-¿El ladrón del rayo?- gruñó Zeus -Tú, mocoso despreciable ¿Te atreviste a robar mi rayo?

-Padre- dijo Hermes -dice "y el ladrón del rayo" no Percy Jackson el ladrón del rayo

Percy gimió

Mira, yo no quería ser mestizo.

Percy enterró la cara entre los brazos, pensaba que solo contarían sus aventuras, no que estarían desde su punto de vista

-¿Por qué no?- se interrumpió Apolo -ser mestizo es súper guay

Los mestizos lo miraron con el ceño fruncido

Si estás leyendo esto porque crees que podrías estar en la misma situación, mi consejo es éste: cierra el libro inmediatamente. Créete la mentira que tu padre o tu madre te contaran sobre tu nacimiento, e intenta llevar una vida normal.

Ser mestizo es peligroso. Asusta. La mayor parte del tiempo sólo sirve para que te maten de manera horrible y dolorosa.

Los mestizos asintieron de acuerdo

Si eres un niño normal, que está leyendo esto porque cree que es ficción, fantástico. Sigue leyendo. Te envidio por ser capaz de creer que nada de esto sucedió.

Pero si te reconoces en estas páginas -si sientes que algo se remueve en tu interior-, deja de leer al instante. Podrías ser uno de nosotros. Y en cuanto lo sepas, sólo es cuestión de tiempo que también ellos lo presientan, y entonces irán por ti.

No digas que no estás avisado.

Me llamo Percy Jackson.

Tengo doce años.

-¿Doce?- preguntó Poseidón poniéndose pálido

Percy sonrió

Hasta hace unos meses estudiaba interno en la academia Yancy, un colegio privado para niños con problemas, en el norte del estado de Nueva York.

¿Soy un niño con problemas?

-Sí- asintieron todos de acuerdo

Sí.

Podríamos llamarlo así.

Se oyeron risitas

Podría empezar en cualquier punto de mi corta y triste vida para dar prueba de ello, pero las cosas comenzaron a ir realmente mal en mayo del año pasado, cuando los alumnos de sexto curso fuimos de excursión a Manhattan: veintiocho críos tarados y dos profesores en un autobús escolar amarillo, en dirección al Museo Metropolitano de Arte a ver cosas griegas y romanas.

-Suena a tortura- Poseidón suspiró

Ya lo sé: suena a tortura.

-No se puede negar que es tu hijo- habló Afrodita con una sonrisa

La mayoría de las excursiones de Yancy lo eran. Pero el señor Brunner, nuestro profesor de latín, dirigía la excursión, así que tenía esperanzas. El señor Brunner era un tipo de mediana edad que iba en silla de ruedas motorizada. Le clareaba el cabello, lucía una barba desaliñada y una chaqueta de tweed raída que siempre olía a café.

-Quirón- susurró Annabeth a Percy, él asintió de acuerdo

Con ese aspecto, imposible adivinar que era guay, pero contaba historias y chistes y nos dejaba jugar en clase. También tenía una colección alucinante de armaduras y armas romanas, así que era el único profesor con el que no me dormía en clase.

-¡¿Te dormías en clases?!- gritó escandalizada Atenea -eso es inaceptable, Annabeth te prohíbo que te acerques a él

Afrodita bufó -¿La gran diosa de la sabiduría aún no se da cuenta?- dijo mirando las manos entrelazadas de los chicos

Atenea iba a replicar, pero Apolo siguió leyendo

Esperaba que el viaje saliera bien. Esperaba, por una vez, no meterme en problemas.

Anda que estaba equivocado.

-¿Y cuando no, bro?

Percy negó divertido

Verás, en las excursiones me pasan cosas malas. Como cuando en quinto fui al campo de batalla de Saratoga, donde tuve aquel accidente con el cañón de la guerra de la Independencia americana. Yo no estaba apuntando al autobús del colegio, pero por supuesto me expulsaron igualmente.

