cráter.

Grover patinaba directamente hacia el borde.

— ¡Venga, Percy! —chilló Annabeth, tirándome de la muñeca.

Pero eso es...

— ¡Ya lo sé! —grite—. ¡Es el lugar que describiste en tu sueño! Pero Grover va a caer dentro si no lo alcanzamos.

Annabeth y Percy se estremecieron, aunque ellos no entendían por qué, instintivamente se acercaron más

Tenía razón, por supuesto. La situación de Grover me puso otra vez en movimiento.

Gritaba y manoteaba el suelo, pero las zapatillas aladas seguían arrastrándolo hacia el foso, y no parecía que pudiéramos llegar a tiempo.

Lo que lo salvó fueron sus pezuñas.

Las zapatillas voladoras siempre le habían quedado un poco sueltas, y al final Grover le dio una patada a una roca grande y la izquierda salió disparada hacia la oscuridad del abismo. La derecha seguía tirando de él, pero Grover pudo frenarse aferrándose a la roca y utilizándola como anclaje.

Se oyó un suspiro general de alivio

Estaba a tres metros del borde del foso cuando lo alcanzamos y tiramos de él hacia arriba. La otra zapatilla salió sola, nos rodeó enfadada y, a modo de protesta, nos propinó un puntapié en la cabeza antes de volar hacia el abismo para unirse con su gemela.

Nos derrumbamos todos, exhaustos, sobre la gravilla de obsidiana. Sentía las extremidades como de plomo. Incluso la mochila me pesaba más, como si alguien la hubiese llenado de rocas.

Grover tenía unos buenos moratones y le sangraban las manos. Las pupilas se le habían vuelto oblongas, estilo cabra, como cada vez que estaba aterrorizado.

No sé cómo... —jadeó—. Yo no... —Espera —dije—. Escucha.

Oí algo: un susurro profundo en la oscuridad.

Percy, este lugar... —dijo Annabeth al cabo de unos segundos.

Chist. —Me puse en pie.

El sonido se volvía más audible, una voz malévola y susurrante que surgía desde abajo, mucho más abajo de donde estábamos nosotros. Provenía del foso.

Grover se incorporó.

— ¿Q-qué es ese ruido?

Annabeth también lo oía.

El Tártaro. Ésta es la entrada al Tártaro.

La temperatura de la habitación de repente era más baja

Destapé Anaklusmos. La espada de bronce se extendió, emitió una débil luz en la oscuridad y la voz malvada remitió por un momento, antes de retomar su letanía. Ya casi distinguía palabras, palabras muy, muy antiguas, más antiguas que el propio griego. Como si... —Magia —dije.

Tenemos que salir de aquí —repuso Annabeth.

-Por fin- dijo Atenea -están en peligro, tienen que moverse

Juntos pusimos a Grover sobre sus pezuñas y volvimos sobre nuestros pasos, hacia la salida del túnel. Las piernas no me respondían lo bastante rápido. La mochila me pesaba.

-¿Qué drama hay con la mochila?- preguntó Apolo

-Sigamos leyendo mejor- contestó Percy

Algunos le dieron miradas curiosas a Ares

A nuestras espaldas, la voz sonó más fuerte y enfadada, y echamos a correr.

Y no nos sobró tiempo.

Un viento frío tiraba de nuestras espaldas, como si el foso estuviera absorbiéndolo todo. Por un momento terrorífico perdí el equilibrio y los pies me resbalaron por la gravilla.

Poseidón ahogó un grito

Si hubiésemos estado más cerca del borde, nos habría tragado.

Nico seguía nervioso, la mano de Will aún estaba en su rodilla, algunos de los semidioses ya se habían percatado de eso, y si no fuera por el nerviosismo que irradiaba el hijo de Hades, lo habrían molestado

Seguimos avanzando con gran esfuerzo, y por fin llegamos al final del túnel, donde la caverna volvía a ensancharse en los Campos de Asfódelos. El viento cesó. Un aullido iracundo retumbó desde el fondo del túnel. Alguien no estaba muy contento de que hubiésemos escapado.

