VISITAMOS UN DIABOLICO RANCHO
Y aún quedan muchos problemas- murmuró Connor - he acabado ¿Quién sigue?
-Yo lo haré muchacho- dijo Zeus -Visitamos un diabólico rancho turístico
-Aquí vamos- murmuró Nico
Nos detuvimos por fin en una sala llena de cascadas. El suelo era un gran pozo rodeado por un paso de piedra sumamente resbaladiza.
-Y para agregarle más diversión al asunto, necesitaba estar resbaloso- murmuró Piper
-Es exactamente la clase de diversión que no me gustaría tener
El agua salía de unas enormes tuberías, chorreaba por las cuatro paredes de la estancia y caía con estrépito en el pozo. No divisé el fondo cuando lo enfoqué con la linterna.
-Por si fuera poco- murmuró Reyna
-Y creo que todavía falta una nota aún más agradable- susurró Percy
Briares se desplomó junto al muro. Recogió agua con una docena de manos y se lavó la cara.
—Este pozo va directamente al Tártaro —musitó—. Debería saltar y ahorraros más problemas.
-Vaya nota- murmuró Rachel
Percy y Annabeth se estremecieron, los demás chicos les dieron una mirada preocupada que no pasó desapercibida por los dioses
-¿Se encuentran bien?- preguntó Apolo
Percy asintió
—No hables así —dijo Annabeth—. Puedes volver al campamento con nosotros y ayudarnos a hacer los preparativos. Seguro que tú sabes mejor que nadie cómo combatir a los titanes.
—No tengo nada que ofrecer —se lamentó él—. Lo he perdido todo.
Poseidón bufó -¡Están arriesgando su vida por ti!
-Percy está aquí- señaló Apolo
Percy hizo una especie de saludo con la mano
— ¿Y tus hermanos? —Dijo Tyson—. ¡Los otros dos deben de seguir siendo altos como montañas! ¡Podemos llevarte con ellos!
El rostro de Briares adoptó una expresión aún más triste: era su cara de luto.
—Ya no existen. Se desvanecieron.
-¿Cómo que se desvanecieron?- preguntó Bianca -creí que los monstruos se reformaban una y otra vez
-Hay monstruos que llegan a caer en el olvido y ya no quieren seguir siendo inmortales- dijo Artemisa
Las cascadas seguían rugiendo. Tyson contempló el pozo y pestañeó. Un par de lágrimas asomaban en su ojo.
-Que monada- murmuró Afrodita -tus hijos son taaan adorables
-Queda claro que no lo sacaron de Poseidón- bromeó Apolo
Poseidón bufó
— ¿Qué significa que se desvanecieron? —pregunté—. Creía que los monstruos eran inmortales, como los dioses.
—Percy —dijo Grover débilmente—, hasta la inmortalidad tiene sus límites. A veces... a veces los monstruos caen en el olvido y pierden la voluntad de seguir siendo inmortales.
-Exactamente- murmuró Artemisa
Observé a Grover y me pregunté si estaría pensando en Pan.
-Sí- murmuró Grover con tristeza
-Pan es el que más ha perdido gracias a los mortales- bufó Dionisio
Recordé lo que la Medusa nos había dicho una vez: que sus hermanas, las otras dos gorgonas, habían muerto y la habían dejado sola.
Atenea bufó -Ese no es el mejor ejemplo, pero sí
Y Apolo, el año anterior, hablando del antiguo dios Helios, comentó que había desaparecido y lo había dejado solo con todas las tareas del dios del sol.
-Aunque con un carro fabuloso- dijo Apolo
-Eso no se puede negar- dijo Percy
-Excepto cuando Nico lo maneja- dijo Piper riendo
Nico bufó -Soy un conductor nato
-Tanto como Thalia- dijo Percy
Zeus los interrumpió al seguir leyendo
No me había detenido a pensar demasiado en todo ello, pero en ese momento, mirando a Briares, comprendí lo terrible que debía de resultar ser tan viejo —tener miles y miles de años— y encontrarse completamente solo en el mundo.
-Ahora se entiende por qué estaba tan asustado- murmuró Rachel
—Debo irme —dijo Briares.
—El ejército de Cronos invadirá el campamento —advirtió Tyson—. Necesitamos tu ayuda.
El centimano bajó la cabeza.