-¡Así se hace!- gritó Ares

Y antes de aquello, en cuarto curso, durante la visita a las instalaciones de la piscina para tiburones en Marine World, le di a la palanca equivocada en la pasarela y nuestra clase acabó dándose un chapuzón inesperado. Y la anterior... Bueno, te haces una idea, ¿verdad?

-¿Qué más te ha pasado?- preguntó con preocupación Hestia

-Creo que lo descubrirán en los libros, lady Hestia- ¨Percy sonrió de lado

En aquella excursión estaba decidido a portarme bien.

Durante todo el viaje a la ciudad soporté a Nancy Bobofit, la pelirroja pecosa y cleptómana que le lanzaba a mi mejor amigo, Grover, trocitos de sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada al cogote.

Grover era un blanco fácil. Era canijo y lloraba cuando se sentía frustrado. Debía de haber repetido varios cursos, porque era el único en sexto con acné y una pelusilla incipiente en la barbilla. Además, estaba lisiado.

-¿Sátiro?- preguntaron los dioses

-Sátiro- confirmaron los semidioses

Tenía un justificante que lo eximía de la clase de Educación Física durante el resto de su vida, ya que padecía una enfermedad muscular en las piernas. Caminaba raro, como si cada paso le doliera; pero que eso no te engañe: tendrías que verlo correr el día que tocaba enchilada en la cafetería.

Todos se rieron

En cualquier caso, Nancy Bobofit estaba tirándole trocitos de sándwich que se le quedaban pegados en el pelo castaño y rizado, y sabía que yo no podía hacer nada porque ya estaba en periodo de prueba. El director me había amenazado con expulsión temporal si algo malo, vergonzoso o siquiera medianamente entretenido sucedía en aquella salida.

-Voy a matarla -murmuré.

-¡Hazlo chaval!- Ares levantó el puño

Grover intentó calmarme.

-No pasa nada. Me gusta la mantequilla de cacahuete.

-Pero no en su cabello- suspiró Afrodita -el cabello es sagrado

-Esquivó otro pedazo del almuerzo de Nancy.

-Hasta aquí hemos llegado. -Empecé a ponerme en pie, pero Grover volvió a hundirme en mi asiento.

-Ya estás en periodo de prueba -me recordó-. Sabes a quién van a culpar si pasa algo.

Echando la vista atrás, ojalá hubiera tumbado a Nancy Bobofit de un tortazo en aquel preciso instante. La expulsión temporal no habría sido nada en comparación con el lío en que estaba a punto de meterme.

Poseidón gimió

El señor Brunner conducía la visita al museo.

Él iba delante, en su silla de ruedas, guiándonos por las enormes y resonantes galerías, a través de estatuas de mármol y vitrinas de cristal llenas de cerámica roja y negra supervieja.

Me parecía flipante que todo aquello hubiese sobrevivido más de dos mil o tres mil años.

-Mucho más- susurró Atenea

Nos reunió alrededor de una columna de piedra de casi cuatro metros de altura con una gran esfinge encima, y empezó a contarnos que había sido un monumento mortuorio, una estela, de una chica de nuestra edad. Nos habló de los relieves de sus costados. Yo intentaba prestar atención, porque parecía realmente interesante, pero los demás hablaban sin parar, y cuando les decía que se callaran, la otra profesora acompañante, la señora Dodds, me miraba mal.

La señora Dodds era una profesora de matemáticas procedente de Georgia que siempre llevaba cazadora de cuero, aunque era menuda y rondaba los cincuenta años. Tenía un aspecto tan fiero que parecía dispuesta a plantarte la Harley en la taquilla.

Hades puso atención, algo de aquella mujer le era demasiado familiar

Había llegado a Yancy a mitad de curso, cuando nuestra anterior profesora de matemáticas sufrió un ataque de nervios.

Desde el primer día, la señora Dodds adoró a Nancy Bobofit y a mí me clasificó como un engendro del demonio. Me señalaba con un dedo retorcido y me decía « y ahora, cariño» , superdulce, y yo sabía que a continuación me castigaría a quedarme después de clase.

