La tarde siguiente a la fiesta de Percy, cuando todos se despertaron y estaban decentes, se presentaron en la sala de trono para continuar la lectura...

El show de Jason y los chicos cantando, era mostrado por Hermes una y otra y otra vez gracias a su caduceo-celular

-Después de una gran celebración, necesitamos leer- habló Apolo -¿Quién lee?

-Yo- dijo Reyna

En cuestión de mitología, hay una cosa que odio aún más que los tríos de viejas damas: los toros. El verano anterior había combatido con el Minotauro en la cima de la colina Mestiza. Pero lo que vi allá arriba esta vez era peor; había dos toros, y no toros cualesquiera, sino de bronce y del tamaño de elefantes. Y por si fuera poco, echaban fuego por la boca.

Hefesto puso atención

-Suenan realmente adorables- dijo Rachel con sarcasmo

En cuanto nos apeamos, las Hermanas Grises salieron a escape en dirección a Nueva York, donde la vida debía de ser más tranquila. Ni siquiera aguardaron a recibir las tres dracmas de propina.

-De lo que se perdieron- corearon los Stoll

Se limitaron a dejarnos a un lado del camino. Allí estábamos: Annabeth, con su mochila y su cuchillo por todo equipaje, y Tyson y yo, todavía con la ropa de gimnasia chamuscada.

-El trío dinamita- gritó Leo

Oh, dioses —dijo Annabeth observando la batalla, que proseguía con furia en la colina.

Lo que más me inquietaba no eran los toros en sí mismos, ni los diez héroes con armadura completa tratando de salvar sus traseros chapados en bronce. Lo que me preocupaba era que los toros corrían por toda la colina, incluso por el otro lado del pino. Aquello no era posible. Los límites mágicos del campamento impedían que los monstruos pasasen más allá del árbol de Thalia.

-Pero aun así, estaban del otro lado- murmuró Hestia con preocupación

Sin embargo, los toros metálicos lo hacían sin problemas.

Uno de los héroes gritó:

— ¡Patrulla de frontera, a mí! —Era la voz de una chica: una voz bronca que me resultó conocida.

« ¿Patrulla de frontera?», pensé. En el campamento no había ninguna patrulla de frontera.

Es Clarisse —dijo Annabeth—. Venga, tenemos que ayudarla.

Normalmente, correr en socorro de Clarisse no habría ocupado un lugar muy destacado en mi lista de prioridades; era una de las peores abusonas de todo el campamento.

-Tú tampoco eres mi persona favorita, Prissy

-Yo sé que me quieres Clarisse- dijo Percy

-En tus sueños- gruñeron Chris y Clarisse

Cuando nos conocimos trató de introducir mi cabeza en un váter. Además, era hija de Ares, y yo había tenido un grave encontronazo con su padre el verano anterior, de manera que ahora el dios de la guerra y todos sus hijos me odiaban.

Ares bufó

Aun así, estaba metida en un aprieto. Los guerreros que iban con ella se habían dispersado y corrían aterrorizados ante la embestida de los toros, y varias franjas de hierba alrededor del pino habían empezado a arder. Uno de los héroes gritaba y agitaba los brazos mientras corría en círculo con el penacho de su casco en llamas, como un fogoso mohawk. La armadura de la propia Clarisse estaba muy chamuscada, y luchaba con el mango roto de una lanza: el otro extremo había quedado incrustado inútilmente en la articulación del hombro de un toro metálico.

-Así se hace- gritó Ares -hay que pelear a pesar de todo

Destapé mi bolígrafo y con un temblor empezó a crecer, a hacerse más pesado, y en un abrir y cerrar de ojos tuve la espada de bronce Anaklusmos en mis manos.

Tyson, quédate aquí. No quiero que corras más riesgos.

— ¡No! —Dijo Annabeth—. Lo necesitamos.

Yo la miré.

Es un mortal. Tuvo suerte con las bolas de fuego, pero lo que no puede...

Percy, ¿sabes quiénes son ésos de ahí arriba? Son los toros de Cólquide, obra del mismísimo Hefesto; no podemos combatir con ellos sin el Filtro Solar FPS Cincuenta Mil de Medea, o acabaremos carbonizados.