— ¿Qué era eso? —Musitó Grover, cuando nos derrumbamos en la relativa seguridad de una alameda—. ¿Una de las mascotas de Hades?

Annabeth y yo nos miramos. Estaba claro que tenía alguna idea, probablemente la misma que se le había ocurrido en el taxi que nos había traído a Los Ángeles, pero le daba demasiado miedo para compartirla. Eso bastó para asustarme aún más.

-Si Annabeth se asusta, es momento para pánico- dijo Thalia

Cerré la espada y me guardé el bolígrafo.

Sigamos. —Miré a Grover—. ¿Puedes caminar?

Tragó saliva.

Sí, sí, claro —suspiró—. Bah, nunca me gustaron esas zapatillas.

Hermes se movió incómodo, esas zapatillas se las había dado su hijo, pero lo del foso solo había sido un accidente ¿Cierto?

Intentaba mostrarse valiente, pero temblaba tanto como nosotros. Fuera lo que fuese lo que había en aquel foso, no era la mascota de nadie. Era inenarrablemente arcaico y poderoso. Ni siquiera Equidna me había dado aquella sensación. Casi me alivió darle la espalda al túnel y encaminarme hacia el palacio de Hades.

Casi.

Envueltas en sombras, las Furias sobrevolaban en círculo las almenas. Las murallas externas de la fortaleza relucían negras, y las puertas de bronce de dos pisos de altura estaban abiertas de par en par. Cuando estuve más cerca, aprecié que los grabados de dichas puertas reproducían escenas de muerte. Algunas eran de tiempos modernos —una bomba atómica explotando encima de una ciudad, una trinchera llena de soldados con máscaras antigás, una fila de víctimas de hambrunas africanas, esperando con cuencos vacíos en la mano—, pero todas parecían labradas en bronce hacía miles de años. Me pregunté si eran profecías hechas realidad.

-Lo son- aseguró Hades

En el patio había el jardín más extraño que he visto en mi vida. Setas multicolores, arbustos venenosos y raras plantas luminosas que crecían sin luz. En lugar de flores había piedras preciosas, pilas de rubíes grandes como mi puño, macizos de diamantes en bruto. Aquí y allí, como invitados a una fiesta, estaban las estatuas de jardín de Medusa: niños, sátiros y centauros petrificados, todos esbozando sonrisas grotescas.

Hades se encogió de hombros ante las miradas -A Perséfone le gustan

En el centro del jardín había un huerto de granados, cuyas flores naranja neón brillaban en la oscuridad.

Éste es el jardín de Perséfone —explicó Annabeth—. Seguid andando.

Entendí por qué quería avanzar. El aroma ácido de aquellas granadas era casi embriagador. Sentí un deseo repentino de comérmelas,

-¡NO!- gritó Poseidón

pero recordé la historia de Perséfone: un bocado de la comida del inframundo y jamás podríamos marcharnos. Tiré de Grover para evitar que agarrara la más grande.

Grover se sonrojó -Se veían muy apetecibles

Subimos por la escalinata de palacio, entre columnas negras y a través de un pórtico de mármol negro, hasta la casa de Hades. El zaguán tenía el suelo de bronce pulido, que parecía hervir a la luz reflejada de las antorchas. No había techo, sólo el de la caverna, muy por encima. Supongo que allí abajo no les preocupaba la lluvia.

Cada puerta estaba guardada por un esqueleto con indumentaria militar. Algunos llevaban armaduras griegas; otros, casacas rojas británicas; otros, camuflaje de marines. Cargaban lanzas, mosquetones o M-16. Ninguno nos molestó, pero sus cuencas vacías nos siguieron mientras recorrimos el zaguán hasta las enormes puertas que había en el otro extremo.

Dos esqueletos con uniforme de marine custodiaban las puertas. Nos sonrieron. Tenían lanzagranadas automáticos cruzados sobre el pecho.

¿Sabéis? —murmuró Grover—, apuesto lo que sea a que Hades no tiene problemas con los vendedores puerta a puerta.

-Por eso están ahí- dijo Hades

La mochila me pesaba una tonelada. No se me ocurría por qué. Quería abrirla, comprobar si había recogido por casualidad alguna bala de cañón por ahí, pero no era el momento.