Una vez, tras haberme obligado a borrar respuestas de viejos libros de ejercicios de matemáticas hasta medianoche, le dije a Grover que no creía que la señora Dodds fuera humana. Se quedó mirándome, muy serio, y me respondió: « Tienes toda la razón».

Poseidón se puso pálido

Hades rogó a él mismo para que la criatura no fuera quién él pensaba

El señor Brunner seguía hablando del arte funerario griego.

Al final, Nancy Bobofit se burló de una figura desnuda cincelada en la estela y yo le espeté:

-¿Te quieres callar? -Me salió más alto de lo que pretendía.

-Solo a ti te pasa sesos de alga

-Cállate cara de pino- le sacó la lengua

El grupo entero soltó risitas y el profesor interrumpió su disertación.

-Señor Jackson -dijo-, ¿tiene algún comentario que hacer?

Me puse como un tomate y contesté:

-No, señor.

El señor Brunner señaló una de las imágenes de la estela. -A lo mejor puede decirnos qué representa esa imagen.

Miré el relieve y sentí alivio porque de hecho lo reconocía.

-Ése es Cronos devorando a sus hijos, ¿no?

Los cinco hermanos hicieron una mueca

-De todas la imágenes ¿Tenía que ser esa?

-Sí -repuso él-. E hizo tal cosa por...

-Porque eran muy deliciosos- dijo Hermes causando muecas en los dioses y risas en los chicos

-Bueno... -Escarbé en mi cerebro-. Cronos era el rey dios y...

-¡¿Dios?!

-¿Dios?

-Titán -me corregí-. Y... y no confiaba en sus hijos, que eran dioses. Así que Cronos... esto... se los comió, ¿no? Pero su mujer escondió al pequeño Zeus y le dio a cambio una piedra.

-Porque Zeus es tan feo que cualquiera lo confundiría

Poseidón se ganó una mala mirada de su hermano menor

Y después, cuando Zeus creció, engañó a su padre para que vomitara a sus hermanos y hermanas... -¡Puaj! -dijo una chica a mis espaldas.

-... así que hubo una gran lucha entre dioses y titanes -proseguí-, y los dioses ganaron.

Algunas risitas.

Detrás de mí, Nancy Bobofit cuchicheó con una amiga:

-Menudo rollo. ¿Para qué va a servirnos en la vida real? Ni que en nuestras solicitudes de empleo fuera a poner: « Por favor, explique por qué Cronos se comió a sus hijos».

-Oh, yo me encargaré que tenga esa pregunta en cada entrevista de trabajo- Hermes sonrió malévolamente

-¿Y para qué, señor Jackson -insistió Brunner, parafraseando la excelente pregunta de la señorita Bobofit-, hay que saber esto en la vida real?

-Te han pillado -murmuró Grover.

-Cierra el pico -siseó Nancy, con la cara aún más roja que su pelo.

Por lo menos habían pillado también a Nancy. El señor Brunner era el único que la sorprendía diciendo maldades. Tenía radares por orejas.

Pensé en su pregunta y me encogí de hombros.

-No lo sé, señor.

-¿No lo sabes?- bufó Atenea -vaya fastidio

-Ya veo. -Brunner pareció decepcionado-. Bueno, señor Jackson, ha salido medio airoso. Es cierto que Zeus le dio a Cronos una mezcla de mostaza y vino que le hizo expulsar a sus otros cinco hijos, que al ser dioses inmortales habían estado viviendo y creciendo sin ser digeridos en el estómago del titán. Los dioses derrotaron a su padre, lo cortaron en pedazos con su propia hoz y desperdigaron los restos por el Tártaro,

Nico se estremeció, al igual que Percy y Annabeth, por alguna extraña razón esa palabra les daba escalofríos

la parte más oscura del inframundo. Bien, ya es la hora del almuerzo. Señora Dodds, ¿podría conducirnos a la salida?

La clase empezó a salir, las chicas conteniéndose el estómago, y los chicos a empujones y actuando como merluzos.