-¡HEFESTO!- gritó Poseidón

-No tengo la más mínima idea de por qué están ahí- se defendió el dios -aun así, la chica tiene razón, no pueden luchar con ellos

— ¿Qué cosa... de Medea?

Annabeth hurgó en su mochila y soltó una maldición.

Tenía un frasco de esencia de coco tropical en la mesilla de noche de mi casa. Tenía que haberlo traído, jolines.

Hacía tiempo que había aprendido a no hacerle demasiadas preguntas, pues sólo lograba quedar todavía más desconcertado.

Los amigos de la chica asintieron

Mira, no sé de qué estás hablando, pero no voy a permitir que Tyson acabe frito.

Percy...

Tyson, mantente alejado. —Alcé mi espada—. Vamos allá.

Él intentó protestar, pero yo ya estaba corriendo colina arriba, hacia Clarisse, que ordenaba a gritos a su patrulla que se colocara en formación de falange; era una buena idea.

-Bastante buena- dijo Atenea

Los pocos que la escuchaban se alinearon hombro con hombro y juntaron sus escudos. Formaron un cerco de bronce erizado de lanzas que asomaban por encima como pinchos de puercoespín.

Por desgracia, Clarisse sólo había conseguido reunir a seis campistas; los otros cuatro seguían corriendo con el casco en llamas. Annabeth se apresuró a ayudarlos. Retó a uno de los toros para que la embistiera y luego se volvió invisible, lo cual dejó al monstruo completamente confundido.

-Buen movimiento, Annabeth- habló Atenea

El otro corría a embestir el cerco defensivo de Clarisse.

Yo estaba aún a mitad de la cuesta, no lo bastante cerca como para echar una mano. Clarisse ni siquiera me había visto.

El toro corría a una velocidad mortífera pese a su enorme tamaño; su pellejo de metal resplandecía al sol. Tenía rubíes del tamaño de un puño en lugar de ojos y cuernos de plata bruñida, y cuando abría las bisagras de su boca exhalaba una abrasadora columna de llamas.

-Suenan increíbles- dijo Leo -claro, cuando no están atacando el campamento

Hefesto le sonrió a su chico

— ¡Mantened la formación! —ordenó Clarisse a sus guerreros.

De Clarisse podían decirse muchas otras cosas, pero no que no fuera valiente.

-Demasiado valiente- sonrió Chris

Ares gruñó

Era una chica más bien grandullona, con los ojos crueles de su padre, y parecía haber nacido para llevar la armadura griega de combate. Aun así, yo no veía cómo se las iba a arreglar para resistir la embestida de aquel toro.

Por si fuera poco, el otro toro se cansó de buscar a Annabeth y, girando sobre sí, se situó a espaldas de Clarisse, dispuesto a embestirla por la retaguardia.

— ¡Detrás de ti! —chillé—. ¡Cuidado!

-¡NO!- gritó Ares -pringado, eso solo hará que se distraiga

No debería haber dicho nada, porque lo único que conseguí fue sobresaltarla. El toro n.° 1 se estrelló contra su escudo y la falange se rompió; Clarisse salió despedida hacia atrás y aterrizó en una franja de terreno quemada y todavía llena de brasas.

-Estúpido muchacho- murmuró Ares -si sufre un rasguño por tu culpa, me las vas a pagar y esta vez no tendrás tanta suerte

Los dioses y semidioses quedaron sorprendidos por igual, nunca imaginaron que Ares pudiera preocuparse por alguien además de él

Después de tumbarla, el toro bombardeó a los demás héroes con su aliento ardiente y fundió sus escudos, dejándolos sin protección. Ellos arrojaron sus armas y echaron a correr, mientras el toro n.° 2 se dirigía hacia Clarisse para liquidarla.

Me lancé de un salto y la sujeté por las correas de su armadura. Conseguí arrastrarla y sacarla de en medio, justo cuando el n.° 2 pasaba como un tren de carga.