Atenea murmuró una maldición en griego, sabía lo que iba en la mochila, miró de reojo a Ares, lo que no entendía era cómo y por qué

Bueno, chicos —dije—. Creo que tendríamos que... llamar.

Un viento cálido recorrió el pasillo y las puertas se abrieron de par en par. Los guardias se hicieron a un lado.

Supongo que eso significa entrez-vous —comentó Annabeth.

La sala era igual que en mi sueño, salvo que en esta ocasión el trono de Hades estaba ocupado. Era el tercer dios que conocía, pero el primero que me pareció realmente divino.

-Ya lo sé, chico- dijo Hades con arrogancia

Para empezar, medía por lo menos tres metros de altura, e iba vestido con una túnica de seda negra y una corona de oro trenzado. Tenía la piel de un blanco albino, el pelo por los hombros y negro azabache. No estaba musculoso como Ares, pero irradiaba poder. Estaba repantigado en su trono de huesos humanos soldados, con aspecto vivaz y alerta. Tan peligroso como una pantera.

Inmediatamente tuve la certeza de que él debía dar las órdenes: sabía más que yo y por tanto debía ser mi amo.

-Me agrada que nos entendamos- se burló Hades

Y a continuación me dije que cortase el rollo. El aura hechizante de Hades me estaba afectando, como lo había hecho la de Ares. El Señor de los Muertos se parecía a las imágenes que había visto de Adolph Hitler, Napoleón o los líderes terroristas que teledirigen a los hombres bomba. Hades tenía los mismos ojos intensos, la misma clase de carisma malvado e hipnotizador.

Eres valiente para venir aquí, hijo de Poseidón —articuló con voz empalagosa—. Después de lo que me has hecho, muy valiente, a decir verdad. O puede que seas sólo muy insensato.

-Yo creo que insensato- dijo Poseidón

El entumecimiento se apoderó de mis articulaciones, tentándome a tumbarme en el suelo y echarme una siestecita a los pies de Hades.

Acurrucarme allí y dormir para siempre.

Luché contra la sensación y avancé. Sabía qué tenía que decir.

Señor y tío, vengo a haceros dos peticiones.

-Y exigente- rió Hazel

Hades levantó una ceja. Cuando se inclinó hacia delante, en los pliegues de su túnica aparecieron rostros en sombra, rostros atormentados, como si la prenda estuviera hecha de almas atrapadas en los Campos de Castigo que intentaran escapar. La parte de mí afectada por el THDA se preguntó, distraída, si el resto de su ropa estaría hecho del mismo modo. ¿Qué cosas horribles había que hacer en la vida para acabar convertido en ropa interior de Hades?

Toda la sala estalló en carcajadas

¿Sólo dos peticiones? —Preguntó Hades—. Niño arrogante. Como si no te hubieras llevado ya suficiente.

-¿Qué se supone que se llevó?- preguntó Hermes confundido, al igual que la mayoría de los dioses

Hades suspiró

Habla, entonces. Me divierte no matarte aún.

Tragué saliva. Aquello iba tan mal como me había temido.

Miré el trono vacío, más pequeño que el que había junto al de Hades. Tenía forma de flor negra ribeteada en oro. Deseé que la reina Perséfone estuviese allí. Recordaba que en los mitos sabía cómo calmar a su marido. Pero era verano.

Claro, Perséfone estaría arriba, en el mundo de la luz con su madre, la diosa de la agricultura, Deméter. Sus visitas, no la traslación del planeta, provocan las estaciones.

Annabeth se aclaró la garganta y me hincó un dedo en la espalda.

Señor Hades —dije—. Veréis, señor, no puede haber una guerra entre los dioses. Sería... chungo.

Muy chungo —añadió Grover para echarme una mano.

-Buena ayuda- dijo Piper

Devolvedme el rayo maestro de Zeus —dije—. Por favor, señor. Dejadme llevarlo al Olimpo.

Los ojos de Hades adquirieron un brillo peligroso.

— ¿Osas venirme con esas pretensiones, después de lo que has hecho?

Miré a mis amigos, tan confusos como yo.