Artemisa rodó los ojos "hombres"

Grover y yo nos disponíamos a seguirlos cuando el profesor exclamó:

-¡Señor Jackson!

Lo sabía.

Le dije a Grover que se fuera y me volví hacia Brunner.

-¿Señor? -Tenía una mirada que no te dejaba escapar: ojos castaño intenso que podrían tener mil años y haberlo visto todo.

-No todo sesos de alga- susurró Annabeth, al no obtener respuesta se volvió hacia él, se dio cuenta que Percy dormía e intentaba no babear

Si alguien se dio cuenta del semidiós dormido no lo dijo, al fin de cuentas él ya sabía que pasaba

-Debes aprender la respuesta a mi pregunta -me dijo.

-¿La de los titanes?

-La de la vida real. Y también cómo se aplican a ella tus estudios.

-Ah.

-Lo que vas a aprender de mí es de importancia vital. Espero que lo trates como se merece. Sólo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson.

Quería enfadarme, pues aquel tipo sabía cómo presionarme de verdad. Verás, quiero decir que sí, que molaban los días de competición, ésos en que se disfrazaba con una armadura romana y gritaba « ¡Adelante!», y nos desafiaba, espada contra tiza, a que corriéramos a la pizarra y nombráramos a todas las personas griegas y romanas que vivieron alguna vez, a sus madres y a los dioses que adoraban. Pero Brunner esperaba que yo lo hiciera tan bien como los demás, a pesar de que soy disléxico y poseo un trastorno por déficit de atención y jamás he pasado de un aprobado... No; no esperaba que fuera tan bueno como los demás: esperaba que fuera mejor. Y yo simplemente no podía aprenderme todos aquellos nombres y hechos, y mucho menos deletrearlos correctamente.

Murmuré algo acerca de esforzarme más mientras él dedicaba una triste mirada a la estela, como si hubiera estado en el funeral de la chica.

-Es probable que estuviera- acordó Piper

Me dijo que saliera y tomase mi almuerzo.

La clase se reunió en la escalinata de la fachada, desde donde se podía contemplar el tráfico de la Quinta Avenida. Se avecinaba una enorme tormenta, con las nubes más negras que había visto nunca sobre la ciudad. Supuse que sería efecto del calentamiento global o algo así, porque el tiempo en Nueva York había sido más bien rarito desde Navidad. Habíamos sufrido brutales tormentas de nieve, inundaciones e incendios provocados por rayos. No me habría sorprendido que fuese un huracán.

-Por supuesto, era culpa de estos dos- dijo Hades

Nadie más pareció reparar en ello. Algunos chicos apedreaban palomas con trocitos de cookies. Nancy Bobofit intentaba robar algo del monedero de una mujer y, evidentemente, la señora Dodds hacía la vista gorda.

-¡No me vean así, no es hija mía! Estoy muy seguro

Grover y yo estábamos sentados en el borde de una fuente, alejados de los demás. Pensábamos que así no todo el mundo sabría que pertenecíamos a aquella escuela: la escuela de los pringados y los raritos que no encajaban en ningún otro sitio.

-¿Castigado? -me preguntó Grover.

-Qué va. Brunner no me castiga. Pero me gustaría que aflojara de vez en cuando. Quiero decir... no soy ningún genio.

-Eso es obvio- susurró Atenea viendo a su hija acariciar el cabello del chico dormido a su lado ¿Qué veía su inteligente hija en ese niño tan problemático?

Grover guardó silencio. Entonces, cuando pensé que iba a soltarme algún reconfortante comentario filosófico, me preguntó:

-¿Puedo comerme tu manzana?

Se oyeron carcajadas que hicieron removerse al dormido hijo del dios del mar

Tampoco tenía demasiado apetito, así que se la di.

Observé la corriente de taxis que bajaban por la Quinta Avenida y pensé en el apartamento de mi madre, a sólo unas calles de allí.

