-El capítulo es visitamos el emporio de gnomos de jardín

En cierto sentido, es bueno saber que hay dioses griegos ahí fuera, porque tienes alguien a quien echarle la culpa cuando las cosas van mal. Por ejemplo, si eres un mortal y estás huyendo de un autobús atacado por arpías monstruosas y fulminado por un rayo -y si encima está lloviendo-, es normal que lo atribuyas a tu mala suerte; pero si eres un mestizo, sabes que alguna criatura divina está intentando fastidiarte el día.

Así que allí estábamos, Annabeth, Grover y yo, caminando entre los bosques que hay en la orilla de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York teñía de amarillo el cielo a nuestras espaldas, y el hedor del Hudson nos anegaba la pituitaria.

Grover temblaba y balaba, con miedo en sus enormes ojos de cabra.

-Tres Benévolas -dijo con inquietud-. Y las tres de golpe.

Poseidón miró mal a Hades

Yo mismo estaba bastante impresionado. La explosión del autobús aún resonaba en mis oídos. Pero Annabeth seguía tirando de nosotros.

-¡Vamos! Cuanto más lejos lleguemos, mejor.

-Nuestro dinero estaba allí dentro -le recordé-. Y la comida y la ropa.

Todo.

-Bueno, a lo mejor si no hubieras decidido participar en la pelea... -¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que os mataran?

-No tienes que protegerme, Percy. Me las habría apañado.

-En rebanadas como el pan de sandwich -intervino Grover-, pero se las habría apañado.

-Cierra el hocico, niño cabra -le espetó Annabeth.

-Eso fue muy grosero- dijo Deméter

Annabeth se sonrojó -Lo sé

Grover baló lastimeramente.

-Latitas... -se lamentó-. He perdido mi bolsa llena de estupendas latitas para mascar.

Atravesamos chapoteando terreno fangoso, a través de horribles árboles enroscados que olían a colada mohosa.

Al cabo de unos minutos, Annabeth se puso a mi lado.

-Mira, yo... -Le falló la voz-. Aprecio que nos ayudases, ¿vale? Has sido muy valiente.

-Somos un equipo, ¿no?

Se quedó en silencio durante unos cuantos pasos.

-Es sólo que si tú murieras... aparte de que a ti no te gustaría nada, supondría el fin de la misión. Y puede que ésta sea mi única oportunidad de ver el mundo real. ¿Me entiendes ahora?

-Wow ¿Solo lo querías por la misión?- dijo Jason con sorpresa

Annabeth se removió -Es complicado

-Vale, no la molesten con eso- dijo Percy abrazándola

La tormenta había cesado por fin. El fulgor de la ciudad se desvanecía a nuestra espalda y estábamos sumidos en una oscuridad casi total. No veía a Annabeth, salvo algún destello de su pelo rubio.

-¿No has salido del Campamento Mestizo desde que tenías siete años? -le pregunté.

-No. Sólo algunas excursiones cortas. Mi padre... -El profesor de historia.

-Sí. Bueno, no funcionó vivir con él en casa. Me refiero a que mi casa es el Campamento Mestizo. En el campamento entrenas y entrenas, y eso está muy bien, pero los monstruos están en el mundo real. Ahí es donde aprendes si sirves para algo o no.

-La mocosa tiene razón- habló Ares

Me pareció detectar cierta duda en su voz.

-Eres muy valiente -le dije.

-¿Eso crees?

-Cualquiera capaz de hacerle frente a una Furia lo es. -Aunque no veía nada, tuve la sensación de que sonreía.

-Lo hacía- sonrió Annabeth

-Mira -dijo-, quizá tendría que decírtelo... Antes, en el autobús, ocurrió algo curioso...

Fuera lo que fuese lo que iba a decir, se vio interrumpido por un sonido agudo, como el de una lechuza al ser torturada.

Grover se sonrojó -Lo siento, ya no suena así

-¡Eh, mi flauta sigue funcionando! -exclamó Grover-. ¡Si me acordara de alguna canción buscasendas, podríamos salir del bosque! -Tocó unas notas, pero la melodía no se apartó demasiado de Hillary Duff.