Esto... tío —dije—. No paráis de decir « después de lo que has hecho». ¿Qué he hecho exactamente?

-¡Eso es lo queremos saber todos!- gritó Apolo

El salón del trono se sacudió con un temblor tan fuerte que probablemente lo notaron en Los Ángeles. Cayeron escombros del techo de la caverna. Las puertas se abrieron de golpe en todos los muros, y los guerreros esqueléticos entraron, docenas de ellos, de todas las épocas y naciones de la civilización occidental.

Formaron en el perímetro de la sala, bloqueando las salidas.

— ¿Crees que quiero la guerra, diosecillo? —espetó Hades.

Quería contestarle « bueno, estos tipos tampoco parecen activistas por la paz», pero la consideré una respuesta peligrosa.

-Que bueno que no lo hiciste- dijo Poseidón

Sois el Señor de los Muertos —dije con cautela—. Una guerra expandiría vuestro reino, ¿no?

— ¡La típica frasecita de mis hermanos! ¿Crees que necesito más súbditos? Pero ¿es que no has visto la extensión de los Campos de Asfódelos?

Bueno...

— ¿Tienes idea de cuánto ha crecido mi reino sólo en este último siglo?

¿Cuántas subdivisiones he tenido que abrir?

Abrí la boca para responder, pero Hades ya se había lanzado.

Más demonios de seguridad —se lamentó—. Problemas de tráfico en el pabellón del juicio. Jornada doble para todo el personal... Antes era un dios rico, Percy Jackson. Controlo todos los metales preciosos bajo tierra. Pero ¡y los gastos!

Caronte quiere que le subáis el sueldo —aproveché para decirle, porque me acordé en ese instante. Pero al punto deseé haber tenido la boca cosida.

-Como siempre, hablando en el mejor momento, Jackson- dijo Nico con sarcasmo, estaba un poco más tranquilo y trató de apartar la mano de Will, él solo le dio una sonrisita de suficiencia

— ¡No me hagas hablar de Caronte! —Bramó Hades—. ¡Está imposible desde que descubrió los trajes italianos! Problemas en todas partes, y tengo que ocuparme de todos personalmente. ¡Sólo el tiempo que tardó en llegar desde palacio hasta las puertas me vuelve loco! Y los muertos no paran de llegar. No, diosecillo. ¡No necesito ayuda para conseguir súbditos! Yo no he pedido esta guerra.

Pero os habéis llevado el rayo maestro de Zeus.

— ¡Mentiras! —Más temblores. Hades se levantó del trono y alcanzó una enorme estatura—. Tu padre puede que engañe a Zeus, chico, pero yo no soy tan tonto. Veo su plan.

-¿Mi plan?- preguntó Poseidón

— ¿Su plan?

Tú robaste el rayo durante el solsticio de invierno —dijo—. Tu padre pensó que podría mantenerte en secreto. Te condujo hasta la sala del trono en el Olimpo y te llevaste el rayo maestro y mi casco. De no haber enviado a mi furia a descubrirte a la academia Yancy, Poseidón habría logrado ocultar su plan para empezar una guerra. Pero ahora te has visto obligado a salir a la luz. ¡Tú confesarás ser el ladrón del rayo, y yo recuperaré mi yelmo!

-Ahora entiendo- dijo Hermes

Pero... —terció Annabeth, desconcertada—. Señor Hades, ¿vuestro yelmo de oscuridad también ha desaparecido?

No te hagas la inocente, niña. Tú y el sátiro habéis estado ayudando a este héroe, habéis venido aquí para amenazarme en nombre de Poseidón, sin duda habéis venido a traerme un ultimátum. ¿Cree Poseidón que puede chantajearme para que lo apoye?

-Porque es muy lógico que enviara a una hija de Atenea a amenazarte- bufó Poseidón -además ¡Tenían doce años!

— ¡No! —repliqué—. ¡Poseidón no ha... no ha...!

No he dicho nada de la desaparición del yelmo —gruñó Hades—, porque no albergaba ilusiones de que nadie en el Olimpo me ofreciera la menor justicia ni la menor ayuda.

