-Yo quiero leer- dijo Annabeth aguantando la risa por el esqueleto molesto -navegamos a bordo del Princesa Andrómeda

Luke y Chris se pusieron tensos, esa reacción no pasó desapercibida por su padre

Estaba contemplando las olas cuando Annabeth y Tyson me encontraron por fin.

¿Qué ocurre? —preguntó Annabeth—. ¡Te he oído pidiendo socorro!

¡Y yo! —dijo Tyson—. Gritabas: « ¡Nos atacan cosas malas!» .

-Suele ser el grito de Percy- rió Thalia

Yo no os he llamado, chicos. Estoy bien.

Pero entonces, ¿quién...? —Annabeth se fijó en los tres petates amarillos y luego en el termo y el bote de vitaminas que tenía en la mano—. ¿Y esto?

Escucha —dije—. No tenemos tiempo.

Les conté mi conversación con Hermes. Para cuando terminé, ya empezaba a oírse un chillido a lo lejos: era la patrulla de arpías, que habían olfateado nuestro rastro.

Percy —dijo Annabeth—, hemos de emprender esta misión.

-Se le pegó lo suicida- masculló Atenea, ese muchacho era claramente una mala influencia para su hija

Nos expulsarán. Créeme, soy todo un experto en lo de ser expulsado.

¿Y qué? Si fracasamos tampoco habrá campamento al que regresar.

-Tiene un buen punto- dijo Hermes mirando a sus dos hijos nerviosos

Sí, pero tú le prometiste a Quirón...

Le prometí que te mantendría fuera de peligro. ¡Y sólo puedo hacerlo yendo contigo!

-Lo dice la chica que me pidió que la atara para escuchar a las sirenas- susurró Percy en el oído de su novia, ella se sonrojó

Tyson puede quedarse y explicarles...

Yo quiero ir.

¡No! —La voz de Annabeth parecía rozar el pánico—. Quiero decir... Vamos, Percy, tú sabes que no puede ser.

Me pregunté otra vez por qué estaba tan resentida contra los cíclopes.

-No fue culpa de Tyson- dijo Thalia

-Lo sé, pero era difícil- contestó Annabeth

Debía de haber algo que no me había contado.

Los dos me miraron, esperando una respuesta, mientras el crucero se alejaba más y más.

Una parte de mí no quería que Tyson viniera.

-No debería haber ido- murmuró Tyson

-No digas eso, grandullón, tú nos salvaste- dijo Percy

Me había pasado los tres últimos días con el pobre tipo convertido en mi sombra, o sea, expuesto a las burlas de los demás campistas y metido mil veces al día en situaciones embarazosas, que me recordaban a todas horas nuestro parentesco. Necesitaba un poco de aire.

-Soy un terrible hermano- suspiró Percy

-¡Tú eres el mejor!- gritó Tyson

Además, no sabía hasta qué punto podría sernos de ayuda, ni cómo me las arreglaría para mantenerlo a salvo. Desde luego, Tyson era muy fuerte, pero en la escala de los cíclopes no pasaba de ser un niño y su mentalidad sería de unos siete u ocho años; podía imaginármelo flipando de repente o echándose a llorar cuando intentáramos deslizarnos a hurtadillas junto a algún monstruo, o algo por el estilo. O quizá consiguiera que nos matasen.

Pero, por otro lado, las arpías sonaban cada vez más cerca...

No podemos dejarlo aquí —decidí—. Tántalo le haría pagar a él nuestra escapada.

-Eso es muy cierto, no le habría gustado nada que lo desobedecieran- dijo Dionisio

Percy —dijo Annabeth, tratando de mantener la calma—, ¡Vamos a la isla de Polifemo! Y Polifemo es un « ese» , « i» , « ce» ... Digo, un « ce» , « i» , « ce» ...

-¿Un qué?- preguntó Apolo

Pateó el suelo con frustración; por muy inteligente que fuera, también ella era disléxica y tenía accesos agudos.