No la veía desde Navidad. Me entraron ganas de subir a un taxi que me llevara a casa. Me abrazaría y se alegraría de verme, pero también se sentiría decepcionada y me miraría de aquella manera. Me devolvería directamente a Yancy, me recordaría que tenía que esforzarme más, aunque aquélla era mi sexta escuela en seis años y probablemente fueran a expulsarme otra vez. Era incapaz de volver a soportar esa mirada.

Afrodita arrulló

El señor Brunner aparcó su vehículo al final de la rampa para paralíticos. Masticaba apio mientras leía una novela en rústica. En la parte trasera de la silla tenía encajada una sombrilla roja, lo que la hacía parecer una mesita de terraza motorizada.

Me disponía a abrir mi sándwich cuando Nancy Bobofit apareció con sus desagradables amigas -supongo que se habría cansado de desplumar a los turistas-, y tiró la mitad de su almuerzo a medio comer sobre el regazo de Grover.

Annabeth gruñó

-Vaya, mira quién está aquí.

-Me sonrió con los dientes torcidos. Tenía pecas naranja, como si alguien le hubiera pintado las mejillas con espray.

-¡Qué asco!- chilló

Intenté mantener la calma. El consejero de la escuela me había dicho un millón de veces: « Cuenta hasta diez, controla tu mal genio». Pero yo estaba tan cabreado que me quedé en blanco. Y a continuación oí un revuelo y estrépito de agua. No recuerdo haberla tocado, pero lo siguiente que vi fue a Nancy sentada de culo en medio de la fuente, gritando:

-¡Percy me ha empujado! ¡Ha sido él!

La señora Dodds se materializó a nuestro lado.

-¿Materializó?- preguntó Jason mirando a Annabeth

Ella asintió

Algunos chicos cuchicheaban: -¿Has visto...?

-... el agua...

-...la ha arrastrado...

No sabía de qué hablaban, pero sí sabía que había vuelto a meterme en problemas.

En cuanto la profesora se aseguró de que la pobrecita Nancy estaba bien y le hubo prometido una camiseta nueva en la tienda del museo, se centró en mí. Había un resplandor triunfal en sus ojos, como si por fin yo hubiese hecho algo que ella llevaba esperando todo el semestre.

-Y ahora, cariño...

-Lo sé -musité-. Un mes borrando libros de ejercicios.

-Primera lección, nunca adivinen sus castigos, niños- dijo Hermes "serio"

Pero no acerté.

-Ven conmigo -ordenó la mujer.

-¡NO VAYAS!- gritó Poseidón

-Le estás hablando a un libro- dijo Hestia de manera amable

-¡Espere! -intervino Grover-. He sido yo. Yo la he empujado.

Me quedé mirándolo, perplejo. No podía creer que intentara encubrirme. A Grover la señora Dodds le daba un miedo de muerte. Ella lo miró con tanto desdén que a Grover le tembló la barbilla.

-Me parece que no, señor Underwood -replicó.

-Pero...

-Usted-se-queda-aquí.

Grover me miró con desesperación.

-No te preocupes -le dije-. Gracias por intentarlo.

-Bien, cariño -ladró la profesora-. ¡En marcha!

Nancy Bobofit dejó escapar una risita.

Yo le lancé mi mirada de luego-te-asesino

-Esa mirada da miedo- habló Frank

Todos coincidieron con él

y me volví dispuesto a enfrentarme a aquella bruja, pero ya no estaba allí. Se hallaba en la entrada del museo, en lo alto de la escalinata, dándome prisas con gestos de impaciencia.

¿Cómo había llegado allí tan rápido?

Suelo tener momentos como ése, cuando mi cerebro parece quedarse dormido, y lo siguiente que ocurre es que me he perdido algo, como si una pieza de puzzle se hubiera caído del universo y me dejara mirando el vacío detrás. El consejero del colegio me dijo que era una consecuencia del THDA, Trastorno Hiperactivo del Déficit de Atención: mi cerebro malinterpretando las cosas.

Yo no estaba tan seguro.

Me dirigí hacia la señora Dodds.

-Nooooooo

-Calma Poseidón

-¡Solo tiene doce años!

