-Tienes treinta segundos para hacerlo...

-Te quedan quince segundos- dijo Thalia

-Thalia... No sé por dónde comenzar- dijo Luke

-Diez segundos

Luke se pasó una mano por el cabello -Solo quería decir que lo siento

-¿Y por qué lo sientes exactamente? ¿Por traicionarnos? ¿Tratar de matarnos? ¿O por qué?- masculló Thalia

-Por todo, sé que actué mal y estoy muy arrepentido, quisiera tener tu perdón y el de todos, pero no sé por dónde empezar

-Una disculpa es un buen inicio- dijo Thalia diplomáticamente -pero no esperes que sea sencillo, debes hablar con Percy y Annabeth

-Lo sé, tú... ¿Me perdonas?

Thalia no respondió durante un tiempo -Digamos que te entiendo un poco, tengo que ir a cenar

Thalia salió de la sala sin que Luke pudiera detenerla, no había sido una gran conversación, pero era algo, con un suspiro, Luke salió al comedor...

En el comedor estallaban las carcajadas de todos los chicos, Hermes vio con curiosidad a su hijo y a Thalia quien no llevaba buena cara

Rachel y Reyna parecían llevarse muy bien, tenían una conversación intensa

Percy, Annabeth, Jason, Piper, Leo y Calipso intercambiaban bromas mientras cenaban, aunque Annabeth no se veía muy cómoda charlando con Calipso

Frank trataba de deshacerse de los hermanos Stoll que querían practicar algún tipo de broma con él

Hazel charlaba con Bianca, su conversación parecía seria y por la mirada que le dirigían a Will y Nico no era tan difícil adivinar el tema central de la conversación, tal vez planeaban la boda o tal vez... El funeral de Will

Otros que estaban atentos a los movimientos de los chicos que estaban demasiado cerca, eran Hades y Apolo, cada vez que Will quería acercarse un poco más a Nico un esqueleto salía de la nada y los separaba, Hades fingía no tener idea de lo que pasaba (como si alguien le creyera)

Ares por su parte, se había sentado en medio de su chica y el mocoso de Hermes

En fin... Cada día se parecían un poco más a una familia, una familia ruidosa y disfuncional, pero familia

A la mañana siguiente, después del desayuno, la lectura continuó

-Yo leo- dijo Rachel -acepto regalos de un extraño

Tal como lo veía Tántalo, los pájaros del Estínfalo estaban en el bosque ocupados en sus propios asuntos y no nos habrían atacado si Annabeth, Tyson y yo no los hubiéramos molestado con nuestra manera de conducir los carros.

-Imbécil- masculló Atenea

Aquello era tan rematadamente injusto que le dije que se fuera a perseguir dónuts a otra parte, cosa que no ayudó a mejorar las cosas.

-No estuvo tan mal, Prissy, ya vas mejorando- habló Clarisse

Nos condenó a los tres a patrullar por la cocina, o sea, a fregar platos y cacharros toda la tarde en el sótano con las arpías de la limpieza. Las arpías lavaban con lava, no con agua, para obtener aquel brillo súper limpio y acabar con el 99,9 por ciento de los gérmenes. Así que Annabeth y yo tuvimos que ponernos delantal y guantes de asbesto.

-Al menos- suspiró Hestia

A Tyson no le importaba; sumergió sus desnudas manos y empezó a fregar, pero Annabeth y yo tuvimos que soportar durante horas aquel trabajo peligroso y sofocante, especialmente porque había toneladas de platos extra. Tántalo había encargado a la hora del almuerzo un banquete especial para celebrar la victoria de Clarisse: una comida muy completa que incluía pájaros del Estínfalo fritos a la paisana.

-Ewww- Afrodita hizo una mueca

-No estaban tan mal- dijo Travis

Lo único bueno del castigo fue que nos proporcionó a Annabeth y a mí un enemigo común y tiempo de sobra para hablar.

-Nada mejor que un buen enemigo para unir a las personas- dijo Ares

Después de escuchar otra vez el relato de mi sueño sobre Grover, me pareció que quizá empezaba a creerme.

Si realmente lo ha encontrado —murmuró—, y si pudiéramos recuperarlo...

Espera un momento —dije—. Actúas como si eso que Grover ha encontrado, sea lo que sea, fuera la única cosa del mundo capaz de salvar al campamento. ¿Qué es exactamente?

Te voy a dar una pista. ¿Qué es lo que consigues cuando despellejas a un carnero?

¿Montar un estropicio?

-Aparte de eso- rió Leo

Atenea suspiró, seguía sin entender que era lo que su hija había visto en ese chico tan lento

Ella suspiró.

Un vellón. La piel del carnero se llama vellón o vellocino, y si resulta que ese carnero tiene lana de oro...

El Vellocino de Oro. ¿Hablas en serio?

Annabeth dejó en la lava un plato lleno de huesos de pájaro.

Percy, ¿te acuerdas de las Hermanas Grises? Dijeron que conocían la posición de lo que andabas buscando, y mencionaron a Jasón. También a él le explicaron hace tres mil años cómo encontrar el Vellocino de Oro. Conoces la historia de Jasón y los Argonautas, supongo.

¡Sí! —dije—. Esa vieja película con los esqueletos de arcilla.

-¡Por los dioses!- exclamó Atenea irritada

Annabeth puso los ojos en blanco.

¡Oh, dioses, Percy! Eres imposible.

¿Cómo era, pues?