Annabeth suspiró

Nos podríamos haber pasado allí la noche mientras trataba de deletrear la palabra « cíclope» —. Bueno, ya sabes a qué me refiero.

Tyson puede venir si quiere —insistí.

Tyson aplaudió.

¡Quiero!

Annabeth me echó una mirada fulminante, pero supongo que sabía que yo no cambiaría de opinión. O quizá era consciente de que ya no teníamos tiempo de discutir.

-Ambas cosas- dijo Annabeth -cuando te lo propones sueles ser muy necio

Percy rió -Lo aprendí de ti

Está bien —dijo—. ¿Cómo vamos a subir a ese barco?

Hermes dijo que mi padre me ayudaría.

¿Y bien, sesos de alga? ¿A qué esperas?

Siempre me costaba un montón llamar a mi padre, o rezarle, o como queráis llamarlo, pero, en fin, me metí en el agua.

Hummm, ¿padre? —dije—. ¿Cómo va todo?

-Un poco raro, pero bien- sonrió Poseidón

¡Percy! —cuchicheó Annabeth—. ¡Esto es urgente!

Necesitamos tu ayuda —dije levantando un poco la voz—. Tenemos que subir a ese barco antes de que nos devoren y tal, así que...

-Esa es una bonita forma de pedirlo- habló Leo

Al principio, no pasó nada. Las olas siguieron estrellándose contra la orilla como siempre. Las arpías sonaban como si ya estuvieran detrás de las dunas. Entonces, a unos cien metros mar adentro, surgieron tres líneas blancas en la superficie. Se movían muy deprisa hacia la orilla, como las tres uñas de una garra rasgando el océano.

Al acercarse más, el oleaje se abrió y la cabeza de tres caballos blancos surgió entre la espuma.

Tyson contuvo el aliento.

¡Ponis pez!

Tenía razón. En cuanto llegaron a la arena, vi que aquellas criaturas sólo tenían de caballo la parte de delante; por detrás, su cuerpo era plateado como el de un pez, con escamas relucientes y una aleta posterior con los colores del arco iris.

¡Hipocampos! —dijo Annabeth—. Son preciosos.

-Son unas criaturas muy bonitas- dijo Piper suspirando al recordar su viaje al mar

El que estaba más cerca relinchó agradecido y rozó a Annabeth con el hocico.

Ya los admiraremos luego —dije—. ¡Vamos!

¡Ahí están! —chilló una voz a nuestra espalda—. ¡Niños malos fuera de las cabañas! ¡La hora del aperitivo para las arpías afortunadas!

Había cinco de ellas revoloteando en la cima de las dunas: pequeñas brujas rollizas con la cara demacrada, garras afiladas y unas alas ligeras y demasiado pequeñas para su cuerpo. Parecían camareras de cafetería en miniatura cruzadas con pingüinos; no eran muy rápidas, gracias a los dioses,

-De nada- canturrearon Apolo y Hermes

Artemisa rodó los ojos

pero sí muy crueles si llegaban a atraparte.

¡Tyson! —dije—. ¡Agarra un petate!

Él seguía mirando boquiabierto a los hipocampos.

¡Tyson!

¿Eh?

¡Vamos!

Conseguí que se moviera con la ayuda de Annabeth.

El cíclope se sonrojó

Recogimos las bolsas y montamos en nuestros corceles. Poseidón debía de saber que Tyson sería uno de los pasajeros, porque un hipocampo era mucho mayor que los otros dos: del tamaño adecuado para un cíclope.

¡Arre! —dije. El hipocampo dio media vuelta y se zambulló entre las olas. Annabeth y Tyson me siguieron.

Las arpías nos lanzaban maldiciones y aullaban reclamando su aperitivo,

-Pobres, se quedaron con hambre- dijo Percy con falsa simpatía

pero los hipocampos se deslizaban por el agua a la velocidad de una moto acuática y enseguida las dejamos atrás. Muy pronto la orilla del Campamento Mestizo no fue más que una mancha oscura. Me preguntaba si volvería a verlo de nuevo. Pero en aquel momento tenía otros problemas en que pensar.

