Los mestizos estaban tan cansados que esa noche durmieron sin sueños, lo cual siendo semidiós fue un gran alivio.

Al día siguiente Percy fue el primero en despertarse, veía como todos a su alrededor dormían plácidamente.

Su hiperactividad decía que debía moverse pero Annabeth estaba contra su pecho y por ningún motivo quería despertarla, así que se quedó ahí hasta que los brazos se le durmieron y Annabeth por fin daba señales de despertarse

-Buenos días- susurró Percy dándole un beso en la mejilla

-Buenos días, sesos de alga-susurró ella con la voz ronca por el sueño- me dormí antes de terminar la lectura

Percy gimió- no me lo recuerdes, son nuestras aventuras, y ¡Están desde mi punto de vista!

-Al fin podré saber que pensabas de mí

Él sonrió de lado- Estoy completamente seguro que lo descubrirás, solo promete no matarme

Annabeth pareció considerarlo- Trato

-¿Crees que este plan de las Moiras funcione? Estos dioses no son los de nuestro tiempo

-Los de nuestro tiempo tampoco han hecho nada para solucionarlo Percy- ella suspiró- Las Moiras tienen fe en esto hay que tenerla nosotros también...

Una pregunta quedó colgando entre ellos ¿Y si cambia el futuro...? Pero ninguno de los dos dijo nada

Los demás se empezaron a despertar poco a poco, los dioses aparecieron

-Me alegra que estén despiertos mis niños, pero antes de empezar deben cambiarse, en los palacios de sus padres los estará esperando ropa nueva y una ducha caliente, después pueden venir a desayunar

-Gracias lady Hestia- dijeron los mestizos

Después de que todos estuvieran limpios, cambiados y desayunados la lectura se realizó

-Yo leo- dijo Hermes -el capítulo se llama tres ancianas tejen los calcetines de la muerte -dioses y semidioses se miraron preocupados

Estaba acostumbrado a tener experiencias raras de vez en cuando, pero solían terminar pronto. Aquella alucinación veinticuatro horas al día, siete días a la semana, era más de lo que podía soportar. Durante el resto del curso, el colegio entero pareció dispuesto a jugármela.

-Pobre chiquillo ¿Quieres cereales?- preguntó Deméter

-Uh, no, pero muchas gracias- dijo Percy

Los estudiantes se comportaban como si estuvieran convencidos de que la señora Kerr —una rubia alegre que no había visto en mi vida hasta que subió al autobús al final de aquella excursión— era nuestra profesora de introducción al álgebra desde Navidad.

De vez en cuando yo sacaba a colación a la señora Dodds, buscando pillarlos en falso, pero se quedaban mirándome como si fuera un psicópata. Hasta el punto de que casi acabé creyéndolos: la señora Dodds nunca había existido.

-Casi, pensabas que te volvías loco, bro

-Sí bro, fue una gran carga

Casi.

Grover no podía engañarme. Cuando le mencionaba el nombre Dodds, vacilaba una fracción de segundo antes de asegurar que no existía. Pero yo sabía que mentía.

Algo estaba pasando.

-Desearía que G-man estuviera aquí- dijo Percy a nadie en particular

Y como si Las Moiras oyeran sus deseos, una luz apareció llenando la sala y de ella salió Grover

El sátiro miró a todos lados, dándose cuenta de donde estaba hizo una ligera inclinación, al ver a Percy y Annabeth corrió hacia ellos

-¡Grover!

-¿Qué hacemos aquí?- preguntó el sátiro

Annabeth explicó rápidamente lo que pasaba

Hermes continuó la lectura

Algo había ocurrido en el museo.

No tenía demasiado tiempo para pensar en ello durante el día, pero por la noche las terribles visiones de la señora Dodds con garras y alas coriáceas me despertaban entre sudores fríos.

El clima seguía enloquecido, cosa que no mejoraba mi ánimo. Una noche, una tormenta reventó las ventanas de mi habitación. Unos días más tarde, el mayor tornado que se recuerda en el valle del Hudson pasó a sólo ochenta kilómetros de la academia Yancy. Uno de los sucesos de actualidad que estudiamos en la clase de sociales fue el inusual número de aviones caídos en el Atlántico aquel año.

-¡Zeus y Poseidón! Actúan como niños- dijo Hera rodando los ojos

Empecé a sentirme malhumorado e irritable la mayor parte del tiempo. Mis notas bajaron de insuficiente a muy deficiente. Me peleé más con Nancy Bobofit y sus amigas, y en casi todas las clases acababa castigado en el pasillo.

