-De acuerdo- habló Hestia -un capítulo más y cenamos ¿Quién lee?

-Yo- dijo Travis alzando la mano -Clarisse lo hace saltar todo por los aires

-Ese título me agrada- gruñó Ares

Estáis metidos en un lío tremendo —nos dijo Clarisse.

Acabábamos de terminar un pequeño tour por el barco, que habíamos hecho sin ningunas ganas a través de una serie de camarotes sombríos, atestados de marineros muertos. Habíamos visto el depósito de carbón, las calderas y máquinas, que resoplaban y crujían como si estuvieran a punto de explotar. Habíamos visto la cabina del piloto, la santabárbara y las torretas de artillería (los sitios preferidos de Clarisse):

-Por supuesto que eran sus sitios preferidos- rió Chris

Ares gruñó

dos cañones Dahlgren a babor y estribor, y dos cañones Brooke a proa y popa, todos preparados para disparar bolas de bronce celestial.

Allá donde íbamos, los marineros confederados nos miraban fijamente, con aquellas caras fantasmales y barbudas que relucían bajo sus cráneos. Annabeth les cayó bien en cuanto les dijo que era de Virginia.

Annabeth sonrió

Al principio también se interesaron por mí, por el hecho de llamarme Jackson, como el famoso general sudista, pero lo estropeé al decirles que era de Nueva York. Todos se pusieron a silbar y maldecir a los yanquis.

Tyson les tenía verdadero pánico. Durante todo el paseo insistió a Annabeth para que le diese la mano, cosa que a ella no le entusiasmaba demasiado.

Annabeth miró a Tyson con una sonrisa

Por fin, nos llevaron a cenar. El camarote del capitán del CSS Birmingham venía a tener el tamaño de una despensa, pero aun así era mucho mayor que los demás camarotes del barco. La mesa estaba preparada con manteles de lino y vajilla de porcelana; había mantequilla de cacahuete, sándwiches de gelatina, patatas fritas y SevenUp, todo ello servido por esqueléticos miembros de la tripulación. A mí no me apetecía nada ponerme a comer rodeado de fantasmas, pero el hambre acabó venciendo mis escrúpulos.

-Te acostumbras- dijo Nico

Todos lo miraron con preocupación, pero también como si estuviera loco

Tántalo os ha expulsado para toda la eternidad —nos dijo Clarisse con un tonillo presuntuoso—. El señor D añadió que si se os ocurre asomaros otra vez por el campamento, os convertirá en ardillas y luego os atropellará con su deportivo.

-No me parece que vaya a hacer eso ¿Cierto Dionisio?- dijo Poseidón acariciando su tridente

-Por supuesto que no- murmuró el dios del vino

— ¿Han sido ellos los que te han dado este barco? —pregunté.

Por supuesto que no. Me lo dio mi padre.

— ¿Ares?

-No, tengo otro padre, Prissy- dijo Clarisse con sarcasmo

Clarisse me miró con desdén.

— ¿O es que te crees que tu papi es el único con potencia naval? Los espíritus del bando derrotado en cada guerra le deben tributo a Ares. Es la maldición por haber sido vencidos. Le pedí a mi padre un transporte naval... y aquí está. Estos tipos harán cualquier cosa que yo les diga. ¿No es así, capitán?

El capitán permanecía detrás, tieso y airado. Sus ardientes ojos verdes se clavaron en mí con expresión ávida.

Si eso significa poner fin a esta guerra infernal, señora, y lograr la paz por fin, haremos lo que sea. Destruiremos a quien sea.

Clarisse sonrió.

Destruir a quien sea. Eso me gusta.

-A mí también- Ares alzó el puño

Tyson tragó saliva.

Clarisse —dijo Annabeth—. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos...

— ¡Perfecto! Lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.

Luke alzó una ceja

No lo entiendes —dijo Annabeth—. Tenemos que unir nuestras fuerzas.

Deja que te ayudemos...

— ¡No! —Clarisse dio un puñetazo en la mesa—. ¡Esta misión es mía, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y vosotros dos no vais a privarme de una oportunidad así.

-Hasta los mejores héroes necesitan ayuda, querida- dijo Afrodita

— ¿Y tus compañeros de cabaña? —pregunté—. Te dieron permiso para llevar a dos amigos contigo, ¿no?

Pero... les dejé quedarse para proteger el campamento.

— ¿O sea que ni siquiera la gente de tu propia cabaña ha querido ayudarte?

Clarisse estaba roja

— ¡Cierra el pico, niña repipi! ¡No los necesito! ¡Y a ti tampoco!