Mar adentro, empezaba vislumbrarse el crucero: nuestro pasaporte hacia Florida y el Mar de los Monstruos.

Montar un hipocampo era incluso más fácil que montar un pegaso. Corríamos con el viento de cara, sorteando las olas con tal suavidad que casi no era necesario agarrarse.

-Vimos como lo intentaste, sesos de alga- dijo Annabeth

-¡Era divertido!- se defendió Percy abrazando a su novia

A medida que nos acercábamos al crucero, me fui dando cuenta de lo enorme que era. Sentí como si estuviese mirando un rascacielos de Manhattan desde abajo; el casco, de un blanco impecable, tenía al menos diez pisos de altura y estaba rematado con una docena de cubiertas a distintos niveles, cada una de ellas con sus miradores y sus ojos de buey profusamente iluminados. El nombre del barco estaba pintado junto a la proa con unas letras negras iluminadas por un foco. Me llevó unos cuantos segundos descifrarlo: Princesa Andrómeda.

Adosado a la proa, un enorme mascarón de tres pisos de alto: una figura de una mujer con la túnica blanca de los antiguos griegos, esculpida de tal modo que parecía encadenada al barco. Era joven y hermosa, con el pelo negro y largo, pero tenía una expresión aterrorizada.

-Suena encantador- dijo Apolo con sarcasmo

Cómo se le podía ocurrir a nadie poner a una princesa chillando de pánico en la proa de un crucero de vacaciones. No me cabía en la cabeza.

Recordé el mito de Andrómeda y cómo había sido encadenada a una roca por sus propios padres para ofrecerla en sacrificio a un monstruo marino. Quizá había sacado demasiados suspensos en la escuela.

Toda la sala rió

El caso es que mi tocayo, Perseo, la salvó justo a tiempo y volvió de piedra a aquel monstruo marino usando la cabeza de la Medusa.

Aquel Perseo acababa venciendo siempre, por eso mi madre me había puesto su nombre, aunque él fuera hijo de Zeus y yo de Poseidón. El Perseo original era uno de los pocos héroes de la mitología griega que tenía un final feliz. Los demás morían traicionados, destrozados, mutilados, envenenados o malditos por los dioses.

-Esperemos que a ti no te pase eso- masculló Zeus con fingida preocupación

-¡ZEUS!- bufó Poseidón

Mi madre esperaba que yo heredase la suerte de Perseo. Teniendo en cuenta cómo había ido mi vida hasta el momento, no podía ser tan optimista.

-El chico tiene razón- suspiró Afrodita- con la suerte que tiene...

-Cuantos animos- dijo Poseidón con sarcasmo

¿Cómo vamos a subir a bordo? —gritó Annabeth para hacerse oír entre el fragor de las olas.

Pero no hubo de qué preocuparse. Los hipocampos parecían saber lo que queríamos; se deslizaron hacia el lado de estribor del barco, cruzando sin dificultad su enorme estela, y se detuvieron junto a una escala de mano suspendida de la borda.

Tú primero —le dije a Annabeth.

Ella se echó al hombro el petate y se agarró al último peldaño. Cuando se hubo encaramado, su hipocampo soltó un relincho de despedida y se sumergió en el agua. Annabeth empezó a ascender. Yo aguardé a que subiera varios peldaños y la seguí.

El único que quedaba en el agua era Tyson. Su hipocampo giraba en redondo y daba brincos hacia atrás, y Tyson se desternillaba de risa de tal modo que el eco de sus carcajadas rebotaba por todo el costado del barco.

¡Chitón, Tyson! —exclamé—. ¡Vamos, muévete!

¿No podemos llevarnos a Rainbow? —preguntó, mientras la sonrisa se desvanecía de su rostro.

Yo lo miré atónito.