Al final, cuando el profesor de inglés, el señor Nicoll, me preguntó por millonésima vez cómo podía ser tan perezoso que ni siquiera estudiaba para los exámenes de deletrear, salté. Le llamé viejo ebrio.

-¿Al menos sabes que significa?- preguntó Apolo divertido

-Ahora sí- añadió Percy con una sonrisa

No estaba seguro de qué significaba, pero sonaba bien.

Las risas no se hicieron esperar

A la semana siguiente el director envió una carta a mi madre, dándole así rango oficial: el próximo año no sería invitado a volver a matricularme en la academia Yancy.

« Mejor —me dije—. Mejor».

Quería estar con mi madre en nuestro pequeño apartamento del Upper East

Side, aunque tuviera que ir al colegio público y soportar a mi detestable padrastro y sus estúpidas partidas de póquer.

No obstante, había cosas de Yancy que echaría de menos. La vista de los bosques desde la ventana de mi dormitorio, el río Hudson en la distancia, el aroma a pinos.

-Va a extrañar tu olor, Thalia- dijo Nico

Annabeth gruñó, Percy enrojeció y una flecha pasó muy cerca de Nico

Echaría de menos a Grover, que había sido un buen amigo, aunque fuera un poco raro; me preocupaba cómo sobreviviría el año siguiente sin mí. También echaría de menos la clase de latín: las locas competiciones del señor Brunner y su fe en que yo podía hacerlo bien.

Se acercaba la semana de exámenes, y sólo estudié para su asignatura. No había olvidado lo que Brunner me había dicho sobre que aquella asignatura era para mí una cuestión de vida o muerte. No sabía muy bien por qué, pero el caso es que empecé a creerlo.

La tarde antes de mi examen final, me sentí tan frustrado que lancé mi Guía Cambridge de mitología griega al otro lado del dormitorio. Las palabras habían empezado a desmadrarse en la página, a dar vueltas en mi cabeza y realizar giros chirriantes como si montaran en monopatín. No había manera de recordar la diferencia entre Quirón y Caronte, entre Polidectes y Polideuces. ¿Y conjugar los verbos latinos? Imposible.

-Ahora lo haces de memoria, bro

Poseidón se puso pálido y alzó las cejas de manera interrogante

Percy suspiró -Es una larga historia

Me paseé por la habitación a zancadas, como si tuviera hormigas dentro de la camisa. Recordé la seria expresión de Brunner, su mirada de mil años. « Sólo voy a aceptar de ti lo mejor, Percy Jackson».

Respiré hondo y recogí el libro de mitología.

Nunca le había pedido ayuda a un profesor. Tal vez si hablaba con Brunner, podría darme unas pistas. Por lo menos tendría ocasión de disculparme por el muy deficiente que iba a sacar en su examen.

-Awww que tierno, aprecia mucho al centauro- canturreó Afrodita

No quería abandonar la academia Yancy y que él pensara que no lo había intentado.

Bajé hasta los despachos de los profesores. La mayoría se encontraban vacíos y a oscuras, pero la puerta del señor Brunner estaba entreabierta y la luz se derramaba por el pasillo.

Estaba a tres pasos de la puerta cuando oí voces dentro. Brunner formuló una pregunta y la inconfundible voz de Grover respondió:

... preocupado por Percy, señor.

Me quedé inmóvil.

No acostumbro escuchar detrás de las puertas, pero a ver quién es capaz de no hacerlo cuando oyes a tu mejor amigo hablar de ti con un adulto.

Todos asintieron de acuerdo

Me acerqué más, centímetro a centímetro.

... solo este verano —decía Grover—. Quiero decir, ¡hay una Benévola en la escuela! Ahora que lo sabemos seguro, y ellos lo saben también...

Si lo presionamos tan sólo empeoraremos las cosas —respondió Brunner—.

Necesitamos que el chico madure más.

Los semidioses rieron

-Si esperamos eso, estaremos todos muertos- dijo Piper riendo

Percy le sacó la lengua

Pero puede que no tenga tiempo. La fecha límite del solsticio de verano...

Tendremos que resolverlo sin Percy. Déjalo que disfrute de su ignorancia mientras pueda.

Señor, él la vio...

Fue producto de su imaginación —insistió Brunner—. La niebla sobre los estudiantes y el personal será suficiente para convencerlo.

Señor, yo... no puedo volver a fracasar en mis obligaciones. —Grover parecía emocionado—.

-¡No fracasaste!- gritaron Annabeth y Thalia

Grover se sonrojó, los dioses lo veían con curiosidad

Usted sabe lo que significaría.