Clarisse —dije—, Tántalo te está utilizando. A él le tiene sin cuidado el campamento. Le encantaría verlo destruido. ¡Te ha tendido una trampa para que fracases!

— ¡No es verdad! Y me importa un pimiento que el Oráculo... Se interrumpió bruscamente.

-Eso no fue muy amable- dijo Rachel

-No es bueno intentar cambiar las profecías- habló Apolo

— ¿Qué? —pregunté—. ¿Qué te dijo el Oráculo?

Nada. —Enrojeció hasta las orejas—. Lo único que has de saber es que voy a llevar a cabo esta búsqueda sin tu ayuda. Por otro lado, tampoco puedo dejaros marchar...

Entonces ¿somos tus prisioneros? —preguntó Annabeth.

Mis invitados. Por el momento. —Clarisse apoyó los pies en el mantel de lino blanco y abrió otra botella de SevenUp—. Capitán, llévelos abajo. Asígneles unas hamacas en los camarotes. Y si no se portan como es debido, muéstreles cómo tratamos a los espías enemigos.

-Que hospitalidad- dijo Travis con sarcasmo

El sueño llegó en cuanto me quedé dormido.

Grover estaba sentado junto al telar, deshaciendo desesperadamente la cola de su vestido de novia, cuando la roca rodó hacia un lado y el cíclope bramó:

— ¡Ajá!

Grover soltó un aullido.

— ¡Cariño! No te había... ¡Has hecho tan poco ruido!

— ¡Estás deshaciéndolo! —Rugió Polifemo—. O sea que ése era el retraso.

-Pillado- gritó Leo

Oh, no. Yo no estaba...

— ¡Venga! —Agarró a Grover por la cintura y, medio en volandas medio a rastras, lo condujo a través de los túneles de la cueva. Grover luchaba para que los zapatos de tacón no se le cayesen de las pezuñas. El velo le bailaba sobre la cara y poco faltaba para que se le cayera.

El cíclope lo metió en una caverna del tamaño de un almacén, decorada toda ella con despojos de oveja. Había un sillón reclinable recubierto de lana, un televisor forrado de lana y unos burdos estantes cargados de objetos ovinos de coleccionista: tazas de café con forma de cabeza de cordero, ovejitas de yeso, juegos de mesa, libros ilustrados, muñecos articulados... El suelo estaba plagado de huesos de cordero amontonados, y también de otros huesos distintos: seguramente, de los sátiros que habían llegado a la isla buscando a Pan.

Grover gimió

Polifemo dejó a Grover en el suelo sólo el tiempo justo para mover otra roca enorme. La luz del día entró en la cueva a raudales y Grover gimió de pura nostalgia. ¡Aire fresco!

El cíclope lo arrastró fuera y lo llevó hasta la cima de una colina desde la que se dominaba la isla más bella que he visto en mi vida.

Tenía forma de silla de montar, aunque cortada por la mitad con un hacha. A ambos lados se veían exuberantes colinas verdes y en medio un extenso valle, partido en dos por un abismo sobre el que cruzaba un puente de cuerdas. Había hermosos arroyos que corrían hasta el borde del cañón y caían desde allí en cascadas coloreadas por el arco iris. Los loros revoloteaban por las copas de los árboles y entre los arbustos crecían flores de color rosa y púrpura.

-El poder del vellocino- dijo Atenea

Centenares de ovejas pacían por los prados. Su lana relucía de un modo extraño, como las monedas de cobre y plata.

En el centro de la isla, al lado del puente de cuerdas, había un enorme roble de tronco retorcido que tenía algo resplandeciente en su rama más baja.

El Vellocino de Oro.

Aunque fuera un sueño, percibía cómo irradiaba su poder por toda la isla, haciendo que reverdeciera la hierba y las flores fueran más bellas. Casi podía oler aquella magia natural en plena efervescencia. Apenas podía imaginar lo intensa que debía de ser aquella fragancia para un sátiro.

Grover soltó un quejido.

-Demasiada intensa- dijo Grover

Sí —dijo Polifemo con orgullo—. ¿Lo ves allí? ¡El vellocino es la pieza más preciada de mi colección! Se lo robé a unos héroes hace mucho y desde entonces, ya lo ves, ¡comida gratis! Acuden sátiros de todo el mundo, como las polillas a una llama. ¡Los sátiros son comida rica! Y ahora...

-No somos una buena comida- dijo Grover

-Es mejor comer cereales- dijo Deméter

Polifemo sacó unas horrorosas tijeras de podar.