-¿Rainbow?- preguntó Poseidón con incredulidad

— ¿Rainbow?

El hipocampo relinchó como si le gustara su nuevo nombre.

Tenemos que irnos, Tyson —dije—. Y Rainbow... bueno, él no puede subir por la escala.

-Excelente motivo- dijo Connor

Tyson se sorbió la nariz y apretó la cara contra la crin del hipocampo.

— ¡Te voy a echar de menos, Rainbow!

El hipocampo soltó una especie de relincho que yo hubiese jurado que era un llanto.

Quizá volvamos a verlo en otro momento —sugerí.

— ¡Sí, por favor! —dijo Tyson, animándose—. ¡Mañana!

No le prometí nada, pero logré que se despidiera y se agarrara a la escala.

Con un triste relincho, Rainbow dio una voltereta hacia atrás y se zambulló en el agua.

La escala conducía a una cubierta de servicio llena de botes salvavidas de color amarillo. Había una doble puerta cerrada con llave que Annabeth logró abrir con su cuchillo y una buena dosis de maldiciones en griego antiguo.

Annabeth se sonrojó mientras leía

Pensaba que tendríamos que movernos a escondidas, ya que éramos polizones, pero después de recorrer unos cuantos pasillos y de asomarnos por un mirador al enorme paseo principal flanqueado de tiendas cerradas, empecé a comprender que no había razón para esconderse de nadie. Quiero decir, era verdad que estábamos en plena noche, pero llevábamos ya recorrido medio barco y no habíamos visto a nadie.

-Eso es muy extraño- murmuró Hestia

Habíamos pasado por delante de cuarenta o cincuenta camarotes y no habíamos oído ni un solo ruido.

Es un barco fantasma —murmuré.

No —dijo Tyson, jugueteando con la correa de su petate—. Mal olor.

-Supongo que no le hiciste caso- suspiró Poseidón

Percy sonrió con inocencia

Annabeth frunció el ceño.

Yo no huelo nada.

-Porque no eres un cíclope- rió Piper

-Yo creo que fue por eso- dijo Annabeth riendo

Los cíclopes son como los sátiros —dije—. Huelen a los monstruos. ¿No es así, Tyson?

Él asintió, nervioso. Ahora que estábamos fuera del Campamento Mestizo, la niebla volvía a hacer que viera su cara distorsionada. Si no me concentraba mucho, me parecía que tenía dos ojos, y no uno.

Está bien —dijo Annabeth—. ¿Qué hueles exactamente?

Algo malo —respondió Tyson.

Fantástico —refunfuñó Annabeth—. Eso lo aclara todo.

-Así me sentía cuando no tenía respuestas directas- dijo Percy con un puchero

Salimos al exterior en la cubierta de la piscina. Había filas de tumbonas vacías y un bar cerrado con una cortinilla metálica. El agua de la piscina tenía un resplandor misterioso y chapoteaba con un rítmico vaivén por el movimiento del barco.

Había aún más niveles por encima de nosotros, tanto a proa como a popa, incluyendo un muro artificial de escalada, una pista de minigolf y un restaurante giratorio. Pero no se veía el menor signo de vida.

Sin embargo, yo percibía algo que me resultaba conocido. Algo peligroso. Tenía la sensación de que si no hubiera estado tan cansado, tan fundido por la adrenalina de aquella larga noche, quizá habría sido capaz de discernir qué no andaba bien.

-Pero sí estaba cansado y confundido- Percy alzó las manos para pedir paz, por las miradas que recibía

Necesitamos un escondite —dije—. Algún sitio seguro donde dormir.

Sí, dormir —repitió Annabeth, también agotada.

Exploramos unos cuantos corredores más, hasta que dimos en el noveno nivel con una suite vacía. La puerta estaba abierta, cosa que me pareció rara. En la mesa había una cesta con golosinas de chocolate y en la mesilla de noche una botella de sidra refrescándose en un cubo de hielo. Sobre la almohada, un caramelo de menta y una nota manuscrita: « ¡Disfrute del crucero!».