A mitad de camino me volví para mirar a Grover. Estaba pálido, dejándose los ojos entre el señor Brunner y yo, como si quisiera que éste reparara en lo que estaba sucediendo, pero Brunner seguía absorto en su novela.

-Bueno, a nadie le gusta que lo interrumpan mientras está leyendo- Piper trataba de aligerar el ambiente

Annabeth sonrió

Miré de nuevo hacia arriba. La muy bruja había vuelto a desaparecer. Ya estaba dentro del edificio, al final del vestíbulo. « Vale -pensé-. Me obligará a comprarle a Nancy una camiseta nueva en la tienda de regalos».

-¿Lección uno?- preguntó Hermes

-No adivinar tu castigo- corearon los semidioses

Hermes sonrió satisfecho

Pero al parecer no era ése el plan.

Nos adentramos en el museo. Cuando por fin la alcancé, estábamos de nuevo en la sección grecorromana. Salvo nosotros, la galería estaba desierta.

-Claro que estaba vacía- gimió Poseidón

Ella permanecía de brazos cruzados frente a un enorme friso de mármol de los dioses griegos. Hacía un ruido muy raro con la garganta, como si gruñera. Pero incluso sin ese ruido yo habría estado nervioso. Ya es bastante malo quedarse a solas con un profesor, no digamos con la señora Dodds. Había algo en la manera en que miraba el friso, como si quisiera pulverizarlo... -Has estado dándonos problemas, cariño -dijo.

Opté por la opción segura y respondí:

-Sí, señora.

Se estiró los puños de la cazadora de cuero.

-¿Creías realmente que te saldrías con la tuya? -Su mirada iba más allá del enfado. Era perversa.

« Es una profesora -pensé nervioso-, así que no puede hacerme daño».

-Me... me esforzaré más, señora -dije.

-¡Zeus!

Un trueno sacudió el edificio.

-No somos idiotas, Percy Jackson -prosiguió ella-. Descubrirte sólo era cuestión de tiempo. Confiesa, y sufrirás menos dolor.

¿De qué hablaba? Quizá los profesores habían encontrado el alijo ilegal de caramelos que vendía en mi dormitorio.

-¡Ese es nuestro primo!- gritaron Hermes y Apolo

O quizá se habían dado cuenta de que había sacado la redacción sobre Tom Sawyer de internet sin leerme siquiera el libro y ahora iban a quitarme la nota. O peor aún, me harían leer el libro.

Atenea rodó los ojos

-¿Y bien? -insistió.

-Señora, yo no...

-Se te ha acabado el tiempo -siseó entre dientes.

Entonces ocurrió la cosa más rara del mundo: los ojos empezaron a brillarle como carbones en una barbacoa, se le alargaron los dedos y se transformaron en garras, su cazadora se derritió hasta convertirse en enormes alas coriáceas... Me quedé estupefacto. Aquella mujer no era humana. Era una criatura horripilante con alas de murciélago, zarpas y la boca llena de colmillos amarillentos, y quería hacerme trizas...

-¡Una furia! ¡Te atreviste a enviar una furia contra mi hijo!

-En realidad, aún no lo he hecho, debí tener buenas razones- el rey del Inframundo esperaba que las tuviera

Y de pronto las cosas se tornaron aún más extrañas: el señor Brunner, que un minuto antes estaba fuera del museo, apareció en la galería y me lanzó un bolígrafo.

-¡Agárralo, Percy! -gritó.

La señora Dodds se abalanzó sobre mí.

Con un gemido, la esquivé y sentí sus garras rasgar el aire junto a mi oreja. Atrapé el bolígrafo al vuelo y en ese momento se convirtió en una espada. Era la espada de bronce del señor Brunner, la que usaba el día de las competiciones.

Poseidón suspiró reconociendo la espada

La señora Dodds se volvió hacia mí con una mirada asesina.

Mis rodillas parecían de gelatina y las manos me temblaban tanto que casi se me cae la espada.

-¡Muere, cariño! -rugió, y voló directamente hacia mí.