Grover ahogó un aullido, pero Polifemo se limitó a agarrar a la oveja más cercana, como si fuese un animal disecado, y le esquiló toda la lana. Luego le tendió a Grover aquel amasijo esponjoso.

— ¡Ponlo en la rueca! —le dijo orgulloso—. Es mágico. Ya verás como éste no se enreda.

-Vaya que tenía muchas ganas de casarse- murmuró Piper

-Ni te imaginas- dijo Percy mirando a Clarisse

Ah... bueno...

— ¡Pobre Ricura! —Dijo Polifemo sonriendo de oreja a oreja—. No eres buena tejiendo. ¡Ja, ja! No te preocupes. Este hilo resuelve el problema.

¡Mañana tendrás terminada la cola!

-Pobre sátiro- suspiró Afrodita

— ¡Qué... amable de tu parte!

Je, je.

Pero, cariño —Grover tragó saliva—, ¿qué pasaría si viniesen a resca... digo, a atacar esta isla? —

-Casi la lías- dijo Connor

-Lo bueno es que rectificó a tiempo- dijo Bianca

Me miró fijamente mientras lo decía y yo comprendí que lo preguntaba para facilitarme el camino—. ¿Qué les impediría ascender y llegar hasta tu cueva?

-Buena estrategia- murmuró Atenea

— ¡Mi mujercita, asustada! ¡Qué linda! No te preocupes. Polifemo tiene un sistema de seguridad ultramoderno. Tendrían que vencer primero a mis mascotas.

— ¿Mascotas?

Grover miró por toda la isla, pero no había nada a la vista, salvo las ovejas paciendo tranquilamente en los prados.

-¿Las ovejas?- preguntó Leo

Percy asintió

Y luego —gruñó Polifemo—, ¡tendrían que vencerme a mí!

Dio un puñetazo a la roca más cercana, que se resquebrajó y partió por la mitad.

— ¡Y ahora, ven! —gritó—. Volvamos a la cueva.

Grover parecía a punto de llorar: tan cerca de la libertad y tan desesperadamente lejos.

-Sí quería llorar- dijo Grover -estaba tan cerca

Mientras el cíclope hacía rodar la roca, encerrándolo otra vez en aquella cueva húmeda y apestosa, iluminada sólo por antorchas, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Me despertó el ruido de las alarmas, que se habían disparado por todo el barco.

-Hora de la acción- dijo Zeus aburrido

— ¡Todos a cubierta! —Era la voz rasposa del capitán—. ¡Encontrad a la señora Clarisse! ¿Dónde está esa chica?

Luego apareció su rostro, mirándome desde arriba.

Levántate, yanqui. Tus amigos ya están en cubierta. Nos acercamos a la entrada.

— ¿La entrada de qué?

Él me dirigió una sonrisa esquelética.

Del Mar de los Monstruos, por supuesto.

-No creo que esto vaya a ser muy tranquilo- murmuró Hestia

Metí mis escasas pertenencias —las que habían sobrevivido al ataque de la hidra— en una mochila de lona y me la eché al hombro. Tenía la ligera sospecha de que, pasara lo que pasase, no dormiría otra noche a bordo del CSS Birmingham.

-Tus sospechas normalmente resultan ser ciertas- dijo Annabeth

Estaba subiendo las escaleras cuando algo me dejó helado. Una presencia cercana: algo conocido y muy chungo. Sin ningún motivo, me entraron ganas de buscar pelea.

-Ares- murmuraron los dioses

Quería darle un puñetazo a algún confederado. La última vez que había sentido aquella rabia...

En lugar de seguir subiendo, trepé hasta la rejilla de ventilación y atisbé en el interior de la sala de calderas.

Justo debajo de mí, Clarisse hablaba con una imagen trémula que resplandecía entre el vapor de la caldera:

-¿Lo escuchaste?- preguntó Clarisse incrédula

-Sí, lo siento- murmuró Percy

un hombre musculoso con un traje de cuero negro, corte de pelo militar, gafas de cristales rojos y un cuchillo en el cinto.

Apreté los puños. De todos los Olímpicos, aquél era el que peor me caía:

Ares, el dios de la guerra.

-Tampoco me caes bien, mocoso- masculló Ares

— ¡No me vengas con excusas, niña! —gruñó. —S-sí, padre —musitó Clarisse.

No querrás que me ponga furioso, ¿verdad?

No, padre.