-Te daría las gracias, pero fue tu culpa- masculló Clarisse

Le di un mandoble con Contracorriente y le hice un gran corte en el flanco, pero el monstruo se limitó a chirriar y crujir, y no se detuvo.

No me había tocado, aunque percibí el calor de su pellejo metálico; con aquella temperatura corporal habría derretido un helado más deprisa que un microondas.

— ¡Suéltame! —Clarisse me aporreaba la mano—. ¡Maldito seas, Percy!

-De nada- Percy la miró con arrepentimiento

La dejé en un montículo junto al pino y me volví para hacer frente a los toros. Ahora estábamos en la parte interior de la colina y desde allí se dominaba el valle del Campamento Mestizo: las cabañas, los campos de entrenamiento, la Casa Grande; todo aquello corría peligro si nos vencían los toros.

Annabeth ordenó a los demás héroes que se dispersaran y mantuvieran distraídos a aquellos monstruos.

El n.° 1 describió un amplio círculo para venir hacia mí. Mientras cruzaba la cima de la colina, donde los límites mágicos deberían haberlo detenido, redujo un poco la velocidad, como si estuviera luchando con un fuerte viento; pero enseguida lo atravesó y continuó acercándose al galope.

-Eso es un gran problema- dijo Artemisa

El toro n.° 2 se volvió también para embestirme; chisporroteaba y arrojaba fuego por el corte que le había hecho en el flanco. Yo no sabía si podía sentir dolor, pero sus ojos de rubí parecían mirarme furiosos, como si se tratara ya de una cuestión personal.

No podía combatir con los dos toros al mismo tiempo, tenía que tumbar primero al n.° 2 y cortarle la cabeza antes de que el n.° 1 me embistiera otra vez. Sentía los brazos cansados y me di cuenta de que hacía mucho que no me ejercitaba en el manejo de Contracorriente y había perdido mucha práctica.

-Sí, ya sé- dijo Percy al ver las intenciones de su padre y sus amigos -debí haber entrenado más

Me disponía a atacar cuando el toro n.° 2 me lanzó una llamarada; rodé hacia un lado mientras el aire se convertía en una oleada de puro calor y me arrebataba el oxígeno de los pulmones. Tropecé con algo —tal vez una raíz— y sentí dolor en el tobillo; aun así, me las arreglé para lanzar un mandoble con la espada y le corté un trozo del hocico. El monstruo se alejó al galope, enloquecido y ofuscado, pero antes de que pudiese regodearme demasiado, noté que me costaba incorporarme.

-Lo que faltaba- murmuró Jason

Lo intenté otra vez y me falló la pierna izquierda; tenía un esguince en el tobillo, o quizá estuviera roto.

El toro n.° 1 arremetió directamente hacia mí, y no había modo de apartarse de su camino, ni siquiera a rastras.

— ¡Tyson, ayúdalo! —gritó Annabeth.

No muy lejos, cerca ya de la cima, Tyson gimió:

— ¡No puedo... pasar!

-Es demasiado pequeño- susurró Hestia

— ¡Yo, Annabeth Chase, te autorizo a entrar en el Campamento Mestizo!

Un trueno pareció sacudir la colina y, de repente, apareció Tyson como propulsado por un cañón.

— ¡Percy necesita ayuda! —gritó.

Se interpuso entre el toro y yo justo cuando el monstruo desataba una lluvia de fuego de proporciones nucleares.

— ¡Tyson! —chillé.

La explosión se arremolinó a su alrededor como un tornado rojo. Sólo se veía la silueta oscura de su cuerpo, y tuve la horrible certeza de que mi amigo acababa de convertirse en un montón de ceniza.

-Los cíclopes son inmunes al fuego- habló Atenea

Pero cuando las llamas se extinguieron, Tyson seguía en pie, completamente ileso; ni siquiera sus ropas andrajosas se habían chamuscado. El toro debía de estar tan sorprendido como yo, porque antes de que pudiese soltar una segunda ráfaga, Tyson cerró los puños y empezó a darle mamporros en el hocico.

¡Vaca mala!