En ese momento me estampé contra un árbol y me salió un buen chichón. Añádelo a la lista de superpoderes que no tengo: visión de infrarrojos.

-Sería muy cool tener visión infrarroja

-Sería extraño, bro

-Sí, pero no por eso deja de ser cool, bro

Tras tropezar, maldecir y sentirme un desgraciado en general durante aproximadamente un kilómetro más, empecé a ver luz delante: los colores de un cartel de neón. Olí comida. Comida frita, grasienta y exquisita. Reparé en que no había comido nada poco saludable desde mi llegada a la colina Mestiza, donde vivíamos a base de uvas, pan, queso y barbacoas de carne extrafina preparadas por ninfas. La verdad, estaba necesitando una hamburguesa doble con queso.

Seguimos andando hasta que vi una carretera de dos carriles entre los árboles. Al otro lado había una gasolinera cerrada, una vieja valla publicitaria que anunciaba una peli de los noventa, y un local abierto, que era la fuente de la luz de neón y el buen aroma.

No era el restaurante de comida rápida que había esperado, sino una de esas raras tiendas de carretera donde venden flamencos decorativos para el jardín, indios de madera, ositos de cemento y cosas así. El edificio principal, largo y bajo, estaba rodeado de hileras e hileras de pequeñas estatuas. El letrero de neón encima de la puerta me resultó ilegible, porque si hay algo peor para mi dislexia que el inglés corriente, es el inglés corriente en cursiva roja de neón.

Leí algo como: « MOPERIO DE MONGOS DE RAJDÍN ELATIDA MEE» . -¿Qué demonios pone ahí? -pregunté.

-No lo sé -contestó Annabeth.

Le gustaba tanto leer que había olvidado que también era disléxica.

-Leo en griego, Percy- Annabeth rodó los ojos

Grover nos lo tradujo:

-Emporio de gnomos de jardín de la tía Eme.

A cada lado de la entrada, como se anunciaba, había dos gnomos de jardín, unos feos y pequeñajos barbudos de cemento que sonreían y saludaban, como si estuvieran posando para una foto. Crucé la carretera siguiendo el rastro aromático de las hamburguesas.

-Ve con cuidado -me advirtió Grover.

-Dentro las luces están encendidas -dijo Annabeth-. A lo mejor está abierto.

-Un bar -comenté con nostalgia.

-Sí, un bar -coincidió ella.

-¿Os habéis vuelto locos? -dijo Grover-. Este sitio es rarísimo.

No le hicimos caso.

Atenea se quedó mirando a su hija con incredulidad, al igual que Poseidón a Percy

El aparcamiento de delante era un bosque de estatuas: animales de cemento, niños de cemento, hasta un sátiro de cemento tocando la flauta.

-¡Beee-eee! -baló Grover-. ¡Se parece a mi tío Ferdinand!

Nos detuvimos ante la puerta.

-No llaméis -dijo Grover-. Huelo monstruos.

-Tienes la nariz entumecida por las Furias -le dijo Annabeth-. Yo sólo huelo hamburguesas. ¿No tienes hambre?

-¡Annabeth! Eso no fue sabio

-Lo siento madre, pero nos las arreglamos

-¡Carne! -exclamó con desdén-. ¡Yo soy vegetariano!

-Comes enchiladas de queso y latas de aluminio -le recordé.

-Eso son verduras. Venga, vámonos. Estas estatuas me están mirando.

Entonces la puerta se abrió con un chirrido y ante nosotros apareció una mujer árabe; por lo menos eso supuse, porque llevaba una túnica larga y negra que le tapaba todo menos las manos. Los ojos le brillaban tras un velo de gasa negra, pero eso era cuanto podía discernirse. Sus manos color café parecían ancianas, pero eran elegantes y estaban cuidadas, así que supuse que era una anciana que en el pasado había sido una bella dama.

Su acento sonaba ligeramente a Oriente Medio.

-¡No, no, no! ¡Salgan de ahí!- gritaron Atenea y Poseidón

-¿Quién...

Thalia le tapó la boca a su hermano

-Niños, es muy tarde para estar solos fuera -dijo-. ¿Dónde están vuestros padres?

-Están... esto... -empezó Annabeth.