Clarisse se apretó el puente de la nariz

« No, padre» —repitió Ares, imitándola—. Eres patética. Debería haber dejado esta búsqueda en manos de uno de mis hijos...

— ¡Lo conseguiré! —prometió Clarisse con voz temblorosa—. ¡Haré que te sientas orgulloso!

Será mejor que cumplas tu palabra —le advirtió—. Tú me pediste esta misión, niña. Si dejas que ese crío asqueroso te la arrebate...

Pero el Oráculo dijo...

¡Me tiene sin cuidado lo que dijera! —Ares bramó con tal fuerza que incluso su propia imagen retembló—. Tú lo vas a conseguir. Y si no...

-Y si no ¿Qué?- dijo Afrodita con una mueca de disgusto

Travis miró a Clarisse antes de seguir leyendo

Alzó un puño. Aunque sólo fuese una imagen entre el vapor, Clarisse dio un paso atrás.

— ¿Entendido? —gruñó Ares.

-Eso sí que no- gritó Afrodita -no vas a tratar a tu hija así

-Te has estado quejando del hijo de Hermes y mira nada más lo que haces- habló Hestia -de hoy en adelante no tienes derecho a quejarte

-Pero...- comenzó Ares

-¡Te callas!- dijeron ambas diosas

Todos las veían con la boca abierta y más aún Clarisse, Travis siguió la lectura

Las alarmas volvieron a sonar. Oí voces que venían hacia mí, oficiales ordenando a gritos que preparasen los cañones.

Me descolgué de la rejilla de ventilación y terminé de subir las escaleras para unirme a Annabeth y Tyson en la cubierta principal.

— ¿Qué pasa? —Me preguntó Annabeth—. ¿Otro sueño?

-¿Cómo lo supiste?- preguntó Piper

-Tenía muy mala cara- respondió Annabeth

-Siempre tiene mala cara- dijo Thalia

-Peor aún- rió Annabeth

-¡Traición!- gritó Percy

Asentí, pero no dije nada. No sabía qué pensar sobre lo que acababa de ver abajo. Casi me inquietaba tanto como mi sueño sobre Grover.

Clarisse subió las escaleras. Yo procuré no mirarla.

Tomó los prismáticos de un oficial zombi y escudriñó el horizonte.

Al fin. ¡Capitán, avante a toda máquina!

Miré en la dirección que ella lo hacía, pero apenas se veía nada. El cielo estaba nublado. El aire era brumoso y húmedo, como el vapor de una plancha. Incluso entornando los ojos y forzando la vista, sólo divisaba a lo lejos un par de borrosas manchas oscuras.

Mi instinto náutico me decía que estábamos en algún punto frente a la costa norte de Florida. O sea que aquella noche habíamos recorrido una distancia enorme: muchísimo mayor de la que habría podido cubrir cualquier barco normal.

El motor crujía a medida que aumentábamos la velocidad.

Demasiada tensión en los pistones —murmuró Tyson, nervioso—. No está preparado para aguas profundas.

-Pequeño detalle- murmuró Leo

Yo no tenía ni idea de cómo lo sabía, pero consiguió ponerme nervioso.

Tras unos minutos, las manchas oscuras del horizonte empezaron a perfilarse. Hacia el norte, una gigantesca masa rocosa se alzaba sobre las aguas: una isla con acantilados de treinta metros de altura, por lo menos. La otra mancha, un kilómetro más al sur, era una enorme tormenta. El cielo y el mar parecían haber entrado juntos en ebullición para formar una masa rugiente.

— ¿Es un huracán? —preguntó Annabeth.

No —dijo Clarisse—. Es Caribdis.

-Por los dioses- dijo Jason

Annabeth palideció.

— ¿Te has vuelto loca?

Es la única ruta hacia el Mar de los Monstruos. Justo entre Caribdis y su hermana Escila.

Clarisse señaló a lo alto de los acantilados y tuve la sensación de que allá arriba vivía algo con lo que era mejor no tropezarse.

— ¿Cómo que la única ruta? —pregunté—. Estamos en mar abierto. Nos basta con dar un rodeo.

Atenea rodó los ojos -Volverán a aparecer

Clarisse puso los ojos en blanco.

— ¿Es que no sabes nada? Si trato de esquivarlas, aparecerán otra vez en mi camino. Para entrar en el Mar de los Monstruos, has de pasar entre ellas por fuerza.

— ¿Y qué me dices de las Rocas Chocantes? —Dijo Annabeth—. Ésa es otra entrada; la utilizó Jasón.