Escúchame bien. La verdadera historia del Vellocino de Oro trata de dos hijos de Zeus, Cadmo y Europa, ¿sí?, que iban a convertirse en víctimas de un sacrificio humano y suplicaron a su padre que los salvara. Zeus envió un carnero alado con lana de oro, que los recogió en Grecia y los trasladó hasta Cólquide, en el Asia Menor. Bueno, en realidad sólo trasladó a Cadmo, porque Europa se cayó en el trayecto y se mató. Pero eso no importa.

A ella sí le importaría...

Zeus refunfuñó

La cuestión, ¡Percy!, es que cuando Cadmo llegó a Cólquide, ofrendó a los dioses el carnero de oro y colgó el vellocino en un árbol en mitad de aquel reino. El vellocino llevó la prosperidad a aquellas tierras; los animales dejaron de enfermar, las plantas crecían con más fuerza y los campesinos obtenían cosechas abundantes. Las plagas desaparecieron, y por eso Jasón quería el vellocino, porque logra revitalizar la tierra donde se halla. Cura la enfermedad, fortalece la naturaleza, limpia la polución atmosférica... —Podría curar el árbol de Thalia.

Annabeth asintió.

Y reforzaría también las fronteras del campamento, Percy. Pero el Vellocino de Oro lleva siglos perdido; montones de héroes lo han buscado sin éxito.

Pero Grover lo ha encontrado —dije—. Salió en busca de Pan y ha encontrado el Vellocino de Oro, porque los dos irradian magia natural. Tiene sentido, Annabeth; podemos rescatarlo y salvar el campamento al mismo tiempo. ¡Es perfecto!

Ella vaciló.

Quizá un poquito demasiado perfecto, ¿no crees? ¿Y si es una trampa?

-Como si eso los fuera a detener- murmuró Jason

Me acordé del verano pasado y de cómo había manipulado Cronos nuestra búsqueda. Casi había conseguido engañarnos para que lo ayudáramos a desencadenar una guerra que habría destruido la civilización occidental.

¿Qué alternativa tenemos? —pregunté—. ¿Vas a ayudarme a rescatar a Grover, sí o no?

-Uy, un ultimátum- se burló Leo

-Es obvio que va a ir- dijo Afrodita

Ella miró a Tyson, que había perdido todo interés en nuestra conversación y jugaba tan contento con las tazas y las cucharas, como si fuesen barquitos de juguete surcando olas de lava.

Percy —susurró—, tendremos que luchar con Polifemo, el peor cíclope. Y sólo hay un sitio donde puede estar su isla: el Mar de los Monstruos.

¿Dónde queda eso?

Me miró como si creyese que me hacía el tonto.

-Pensé que era lógico- dijo Annabeth

-Con Percy nada es lógico- señaló Nico

El Mar de los Monstruos. El mismo mar por el que navegó Ulises, y Jasón,

y Eneas, y todos los demás.

¿El Mediterráneo, quieres decir?

No. Bueno, sí... pero no.

-Pensé que solo Percy contestaba así- dijo Piper con una sonrisa

Otra respuesta directa, muchas gracias.

Mira, Percy, el Mar de los Monstruos es el mar que cruzan todos los héroes en sus aventuras. Estaba en el Mediterráneo, sí, pero, como todo lo demás, ha cambiado de posición a medida que el centro de poder occidental se desplazaba.

Como el monte Olimpo, que ahora está encima del Empire State, ¿no? O como el reino de Hades, que se encuentra en el subsuelo de Los Ángeles.

Exacto.

Pero un mar entero lleno de monstruos... ¿Cómo puede ocultarse algo así?

-No se puede- dijo Poseidón -incluso los mortales saben que ocurre algo raro

¿No verían los mortales que pasaban cosas raras, quiero decir, barcos tragados por las aguas y demás?

Claro que lo ven. No lo comprenden, pero saben que ocurre algo extraño en esa parte del océano. El Mar de los Monstruos queda junto a la costa este de Estados Unidos, al nordeste de Florida. Los mortales incluso le han puesto nombre.

¿El Triángulo de las Bermudas?

-¡Lo adivinó!- gritó Leo

Exacto.

Traté de asimilar todo aquello; supongo que no era más extraño que todo lo que había ido aprendiendo desde mi llegada al Campamento Mestizo.

De acuerdo... Al menos, sabemos dónde buscar.

Es un área enorme, Percy. Buscar una pequeña isla en unas aguas infestadas de monstruos...

Bueno, yo soy hijo del dios del mar. Ése es mi terreno. ¿Tan difícil puede ser?

Poseidón hizo una mueca -No creo que ser mi hijo ayude mucho ahí

Annabeth frunció el ceño.

Tendremos que hablar con Tántalo y obtener su autorización para emprender la búsqueda; aunque nos dirá que no.

No si se lo decimos esta noche al calor de la hoguera, delante de todo el mundo. El campamento entero lo oirá, lo presionarán entre todos y no será capaz de negarse.

-Pues no se negó- dijo Will pasando un brazo por el hombro de Nico

-Solace ¿Qué demonios haces?

-Oh, lo siento- dijo Will, aunque no sonaba arrepentido ni quitó su brazo -creí que tenías frío, estabas temblando

Nico se sonrojó -Estoy bien- hizo el intento de quitarse, pero no se esforzó lo suficiente

Hades, Reyna y Jason carraspearon ruidosamente, los tres se miraron entre sí con un brillo cómplice

Tal vez —dijo con un pequeño resquicio de esperanza en su voz—. Mejor que terminemos con estos platos. Pásame el pulverizador de lava, ¿quieres?