-Gracias por su consideración- masculló Thalia

Abrimos nuestros petates por primera vez y descubrimos que Hermes realmente había pensado en todo: mudas de ropa, artículos de tocador, víveres, una bolsita de plástico con dinero y también una bolsa de cuero llena de dracmas de oro. Incluso se había acordado de poner el paquete de hule de Tyson, con sus herramientas y piezas metálicas, y la gorra de invisibilidad de Annabeth, lo cual contribuyó a que ambos se sintieran mucho mejor.

-Soy el dios de los viajeros, sé lo que se necesita- dijo Hermes

Voy a la habitación de al lado —dijo Annabeth—. No bebáis ni comáis demasiado, chicos.

— ¿Crees que es un sitio encantado?

Ella frunció el ceño.

No lo sé. Hay algo que no encaja... Ve con cuidado.

Cerramos nuestras puertas con llave.

Tyson se desplomó en el diván. Jugueteó unos minutos con su artilugio de metal, que seguía sin querer enseñarme, y empezó a bostezar.

-Fue una gran sorpresa, grandullón- dijo Percy

Lo envolvió todo en el hule y cayó desfallecido.

Me tendí en la cama y miré por el ojo de buey. Me pareció oír voces en el pasillo, una especie de cuchicheo. No podía ser; habíamos recorrido todo el barco y no habíamos visto a nadie. Aquellas voces, sin embargo, me mantenían despierto, me recordaban mi viaje al inframundo: eran como el murmullo de los espíritus de los muertos al pasar por mi lado.

Al final, me venció el cansancio. Caí dormido... y tuve el peor sueño de mi vida.

-Odio tus sueños, bro- dijo Jason

-Yo los odio más- dijo Percy

Estaba en una caverna al borde de un tremendo abismo. Conocía el lugar muy bien, era la entrada del Tártaro. Y reconocía la voz gélida que surgía como un eco del fondo de la oscuridad.

— ¡Pero si es el joven héroe! —La voz era como la hoja de un cuchillo raspando una roca—. De camino a otra gran victoria.

Quería gritarle a Cronos que me dejara en paz. Quería sacar a Contracorriente y derribarlo de un mandoble. Pero no podía moverme. E incluso si hubiera sido capaz, ¿cómo habría podido matar a alguien que ya había sido destrozado, troceado y arrojado a una eterna oscuridad?

-No aprende- dijo Hera irritada

No dejes que te entretenga —dijo el titán—. Quizá esta vez, cuando acabes fracasando, te preguntes si vale la pena trabajar como un burro para los dioses.

¿Cómo te ha demostrado tu padre su gratitud últimamente?

-Los dioses no suelen mostrar gratitud- dijo Luke en voz baja

Su carcajada inundó la caverna y, de repente, el escenario cambió.

Era otra cueva: la prisión de Grover en la guarida del cíclope.

Grover estaba sentado junto al telar, con su vestido de novia sucísimo, y se afanaba en deshacer las hebras de su cola nupcial, todavía inacabada.

— ¡Ricura! —gritó el monstruo desde detrás de la roca.

Grover ahogó un grito y se puso a tejer otra vez las hebras que acababa de deshacer.

Grover gimió

Toda la estancia retembló mientras la roca era desplazada de su sitio. Por la entrada asomó un cíclope tan descomunal que Tyson habría parecido un enano a su lado; tenía unos dientes amarillentos y afilados y unas manos nudosas tan grandes como mi cuerpo. Llevaba una camiseta morada desteñida, con la leyenda « Expo Mundial de Ovejas 2001». Debía de medir al menos cinco metros, pero lo más asombroso era su enorme ojo nublado, cubierto de cicatrices y la telaraña de unas cataratas; si no estaba completamente ciego, poco debía faltarle.

Annabeth se estremeció al leer esa parte

— ¿Qué haces? —preguntó el monstruo.