-Somos huérfanos -dije.

-¿Huérfanos? -repitió la mujer-. ¡Pero eso no puede ser!

-Nos separamos de la caravana -contesté-. Nuestra caravana del circo. El director de pista nos dijo que nos encontraríamos en la gasolinera si nos perdíamos, pero puede que se haya olvidado, o a lo mejor se refería a otra gasolinera. En cualquier caso, nos hemos perdido. ¿Eso que huelo es comida?

-¡Percy!- gritó Hestia reconociendo al monstruo

-Oh, queridos niños -respondió la mujer-. Tenéis que entrar, pobrecillos. Soy la tía Eme. Pasad directamente al fondo del almacén, por favor. Hay una zona de comida.

Le dimos las gracias y entramos.

-¿La caravana del circo? -me susurró Annabeth.

-¿No hay que tener siempre una estrategia pensada?

-En tu cabeza no hay más que algas.

Se oyeron unas cuantas risas de aquellos que no habían descubierto quién era el monstruo y en cuanto peligro estaban sus amigos

El almacén estaba lleno de más estatuas: personas en todas las posturas posibles, luciendo todo tipo de indumentaria y distintas expresiones. Pensé que se necesitaría un buen trozo de jardín para poner aquellas estatuas, pues eran todas de tamaño natural. Pero, sobre todo, pensé en comida.

Vale, llámame imbécil por entrar en la tienda de una señora rara sólo porque tenía hambre, pero es que a veces hago cosas impulsivas.

-¡Imbécil!- gritaron los chicos

Percy les sacó la lengua

Además, tú no has olido las hamburguesas de la tía Eme. El aroma era como el gas de la risa en la silla del dentista: provocaba que todo lo demás desapareciera. Apenas reparé en los sollozos nerviosos de Grover, o en el modo en que los ojos de las estatuas parecían seguirme, o en el hecho de que la tía Eme hubiese cerrado la puerta con llave detrás de nosotros.

Lo único que me importaba era la zona de comida. Y, efectivamente, estaba al fondo del almacén, un mostrador de comida rápida con un grill, una máquina de bebidas, un horno para bollos y un dispensador de nachos con queso. Y unas cuantas mesas de picnic.

-Por favor, sentaos -dijo la tía Eme.

-Alucinante -comenté.

-Hum... -musitó Grover-. No tenemos dinero, señora.

Antes de que yo pudiera darle un codazo en las costillas, tía Eme contestó:

-No, niños. No hace falta dinero. Es un caso especial, ¿verdad? Es mi regalo para unos huérfanos tan agradables.

-Gracias, señora -contestó Annabeth.

Me pareció que la tía Eme se ponía tensa, como si Annabeth hubiera hecho algo mal, pero enseguida pareció relajada de nuevo y supuse que habría sido mi imaginación.

-De nada, Annabeth -respondió-. Tienes unos preciosos ojos grises, niña.

-No le habías dicho tu nombre- dijo Piper -¿Cómo es que no te diste cuenta?

Annabeth se encogió de hombros -El hambre, supongo

-Sólo más tarde me pregunté cómo habría sabido el nombre de Annabeth, porque no nos habíamos presentado.

-Y aún así te quedaste ahí, bro

Nuestra anfitriona se puso a cocinar detrás del mostrador. Antes de que nos diéramos cuenta, había traído bandejas de plástico con hamburguesas, batidos de vainilla y patatas fritas.

Me había comido media hamburguesa cuando me acordé de respirar.

Annabeth sorbió su batido.

Grover pellizcaba patatas y miraba el papel encerado de la bandeja como si le apeteciera comérselo, pero seguía demasiado nervioso.

-¿Qué es ese ruido sibilante? -preguntó.

Yo no oí nada. Annabeth tampoco.

-¡Ustedes dos están más locos que Apolo!

-Gracias hermanita, yo también te quiero

-¿Sibilante? -repitió la tía Eme-. Puede que sea el aceite de la freidora.

Tienes buen oído, Grover.

-Tomo vitaminas... para el oído.

-Eso está muy bien -respondió ella-. Pero, por favor, relájate.