Algunos infantiles miraron a Jason

-El otro Jason- murmuró el hijo de Júpiter

-No creo que el barco hubiera aguantado las rocas chocantes- dijo Poseidón

No puedo volar rocas con mis cañones —respondió Clarisse—. A los monstruos, en cambio...

Tú estás loca —sentenció Annabeth.

Mira y aprende, sabionda. —Clarisse se volvió hacia el capitán—. ¡Rumbo a Caribdis!

Muy bien, señora.

Gimió el motor, crujió el blindaje de hierro y el barco empezó a ganar velocidad.

Clarisse —dije—. Caribdis succiona el agua del mar. ¿No es ésa la historia?

Y luego vuelve a escupirla, sí.

— ¿Y Escila?

Ella vive en una cueva, en lo alto de esos acantilados. Si nos acercamos demasiado, sus cabezas de serpiente descenderán y empezarán a atrapar tripulantes.

Elige a Escila entonces —dije—. Y que todo el mundo se refugie bajo la cubierta mientras pasamos de largo.

-Podría funcionar- dijo Atenea

— ¡No! —Insistió Clarisse—. Si Escila no consigue su pitanza, quizá se ensañe con el barco entero. Además, está demasiado alta y no es un buen blanco. Mis cañones no pueden disparar hacia arriba. En cambio, Caribdis está en medio del torbellino. Vamos hacia ella a toda máquina, la apuntamos con nuestros cañones... ¡y la mandamos volando al Tártaro!

-Había demasiada tensión en los pistones, el monstruo ese era un huracán, el barco no estaba hecho para aguas profundas, tal vez hubiera sido mejor pasar por el monstruo con tentáculos, aunque no creo que lo logren- dijo Leo -sí era una misión suicida

-Vaya, gracias Leo- dijo Percy

Lo dijo con tal entusiasmo que casi deseé creerla.

El motor zumbaba, y la temperatura de las calderas estaba aumentando de tal modo que noté cómo se calentaba la cubierta bajo mis pies. Las chimeneas humeaban como volcanes y el viento azotaba la bandera roja de Ares.

A medida que nos aproximábamos a los monstruos, el fragor de Caribdis crecía más y más. Era un horrible rugido líquido, como el váter más gigantesco de la galaxia al tirar de la cadena.

-Qué asco- dijo Afrodita

Cada vez que Caribdis aspiraba, el barco era arrastrado hacia delante, entre sacudidas y bandazos. Cada vez que espiraba, nos elevábamos en el agua y nos veíamos zarandeados por olas de tres metros.

Traté de cronometrar el remolino. Según mis cálculos, Caribdis necesitaba unos tres minutos para succionar y destruirlo todo en un kilómetro a la redonda. Para evitarla, tendríamos que bordear los acantilados. Por mala que fuese Escila, a mí aquellos acantilados casi empezaban a parecerme bien.

-Si algún día volvemos a ir, hay que pasar por Escila- dijo Percy

-Cállate Jackson- gruñó Clarisse

Los marineros seguían tranquilamente con sus tareas en la cubierta. Como ellos ya habían combatido por una causa perdida, todo aquello les traía sin cuidado. O quizá no les preocupaba que los destruyeran porque ya estaban muertos. Ninguno de ambos pensamientos me reconfortaba.

Annabeth estaba a mi lado, aferrada a la barandilla.

— ¿Todavía tienes ese termo lleno de viento?

Asentí.

Pero es peligroso utilizarlo en medio de un torbellino. Con más viento, tal vez empeoren las cosas.

-Sesos de alga tiene razón- dijo Thalia -Wow es muy raro decir eso

Percy muy maduramente le sacó la lengua

— ¿Y si trataras de controlar las aguas? —preguntó—. Eres el hijo de Poseidón. Lo has hecho otras veces.

-No va a funcionar- dijo Poseidón

Tenía razón. Cerré los ojos e intenté calmar las aguas, pero no lograba concentrarme. Caribdis era demasiado ruidosa. Y demasiado poderosa. Las olas no respondían.

N-no puedo —dije con desaliento.

-Esperen- dijo Bianca alzando las manos -Percy puede controlar toda el agua, excepto ese lugar

-Sí- dijo Annabeth

-Pero...- continuó Bianca lentamente -las personas por ejemplo, también son agua ¿Percy puede controlarlas?