—No puedo, cíclope.
—Eres fuerte.
—Ya no. —Briares se levantó.
-Ha perdido su confianza- murmuró Hazel -pobre
-Pero Tyson sigue confiando en él- dijo Bianca
—Eh. —Lo agarré de uno de sus brazos y me lo llevé aparte, de modo que el rugido del agua ahogara nuestras palabras—. Briares, te necesitamos. Por si no te habías dado cuenta, Tyson cree en ti. Ha arriesgado la vida para salvarte.
-Y más vale que empiece a creer en sí mismo, porque Tyson ha estado arriesgando su vida- murmuró Poseidón
Se lo conté todo: el plan de invasión de Luke, la entrada del laberinto en el corazón del campamento, el taller de Dédalo, el ataúd de oro de Cronos.
Briares negó con la cabeza.
—No puedo, semidiós. No tengo la pistola para ganar este juego —me dijo, formando cien pistolas con las manos.
—Quizá por eso se desvanecen los monstruos —respondí—. Tal vez no se trate de lo que crean los mortales. A lo mejor lo que pasa es que dejan de creer en sí mismos.
-Me encantan los discursos motivacionales de Percy- murmuró Hazel
-A todos en realidad- dijo Frank
-Aunque en algún momento te hagan enojar- murmuró Thalia
Percy se sonrojó
Sus ojos castaños me observaron. Su rostro se transformó y asumió una expresión bien reconocible: la vergüenza. Se volvió y se alejó caminando pesadamente por el pasadizo hasta desaparecer entre las sombras.
Tyson sollozaba.
-¿Cómo puede ser capaz de dejar a Tyson así?- preguntó Hazel
—Tranquilo, todo irá bien —le dijo Grover, dándole unas palmaditas con aire vacilante, como si hubiera tenido que armarse de valor para hacerlo.
—No irá bien, niño cabra. Él era mi héroe.
-Awww- suspiró Afrodita
Yo también quería consolarlo, pero no sabía qué decir.
-No creo que haya algo correcto de decir- murmuró Chris
-Era su héroe y lo decepcionó- dijo Zoë
Finalmente, Annabeth se incorporó y se echó la mochila al hombro.
—Venga, chicos. Este pozo me pone nerviosa. Vamos a buscar un sitio mejor para pasar la noche.
-Todo lo mejor que se pueda estando en el laberinto- murmuró Thalia
Nos instalamos en un pasadizo hecho de enormes bloques de mármol. En las paredes había soportes de bronce para las antorchas y daba la impresión de haber formado parte de una tumba griega. Aquello debía de ser un sector más antiguo del laberinto, cosa que era buena señal, según Annabeth.
-Según Annabeth- repitió Piper riendo
—Ya debemos de estar cerca del taller de Dédalo —dijo—. Descansad un poco. Seguiremos por la mañana.
— ¿Cómo sabremos cuándo es de día? —preguntó Grover.
—Tú descansa —insistió ella.
-Solo descansen, cuando despierten, finjan que es de mañana- murmuró Nico
-Qué buena estrategia- dijo Leo
A Grover no hizo falta que se lo repitieran. Sacó un montón de paja de su mochila, comió un poco, se hizo una almohada con el resto y al cabo de un momento ya estaba roncando. A Tyson le costó más dormirse. Estuvo un rato manipulando unos trozos de metal de su juego de construcciones, pero, fuese lo que fuese lo que estuviera montando, no parecía satisfacerle, porque no paraba de desarmar las piezas.
—Lamento haber perdido el escudo —me disculpé—. Con todo lo que habías trabajado para arreglarlo...
-Eso no importa hermano mayor, tú me has salvado
-Cosa que no tendría que haber hecho si los hubieran ayudado- bufó Hera
-Estaba asustado- murmuró Hestia
Él levantó la vista. Tenía el ojo enrojecido de haber llorado.
—No te preocupes, hermano. Tú me has salvado. No habrías tenido que hacerlo si Briares nos hubiera echado una mano.
—Estaba asustado. Seguro que lo superará.
—No es fuerte —dijo Tyson—. Ya no es importante.
-Debe demostrar su valía- dijo Ares con un deje de irritación
Exhaló un largo y triste suspiro y luego cerró el ojo. Las piezas metálicas se le cayeron de las manos, aún desmontadas, y empezó a roncar.