La tía Eme no comió nada. No se había descubierto la cabeza ni para cocinar, y ahora estaba sentada con los dedos entrelazados, observándonos comer. Es un poco inquietante tener a alguien mirándote cuando no puedes verle la cara, pero la hamburguesa me había saciado y empezaba a sentir cierta somnolencia, así que supuse que lo mínimo era intentar dar un poco de conversación cortés a nuestra anfitriona.

-Así que vende gnomos -dije, intentando sonar interesado.

-Pues sí -contestó la tía Eme-. Y animales. Y personas.

-No puedo creer que eso no te haya dado una pista- bufó Nico

Cualquier cosa para el jardín. Los hago por encargo. Las estatuas son muy populares, ya sabéis.

-¿Tiene mucho trabajo?

-No mucho, no. Desde que construyeron la autopista, casi ningún coche pasa por aquí. Valoro cada cliente que consigo.

Sentí una vibración en el cuello, como si alguien estuviera mirándome. Me volví, pero sólo era la estatua de una chica con una cesta de Pascua. Su detallismo era increíble, mucho más preciso que el que se ve en la mayoría de las estatuas. Pero algo raro le pasaba en la cara. Parecía sorprendida, incluso aterrorizada.

-Ya -dijo la tía Eme con tristeza-. Como ves, algunas de mis creaciones no salen muy bien. Están dañadas y no se venden. La cara es lo más difícil de conseguir. Siempre la cara.

-¿Hace usted las estatuas? -pregunté.

-Oh, desde luego. Antes tenía dos hermanas que me ayudaban en el negocio, pero me abandonaron, y ahora la tía Eme está sola. Sólo tengo mis estatuas. Por eso las hago. Me hacen compañía. -La tristeza de su voz parecía tan profunda y real que la compadecí.

Annabeth había dejado de comer. Se inclinó hacia delante e inquirió:

-¿Dos hermanas?

-Es una historia terrible. Desde luego, no es para niños. Verás, Annabeth, hace mucho tiempo, cuando yo era joven, una mala mujer tuvo celos de mí.

Atenea bufó

Yo tenía un novio, ya sabéis, y esa mala mujer estaba decidida a separarnos. Provocó un terrible accidente. Mis hermanas se quedaron conmigo. Compartieron mi mala suerte tanto tiempo como pudieron, pero al final nos dejaron. Sólo yo he sobrevivido, pero a qué precio, niños. A qué precio.

No estaba seguro de a qué se refería, pero me apené por su desdicha. Los párpados me pesaban cada vez más, mi estómago saciado me provocaba somnolencia. Pobre mujer. ¿Quién querría hacer daño a alguien tan agradable?

-¿Agradable esa bruja?- bufó Atenea

-Era un poco agradable

-¡Papá!- gritó Percy -no necesito saber eso

-¿Percy? -Annabeth me estaba sacudiendo-. Tal vez deberíamos marcharnos. Ya sabes... el jefe de pista estará esperándonos.

Por algún motivo parecía tensa. En ese momento Grover se estaba comiendo el papel encerado de la bandeja de plástico, pero si a tía Eme le pareció raro, no dijo nada.

-Qué ojos grises más bonitos -volvió a decirle a Annabeth-. Vaya que sí, hace mucho que no veo unos ojos grises como los tuyos.

Se acercó como para acariciarle la mejilla, pero Annabeth se puso en pie bruscamente.

-¡Ya era hora!- gritó Hazel

Todos la miraron sorprendidos

-Lo siento

-No, está bien es genial oírte gritar- dijo Frank abrazándola

Hades y Nico se aclararon la garganta, Frank usualmente mantenía sus manos alejadas de Hazel, pero esta vez no la soltó

Ares miró orgulloso a su hijo

Deméter siguió leyendo al ver la situación

-Tenemos que marcharnos, de verdad.

-¡Sí! -Grover se tragó el papel encerado y también se puso en pie-. ¡El jefe de pista nos espera! ¡Vamos!

Yo no quería irme. Me sentía ahíto y amodorrado. La tía Eme era muy agradable y quería quedarme con ella un rato.

-¡Perseus Jackson!