-Técnicamente podría ser posible- dijo Poseidón

Percy parecía aturdido -Sí, pero yo nunca...- se cayó de repente, un recuerdo llegó a él

*Se encontraba en el mismo lugar oscuro de siempre, no podía ver qué o quién estaba frente a él, manipulaba el agua... No, no era exactamente agua, era más espeso, malo, más difícil de manejar, no podía controlarse, quería que esa cosa desapareciera y luego... Luego vio la cara de Annabeth aterrorizada a su lado, le dolió verla así y le dolió más al darse cuenta que en realidad estaba aterrorizada de él*

Percy jadeó, estaba sudoroso y temblaba, volteó hacia Annabeth que temblaba a su lado, al mirarla a la cara se dio cuenta de que ella también lo había recordado, se tomaron de las manos

-Percy/Annabeth ¿Estás bien?- dijeron Poseidón y Atenea respectivamente

-Sí- dijeron temblorosamente

Sus amigos los miraban preocupados

Will miró a Nico -Tú sabes que les pasó ¿Verdad?- susurró

Nico asintió, Will tomó su mano -Te lo contaré, tú no estás directamente involucrado y yo...- prometió Nico

-Estoy para ti, sombritas- dijo Will

-No entiendo que pasó- susurró Bianca a su hermana

Hazel miró la expresión de Nico y Leo, ambos sabían todo aunque no pudieran contarlo, al menos a ellos, sus sospecha sobre dónde estuvieron sus amigos se confirmó, lo había pensado desde la noche que Annabeth despertó gritando, pero rezaba a los dioses que no fuera verdad, Frank vio su expresión tormentosa y la abrazó con cariño

-Estamos bien- volvió a murmurar Percy, apretando más fuerte la mano de Annabeth -Travis continúa

Travis se aclaró la garganta y continuó

Necesitamos un plan alternativo —repuso Annabeth—. Esto no va a funcionar.

Annabeth tiene razón —dijo Tyson—. Las máquinas no van bien.

— ¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

La presión. Hay que arreglar los pistones.

Antes de que pudiera explicarse, oímos cómo la cisterna de aquel váter cósmico se vaciaba con un espantoso rugido. El barco se bamboleó, salí despedido y caí de bruces sobre la cubierta. Estábamos dentro del torbellino.

— ¡Atrás a todo vapor! —gritaba Clarisse, desgastándose para hacerse oír entre aquel estruendo. El mar giraba enloquecido a nuestro alrededor y las olas se estrellaban contra la cubierta. El blindaje de hierro estaba tan caliente que echaba humo.

— ¡Acercaos hasta tenerla a tiro! ¡Preparad los cañones de estribor!

Los confederados muertos corrían de un lado a otro. La hélice chirriaba marcha atrás para frenar nuestro avance, pero el barco seguía deslizándose hacia el centro de la vorágine.

Un marinero zombi salió a escape de la bodega y corrió hacia Clarisse. Su uniforme gris echaba humo. Su barba estaba medio quemada.

— ¡La sala de calderas se ha recalentado demasiado, señora! ¡Va a estallar! — ¡Bueno, baje y arréglelo!

— ¡No puedo! —Chilló el marinero—. ¡Nos estamos fundiendo con el calor!

-Que gran ayuda- murmuró Leo

Clarisse dio un puñetazo en un lado de la torreta.

— ¡Sólo necesito unos minutos más! ¡Lo suficiente para tenerla a tiro!

Vamos demasiado deprisa —dijo con aire sombrío el capitán—.

Prepárense para morir.

-Tus soldados eran toda una muestra de positivismo- dijo Percy con la voz temblorosa, quería de alguna manera bajar la tensión y tranquilizar a sus amigos

— ¡No! —Bramó Tyson—. Yo puedo arreglarlo.

Clarisse lo miró incrédula.

— ¿Tú?

Es un cíclope —dijo Annabeth—. Inmune al fuego. Y sabe mucho de mecánica.

— ¡Corre! —aulló Clarisse.

— ¡No, Tyson! —Dije agarrándolo del brazo—. ¡Es demasiado peligroso!

Él me dio un golpecito en la mano.

Es la única salida, hermano. —Tenía una expresión decidida, confiada incluso. Nunca lo había visto de aquella manera—. Lo arreglaré; enseguida vuelvo.

Mientras lo contemplé seguir al marinero humeante por la escotilla, tuve una sensación espantosa. Quería correr tras él, pero el barco dio otro bandazo... Y entonces vi a Caribdis.