En la fogata de aquella noche, la cabaña de Apolo dirigía los cantos a coro. Trataban de levantar el ánimo general, pero no era fácil tras el ataque de aquellos pajarracos. Estábamos sentados en el semicírculo de gradas de piedra, cantando sin gran entusiasmo y contemplando cómo ardía la hoguera mientras los chicos de Apolo nos acompañaban con sus guitarras y liras.

Apolo sonrió

Cantamos todas las canciones clásicas de campamento. La hoguera estaba encantada y, cuanto más fuerte cantábamos, más alto se elevaban sus llamas; cambiaba de color, y también la intensidad de su calor, según nuestro estado de ánimo. En una buena noche la había visto alcanzar una altura de seis metros, con un color púrpura deslumbrante, y desprender un calor tan tremendo que toda la primera fila de malvaviscos se había incendiado. Aquella noche, en cambio, las llamas sólo alcanzaban un metro, apenas calentaban y tenían un color ceniciento.

Dionisio se retiró temprano. Tras aguantar unas cuantas canciones, farfulló que hasta las partidas de pinacle con Quirón eran más divertidas, le lanzó una mirada desagradable a Tántalo y se encaminó a la Casa Grande.

Quirón alzó una ceja

Cuando hubo sonado la última canción, Tántalo exclamó:

¡Bueno, bueno! ¡Ha sido precioso!

Echó mano de un malvavisco asado ensartado en un palo y se dispuso a hincarle el diente en plan informal, pero antes de que pudiese tocarlo, el malvavisco salió volando. Tántalo intentó atraparlo a la desesperada, pero el malvavisco se quitó la vida arrojándose a las llamas.

-Un minuto de silencio por el malvavisco- dijo Leo

Pasó el minuto

Él se volvió hacia nosotros con una fría sonrisa.

Y ahora, veamos los horarios de mañana.

Señor —dije.

Le entró una especie de tic en el ojo.

¿Nuestro pinche de cocina tiene algo que decir?

Algunos chavales de Ares reprimieron una risita, pero no iba a dejarme intimidar. Me puse en pie y miré a Annabeth. Gracias a los dioses, ella también se levantó.

-No te iba a dejar solo, sesos de alga- dijo Annabeth

Afrodita dio un chillido que los dejó un poco sordos

Tenemos una idea para salvar el campamento —dije.

Silencio sepulcral. Había conseguido despertar el interés de todo el mundo, y las llamas de la hoguera adquirieron un tono amarillo brillante.

Sí, claro —dijo Tántalo en tono insulso—. Bueno, si tiene algo que ver con carros...

El Vellocino de Oro —dije—. Sabemos dónde está.

Las llamas se volvieron anaranjadas. Antes de que Tántalo pudiese responder, conté de un tirón mi sueño sobre Grover y la isla de Polifemo. Annabeth intervino para recordar los efectos que producía el Vellocino de Oro; sonaba más convincente viniendo de ella.

-Fue muy convincente- dijo Connor

El vellocino puede salvar el campamento —concluyó—. Estoy completamente segura.

Tonterías —dijo Tántalo—. No necesitamos ninguna salvación.

Todo el mundo lo miró fijamente hasta que empezó a sentirse incómodo.

Además —añadió—, ¿el Mar de los Monstruos? No parece una pista muy exacta que digamos; no sabríais ni por dónde empezar a buscar.

Sí, sí, lo sé —dije.

Annabeth se inclinó hacia mí y me susurró:

¿De veras lo sabes?

-Cuanta confianza- rió Piper

Asentí. Ella me había refrescado la memoria al recordarme nuestro viaje en taxi con las Hermanas Grises. En aquel momento, la información que me dieron no tenía ningún sentido. Pero ahora...

Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce —dije.

Muy bien —dijo Tántalo—. Gracias por compartir con nosotros esas cifras inútiles...

Son coordenadas de navegación —aclaré—. Latitud y longitud. Lo estudié, eh... en sociales.

Incluso Annabeth pareció impresionada.

-Estaba impresionada- dijo Annabeth

Treinta grados, treinta y un minutos norte; setenta y cinco grados, doce minutos oeste. ¡Tiene razón! Las Hermanas Grises nos dieron las coordenadas. Debe de caer en algún punto del Atlántico frente a las costas de Florida; el Mar de los Monstruos. ¡Hemos de emprender una operación de búsqueda!

Un momento —dijo Tántalo.

Pero todos los campistas se pusieron a corear:

¡Una búsqueda! ¡Una operación de búsqueda!

Las llamas se alzaron aún más.

No hace falta —insistió Tántalo.

¡Una búsqueda! ¡Una búsqueda!

¡Está bien! —gritó Tántalo,

-Eso es meter presión, muy buena táctica- dijo Artemisa

los ojos llameantes de furia—. ¿Queréis que autorice una operación de búsqueda, mocosos?

¡Sí!

Muy bien —asintió—. Daré mi autorización para que un paladín emprenda esa peligrosa travesía, recupere el Vellocino de Oro y lo traiga al campamento, o para que muera en el intento.

-Qué consuelo- masculló Poseidón

El corazón se me henchía de emoción. No iba a permitir que Tántalo me asustara. Aquello era lo que tenía que hacer: salvaría a Grover y al campamento; nada me detendría.