-Por supuesto que te parecía agradable- dijo Atenea con un bufido

-Por favor, queridos niños -suplicó-. Tengo muy pocas ocasiones de estar en tan buena compañía. Antes de marcharos, ¿no posaríais para mí?

-¿Posar? -preguntó Annabeth, cautelosa.

-Para una fotografía. Después la utilizaré para un grupo escultórico. Los niños son muy populares. A todo el mundo le gustan los niños.

Annabeth cambiaba el peso del cuerpo de un pie a otro.

-Mire, señora, no creo que podamos. Vamos, Percy.

-¡Claro que podemos! -salté. Estaba irritado con Annabeth por mostrarse tan maleducada con una anciana que acababa de alimentarnos gratis-.

-Eres un sesos de alga

Es sólo una foto, Annabeth. ¿Qué daño va a hacernos?

-Claro, Annabeth -ronroneó la mujer-, ningún daño.

A Annabeth no le gustaba, pero al final cedió. La tía Eme nos condujo de nuevo al jardín de las estatuas, por la puerta de delante. Una vez allí, nos llevó hasta un banco junto al sátiro de piedra.

-Ahora voy a colocaros correctamente -dijo-. La chica en el medio, y los dos caballeretes uno a cada lado.

-No hay demasiada luz para una foto -comenté.

-Descuida, hay de sobra -repuso la tía Eme-. De sobra para que nos veamos unos a otros, ¿verdad?

-¿Dónde tiene la cámara? -preguntó Grover.

La mujer dio un paso atrás, como para admirar la composición.

-La cara es lo más difícil. ¿Podéis sonreír todos, por favor? ¿Una ancha sonrisa?

Grover miró al sátiro de cemento junto a él y murmuró:

-Se parece mucho al tío Ferdinand.

-Grover -le riñó tía Eme-, mira a este lado, cariño.

Seguía sin cámara.

-Percy... -dijo Annabeth.

Algún instinto me indicó que escuchara a Annabeth, pero estaba luchando contra la somnolencia surgida de la comida y la voz de la anciana.

-Sólo será un momento -añadió tía Eme-. Es que no os veo muy bien con este maldito velo...

-Percy, algo no va bien -insistió Annabeth.

-¿Que no va bien? -repitió la tía Eme mientras levantaba los brazos para quitarse el velo-. Te equivocas, querida. Esta noche tengo una compañía exquisita. ¿Qué podría ir mal?

-¡Es el tío Ferdinand! -balbució Grover.

-¡No la mires! -gritó Annabeth, y al punto se encasquetó la gorra de los Yankees y desapareció. Sus manos invisibles nos empujaron a Grover y a mí fuera del banco.

Estaba en el suelo, mirando las sandalias de la tía Eme. Grover se escabulló en una dirección y Annabeth en la otra, pero yo estaba demasiado aturdido para moverme. Entonces oí un extraño y áspero sonido encima de mí. Alcé la mirada hasta las manos de la tía Eme, que ahora eran nudosas y estaban llenas de verrugas, con afiladas garras de bronce en lugar de uñas.

Me dispuse a levantar la cabeza, pero en algún lugar a mi izquierda Annabeth gritó:

-¡No! ¡No lo hagas!

El sonido áspero de nuevo: pequeñas serpientes justo encima de mí, allí donde... donde debía estar la cabeza de la tía Eme.

-¡Huye! -baló Grover, y lo oí correr por la grava, mientras gritaba « Maya!» , a fin de que sus zapatillas echaran a volar.

No podía moverme. Me quedé mirando las garras nudosas de la anciana e intenté luchar contra el trance en que me había sumido.

-Qué pena destrozar una cara tan atractiva y joven -me susurró-. Quédate conmigo, Percy. Sólo tienes que mirar arriba.

-¡No lo hagas!- gritaron Travis y Connor

Me resistí al impulso de obedecer y miré a un lado. Entonces vi una de esas esferas de cristal que la gente pone en los jardines. Se veía el reflejo oscuro de la tía Eme en el cristal naranja; se había quitado el tocado, revelando un rostro como un círculo pálido y brillante. El pelo se le movía, retorciéndose como serpientes.

Tía Eme. Tía « M» ...