-¡ESO!- gritaron Leo y los Stoll

Sus puños abrieron un cráter en el morro de bronce y dos pequeñas columnas de fuego empezaron a salirle por las orejas. Tyson lo golpeó otra vez y el bronce se arrugó bajo su puño como si fuese chapa de aluminio. Ahora la cabeza del toro parecía una marioneta vuelta del revés como un guante.

— ¡Abajo! —gritaba Tyson.

El toro se tambaleó y se derrumbó por fin sobre el lomo; sus patas se agitaron en el aire débilmente y su cabeza abollada empezó a humear.

Annabeth se me acercó corriendo para ver cómo estaba.

Yo notaba el tobillo como lleno de ácido, pero ella me dio de beber un poco de néctar olímpico de su cantimplora y enseguida volví a sentirme mejor. En el aire se esparcía un olor a chamusquina que procedía de mí mismo, según descubrí luego: se me había quemado el vello de los brazos.

-Al menos solo fue eso- dijo Poseidón aliviado

— ¿Y el otro toro? —pregunté.

Ella señaló hacia el pie de la colina. Clarisse se había ocupado de la Vaca Mala n.° 2. Le había atravesado la pata trasera con una lanza de bronce celestial. Ahora, con el hocico medio destrozado y un corte enorme en el flanco, intentaba moverse a cámara lenta y caminaba en círculo como un caballito de carrusel.

-¡Así se hace!- gritó Ares

Clarisse se quitó el casco y vino a nuestro encuentro. Un mechón de su grasiento pelo castaño humeaba todavía, pero ella no parecía darse cuenta.

— ¡Lo has estropeado todo! —me gritó—. ¡Lo tenía perfectamente controlado!

Me quedé demasiado estupefacto para poder responder. Annabeth le soltó entre dientes:

Yo también me alegro de verte, Clarisse.

— ¡Arggg! —gruñó ella—. ¡No vuelvas a intentar salvarme nunca más!

-Es lo mismo que digo yo- masculló Ares -¡Que dejes de abrazar a mi chica!- gruñó viendo a Chris

Clarisse —dijo Annabeth—, tienes varios heridos.

Eso pareció devolverla a la realidad; incluso ella se preocupaba por los soldados bajo su mando.

-Pues claro que me preocupo por ellos- dijo Clarisse

Vuelvo enseguida —masculló, y echó a caminar penosamente para evaluar los daños.

Miré a Tyson.

No estás muerto.

Tyson bajó la mirada, como avergonzado.

Lo siento. Quería ayudar. Te he desobedecido.

Es culpa mía —dijo Annabeth—. No tenía alternativa, debía dejar que Tyson cruzara la línea para salvarte, si no, habrías acabado muerto.

-Te perdono- dijo Percy con una sonrisa

— ¿Dejarle cruzar la línea? —pregunté—. Pero...

Percy —dijo ella—, ¿has observado a Tyson de cerca? Quiero decir, su cara; olvídate de la niebla y míralo de verdad.

La niebla hace que los humanos vean solamente lo que su cerebro es capaz de procesar, y yo sabía que también podía confundir a los semidioses, pero aun así...

Miré a Tyson a la cara; no era fácil. Siempre me había costado mirarlo directamente, aunque nunca había entendido muy bien por qué. Creía que era porque siempre tenía mantequilla de cacahuete entre sus dientes retorcidos.

Tyson y Percy se sonrojaron

Me obligué a concentrarme en su enorme narizota bulbosa y luego, un poco más arriba, en sus ojos.

No, no en sus ojos.

En su ojo. Un enorme ojo marrón en mitad de la frente, con espesas pestañas y grandes lagrimones deslizándose por ambas mejillas.

Algunas chicas arrullaron

Ty... son —tartamudeé—. Eres un...

Un cíclope —confirmó Annabeth—. Casi un bebé, por su aspecto. Probablemente por esa razón no podía traspasar la línea mágica con tanta facilidad como los toros. Tyson es uno de los huérfanos sin techo.

— ¿De los qué?

Están en casi todas las grandes ciudades —dijo Annabeth con repugnancia —.