Yo también traté de dormir, pero no podía. El recuerdo de haber sido perseguido por una mujer dragón descomunal con espadas envenenadas no me ayudaba a relajarme precisamente. Agarré mi petate y lo arrastré hasta donde Annabeth se había sentado para hacer guardia.
-Mis amores- chilló Afrodita
-¿Harás eso cada que estén juntos?- preguntó Atenea
-Es lo que he estado haciendo cariño, no lo dejaré porque seas amargada- Afrodita le guiñó un ojo
-Y faltan más libros- dijo Perséfone sonriendo
Me senté a su lado.
—Deberías dormir —dijo.
—No puedo. ¿Tú estás bien?
—Claro. Mi primer día guiando una búsqueda. Fantástico.
—Lo encontraremos —aseguré—. Daremos con ese taller antes que Luke.
Ella se apartó el pelo de la cara. Tenía la barbilla manchada de polvo. Traté de imaginarme su aspecto de niña, cuando vagaba por todo el país con Thalia y Luke.
-Igual de peligrosa- dijo Luke
-Y obstinada- dijo Thalia
-Y enojona- añadió Rachel riendo
-Y mandona- dijo Piper
Annabeth rodó los ojos
Con sólo siete años, los había salvado de una muerte segura en la mansión de un cíclope maligno. Incluso cuando parecía asustada, como en ese momento, yo sabía que le sobraban agallas.
-Qué dulce- chilló Afrodita
—Ojalá esta búsqueda tuviese alguna lógica —se quejó—. Quiero decir: estamos avanzando, pero no sabemos adónde iremos a parar. ¿Cómo es posible que puedas caminar de Nueva York a California en un día?
—El espacio no es igual dentro del laberinto.
-Wow, Annabeth ¿Cómo es posible que no lo supieras?- bromeó Thalia
—Ya, ya lo sé. Es sólo... —Me miró, vacilante—. Me estaba engañando a mí misma. Todos esos planes y esas lecturas... No tengo ni idea de adonde nos dirigimos. —Lo estás haciendo muy bien. Además, nosotros nunca sabemos lo que hacemos.
Pero al final siempre nos sale bien. ¿Te acuerdas de la isla de Circe?
Reyna soltó un bufido
Ella soltó un bufido.
—Estabas muy mono de conejillo de Indias.
-Y sin ser conejillo de Indias- dijo Afrodita
— ¿Y el parque acuático de Waterland? ¿Recuerdas cómo nos hiciste salir disparados?
— ¿Yo? Pero ¡si la culpa fue tuya!
— ¿Te das cuenta? Todo saldrá bien.
-Estando ustedes juntos, lo hará- murmuró Piper
Percy y Annabeth le sonrieron y se tomaron de la mano
Annabeth sonrió, lo que era un alivio. Pero su sonrisa se desvaneció enseguida.
—Percy, ¿a qué se refería Hera cuando dijo que tú conocías la manera de cruzar el laberinto?
—No lo sé —reconocí—. De verdad.
— ¿Me lo dirías si lo supieras?
-Sí- dijo Percy -aunque no te guste- le dio una mirada divertida
—Claro. Aunque quizá... — ¿Qué?
—Quizá si me revelaras el último verso de la profecía... Eso sería de ayuda.
-Ándale, que buena excusa- dijo Nico
-¿Cómo no se te ocurrió antes?- murmuró Thalia
-Que buena estrategia- dijo Piper
-Pero no funcionó- dijo Percy con un puchero
Ella se estremeció.
—Aquí no. En medio de la oscuridad, no.
— ¿Y esa elección de la que hablaba Jano? Hera ha dicho...
—Basta —me cortó. Lanzó un tembloroso suspiro—. Perdona, Percy. Estoy nerviosa. Pero no... Tengo que pensarlo.
-Te lo dirá a su debido tiempo- murmuró Hefesto
Permanecimos en silencio, escuchando los extraños crujidos del laberinto: el eco de las piedras rozando unas con otras mientras los túneles se transformaban, crecían y se expandían. La oscuridad me evocó las visiones que había tenido de Nico di Angelo. Y de pronto comprendí una cosa.
—Nico anda por aquí —le dije—. Fue así como desapareció del campamento. Encontró el laberinto y luego un camino que lo hizo descender aún más a las profundidades, hasta el inframundo. Pero ahora ha vuelto al laberinto. Viene por mí.