No has fallado, Grover —repuso Brunner con amabilidad—. Yo tendría que haberme dado cuenta de qué era. Ahora preocupémonos sólo por mantener a

Percy con vida hasta el próximo otoño...

-Que amables- dijo Nico con sarcasmo

El libro de mitología se me cayó de las manos y resonó contra el suelo. El profesor se interrumpió de golpe y se quedó callado. Con el corazón desbocado, recogí el libro y retrocedí por el pasillo.

Una sombra cruzó el cristal iluminado de la puerta del despacho, la sombra de algo mucho más alto que Brunner en su silla de ruedas, con algo en la mano que se parecía sospechosamente a un arco.

-Creíamos que era un monstruo- explicó Grover al ver las miradas expectantes

Abrí la puerta contigua y me escabullí dentro.

Al cabo de unos segundos oí un suave clop, clop, clop, como de cascos amortiguados, seguidos de un sonido de animal olisqueando, justo delante de la puerta. Una silueta grande y oscura se detuvo un momento delante del cristal, y prosiguió.

Una gota de sudor me resbaló por el cuello.

En algún punto del pasillo el señor Brunner empezó a hablar de nuevo.

Nada —murmuró—. Mis nervios no son los que eran desde el solsticio de invierno.

Los míos tampoco... —repuso Grover—. Pero habría jurado...

-Los míos menos- dijo Poseidón

Vuelve al dormitorio —le dijo Brunner—. Mañana tienes un largo día de exámenes.

No me lo recuerde.

Las luces se apagaron en el despacho.

Esperé en la oscuridad lo que pareció una eternidad. Al final, salí de nuevo al pasillo y volví al dormitorio. Grover estaba tumbado en la cama, estudiando sus apuntes de latín como si hubiera pasado allí toda la noche.

Eh —me dijo con cara de sueño—. ¿Estás listo para el examen?

No respondí.

Tienes un aspecto horrible. —Puso ceño—. ¿Va todo bien?

Sólo estoy... cansado.

Me volví para ocultar mi expresión y me acosté en mi cama.

No comprendía qué había escuchado allí abajo. Quería creer que me lo había imaginado todo, pero una cosa estaba clara: Grover y el señor Brunner estaban hablando de mí a mis espaldas. Pensaban que corría algún tipo de peligro.

-¿Y cuando no, sesos de algas?

-Listilla, no ayudas a mi padre- dijo viendo a un dios del mar muy pálido

La tarde siguiente, cuando abandonaba el examen de tres horas de latín, colapsado con todos los nombres griegos y latinos que había escrito incorrectamente, el señor Brunner me llamó. Por un momento temí que hubiese descubierto que los había oído hablar la noche anterior, pero no era eso.

Percy —me dijo—, no te desanimes por abandonar Yancy. Es... lo mejor.

Su tono era amable, pero sus palabras me resultaban embarazosas. Aunque hablaba en voz baja, los que terminaban el examen podían oírlo. Nancy Bobofit me sonrió y me lanzó besitos sarcásticos.

Vale, señor —murmuré.

Lo que quiero decir es que... —Meció su silla adelante y atrás, como inseguro respecto a lo que quería decir—. Verás, éste no es el lugar adecuado para ti. Era sólo cuestión de tiempo.

Me escocían las mejillas.

Allí estaba mi profesor favorito, delante de la clase, diciéndome que no podía con aquello. Después de repetirme durante todo el año que creía en mí, ahora me salía con que estaba destinado a la patada.

Vale —le dije temblando.

No, no me refiero a eso. Oh, lo confundes todo. Lo que quiero decir es que... no eres normal, Percy. No pasa nada por...

Gracias —le espeté—. Muchas gracias, señor, por recordármelo.

Percy...

Pero ya me había ido.

-Awwwww, el chico es sensible, eso es muy lindo- habló Afrodita

El último día del trimestre hice la maleta.

Los otros chicos bromeaban, hablaban de sus planes de vacaciones. Uno de ellos iba a hacer excursionismo en Suiza. Otro, de crucero por el Caribe durante un mes. Eran delincuentes juveniles, como yo, pero delincuentes juveniles ricos. Sus papás eran ejecutivos, o embajadores, o famosos. Yo era un don nadie, surgido de una familia de don nadies.