Permitiré que nuestro paladín consulte al Oráculo —anunció Tántalo—. Y que elija dos compañeros de viaje. Creo que la elección es obvia.

Tántalo nos miró a Annabeth y a mí como si quisiera desollarnos vivos.

-Es probable que eso quisiera- dijo Deméter con una mueca -los cereales son más nutritivos que los niños

Ese paladín tiene que ser alguien que se haya ganado el respeto de todos, que haya demostrado sus recursos en las carreras de carros y su valentía en la defensa del campamento. ¡Tú dirigirás la búsqueda... Clarisse!

-¡Esa es mi chica!- gritó Ares

-Espera...- dijo Poseidón -si la chica va a dirigir la búsqueda ¿Por qué tendrías que ir tú al mar de los monstruos?- preguntó mirando a su hijo -no creo que te haya elegido para ir con ella

-Estoy seguro que el libro lo dirá- dijo Percy mirando de reojo a Hermes

El fuego chisporroteó con un millar de colores diferentes. La cabaña de Ares empezó a patear el suelo y estalló en vítores:

¡Clarisse! ¡Clarisse!

Ella se puso en pie, atónita. Tragó saliva y su pecho se hinchó de orgullo. —¡Acepto la misión!

¡Un momento! —grité—. Grover es mi amigo; fui yo quien lo soñé. El sueño me llegó a mí.

¡Siéntate! —aulló un campista de Ares—. ¡Tú ya tuviste tu oportunidad el verano pasado!

¡Sí! ¡Lo que quiere es ser otra vez el centro de atención! —dijo otro.

-Él solo quiere salvar a su amigo- dijo Hestia

Clarisse me lanzó una mirada fulminante.

¡Acepto la misión! —repitió—. ¡Yo, Clarisse, hija de Ares, salvaré el Campamento Mestizo!

Los de Ares la vitorearon aún con más fuerza. Annabeth protestó y los demás campistas de Atenea se sumaron a su protesta. Todo el mundo empezó a tomar partido, a gritar y discutir y a tirarse malvaviscos;

-No es tan diferente a nuestras peleas- habló Zeus, como si los semidioses pudieran ser mejores, pensó

-Excepto por el hecho de que nosotros no destruimos a la mitad de la población con una pelea- dijo Jason

Zeus le lanzó una mala mirada

temí que aquello fuera a convertirse en una batalla de malvaviscos asados con todas las de la ley... hasta que Tántalo gritó:

¡Silencio, mocosos!

Su tono me dejó pasmado incluso a mí.

¡Sentaos! —ordenó—. Y os contaré una historia de fantasmas.

-Son mis favoritas- dijo Nico

No sabía qué se proponía, pero todos volvimos a sentarnos a regañadientes. El aura maligna que Tántalo irradiaba ahora era tan poderosa como la de cualquiera de los monstruos a los que me había enfrentado.

Érase una vez un rey mortal muy querido por los dioses. —Se puso la mano en el pecho y tuve la sensación de que hablaba de sí mismo—.

-Esa historia no- se quejó Hera

Ese rey — dijo— incluso tenía derecho a participar en los festines del monte Olimpo. Pero un día trató de llevarse un poco de néctar y ambrosía a la Tierra para averiguar la receta (sólo una bolsita, a decir verdad), y entonces los dioses lo castigaron. ¡Le cerraron la puerta de sus salones para siempre! Su propia gente se mofaba de él, incluso sus hijos le reprendían su acción. Sí, campistas, tenía unos hijos horribles. ¡Chavales como... vosotros!

Señaló con un dedo encorvado a unos cuantos de la audiencia, yo entre ellos, por supuesto.

¿Sabéis lo que les hizo a aquellos niños ingratos? —preguntó en voz baja—. ¿Sabéis cómo se vengó de los dioses por aquel castigo tan cruel?

-Fue un castigo justo- dijo Hera

Invitó a los Olímpicos a un festín en su palacio, para demostrarles que no les guardaba rencor. Nadie notó la ausencia de sus hijos, y cuando sirvió la cena a los dioses, mis queridos campistas, ¿adivináis lo que había en el guiso?

Los dioses hicieron una mueca

Nadie se atrevió a responder. La hoguera adquirió un resplandor azul oscuro y arrojó un brillo maligno al rostro torcido de Tántalo.

Ah, los dioses lo castigaron en la vida de ultratumba —gruñó—. Vaya si lo hicieron; pero él también gozó de su momento, ¿no es verdad? Sus niños no volvieron a replicarle más ni tampoco a cuestionar su autoridad. ¿Y sabéis qué?

Corren rumores de que el espíritu de aquel rey mora en este mismo campamento, a la espera de una oportunidad para vengarse de los niños ingratos y rebeldes. Así pues... ¿alguna otra queja antes de dejar que Clarisse emprenda su búsqueda?

-Hay que admitir que fue una buena forma de callarlos- dijo Hades

Silencio.

Tántalo le hizo un gesto con la cabeza.

El Oráculo, querida. Vamos.

Clarisse se removió inquieta, como si ni siquiera ella deseara la gloria si había de ser el precio de convertirse en su mascota.

Clarisse suspiró

Señor...

¡Ve! —gruñó él.

Ella esbozó una torpe reverencia y se apresuró hacia la Casa Grande.

-No le hagas reverencias- masculló Ares

¿Y tú, Percy Jackson? —preguntó Tántalo—. ¿Ningún comentario de nuestro lavaplatos?