— ¡Nada! —Dijo Grover con su voz de falsete—. Tejer mi cola de novia, ya lo ves.

El cíclope introdujo una mano en la cueva y tanteó hasta dar con el telar.

Manoseó la tela.

— ¡No ha crecido ni un centímetro!

Eh... sí ha crecido, cariñito. ¿No lo ves? Le he añadido al menos tres dedos.

— ¡Demasiado despacio! —bramó el monstruo. Luego se puso a husmear el aire—. ¡Hueles bien! ¡Como las cabras!

Grover simuló una risita.

— ¿Te gusta? Es Eau de Chavre. Me la pongo para ti.

-No es divertido coquetear con un monstruo- se quejó Grover

— ¡Hummm! —El cíclope mostró sus dientes afilados—. ¡Como para comerte enterita!

— ¡Ay, qué picarón!

A pesar del sueño, las risas estallaron en la sala

— ¡Se acabaron los retrasos!

— ¡Pero, querido, aún no estoy!

— ¡Mañana!

No, no. Diez días más.

— ¡Cinco!

Bueno, siete. Si insistes.

— ¡De acuerdo, siete! Eso es menos que cinco, ¿no?

-Es peor que Percy- dijo Thalia

Por supuesto.

El monstruo refunfuñó, todavía descontento con el acuerdo, pero dejó que Grover siguiera tejiendo y volvió a colocar la roca en su lugar.

Grover cerró los ojos y, aún tembloroso, inspiró profundamente para serenarse.

— ¡Date prisa, Percy! —murmuró—. ¡Por favor, por favor, por favor!

Me despertó la sirena del barco y una voz por megafonía: un tipo con acento australiano que sonaba demasiado alegre.

— ¡Buenos días, señores pasajeros! Hoy pasaremos todo el día en el mar. ¡El tiempo es excelente para bailar el mambo junto a la piscina! No olviden el bingo de un millón de dólares en el salón Kraken, a la una de la tarde. Y para nuestros invitados especiales, ¡ejercicios de destripamiento en la galería Promenade!

-Eso no suena nada bien- murmuró Deméter

Me senté de golpe en la cama.

— ¿Qué ha dicho?

Tyson rezongó, medio dormido todavía. Estaba tirado boca abajo en el diván y los pies le sobresalían tanto que llegaban hasta el baño.

Creo que ha dicho... ¿ejercicios de estiramiento?

Ojalá tuviese razón, pero se oyó un golpe apremiante en la puerta interior de la suite y Annabeth asomó la cabeza, con su pelo rubio alborotado.

— ¿Han dicho « ejercicios de destripamiento»?

-Nada como empezar la mañana con un buen ejercicio de destripamiento-dijo Leo con voz de presentador

-Solo hoy, dos clases al precio de una- siguió Travis

-¡No pierda esta oportunidad! Materiales no incluidos- terminó Connor

En cuanto estuvimos todos vestidos, nos aventuramos por el barco y descubrimos asombrados que había más gente. Una docena de personas de edad avanzada se dirigían a tomar el desayuno. Un padre llevaba a sus tres críos a la piscina para que se dieran un chapuzón. Los miembros de la tripulación, vestidos con impecable uniforme blanco, saludaban a los pasajeros tocándose la gorra con dos dedos.

Nadie nos preguntó quiénes éramos. Nadie nos prestaba atención. Pero había algo que no encajaba.

-Nada tiene sentido- murmuró Frank

Mientras la familia que iba a darse el baño pasaba por nuestro lado, el padre les dijo a los críos:

Estamos de crucero. Nos estamos divirtiendo.

Sí —dijeron al unísono los críos con expresión vacía—. Nos lo estamos pasando bomba. Vamos a nadar a la piscina.

Y siguieron su camino.

Buenos días —nos dijo un tripulante de ojos vidriosos—. Nos lo estamos pasando muy bien a bordo del Princesa Andrómeda. Que tengan un buen día. —

Y pasó de largo.