-¿Don nadies?- preguntó Apolo ofendido

-Nosotros no somos don nadies- dijo Hermes

-Que no se olvide muchacho- masculló Zeus

Me preguntaron qué pensaba hacer yo aquel verano, y les respondí que volvía a la ciudad. Me abstuve de mencionar que durante las vacaciones necesitaría conseguir algún trabajo paseando perros o vendiendo suscripciones de revistas, y pasar el tiempo libre preocupándome por si encontraría escuela en otoño.

-¿Tu madre permitía que trabajaras?- preguntó incrédula la diosa de la sabiduría -eras un niño

La voz de Percy fue fría -Mi madre no lo sabía, ella jamás lo hubiera permitido, es la mejor madre del mundo

Ah —dijo uno—. Eso mola.

Regresaron a sus conversaciones como si yo nunca hubiese existido.

La única persona de la que temía despedirme era Grover, pero luego no tuve que preocuparme: había reservado un billete a Manhattan en el mismo autobús Greyhound que yo, así que allí íbamos, otra vez camino de la ciudad.

Grover no paró de escudriñar el pasillo todo el trayecto, observando al resto de los pasajeros. Reparé entonces en que siempre se comportaba de manera nerviosa e inquieta cuando abandonábamos Yancy, como si temiese que ocurriera algo malo.

-Justamente eso temía- dijo Grover

Antes suponía que le preocupaba que se metieran con él, pero en aquel autobús no iba nadie que pudiera meterse con él.

Al final no pude aguantarme y le dije:

— ¿Buscas Benévolas?

-Lección número dos- Hermes se interrumpió -nunca confesar que han estado espiando

Grover casi pega un brinco.

— ¿Qué... qué quieres decir?

Le conté que los había escuchado hablar la noche antes del examen.

Le tembló un párpado.

— ¿Qué oíste? —preguntó.

Oh... no mucho. ¿Qué es la fecha límite del solsticio de verano?

Mira, Percy... —Se estremeció—. Sólo estaba preocupado por ti. Ya sabes, por eso de que alucinas con profesoras de matemáticas diabólicas...

Grover...

Le dije al señor Brunner que a lo mejor tenías demasiado estrés o algo así, porque no existe ninguna señora Dodds, y...

Grover, como mentiroso no te ganarías la vida.

Se le pusieron las orejas coloradas. Sacó una tarjeta mugrienta del bolsillo de su camisa.

Mira, toma esto, ¿de acuerdo? Por si me necesitas este verano.

La tarjeta tenía una tipografía mortal para mis ojos disléxicos, pero al final conseguí entender algo parecido a:

Grover Underwood

Guardián

Colina Mestiza

Long Island, Nueva York

(800) 009-0009

— ¿Qué es colina mes...?

— ¡No lo digas en voz alta! —musitó—. Es mi... dirección estival.

Menuda decepción. Grover tenía residencia de verano. Nunca me había parado a pensar que su familia podía ser tan rica como las demás de Yancy.

Vale —contesté alicaído—. Ya sabes, suena como... a invitación a visitar tu mansión.

Asintió.

O por si me necesitas.

— ¿Por qué iba a necesitarte? —Lo pregunté con más rudeza de la que pretendía.

Grover tragó saliva.

Mira, Percy, la verdad es que yo... bien, digamos que tengo que protegerte.

Lo miré fijamente, atónito. Había pasado todo el año peleándome, manteniendo a los abusones alejados de él. Había perdido el sueño preocupándome por qué sería de él cuando yo no estuviera. Y allí estaba el muy caradura, comportándose como si fuese mi protector.

Grover —le dije—, ¿de qué crees que tienes que protegerme exactamente?

-Básicamente de todo el mundo

-Grover, tampoco ayudas a papá- dijo Percy

Se produjo un súbito y chirriante frenazo y empezó a salir un humo negro y acre del salpicadero. El conductor maldijo a gritos y a duras penas logró detener el Greyhound en el arcén. Bajó presuroso y se puso a aporrear y toquetear el motor, pero al cabo de unos minutos anunció que teníamos que bajar.

Nos hallábamos en mitad de una carretera normal y corriente: un lugar en el que nadie se fijaría de no sufrir una avería. En nuestro lado de la carretera sólo había arces y los desechos arrojados por los coches. En el otro lado, cruzando los cuatro carriles de asfalto resplandeciente por el calor de la tarde, un puesto de frutas de los de antes.

La mercancía tenía una pinta fenomenal: cajas de cerezas rojas como la sangre, y manzanas, nueces y albaricoques, jarras de sidra y una bañera con patas de garra llena de hielo. No había clientes, sólo tres ancianas sentadas en mecedoras a la sombra de un arce, tejiendo el par de calcetines más grande que he visto nunca.