-Como siempre- murmuró Hades

No puedo permitirme que se sepa que mi arma más poderosa y temida ha desaparecido. Así que te busqué, y cuando quedó claro que venías a mí para amenazarme, no te detuve.

— ¿No nos detuvisteis? Pero...

Devuélveme mi casco ahora, o abriré la tierra y devolveré los muertos al mundo —amenazó Hades—. Convertiré vuestras tierras en una pesadilla. Y tú, Percy Jackson, tu esqueleto conducirá mi ejército fuera del Hades.

Los soldados esqueléticos dieron un paso al frente y prepararon sus armas.

En ese momento supongo que debería haber estado aterrorizado. Lo raro fue que me ofendió. Nada me enoja más que me acusen de algo que no he hecho. Tengo mucha experiencia en eso.

Algunos semidioses asintieron de acuerdo con Percy

Sois tan chungo como Zeus —le dije—. ¿Creéis que os he robado? ¿Por eso enviasteis a las Furias por mí?

Por supuesto.

— ¿Y los demás monstruos?

Hades torció el gesto.

De eso no sé nada. No quería que tuvieras una muerte rápida: quería que te trajeran vivo ante mí para que sufrieras todas las torturas de los Campos de Castigo. ¿Por qué crees que te he permitido entrar en mi reino con tanta facilidad?

-¿Tanta facilidad?- preguntó Poseidón a punto de estrangular a su hermano

— ¿Tanta facilidad?

— ¡Devuélveme mi yelmo!

Pero yo no lo tengo. He venido por el rayo maestro.

— ¡Pero si ya lo tienes! —Gritó Hades—. ¡Has venido aquí con él, pequeño insensato, pensando que podrías amenazarme!

-¿Qué?- preguntó Poseidón

— ¡No lo tengo!

Abre la bolsa que llevas.

Me sacudió un presentimiento horrible. Mi mochila pesaba como una bala de cañón... No podía ser.

Los dioses miraron incrédulos a Ares, quien se había puesto pálido

Me descolgué la mochila y abrí la cremallera. Dentro había un cilindro de metal de medio metro, con pinchos a ambos lados, que zumbaba por la energía que contenía.

Percy —dijo Annabeth—, ¿cómo...?

N-no lo sé. No lo entiendo.

-¡Ares!- gritó Zeus

-¿Qué pasa contigo?- masculló Poseidón

-¿Por qué lo hiciste?- bufó Atenea

-¿Cómo voy a saberlo?- gritó Ares

-Espero que haya una buena explicación- rugió Zeus

Todos los héroes sois iguales —apostilló Hades—. Vuestro orgullo os vuelve necios... Mira que creer que podías traer semejante arma ante mí. No he pedido el rayo maestro de Zeus, pero, dado que está aquí, me lo entregarás. Estoy seguro de que se convertirá en una excelente herramienta de negociación. Y ahora... mi yelmo. ¿Dónde está?

Me había quedado sin habla. No tenía ningún yelmo. No tenía idea de cómo había acabado el rayo maestro en mi mochila. De alguna forma, Hades me la estaba jugando. Él era el malo.

-Tienes las pruebas y sigues de necio con que fui yo- bufó Poseidón

Pero de repente el mundo se había puesto patas arriba. Reparé en que estaban jugando conmigo. Zeus, Poseidón y Hades se enfrentaban entre sí, pero azuzados por alguien más. El rayo maestro estaba en la mochila, y la mochila me la había dado...

Señor Hades, esperad —dije—. Todo esto es un error.

— ¿Un error? —rugió.

Los esqueletos apuntaron sus armas. Desde lo alto se oyó un aleteo, y las tres Furias descendieron para posarse sobre el respaldo del trono de su amo. La que tenía cara de la señora Dodds me sonrió, ansiosa, e hizo restallar su látigo.

No se trata de ningún error —prosiguió Hades—. Sé por qué has venido; conozco el verdadero motivo por el que has traído el rayo. Has venido a cambiarlo por ella.

De la mano de Hades surgió una bola de fuego. Explotó en los escalones frente a mí, y allí estaba mi madre, congelada en un resplandor dorado, como en el momento en que el Minotauro empezó a asfixiarla.