Permanecí en silencio. No iba a darle el gusto de castigarme otra vez.

Muy bien. Y dejad que os lo recuerde a todos: nadie sale de este campamento sin mi permiso. Quien lo intente... bueno, si sobrevive al intento, será expulsado para siempre, pero ni siquiera hará falta llegar a ese punto. Las arpías montarán guardia de ahora en adelante para reforzar el toque de queda. ¡Y siempre están hambrientas! Buenas noches, estimados campistas, dormid bien.

Hizo un gesto con la mano y la hoguera se extinguió. Los campistas desfilaron en la oscuridad hacia sus cabañas.

No podía explicarle toda la situación a Tyson, pero él sabía que estaba triste.

Sabía que quería salir de viaje y que Tántalo no me lo permitía.

¿Irás de todos modos? —preguntó.

-Es Percy, irá de cualquier manera- habló Hazel

No lo sé —reconocí—. Sería un viaje duro, muy duro.

Yo te ayudaría.

No... no podría pedirte que lo hicieras, grandullón. Es demasiado peligroso.

Tyson bajó la vista y se concentró en las piezas de metal que estaba ensamblando en su regazo: muelles, engranajes y pequeños alambres. Beckendorf le había dado varias herramientas y chatarra suelta, y ahora Tyson se pasaba las noches jugueteando con ellas, aunque yo no entendía cómo podía manejar con sus enormes manos aquellas piezas tan pequeñas y delicadas.

¿Qué estás construyendo? —le pregunté.

Tyson soltó un quejido lastimero.

A Annabeth no le gustan los cíclopes.

-Tú sí me gustas, Tyson- sonrió Annabeth

Tú... ¿no quieres que te acompañe?

No es eso —dije sin demasiada convicción—. A Annabeth le caes bien, de verdad.

Tenía lágrimas en los rabillos del ojo.

Recordé que Grover, como todos los sátiros, podía leer las emociones humanas. Me pregunté si los cíclopes tenían esa misma destreza.

-Algunos- dijo Poseidón

Tyson envolvió su artefacto en un trozo de hule. Se echó en su litera y abrazó la colcha como si fuera un osito. Cuando se volvió hacia la pared, vi aquellas extrañas cicatrices que tenía en la espalda, como si alguien hubiese arado con un tractor encima de él. Me pregunté por enésima vez cómo se habría hecho semejantes heridas.

Papi siempre se había preocupado por mí —dijo sorbiéndose la nariz—. Pero... creo que hizo mal en tener un cíclope.

-¡Por supuesto que no!- exclamó Poseidón

Yo no debería haber nacido.

¡No digas eso! Poseidón te ha reconocido ¿no? O sea que debes importarle... mucho...

Mi voz se fue apagando a medida que pensaba en todos aquellos años en que Tyson había vivido en las calles de Nueva York, en la caja de cartón de un frigorífico. ¿Cómo podía creerse que Poseidón se había preocupado por él? ¿Qué clase de padre habría permitido que le ocurriera aquello a su hijo, incluso aunque ese hijo fuera un monstruo?

-Lo lamento- dijo Poseidón apenado

Tyson, el campamento será un buen hogar para ti. Los demás se acostumbrarán a verte, te lo prometo.

Él suspiró. Aguardé a que dijese algo, pero enseguida advertí que se había dormido.

Me tendí en la cama e intenté cerrar los ojos, pero no podía. Me daba miedo soñar con Grover. Si la conexión por empatía era real, si le ocurría algo, ¿volvería a despertar?

La luna llena brillaba a través de la ventana y el ruido del oleaje resonaba a lo lejos. Percibía la cálida fragancia de los campos de fresas y oía las risas de las ninfas, que perseguían a los búhos por el bosque. Pero había algo que no estaba bien en la noche del campamento: era la enfermedad del árbol de Thalia, que se iba extendiendo por todo el valle.

¿Sería Clarisse capaz de salvar la colina Mestiza?

-Claro que lo es- gruñó Ares

Pensé que tendría tantas probabilidades como que Tántalo me otorgara el premio al Mejor Campista. O sea, ninguna.

-Cállate, Prissy- masculló Clarisse

Percy le sonrió inocentemente

Me levanté de la cama y me puse algo de ropa, saqué una toalla de playa y un paquete de seis Coca-Colas de debajo de la litera. La Coca-Cola iba contra las normas; no se podían entrar refrescos ni bolsas de patatas del exterior, pero si hablabas con el tipo indicado de la cabaña de Hermes y le pagabas unos dracmas de oro, conseguía lo que fuera en el súper más cercano y te lo traía de contrabando.

-Gracias por la información- dijo Quirón

-¡Percy!- gritaron los Stoll

Salir a hurtadillas después del toque de queda iba contra las normas también. Si me pillaban, o bien me metería en un lío, o sería devorado por las arpías, pero yo quería ver el océano. Allí siempre me sentía mejor; pensaba con más claridad. Salí de la cabaña, pues, y me encaminé hacia la playa.

Extendí mi toalla cerca del agua y abrí una lata. Por algún motivo, el azúcar y la cafeína siempre serenaban mi cerebro hiperactivo.

-Eso es extraño- dijo Frank

Traté de pensar en lo que debía hacer para salvar el campamento, pero no se me ocurría nada.

Me habría gustado hablar con Poseidón para que me diese algún consejo.