-Annabeth- murmuró Thalia -eso no fue culpa de Tyson

-Lo sé- dijo Annabeth apenada

-Ni se te ocurra hablar- dijo Thalia en tono amenazante al ver las intenciones de Luke

Son... errores, Percy. Hijos de los espíritus de la naturaleza y de los dioses; bueno, de un dios en particular, la mayor parte de las veces... Y no siempre salen bien.

Poseidón se removió incómodo

Nadie los quiere y acaban abandonados; enloquecen poco a poco en las calles. No sé cómo te habrás encontrado con éste, pero es evidente que le caes bien. Debemos llevarlo ante Quirón para que él decida qué hacer.

Pero el fuego... ¿Cómo...?

Es un cíclope. —Annabeth hizo una pausa, como si estuviese recordando algo desagradable—.

-Lo estaba- susurró Annabeth

Y los cíclopes trabajan en las fraguas de los dioses; son inmunes al fuego. Eso es lo que intentaba explicarte.

Yo estaba completamente estupefacto. ¿Cómo era posible que no me hubiera dado cuenta?

Pero no tuve mucho tiempo para pensar en ello. La ladera de la colina seguía ardiendo y los heridos requerían atención. Y aún había dos toros de bronce escacharrados de los que había que deshacerse y que, mucho me temía, no cabrían en nuestros contenedores de reciclaje.

Clarisse regresó y se limpió el hollín de la frente.

Jackson, si puedes sostenerte, ponte de pie. Tenemos que llevar los heridos a la Casa Grande e informar a Tántalo de lo ocurrido.

-¿Tántalo?- preguntaron los dioses con incredulidad

— ¿Tántalo?

El director de actividades —aclaró Clarisse con impaciencia.

El director de actividades es Quirón. Además, ¿dónde está Argos? Él es el jefe de seguridad. Debería estar aquí.

Clarisse puso cara avinagrada.

Argos fue despedido. Habéis estado demasiado tiempo fuera, vosotros dos. Las cosas han cambiado.

Pero Quirón... Él lleva más de tres mil años enseñando a los chicos a combatir con monstruos; no puede haberse ido así, sin más. ¿Qué ha pasado?

Pues... que ha pasado —me espetó, señalando el árbol de Thalia.

Todos los campistas conocían la historia de aquel árbol. Tres años atrás, Grover, Annabeth y otros dos semidioses llamados Thalia y Luke habían llegado al Campamento Mestizo perseguidos por un auténtico ejército de monstruos.

Los tres mencionados recordaron esos momentos

Cuando los acorralaron finalmente en la cima de la colina, Thalia, una hija de Zeus, había decidido hacerles frente allí mismo para dar tiempo a que sus amigos se pusieran a salvo. Su padre, Zeus, al ver que iba a morir, se apiadó de ella y la convirtió en un pino.

-Gran amabilidad- masculló Luke

Su espíritu había reforzado los límites mágicos del campamento, protegiéndolo contra los monstruos, y el pino había permanecido allí desde entonces, lleno de salud y vigor.

Pero ahora sus agujas se habían vuelto amarillas; había un enorme montón esparcido en torno a la base del árbol.

Algunos miraron a Thalia como si esperaran ver las consecuencias del veneno

En el centro del tronco, a un metro de altura, se veía una marca del tamaño de un orificio de bala de donde rezumaba savia verde.

Fue como si un puñal de hielo me atravesara el pecho. Ahora comprendía por qué se hallaba en peligro el campamento: las fronteras mágicas habían empezado a fallar porque el árbol de Thalia se estaba muriendo.

Alguien lo había envenenado.

-¿Quién se atrevió a envenenar el árbol de mi hija?- bramó Zeus

Hermes miró a su hijo -Padre, cálmate

-¡Fue tu mocoso! Ese pequeño ladrón

-¡Padre, basta!- gritó Thalia

Zeus masculló un poco más, Luke sonrió a Thalia, pero ella apartó la mirada, aunque Luke estuviera arrepentido, le costaría perdonarlo

-Sigamos leyendo- propuso Artemisa mirando con curiosidad a la cazadora

-Yo voy a leer- dijo Hera