Apareció a unos centenares de metros, entre un torbellino de niebla, humo y agua. Lo primero que me llamó la atención fue el arrecife: un peñasco negro de coral con una higuera aferrada en lo alto. Una visión extrañamente pacífica en medio de aquel verdadero monstruo. En torno al arrecife, el agua giraba en embudo, igual que la luz en un agujero negro. Justo por debajo de la superficie del agua vi aquella cosa horrible anclada al arrecife: una boca enorme con labios babosos y unos dientes grandes como remos y cubiertos de musgo. Peor: aquellos dientes tenían aparatos, unas bandas de metal asqueroso y corroído entre las cuales quedaban atrapados trozos de pescado, maderas y desperdicios flotantes.

Caribdis era la pesadilla de un técnico en ortodoncia.

-Pobres ortodoncistas- dijo Leo con fingida tristeza

No era otra cosa que aquellas fauces oscuras y descomunales, que padecían una mala alineación dental y una grave tendencia de los incisivos superiores a montarse sobre los inferiores. Sin embargo, durante siglos no había hecho otra cosa que seguir comiendo sin cepillarse los dientes después de cada comida. Mientras miraba, todo lo que había alrededor fue tragado por el abismo: tiburones, bancos de peces, un calamar gigante... El CSS Birmingham iba a ser el siguiente en sólo cuestión de segundos.

-Y te quejas del positivismo de mis guerreros- dijo Clarisse

— ¡Señora Clarisse! —Gritó el capitán—. ¡Los cañones de estribor y de proa están listos!

— ¡Fuego! —ordenó Clarisse.

Tres bolas de cañón salieron disparadas hacia las fauces del monstruo. Una le saltó el borde de un incisivo, otra desapareció por su gaznate y la tercera chocó con una de las bandas de metal y rebotó hacia nosotros, arrancando la bandera de Ares de su asta.

-No va a funcionar- murmuró Atenea viendo con preocupación a su hija

— ¡Otra vez! —ordenó Clarisse.

Los artilleros cargaron de nuevo, pero yo sabía que aquello era inútil. Habríamos tenido que machacar al monstruo un centenar de veces más para causarle verdadero daño, y no disponíamos de tanto tiempo. Nos estaba succionando a gran velocidad.

Pero entonces la vibración de la cubierta sufrió un cambio. El zumbido del motor se hizo más vigoroso, más regular. El barco entero trepidó y empezamos a alejarnos de la boca.

— ¡Tyson lo ha conseguido! —dijo Annabeth.

— ¡Esperad! —Dijo Clarisse—. ¡Hemos de mantenernos cerca!

— ¡Acabaremos todos muertos! —dije—. ¡Tenemos que alejarnos!

-Esa me parece una excelente idea- dijo Hestia

Me aferré a la barandilla mientras el barco luchaba para zafarse de aquella fuerza succionadora. La bandera rota de Ares pasó de largo a toda velocidad y se fue a enredar entre los hierros de Caribdis. No ganábamos mucho terreno, pero por lo menos manteníamos nuestra posición. Tyson había logrado de algún modo darnos el impulso suficiente para evitar que el barco fuese tragado por el torbellino.

Entonces la boca se cerró de golpe. El mar se sumió en una calma completa y el agua empezó a deslizarse sobre Caribdis.

Luego, con la misma rapidez con que se había cerrado, la boca se abrió de nuevo como en una explosión y empezó a escupir agua a borbotones, expulsando todo lo que no era comestible, incluidas nuestras bolas de cañón, una de las cuales se estrelló contra el flanco del CSS Birmingham con ese dong de la campana cuando golpeas fuerte con un martillo de feria.

-Esos martillos no son tan geniales- dijo Leo

Fuimos despedidos hacia atrás, montados en una ola que debía de tener quince metros de altura. Utilicé toda mi fuerza de voluntad para impedir que el barco volcara, pero aun así seguíamos girando sin control y precipitándonos hacia los acantilados al otro lado del estrecho.

Otro marinero humeante surgió de pronto de la bodega. Tropezó con Clarisse y a punto estuvo de llevársela por delante y caer ambos por la borda.

Ares masculló algo que se entendió como "estúpido marinero bueno para nada"

— ¡Las máquinas están a punto de explotar!

— ¿Y Tyson? —pregunté.

Todavía está abajo. Impidiendo que las máquinas se caigan a pedazos, aunque no sé por cuánto tiempo.

Debemos abandonar el barco —dijo el capitán.

— ¡No! —gritó Clarisse.

No tenemos alternativa, señora. ¡El casco se está partiendo! Ya no puede...

No logró terminar la frase. Una cosa marrón y verde, veloz como un rayo, llegó disparada del cielo, atrapó al capitán y se lo llevó por los aires. Lo único que dejó fueron sus botas de cuero.