El cielo se veía despejado y plagado de estrellas. Estaba repasando las constelaciones que Annabeth me había enseñado —Sagitario, Hércules, la Corona Boreal— cuando alguien dijo: —Hermoso, ¿verdad?

Poco me faltó para atragantarme.

De pie a mi lado, había un tipo con pantalones cortos y una camiseta de la maratón de Nueva York. Estaba delgado y en buena forma; tenía el pelo entrecano y sonreía de un modo taimado. Su aspecto me resultaba familiar, aunque no sabía por qué.

Hermes sonrió, se había reconocido

Mi primer pensamiento fue que el tipo había salido a correr por la playa y había cruzado sin darse cuenta las fronteras del campamento. Pero se suponía que eso no era posible; los mortales corrientes no podían entrar en el valle. Quizá la debilidad cada vez mayor del árbol de Thalia le había permitido colarse dentro, pero... ¿en mitad de la noche? Además, en los alrededores no había nada, salvo campos de labranza y terrenos rústicos. ¿De dónde había salido aquel tipo?

¿Puedo sentarme contigo? —preguntó—. Hace una eternidad que no me siento.

Sí, ya lo sé: un extraño en mitad de la noche. El sentido común dice que tendría que haber salido corriendo, gritar pidiendo ayuda, etcétera; pero el tipo actuaba con tanta calma que me resultaba difícil sentir miedo.

Eh, sí, claro —dije.

Él sonrió.

Tu hospitalidad te honra. Ah, ¡Coca-Cola! ¿Puedo?

Se sentó en la otra punta de la toalla, abrió una lata y echó un trago. —Uf, esto es ideal. Paz y tranquilidad en... Un teléfono móvil sonó en su bolsillo.

Suspiró. Sacó el teléfono y yo abrí los ojos de par en par, porque emitía un resplandor azulado. Cuando extendió la antena, dos criaturas empezaron a retorcerse en torno a ella: dos culebras verdes, pequeñas como lombrices.

Las serpientes se retorcieron en el télefono de Hermes

"Mira George, el chico nos conoce"

"¿Me trajo una rata?"

-Quietos- dijo Hermes

Él no pareció advertirlo. Miró la pantalla y soltó una maldición.

Tengo que atender esta llamada. Un seg... —Habló al teléfono—. ¿Hola?

Mientras él escuchaba, las miniculebras siguieron retorciéndose por la antena a unos centímetros de su oreja.

Sí —dijo—. Oiga, ya sé, pero... me tiene sin cuidado que esté encadenado a una roca y con buitres mordiéndole el hígado. Si no tiene el número de envío, no podemos localizar el paquete... Un regalo para la humanidad, fantástico... ¿Sabe cuántos regalos entregamos? No importa. Oiga, dígale que pregunte por Eris en atención al cliente. Ahora tengo que dejarle.

Colgó.

Perdón. El negocio de envíos nocturnos va viento en popa. Bueno, como iba diciendo...

Tiene unas serpientes en el teléfono.

-Por supuesto, oye la conversación y lo único que le interesa son las serpientes, típico de Percy- dijo Nico, quien ahora sí tenía frío, ya que el esqueleto favorito de su padre molestaba a Will y el necesitaba ambas manos para controlarlo, a Nico le hacía un poco de gracia (solo un poco) uno de estos días tendría que hablar con su padre, Jason y Reyna, si creían que no se había dado cuenta de sus miradas, estaban muy equivocados

¿Qué? Ah, no muerden. Saludad, George y Martha.

« Hola, George y Martha» , dijo en mi cabeza una voz ronca.

« No seas sarcástico» , repuso una voz femenina.

« ¿Por qué no? —preguntó George—. Soy yo quien hace todo el trabajo» .

¡Oh, no volvamos a discutir eso! —El hombre se metió otra vez el teléfono en el bolsillo—. Bien, ¿dónde estábamos...? Ah, sí. Paz y tranquilidad.

Cruzó las piernas y levantó la vista hacia las estrellas.

Hace muchísimo que no tenía un rato para relajarme. Desde que apareció el telégrafo, ha sido un no parar. ¿Tienes una constelación favorita, Percy?

Todavía estaba pensando en las pequeñas culebras verdes que se le habían metido en el bolsillo del pantalón, pero contesté:

Hummm... me gusta Hércules.

Zoë alzó una ceja

Artemisa masculló algo como "hombres"

¿Por qué?

Bueno... porque tenía una suerte fatal, incluso peor que la mía; lo cual hace que me sienta mejor.

Zeus bufó

El tipo rió entre dientes.

¿No porque fuera fuerte y famoso y demás?

No.

Eres un joven interesante.

-Demasiado interesante- dijo Artemisa

Y entonces... ¿ahora qué?

Comprendí en el acto lo que me preguntaba. ¿Qué pensaba hacer respecto al Vellocino de Oro?

Antes de que pudiera responderle, salió de su bolsillo la voz amortiguada de Martha la culebra:

« Tengo a Deméter en la línea dos» .

Ahora no —dijo el hombre—. Dile que te deje el mensaje.

Deméter gruñó

« No le va a gustar; la última vez que lo hiciste se marchitaron todas las flores en la sección de envíos florales» .

¡Pues dile que estoy en una reunión! —Puso los ojos en blanco—. Perdona de nuevo, Percy. Estabas diciendo...

Hummm... ¿Quién es usted exactamente?

¿Un chico tan listo como tú y no lo has adivinado todavía?