No podía hablar. Me acerqué para tocarla, pero la luz estaba tan caliente como una hoguera.

Sí —dijo Hades con satisfacción—. Yo me la llevé. Sabía, Percy Jackson, que al final vendrías a negociar conmigo. Devuélveme mi casco y puede que la deje marchar. Ya sabes que no está muerta. Aún no. Pero si no me complaces, eso puede cambiar.

-Espero que eso no cambie- gruñó Poseidón

Pensé en las perlas en mi bolsillo. A lo mejor podrían sacarme de ésta. Si pudiera liberar a mi madre...

Ah, las perlas —prosiguió Hades, y se me heló la sangre—. Sí, mi hermano y sus truquitos. Tráemelas, Percy Jackson.

Mi mano se movió en contra de mi voluntad y sacó las perlas.

Sólo tres —comentó Hades—. Qué pena. ¿Te das cuenta de que cada perla sólo protege a una persona? Intenta llevarte a tu madre, pues, diosecillo. ¿A cuál de tus amigos dejarás atrás para pasar la eternidad conmigo? Venga, elige. O dame la mochila y acepta mis condiciones.

-No los va a dejar- dijo Jason

Miré a Annabeth y Grover. Sus rostros estaban sombríos.

Nos han engañado —les dije—. Nos han tendido una trampa.

Sí, pero ¿por qué? —Preguntó Annabeth—. Y la voz del foso... —Aún no lo sé —contesté—. Pero tengo intención de preguntarlo.

— ¡Decídete, chico! —me apremió Hades.

Percy —Grover me puso una mano en el hombro—, no puedes darle el rayo.

Eso ya lo sé.

Déjame aquí —dijo—. Usa la tercera perla para tu madre.

— ¡No!

Soy un sátiro —repuso Grover—. No tenemos almas como los humanos. Puede torturarme hasta que muera, pero no me tendrá para siempre. Me reencarnaré en una flor o en algo parecido. Es la mejor solución.

-Que tierno sátiro- suspiró Afrodita

No. —Annabeth sacó su cuchillo de bronce—. Id vosotros dos. Grover, tú debes proteger a Percy. Además, tienes que sacarte la licencia para buscar a Pan. Sacad a su madre de aquí. Yo os cubriré. Tengo intención de caer luchando.

-¡Ni se te ocurra!- gritó Atenea

Ni hablar —respondió Grover—. Yo me quedo.

Piénsatelo, pedazo de cabra —replicó Annabeth.

— ¡Basta ya! —Me sentía como si me partieran en dos el corazón. Ambos me habían dado mucho. Recordé a Grover bombardeando a Medusa en el jardín de estatuas, y a Annabeth salvándonos de Cerbero; habíamos sobrevivido a la atracción de Waterland preparada por Hefesto, al arco de San Luis, al Casino Loto. Había pasado cientos de kilómetros preocupado por un amigo que me traicionaría, pero aquellos amigos jamás podrían hacerlo.

-Nunca lo haríamos- dijeron ambos chicos

No habían hecho otra cosa que salvarme, una y otra vez, y ahora querían sacrificar sus vidas por mi madre.

Sé qué hacer —dije—. Tomad estas dos. —Les di una perla a cada uno.

Pero Percy... —protestó Annabeth.

Me volví y miré a mi madre. Quería sacrificarme y usar con ella la última perla, pero ella jamás lo permitiría. Me diría que mi deber era devolver el rayo al Olimpo, contarle a Zeus la verdad y detener la guerra. Nunca me perdonaría si yo optaba por salvarla a ella. Pensé en la profecía que me habían hecho en la colina Mestiza, parecía haber transcurrido un millón de años: « Al final, no conseguirás salvar lo más importante».

Lo siento —susurré—. Volveré. Encontraré un modo.

La mirada de suficiencia desapareció del rostro de Hades.

— ¿Diosecillo...?

Encontraré vuestro yelmo, tío —le dije—. Os lo devolveré. No os olvidéis de aumentarle el sueldo a Caronte. —No me desafíes...