-Oílo- murmuró Nico
-Tienes que admitir que es normal que lo pensara- dijo Hazel
-Tal vez un poco- dijo Nico encogiéndose de hombros
Ella no respondió enseguida.
—Confío en que te equivoques, Percy. Pero si tuvieras razón... —Contempló el haz de luz, que proyectaba un círculo borroso en la pared de mármol. Tenía la sensación de que estaba pensando en la profecía. Nunca la había visto tan cansada.
— ¿Qué te parece si yo hago la primera guardia? —propuse—. Si pasa algo, te despierto.
Annabeth no pareció muy de acuerdo, pero se limitó a asentir, se desplomó sobre su petate y cerró los ojos.
-Tienen que tratar de descansar lo más que se pueda- murmuró Artemisa -su misión apenas está empezando...
-Y no empezó de la mejor manera- murmuró Apolo
-Bueno, ninguna misión ha empezado precisamente bien- comentó Jason
Cuando me tocó a mí dormir, soñé que estaba otra vez en la prisión del anciano.
Ahora se parecía más a un taller.
-Era lo que quería el rey -murmuró Hefesto -que los divirtiera con sus inventos
Había mesas cubiertas de instrumentos de medición y una fragua al rojo vivo en una esquina. El chico que había visto en el último sueño avivaba la lumbre con un fuelle. En ese momento era más alto, casi de mi edad.
-Qué cruel- murmuró Hazel
Un extraño embudo adosado a la chimenea de la fragua captaba el humo y el calor y lo canalizaba por un tubo que se hundía en el suelo, junto a la tapa de bronce de un respiradero.
Leo sonrió asombrado
Era de día. El cielo estaba azul, pero los muros del laberinto arrojaban densas sombras por el taller. Después de llevar tanto tiempo cruzando túneles, me pareció raro que aquella parte del laberinto estuviera a la intemperie.
-Es cruel- dijo Calipso -no hay nada peor que contemplar la libertad, pero saber que no puede ser tuya
-Mamacita, no te pongas triste- dijo Leo haciendo caras de payaso
Calipso rió, algunos de los dioses tuvieron la delicadeza de lucir avergonzados
En cierto sentido, eso le confería un aspecto todavía más cruel.
El anciano parecía enfermo. Estaba terriblemente delgado y las manos se le habían quedado casi en carne viva de tanto trabajar.
-Debió ser terrible- murmuró Bianca
El pelo blanco le caía sobre los ojos y la túnica que llevaba estaba manchada de grasa. Se hallaba inclinado sobre una mesa, trabajando en las piezas de un objeto metálico alargado: algo similar a una cota de malla. Tomó un delicado eslabón de bronce y lo encajó en su sitio.
-Su mejor esfuerzo para tratar de ser libre- murmuró Atenea -aunque luego haya perdido el rumbo
—Ya está —anunció—. Lo he terminado.
Alzó aquel artilugio. Era tan hermoso que el corazón me dio un brinco de emoción: unas alas de metal construidas con millares de plumas de bronce entrelazadas.
-Que gran idea- murmuró Leo
-Pero que no se te ocurra probarla- dijo Hefesto
Había dos juegos. Uno de ellos permanecía aún sobre la mesa. Dédalo extendió el armazón y las alas se desplegaron, adquiriendo una envergadura de seis metros. Una parte de mí intuía que aquel invento nunca llegaría a volar.
-La lógica diría eso- murmuró Piper
-También diría que Festus no es capaz de volar- dijo Leo con una sonrisa traviesa
Era demasiado pesado, le resultaría imposible despegar del suelo. Pero la destreza artesanal que demostraba era igualmente asombrosa. Las plumas de metal captaban la luz y destellaban con treinta matices distintos.
-Un verdadero genio- dijo Hefesto
Leo asintió
El chico dejó el fuelle y se acercó a mirar. Estaba sudoroso y mugriento, pero sonrió de felicidad.
— ¡Padre, eres un genio!
El anciano dejó escapar una sonrisa.
—Vaya novedad, Ícaro. Venga, date prisa. Me costará al menos una hora colocarlas.
Ven.