-Todo un genio- dijo Atenea con sarcasmo

« ¡Muéstraselo! —suplicó Martha—. ¡Hace meses que no adquiero mi tamaño normal!» .

« ¡No le hagas caso! —dijo George—. ¡Sólo quiere pavonearse!» .

El hombre sacó otra vez el teléfono.

Forma original, por favor.

El teléfono emitió un brillante resplandor azul y se fue alargando hasta convertirse en una vara de madera de un metro de largo, de la que brotaron unas alas. George y Martha, ahora culebras de tamaño normal, se enroscaban juntas en el centro. Aquello era un caduceo: el símbolo de la cabaña 11.

Se me hizo un nudo en la garganta. Comprendí a quién me recordaba el tipo con sus rasgos de elfo y aquel brillo pícaro en los ojos... —Usted es el padre de Luke

-No suelen identificarme así- dijo Hermes

dije—. Hermes.

El dios apretó los labios y clavó su caduceo en la arena, como si fuese el palo de una sombrilla.

« El padre de Luke...» . Normalmente, la gente no me presenta de ese modo. El dios de los ladrones, sí, o el dios de los mensajeros y viajeros, si quieren ser amables.

« Dios de los ladrones es perfecto» , dijo George.

« No le hagas caso a George. —Martha chasqueó la lengua—. Está amargado porque Hermes me prefiere a mí» .

« ¡No es verdad!» .

-"Si lo es"

« ¡Ya lo creo!» .

¡Vosotros dos, comportaos —les advirtió Hermes—, o vuelvo a convertiros en un móvil y os dejo en modo vibración! Bueno, Percy, todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Qué piensas hacer respecto a la búsqueda?

No tengo permiso para salir del campamento.

En efecto, no lo tienes. ¿Eso te va a detener?

-Tenías que animarlo- masculló Poseidón

Yo quiero ir. Tengo que salvar a Grover.

Hermes sonrió.

Conocí una vez a un chico... Mucho más joven que tú. Casi un niño, en realidad.

« Ya estamos otra vez —dijo George—. Siempre hablando de sí mismo» .

« ¡Cállate! —le espetó Martha—. ¿Quieres que nos ponga en modo vibración?» .

Hermes no les hizo caso.

Una noche, cuando la madre del chico no miraba, se deslizó fuera de su cueva y robó unas cabezas de ganado que eran propiedad de Apolo.

Apolo lo miró mal

¿Y él lo hizo explotar en mil pedazos?

-Hubiera estado muy bien, pero me hizo un buen regalo- dijo Apolo

Hummm... no. De hecho, la cosa salió bastante bien. Para compensarle por el robo, el chico le dio a Apolo un instrumento que había inventado: una lira. Apolo estaba tan encantado con la música que se olvidó por completo de su enfado.

¿Cuál es la moraleja?

¿La moraleja? Cielos, lo dices como si se tratase de una fábula. Es una historia verdadera. ¿La verdad también tiene moraleja?

Eh...

Digámoslo así: robar no siempre es malo —concluyó Hermes.

No creo que a mi madre le gustara esa moraleja.

-No me gusta mucho esa moraleja- dijo Poseidón

-Está increíble- dijeron los Stoll

« Las ratas son deliciosas» , dijo George.

« ¿Qué tiene que ver eso con la historia?» , preguntó Martha.

« Nada. Pero estoy hambriento» .

Ya lo tengo —dijo Hermes—. Los jóvenes no siempre hacen lo que se les dice, pero si logran lo que se proponen y hacen algo fantástico, a veces se libran del castigo. ¿Qué tal?

-Muy bonito- masculló Poseidón -animando a mi hijo a ir a una misión peligrosa, en un lugar donde no funcionan sus poderes

Me está diciendo que debería irme de todos modos —dije—, aunque sea sin permiso.

Los ojos de Hermes centellearon.

Martha, ¿me pasas el primer paquete, por favor?

Martha abrió la boca... y la siguió abriendo hasta que se volvió tan ancha como mi brazo. Eructó un bote de acero reluciente. Era un termo anticuado con tapa de plástico; tenía los lados esmaltados con antiguas escenas griegas en rojo y amarillo: un héroe matando a un león; un héroe levantando por los aires a

Cerbero, el perro de tres cabezas... —Es Hércules —dije—. ¿Pero cómo...?

Nunca hagas preguntas sobre un regalo —me reprendió Hermes—. Es una pieza de coleccionista de Hércules Rompe Cabezas. De la primera temporada.

¿Hércules Rompe Cabezas?

Una serie fantástica —suspiró Hermes—.

-No era muy buena- murmuró Zoë

Antes de que la televisión de Hefesto se llenara de reality shows. Desde luego, ese termo sería mucho más valioso si hubiese conseguido la canastilla del almuerzo completa...

« O si no hubiera pasado por la boca de Martha» , añadió George.

« Ésta me la vas a pagar» . Martha empezó a perseguirlo en torno al caduceo.

Un momento... —dije—. ¿Es un regalo?

-Al menos le llevé regalos- señaló Hermes

Uno de los dos que te he traído —dijo Hermes—. Venga, míralo bien.

Poco me faltó para que se me cayera, porque por un lado estaba helado y por el otro quemaba. Lo raro era que, cuando le daba la vuelta, el lado que miraba al océano, hacia el norte, era siempre el congelado.

¡Es una brújula!

Hermes pareció sorprendido.