¿Cómo podía haber estado tan ciego? Piensa, me ordené. ¿Cómo moría Medusa en el mito? Pero no podía pensar. Algo me dijo que en el mito Medusa estaba dormida cuando fue atacada por mi tocayo Perseo. Pero en aquel momento yo no la veía muy dormida. Si quería, habría podido arrancarme la cabeza con sus garras en un instante.

-Esto me lo hizo la de los ojos grises, Percy -dijo Medusa, y no sonaba en absoluto como un monstruo. Su voz me invitaba a mirar, a simpatizar con una pobre abuelita-. La madre de Annabeth, la maldita Atenea, transformó a una mujer hermosa en esto.

-¡Ella lo merecía!- gritó Atenea

-¡No la escuches! -exclamó Annabeth desde algún sitio entre las estatuas -. ¡Corre, Percy!

-¡Silencio! -gruñó Medusa, y volvió a modular la voz hasta alcanzar un cálido ronroneo-. Ya ves por qué tengo que destruir a la chica, Percy. Es la hija de mi enemiga. Desmenuzaré su estatua. Pero tú, querido Percy, no tienes por qué sufrir.

-No -murmuré. Intenté mover las piernas.

-¿De verdad quieres ayudar a los dioses? -me preguntó Medusa-. ¿Entiendes qué te espera en esta búsqueda insensata, Percy? ¿Qué te sucederá si llegas al inframundo? No seas un peón de los Olímpicos, querido. Estarás mejor como estatua. Sufrirás menos daño. Mucho menos.

-¡Percy! -Detrás de mí oí una especie de zumbido, como un colibrí de cien kilos lanzándose en picado. Grover gritó-: ¡Agáchate!

Me di la vuelta y allí estaba Grover en el cielo nocturno, llegando en picado con sus zapatos alados, con una rama de árbol del tamaño de un bate de béisbol. Tenía los ojos apretados y movía la cabeza de lado a lado. Navegaba guiándose por el oído y el olfato.

-¡Agáchate! -volvió a gritar-. ¡Voy a atizarle!

Eso me puso por fin en acción. Conociendo a Grover, seguro que no le acertaría a Medusa y me daría a mí.

-Gracias por el voto de confianza, amigo

Así pues, me arrojé hacia un lado.

¡Zaca! Supuse que sería el sonido de Grover al chocar contra un árbol, pero Medusa rugió de dolor.

-¡Sátiro miserable! -masculló-. ¡Te añadiré a mi colección!

-¡Ésa por el tío Ferdinand! -le respondió Grover.

Me escabullí en cuclillas y me oculté entre las estatuas mientras Grover se volvía para hacer otra pasadita.

¡Tracazás!

-¡Aaargh! -aulló Medusa, y su melena de serpientes silbaba y escupía.

-¡Percy! -dijo la voz de Annabeth junto a mí.

Di un respingo tan grande que casi tiro un gnomo de jardín con un pie.

-¡Por Dios! ¡No puedes fallar! -Annabeth se quitó la gorra de los Yankees y se volvió visible-. Tienes que cortarle la cabeza.

-¿Qué? ¿Te has vuelto loca? Larguémonos de aquí.

-Medusa es una amenaza. Es mala. La mataría yo misma, pero... -tragó saliva, como si le costase admitirlo- pero tú vas mejor armado. Además, nunca conseguiría acercarme. Me rebanaría por culpa de mi madre. Tú... tú tienes una oportunidad.

-¿Qué? Yo no puedo...

-Mira, ¿quieres que siga convirtiendo a más gente inocente en estatuas?

-Señaló una pareja de amantes abrazados, convertidos en piedra por el monstruo.

-¿Tenías que señalar justo esa?- preguntó Thalia

-Eso fue chantaje- dijo Jason

Annabeth agarró una bola verde de un pedestal cercano.

-Un escudo pulido iría mejor. -Estudió la esfera con aire crítico-. La convexidad causará cierta distorsión. El tamaño del reflejo disminuirá en una proporción...

-¿Quieres hablar claro?

-¡Eso hace!- gritó Atenea

-¡Eso hago! -Me entregó la bola-. Bueno, ten, mira al monstruo a través del cristal, nunca directamente.