Y tampoco pasaría nada si jugaras un poco con Cerbero de vez en cuando.

Le gustan las pelotas de goma roja. —Percy Jackson, no vas a... — ¡Ahora, chicos! —grité.

— ¡Destruidlos! —exclamó Hades.

El ejército de esqueletos abrió fuego, los fragmentos de perlas explotaron a mis pies con un estallido de luz verde y una ráfaga de aire fresco.

-Tu hijo es muy valiente- dijo Deméter impresionada

Quedé encerrado en una esfera lechosa que empezó a flotar por encima del suelo.

Annabeth y Grover estaban justo detrás de mí. Las lanzas y las balas emitían inofensivas chispas al rebotar contra las burbujas nacaradas mientras seguíamos elevándonos. Hades aullaba con una furia que sacudió la fortaleza entera, y supe que no sería una noche tranquila en Los Ángeles.

— ¡Mira arriba! —Gritó Grover—. ¡Vamos a chocar!

Nos acercábamos a toda velocidad hacia las estalactitas, que supuse pincharían nuestras pompas y nos ensartarían como brochetas.

— ¿Cómo se controlan estas cosas? —preguntó Annabeth a voz en cuello.

— ¡No creo que puedan controlarse! —me desgañité.

Gritamos a medida que las burbujas se estampaban contra el techo y... de pronto todo fue oscuridad.

¿Estábamos muertos?

No, aún tenía sensación de velocidad. Subíamos a través de la roca sólida con tanta facilidad como una burbuja en el agua. Caí en la cuenta de que ése era el poder de las perlas: « Lo que es del mar, siempre regresará al mar».

Por un instante no vi nada fuera de las suaves paredes de mi esfera, hasta que mi perla brotó en el fondo del mar. Las otras dos esferas lechosas, Annabeth y Grover, seguían mi ritmo mientras ascendíamos hacia la superficie. Y de pronto... estallaron al irrumpir en la superficie, en medio de la bahía de Santa Mónica, derribando a un surfero de su tabla, que exclamó indignado:

— ¡Eh, tío!

Agarré a Grover y tiré de él hasta una boya de salvamento. Fui por Annabeth e hice lo propio. Un tiburón de más de tres metros daba vueltas alrededor, muerto de curiosidad.

— ¡Largo! —le ordené.

El escualo se volvió y se marchó a todo trapo.

-Eso fue grosero, solo tenía curiosidad- dijo Poseidón

El surfero gritó no sé qué de unos hongos chungos y se largó, pataleando tan rápido como pudo.

De algún modo, sabía qué hora era: primera de la mañana del 21 de junio, el día del solsticio de verano.

En la distancia, Los Ángeles estaba en llamas, columnas de humo se alzaban desde todos los barrios de la ciudad. Había habido un terremoto, y había sido culpa de Hades.

-Perfecto, más súbitos y todo gracias a mí- bufó Hades

Probablemente acababa de enviar a un ejército de muertos detrás de mí. Pero de momento el inframundo era el menor de mis problemas.

Tenía que llegar a la orilla. Tenía que devolverle el rayo maestro a Zeus en el Olimpo. Y sobre todo, tenía que mantener una conversación importante con el dios que me había engañado.

-El capítulo terminó- dijo Hermes

-Ares, no puedo creer lo que vas a hacer- dijo Afrodita

-Yo tampoco lo entiendo- se defendió el dios

-Quiero saber sus razones, sigan leyendo- habló Zeus

Nico quería pararse y hablar con los chicos, sin embargo estaban a punto de terminar el libro y Poseidón los llevaría al mar, tal vez no fuera el mejor momento, solo lograría asustarlos, esperaría hasta después del viaje

-Solace... ¿Piensas quedarte aquí? Hay mucho espacio en los otros sillones

-No lo hay- dijo Will

-Hay demasiado...

Apolo, oyendo la conversación hizo que aparecieran un montón de cachivaches que ocuparon el espacio en los sillones, incluso los semidioses tuvieron que recorrerse un poco

Nico miró mal al dios, que fingió no darse cuenta, el chico suspiró "frustrado"

-Muy bien ¿Quién lee ahora?...