¡Qué listo! No lo había pensado, pero el uso para el que está diseñado es algo más espectacular. Afloja la tapa y desatarás los cuatro vientos para que te impulsen en tu camino. ¡Ahora no! Y por favor, cuando llegue el momento, desenrosca sólo un poquito la tapa, los vientos son un poco como yo... siempre incansables. Si los cuatro se escaparan al mismo tiempo... Pero bueno, estoy seguro de que andarás con cuidado. Y ahora, mi segundo regalo. ¿George?

« Me está tocando» , se quejó George mientras él y Martha seguían deslizándose alrededor de la vara.

Vaya novedad —replicó Hermes—. Estáis entrelazados. ¡Y si no paráis ahora mismo, os haré un nudo otra vez!

Las culebras dejaron de pelearse en el acto.

George abrió la mandíbula casi hasta dislocarla y expectoró un bote de plástico lleno de vitaminas masticables.

Está de broma —dije—. ¿Esas de ahí no tienen forma de Minotauro?

Hermes tomó la botellita y la agitó.

Las de limón, sí; las de uva son Furias, me parece. ¿O eran Hidras? En todo caso, son muy fuertes; no tomes una a menos que de verdad la necesites.

¿Cómo voy a saber si de verdad la necesito?

Lo sabrás, créeme.

-Lo supe- murmuró Percy

Nueve vitaminas esenciales, minerales, aminoácidos... Todo lo que necesitas para sentirte bien.

Me lanzó la botellita.

Bueno, gracias —dije—. Pero... ¿por qué me ayuda, señor Hermes?

Me sonrió melancólico.

Quizá porque espero que puedas salvar a mucha gente en esta misión, Percy, no sólo a tu amigo Grover.

Luke lo miró fijamente

Lo miré fijamente.

¿No querrá decir... a Luke?

Hermes no respondió.

Mire, señor Hermes, o sea, muchas gracias y tal, pero quizá sea mejor que se quede con los regalos. No es posible salvar a Luke, incluso si lo encontrara... Me dijo que quería demoler hasta la última piedra del Olimpo y ha traicionado a todos los que lo conocían. Y a usted lo odia especialmente.

Hermes levantó la vista y miró las estrellas.

Mi joven y querido primo, si hay una cosa que he aprendido en el curso de los eones es que no puedes renunciar a tu familia ni dejarla por imposible, por tentador que a veces pueda resultar.

Los dioses asintieron

No importa que te odien, que te pongan en ridículo o que, sencillamente, sean incapaces de apreciar el genio que has demostrado inventando Internet... —¿Usted inventó Internet?

« Fue idea mía» , dijo Martha.

« Las ratas son deliciosas» , dijo George.

¡Fue idea mía! —dijo Hermes—. Me refiero a Internet, no a las ratas. Pero ésa no es la cuestión ahora. Percy, ¿entiendes lo que te digo sobre la familia?

N-no estoy seguro.

Algún día lo estarás. —Se incorporó y se sacudió la arena de las piernas—.

Entretanto, he de continuar.

« Tienes que devolver sesenta llamadas» , dijo Martha.

« Y mil treinta y siete e-mails —añadió George—. Sin contar las ofertas de descuento online en los pedidos de ambrosía» .

Y tú, Percy —dijo Hermes—, tienes un plazo más corto de lo que crees para completar tu búsqueda. Tus amigos deben estar a punto de...

Oí la voz de Annabeth llamándome entre las dunas. Y también a Tyson, que gritaba desde un poco más lejos.

Espero haberte hecho bien el equipaje —dijo Hermes—. Tengo cierta experiencia en cuestión de viajes.

Chasqueó los dedos y aparecieron a mis pies tres petates amarillos.

Son impermeables, claro. Y si se lo pides con amabilidad, creo que tu padre podría ayudarte a alcanzar el barco.

-¿Ya lo ves? Incluso tú lo ayudaste- dijo Hermes mirando a su tío

-Ya lo habías animado- masculló Poseidón

¿Qué barco?

Hermes señaló con el dedo. En efecto, un gran crucero estaba atravesando el estuario de Long Island Sound. Sus luces blancas y doradas resplandecían sobre las aguas oscuras.

Espere —dije—. No entiendo nada. ¡Ni siquiera he dicho que vaya a partir!

Yo en tu lugar me decidiría en los próximos cinco minutos —me aconsejó Hermes—. Que es cuando las arpías vendrán a devorarte; y ahora, buenas noches, primo. Y... ¿me atreveré a decirlo? Que los dioses te acompañen.

-Espero que te acompañemos- dijo Apolo

Abrió la mano y el caduceo voló hacia ella.

« Buena suerte» , me dijo Martha.

« Tráeme una rata cuando vuelvas» , dijo George.

El caduceo se convirtió otra vez en teléfono móvil y Hermes se lo metió en el bolsillo.

Echó a correr por la playa. Veinte pasos más allá, resplandeció un segundo y se desvaneció, dejándome solo con un termo, un bote de vitaminas, tres petates y cinco minutos escasos para tomar una decisión imposible.

-Fin del capítulo- dijo Rachel

-Esto va a ser interesante- dijo Ares -¿Puedes prestarme a tu esqueleto?- preguntó en voz baja a Hades -es más molesto que los que están a mi servicio

El dios asintió

El dios pasaba de molestar a Will a molestar a Chris

Los chicos trataban (sin mucho éxito) de no reírse

-¿Quién quiere leer?