-¡Eh! -gritó Grover desde algún lugar por encima de nosotros-. ¡Creo que está inconsciente!

-¡Groaaaaaaar!

-Puede que no -se corrigió Grover. Se abalanzó para hacer otro barrido con su improvisado bate.

-Date prisa -me dijo Annabeth-. Grover tiene buen olfato, pero al final acabará cayéndose.

-En serio, muchas gracias por la confianza

Saqué mi boli y lo destapé. La hoja de bronce de Anaklusmos salió disparada.

Seguí el ruido sibilante y los escupitajos del pelo de Medusa.

Mantuve la mirada fija en la bola de cristal para ver sólo el reflejo de Medusa, no el bicho real. Cuando la vi, Grover llegaba para atizarla otra vez con el bate, pero esta vez volaba demasiado bajo. Medusa agarró la rama y lo apartó de su trayectoria. Grover tropezó en el aire y se estrelló contra un oso de piedra con un doloroso quejido.

Medusa iba a abalanzarse sobre él cuando grité:

-¡Eh! ¡Aquí!

Avancé hacia ella, cosa que no era tan fácil, teniendo en cuenta que sostenía una espada en una mano y una bola de cristal en la otra. Si la bruja cargaba, no me sería fácil defenderme. Sin embargo, dejó que me acercara: seis metros, cinco, tres...

Entonces vi el reflejo de su cara. No podía ser tan fea. Aquel cristal verde debía de distorsionar la imagen, afeándola incluso más.

-No le harías daño a una viejecita, Percy -susurró-. Sé que no lo harías.

Vacilé, fascinado por el rostro que veía reflejado en el cristal: los ojos, que parecían arder a través del vidrio verde, me debilitaban los brazos.

Desde el oso de cemento, Grover gimió:

-¡No la escuches, Percy!

Medusa estalló en carcajadas.

-Demasiado tarde.

Se me abalanzó con las garras por delante.

Yo le rebané el cuello de un único mandoble.

-Síííí- gritaron los semidioses

Oí un siseo asqueroso y un silbido como de viento en una caverna: el sonido del monstruo desintegrándose.

Algo cayó al suelo junto a mis pies. Necesité toda mi fuerza de voluntad para no mirar. Noté un líquido viscoso y caliente empapándome el calcetín, pequeñas cabecitas de serpiente mordisqueando los cordones de mis zapatillas.

-Puaj, qué asco -dijo Grover. Aún seguía con los ojos bien cerrados, pero supongo que oía al bicho borbotear y despedir vapor-. ¡Megapuaj!

-Eso lo describe perfectamente- dijo Afrodita con una mueca

Annabeth se materializó a mi lado con la mirada vuelta hacia el cielo.

Sostenía el velo negro de Medusa.

-No te muevas -dijo.

Con mucho cuidado, sin mirar abajo ni un instante, se arrodilló, envolvió la cabeza del monstruo en el paño negro y la recogió. Aún chorreaba un líquido verdoso.

-¿Estás bien? -me preguntó con voz temblorosa.

-Sí -mentí, a punto de vomitar mi hamburguesa doble con queso-. ¿Por qué... por qué no se ha desintegrado la cabeza?

-En cuanto la cercenas se convierte en trofeo de guerra -me explicó-, como tu cuerno de minotauro. Pero no la desenvuelvas. Aún puede petrificar.

Grover se quejó mientras bajaba de la estatua del oso. Tenía un buen moratón en la frente. La gorra rasta verde le colgaba de uno de sus cuernecitos de cabra y los pies falsos se le habían salido de las pezuñas. Las zapatillas mágicas volaban sin rumbo alrededor de su cabeza.

-Pareces el Barón Rojo -dije-. Buen trabajo.

Sonrió tímidamente.

-No me ha molado nada. Bueno, darle con la rama en la cabeza sí ha molado, pero estrellarme contra ese oso no.

Cazó las zapatillas al vuelo y yo volví a tapar mi espada. Luego regresamos al almacén.