Me invadió el pánico e instintivamente blandí la espada. La hoja de metal le dio en el hombro y atravesó su cuerpo como si estuviera relleno de aire. ¡Chsss! La señora Dodds explotó en una nube de polvo amarillo y se volatilizó en el acto, sin dejar nada aparte de un intenso olor a azufre, un alarido moribundo y un frío malvado alrededor, como si sus ojos encendidos siguieran observándome.

-¡De eso estaba hablando!- gritó Ares

Estaba solo. Y en mi mano sólo tenía un bolígrafo.

El señor Brunner había desaparecido. No había nadie excepto yo. Aún me temblaban las manos. Mi almuerzo debía de estar contaminado con hongos alucinógenos o algo así.

¿Me lo había imaginado todo?

-La niebla aún le afecta- razonó Jason

Regresé fuera.

Había empezado a lloviznar.

Grover seguía sentado junto a la fuente, con un mapa del museo extendido sobre su cabeza. Nancy Bobofit también estaba allí, aún empapada por su bañito en la fuente, cuchicheando con sus compinches. Cuando me vio, me dijo:

-Espero que la señora Kerr te haya dado unos buenos azotes en el culo.

-¿Quién?- preguntó Thalia

-¿Quién? -pregunté.

Thalia hizo una mueca de horror por la coincidencia, Jason le sonreía burlón

-Nuestra profesora, lumbrera.

Parpadeé. No teníamos ninguna profesora que se llamara así. Le dije de qué estaba hablando, pero ella se limitó a poner los ojos en blanco y darse la vuelta. Le pregunté a Grover por la señora Dodds.

-¿Quién? -preguntó, y como vaciló un instante y no me miró a los ojos, pensé que pretendía tomarme el pelo.

-No es gracioso, tío -le dije-. Esto es grave.

Resonaron truenos sobre nuestras cabezas.

El señor Brunner seguía sentado bajo su sombrilla roja, leyendo su libro, como si no se hubiera movido. Me acerqué a él. Levantó la mirada, algo distraído.

-Ah, mi bolígrafo. Le agradecería, señor Jackson, que en el futuro trajera su propio utensilio de escritura.

Se lo tendí. Ni siquiera había reparado en que seguía sosteniéndolo.

-Señor -dije-, ¿dónde está la señora Dodds?

Él me miró con aire inexpresivo.

-¿Quién?

-La otra acompañante. La señora Dodds, la profesora de introducción al álgebra.

Frunció el entrecejo y se inclinó hacia delante, con gesto de ligera preocupación.

-Percy, no hay ninguna señora Dodds en esta excursión. Que yo sepa, jamás ha habido ninguna señora Dodds en la academia Yancy. ¿Te encuentras bien?

-Eso es mentir

-Pobre niño, debió creer que estaba loco- dijo Hestia

-Bueno, acabó el capítulo ¿Quién quiere...Leer?

Los dioses miraban al grupo de adolescentes

Percy y Annabeth se habían quedado dormidos abrazados

Jason tenía en su regazo a Piper quién también estaba dormida, el hijo de Júpiter luchaba por mantener los ojos abiertos

Afrodita dio un pequeño chillido

Por otro lado, Hazel tenía en el regazo a su hermano y le acariciaba tiernamente el cabello

Hestia vio las llamas de su fogata incrementarse, estos chicos eran como una gran familia y eso la hacía sonreír

-Cada uno llévese a su hijo a su palacio- dijo Atenea, ella no soportaba ver a su hija con el muchacho del mar

-Por supuesto que no- dijo Afrodita como si fuera obvio -no sabemos todo lo que han pasado, quieren estar juntos

-Pero...

-No- Afrodita alzó una mano -sin discusiones- apareció varios sacos de dormir y arropó a los chicos

Las llamas se alzaron un poco más

Los semidioses que aún estaban despiertos no tardaron en quedarse dormidos

-Ahora cada quien a su palacio y no los molesten más- dijo Afrodita y fue la primera en salir

-Mañana seguiremos la lectura- habló Hestia

Los dioses la siguieron.