-Y ahora también tienen que tratar con Escila- suspiró Deméter

— ¡Escila! —aulló un marinero mientras otro trozo de reptil salía disparado de los acantilados y se lo llevaba a él.

Ocurría tan deprisa que era como intentar mirar a un rayo láser, no a un monstruo. Ni siquiera había podido verle la cara a aquella cosa: sólo un relámpago de dientes y escamas.

Destapé a Contracorriente y traté de asestarle un mandoble mientras nos arrebataba a otro marinero de la cubierta.

-Era demasiado rápida, Prissy- dijo Clarisse

Pero yo era demasiado lento para aquel monstruo.

— ¡Todo el mundo abajo! —grité.

— ¡No podemos! —Clarisse sacó su propia espada—. Abajo está todo en llamas.

— ¡Los botes salvavidas! —Dijo Annabeth—. ¡Rápido!

No nos servirán para sortear los acantilados —dijo Clarisse—. Acabaremos todos devorados.

Hemos de intentarlo. Percy, el termo.

-Mandona- dijo Thalia sacándole una pequeña sonrisa a su amiga

— ¡No puedo dejar a Tyson!

— ¡Tenemos que preparar los botes!

Clarisse obedeció la orden de Annabeth.

-¿Puedes repetir eso, hermano?- preguntó Chris ganándose un golpe de su novia

Travis lo repitió

-Jamás pensé que eso pasaría- dijo Connor

-Ni yo- dijo Chris

-Cállense- espetó Clarisse

Con unos cuantos marineros muertos, destapó uno de los dos botes de remos. Las cabezas de Escila, mientras tanto, caían del cielo como una lluvia de meteoritos con dientes y se llevaban, uno a uno, a los confederados.

Toma el otro bote —le dije a Annabeth lanzándole el termo—. Yo iré a buscar a Tyson.

— ¡No lo hagas! —dijo—. ¡El calor acabará contigo!

No la escuché. Corría ya hacia la escotilla de la sala de calderas, cuando de repente mis pies dejaron de tocar la cubierta. Estaba volando, con el viento silbándome en los oídos y la roca del acantilado a sólo unos metros de mi cara.

-Lo que me faltaba- murmuró Poseidón

Escila me había agarrado por la mochila y me estaba izando hacia su guarida. Sin pensármelo, agité mi espada hacia atrás y conseguí asestarle una estocada en su reluciente ojo amarillo. El monstruo dio un gruñido y me soltó.

-No sé si fue peor que te agarrara o que te soltara, bro- dijo Jason

-Yo tampoco- murmuró Percy

La caída habría sido bastante mala, considerando que estaba a unos treinta metros de altura. Pero mientras me desplomaba, el CSS Birmingham explotó de repente a mis pies.

¡BRAAAAAM!

Habían estallado las máquinas y los pedazos del acorazado volaban en todas direcciones como una ardiente bandada de metal.

— ¡Tyson! —chillé.

Todas las miradas fueron al cíclope

Los botes salvavidas habían conseguido alejarse del barco, aunque no lo suficiente, y los restos en llamas les llovían encima. Clarisse y Annabeth acabarían aplastadas o carbonizadas, o bien se verían arrastradas al fondo por la fuerza de succión del barco al hundirse. Todo eso siendo muy optimista y dando por supuesto que lograran librarse de Escila.

-Mejor no seas optimista- habló Leo

Entonces oí otra clase de explosión: el sonido del termo mágico de Hermes al abrirse un poco más de la cuenta. Estallaron chorros de viento en todas direcciones, que dispersaron los botes y detuvieron mi caída libre, propulsándome hacia el océano.

No veía nada. Giré y giré en el aire, me di un porrazo con algo duro en la cabeza (sonó hueco)

Intentaron no reírse, lo intentaron con todas sus fuerzas, sin embargo no lo lograron, incluso Percy y Annabeth lo hicieron

y me estrellé violentamente contra la superficie del mar. Desde luego, me habría roto todos los huesos de no haber sido el hijo del dios del mar.

Me hundí en unas aguas ardientes, pensando que Tyson se había ido para siempre y deseando poder ahogarme como cualquier mortal.

-Percy...- dijo Poseidón preocupado

-Está bien, estoy bien, mejor vayamos a cenar- dijo Percy con voz temblorosa, antes de que alguien pudiera decir algo, él y Annabeth salieron rumbo al comedor

Dioses y semidioses se miraron con preocupación, pero siguieron a los chicos