Poseidón estaba aún más pálido

Hestia ahogó un grito

Jason y Piper miraban a Percy con preocupación

Nico y Thalia negaban

Me refiero a que tenían el tamaño de jerséis, pero eran claramente calcetines. La de la derecha tejía uno; la de la izquierda, otro. La del medio sostenía una enorme cesta de lana azul eléctrico.

Las tres eran ancianas, de rostro pálido y arrugado como fruta seca, pelo argentado recogido con cintas blancas y brazos huesudos que sobresalían de raídas túnicas de algodón.

Lo más raro fue que parecían estar mirándome fijamente.

Poseidón gimió

Me volví hacia Grover para comentárselo y vi que había palidecido. Tenía un tic en la nariz.

— ¿Grover? —le dije—. Oye...

Dime que no te están mirando. No te están mirando, ¿verdad?

Pues sí. Raro, ¿eh? ¿Crees que me irán bien los calcetines?

No tiene gracia, Percy. Ninguna gracia.

-Siempre bromeando en las peores situaciones- suspiró Nico

La anciana del medio sacó unas tijeras enormes, de plata y oro y los filos largos, como una podadora. Grover contuvo el aliento.

Subamos al autobús —me dijo—. Vamos.

-¡Ve!- gritó Poseidón

-Mmmm... ¿Papá? Solo es un libro

— ¿Qué? —repliqué—. Ahí dentro hace mil grados.

— ¡Vamos!

Abrió la puerta y subió, pero yo me quedé atrás.

Al otro lado de la carretera, las ancianas seguían mirándome. La del medio cortó el hilo, y juro que oí el chasquido de las tijeras pese a los cuatro carriles de tráfico. Sus dos amigas hicieron una bola con los calcetines azul eléctrico, y me dejaron con la duda de para quién serían: si para un Bigfoot o para Godzilla.

-¡Percy!- gritaron todos los semidioses

En la trasera del autobús, el conductor arrancó un trozo de metal humeante

del compartimiento del motor. Luego le dio al arranque. El vehículo se estremeció y, por fin, el motor resucitó con un rugido.

Los pasajeros vitorearon.

— ¡Maldita sea! —exclamó el conductor, y golpeó el autobús con su gorra—. ¡Todo el mundo arriba!

En cuanto nos pusimos en marcha empecé a sentirme febril, como si hubiera contraído la gripe. Grover no tenía mejor aspecto: temblaba y le castañeteaban los dientes.

Grover.

¿Sí?

— ¿Qué es lo que no me has contado?

Se secó la frente con la manga de la camisa.

Percy, ¿qué has visto en el puesto de frutas?

— ¿Te refieres a las ancianas? ¿Qué les pasa? No son como la señora Dodds, ¿verdad?

Su expresión era difícil de interpretar, pero me dio la sensación de que las mujeres del puesto de frutas eran algo mucho, mucho peor que la señora Dodds.

Dime sólo lo que viste —insistió.

La de en medio sacó unas tijeras y cortó el hilo.

Cerró los ojos e hizo un gesto con los dedos que habría podido ser una señal de la cruz, pero no lo era. Era otra cosa, algo como... más antiguo.

— ¿La has visto cortar el hilo?

Sí. ¿Por qué? —Pero incluso cuando lo estaba diciendo, sabía que pasaba algo.

Ojalá esto no estuviese ocurriendo —murmuró Grover, y empezó a mordisquearse el pulgar—. No quiero que sea como la última vez.

— ¿Qué última vez?

Siempre en sexto. Nunca pasan de sexto.

-Cariño, asustas al muchacho- dijo Hestia

-Lo siento, Lady Hestia- murmuró Grover

Grover —repuse, empezando a asustarme de verdad—, ¿de qué diablos estás hablando?

Déjame que te acompañe hasta tu casa. Promételo.

-¿Lo cumplió?- preguntó Apolo mirando a su pequeño primo

Grover negó

Me pareció una petición extraña, pero lo prometí.

— ¿Es como una superstición o algo así? —pregunté.

No obtuve respuesta.

Grover, el hilo que la anciana cortó... ¿significa que alguien va a morir?

Su mirada estaba cargada de aflicción, como si ya estuviera eligiendo las flores para mi ataúd.

-Me gustarían azules...

-Perseus Jackson ¡ESO NO TIENE NINGUNA GRACIA!- gritaron prácticamente todos los que querían a Percy

El mencionado se sonrojó -Lo siento

-Mejor sigamos leyendo- propuso Artemisa

-De acuerdo, te toca- Hermes le dio el libro a la diosa de la luna.