Encontramos unas bolsas de plástico detrás del mostrador y envolvimos varias veces la cabeza de Medusa. La colocamos encima de la mesa en que habíamos cenado y nos sentamos alrededor, demasiado cansados para hablar. Al final dije:

-¿Así que tenemos que darle las gracias a Atenea por este monstruo?

Annabeth me lanzó una mirada de irritación.

-Es culpa de Poseidón- dijo Atenea con fastidio

-A tu padre, de hecho. ¿No te acuerdas? Medusa era la novia de Poseidón. Decidieron verse en el templo de mi madre. Por eso Atenea la convirtió en monstruo.

-¡No fue mi culpa! Ella me...

Percy lo interrumpió -Papá no, podemos quedarnos con la duda

Ella y sus dos hermanas, que la habían ayudado a meterse en el templo, se convirtieron en las tres gorgonas. Por eso Medusa quería hacerme picadillo, pero también pretendía conservarte a ti como bonita estatua. Aún le gusta tu padre. Probablemente le recordabas a él.

Me ardía la cara.

-Vaya, así que ha sido culpa mía que nos encontráramos con Medusa.

Annabeth se irguió e imitó mi voz en falsete:

-« Tan sólo es una foto, Annabeth. ¿Qué daño puede hacernos?» .

-Vale, vale -respondí-. Eres imposible.

-Y tú insufrible.

-Y tú...

-Ustedes pelean más que un matrimonio- dijo Afrodita

-¡Eh! -nos interrumpió Grover-. Me estáis dando migraña, y los sátiros no tienen migraña. ¿Qué vamos a hacer con la cabeza?

-Fue incómodo- dijo Grover -tanta tensión y ustedes no se daban cuenta

Annabeth y Percy se sonrojaron

-Lo sé, así me sentí cuando fui de misión con Hazel y Frank

-Te has acordado- balbuceó Hazel

-Sí, lástima que solo fuera para molestarte

Miré el bulto. De un agujero en el plástico salía una pequeña serpiente. En la bolsa estaba escrito: « CUIDAMOS SU NEGOCIO» .

Me enfadé, no sólo con Annabeth o su madre, sino con todos los dioses por aquella absurda misión, por sacarnos de la carretera con un rayo y por habernos enfrentado en dos grandes batallas el primer día que salíamos del campamento. A ese ritmo, jamás llegaríamos a Los Ángeles vivos, mucho menos antes del solsticio de verano.

¿Qué había dicho Medusa? « No seas un peón de los Olímpicos, querido. Estarás mejor como estatua. Sufrirás menos daño. Mucho menos» .

Me puse en pie.

-Ahora vuelvo.

-Percy -me llamó Annabeth-. ¿Qué estás...?

En el fondo del almacén encontré el despacho de Medusa. Sus libros de contabilidad mostraban sus últimos encargos, todos envíos al inframundo para decorar el jardín de Hades y Perséfone. Según una factura, la dirección del inframundo era Estudios de Grabación El Otro Barrio, West Hollywood,

California. Doblé la factura y me la metí en el bolsillo.

En la caja registradora encontré veinte dólares, unos cuantos dracmas de oro y unos embalajes de envío rápido del Hermes Nocturno Express. Busqué por el resto del despacho hasta que encontré una caja adecuada.

Regresé a la mesa de picnic, metí dentro la cabeza de Medusa y rellené el formulario de envío.

Los Dioses

Monte Olimpo

Planta 600

Edificio Empire State Nueva York, NY

Con mis mejores deseos, Percy Jackson

-Eso no va a gustarles -me avisó Grover-. Te considerarán un impertinente.

Metí unos cuantos dracmas de oro en la bolsita. En cuanto la cerré, se oyó un sonido de caja registradora. El paquete flotó por encima de la mesa y desapareció con un suave « pop» .

-Es que soy un impertinente -respondí. Miré a Annabeth, a ver si se atrevía a criticarme.

No se atrevió. Parecía resignada al hecho de que yo tenía un notable talento para fastidiar a los dioses.

-Vamos -murmuró-. Necesitamos un nuevo plan.

Los dioses miraban perplejos a Percy

-¡Ese chaval tiene agallas!

-¿Quién lee...

-Primero vamos a recuperar un poco el tiempo perdido- dijo Afrodita con una sonrisa