Percy, esto es muy raro —susurró Annabeth—. Están todos en una especie de trance.

-Deberían salir de ahí- recomendó Artemisa

Al pasar frente a una cafetería, vimos al primer monstruo. Era un perro del infierno: un mastín negro con las patas delanteras subidas al buffet y el hocico enterrado en una fuente de huevos revueltos. Debía de ser muy joven, porque era bastante pequeño comparado con la mayoría: no sería más grande que un oso pardo. Aun así, se me heló la sangre.

-No era tan bonito como mi perra- dijo Percy

-¿Tienes una perra del infierno?- preguntaron algunos dioses

-¿Cómo la obtuviste?- preguntó Hades

Percy suspiró -Larga historia, con mi suerte saldrá en los libros

Uno de aquellos perros había estado a punto de matarme una vez.

Lo raro era esto: había una pareja de mediana edad en la cola del buffet, justo detrás del perro del infierno, esperando con paciencia su turno para servirse huevos revueltos... Ellos no parecían notar nada anormal.

Ya no tengo hambre —murmuró Tyson.

Antes de que Annabeth o yo pudiéramos responder, se oyó una voz de reptil al fondo del pasillo:

Ssseisss másss ssse nos unieron ayer.

Annabeth gesticuló frenéticamente hacia el escondite más cercano —el lavabo de mujeres— y los tres nos abalanzamos a su interior. Estaba tan alucinado que ni siquiera se me ocurrió sentirme violento.

Una cosa —o mejor, dos— se deslizaron frente a la puerta del baño con un ruido como de papel de lija sobre linóleo.

Sssí —dijo una segunda voz de reptil—. Él losss atrae. Pronto ssse volverá muy vigorossso.

-Deben salir pronto- habló Deméter

Se deslizaron hacia la cafetería con un siseo glacial que tal vez fuera una risa de serpiente.

Annabeth me miró.

Tenemos que salir de aquí.

— ¿Crees que me gusta estar en el lavabo de señoras?

— ¡Quiero decir del barco, Percy! Tenemos que salir del barco.

Huele mal —asintió Tyson—. Y los perros se comen todos los huevos.

-Una verdadera tragedia-Leo se puso una mano sobre el corazón

Calipso le dio un golpe juguetón

Annabeth tiene razón, tenemos que salir del baño y del barco.

Me estremecí. Si Annabeth y Tyson estaban de acuerdo por una vez, sería mejor escucharles.

-Mejor corre- habló Piper

Entonces se oyó otra voz fuera. Una voz que me dejó más helado que la de cualquier monstruo.

... sólo es cuestión de tiempo. ¡No me presiones, Agrius!

Era Luke, sin la menor duda. Aquella voz era inconfundible.

Luke miraba interesado el suelo de la sala

— ¡No te estoy presionando! —refunfuñó el tal Agrius. Su voz era más grave y sonaba más furiosa—. Lo único que digo es que si esta jugada no resulta...

— ¡Resultará! —Replicó Luke—. Morderán el anzuelo. Y ahora, vamos, tenemos que ir a la suite del almirantazgo y echar un vistazo al ataúd.

Varios dioses miraron con enojo a Luke y uno que otro semidiós con un poco de resentimiento

Sus voces se perdieron por el fondo del pasillo.

Tyson dijo en un susurro:

— ¿Nos vamos ahora?

Annabeth y yo nos miramos y llegamos a un acuerdo silencioso.

-Me gusta mucho cuando se comunican así- dijo Afrodita

-Es muy lindo, pero solo se ponen en peligro- dijo Hestia mirando a ambos chicos

Annabeth y Percy sonrieron inocentemente

No podemos —le dije a Tyson.

Hemos de averiguar qué se propone Luke —asintió Annabeth—. Y si es posible, le daremos una buena paliza, lo encadenaremos y lo llevaremos a rastras al monte Olimpo.

-Fin del capítulo- dijo Annabeth antes de que Luke pudiera decir algo -¿Quién quiere leer?