-Era una idea excelente- murmuró Hefesto -aunque a veces las grandes ideas son las que nos terminan arruinando
—Tú primero —dijo Ícaro.
El anciano protestó un poco, pero el chico insistió.
—Son obra tuya, padre. Tú has de tener el honor de ponértelas primero.
-Aunque debe darse prisa- murmuró Bianca
Ícaro le colocó en el pecho un arnés de cuero, semejante al que usan los alpinistas, con unas correas que iban desde los hombros hasta las muñecas. Luego empezó a fijarle las alas, utilizando un bote metálico que parecía una enorme pistola de pegamento.
—Este compuesto de cera debería resistir muchas horas —le dijo Dédalo a su hijo mientras éste trabajaba—. Pero primero se ha de secar. Y será mejor que no volemos demasiado alto ni demasiado bajo. El mar humedecería los precintos de cera...
-Trató de advertirle- dijo Hefesto
-Pero no siempre hacen lo que es mejor- bufó Hera
—Y el calor del sol los derretiría —añadió el chico—. Sí, padre, ya lo hemos repasado un millón de veces.
-Lo bueno fue que lo repasaron un millón de veces- bufó Ares
—Todas las precauciones son pocas.
— ¡Tengo fe ciega en tus inventos, padre! No ha existido nadie más inteligente que tú.
Los ojos del anciano relucían. Era evidente que amaba a su hijo más que a nada en el mundo.
-Esos sí son buenos padres- murmuró Hefesto
Hera le lanzó una mirada asesina
—Ahora te voy a poner las alas y, mientras tanto, se irán pegando las mías. ¡Ven!
El anciano progresaba lentamente. Sus manos buscaban a tientas las correas y le costó mucho colocar las alas en la posición correcta mientras las sellaba. Las que llevaba puestas parecían abrumarlo y le estorbaban para maniobrar.
-No eran hechas precisamente para la comodidad- murmuró Atenea
—Demasiado lento —masculló el anciano entre dientes—. Demasiado lento. —Tómate tu tiempo, padre —dijo el chico—. Los guardias no han de venir... ¡BRUUUM!
-Casi parece que los invocaron- murmuró Leo
-Como en todas las misiones- dijo Piper
Las puertas se estremecieron. Dédalo las había atrancado desde dentro con un travesaño de madera, pero aun así parecía que fueran a salirse de las bisagras.
— ¡Deprisa! —urgió Ícaro.
¡BRUUM! ¡BRUUM!.
-Los guardias haciendo más fácil el trabajo- dijo Nico con sarcasmo
Estaban golpeando con un objeto pesado. El travesaño resistió, pero se abrió una raja en la puerta izquierda.
-No va a resistir mucho- dijo Ares
-¿En serio? ¿No serás el dios de lo obvio?- murmuró Atenea
Dédalo, que trabajaba frenéticamente, derramó una gota de cera caliente en el hombro de Ícaro. Este esbozó una mueca de dolor, pero no se quejó. Cuando su ala izquierda quedó fijada a las correas, el anciano empezó a trabajar en la otra.
—Necesitamos más tiempo —murmuró—. ¡Han venido demasiado pronto! La mezcla aún tardará en secarse.
-Tal vez los guardias ya tenían sus sospechas- murmuró Frank
—Todo saldrá bien —aseguró Ícaro, mientras su padre terminaba el ala derecha—.
Ayúdame con la tapa del respiradero...
¡CATACRAC!.
-Pues no está saliendo muy bien que digamos- dijo Thalia
Las puertas se astillaron bruscamente y por la brecha asomó un ariete de bronce.
Dos guardias ensancharon el hueco con sendas hachas e irrumpieron en la estancia.
Detrás venía el rey, con su corona de oro y su barba lanceolada.
Nico bufó
—Vaya, vaya —dijo con una cruel sonrisa—. ¿Ibais a salir?
-Nooo, estamos poniéndonos las alas para que las pueda apreciar mejor- dijo Leo
Dédalo y su hijo se quedaron paralizados. Las alas metálicas brillaban con luz trémula a sus espaldas.
-Bueno, si se podían apreciar un poco- dijo Connor
—Nos vamos, Minos —dijo el anciano.
El rey soltó una risita.
—Tenía curiosidad por ver hasta dónde llegabas con tu pequeño invento antes de desbaratar tus esperanzas. Debo confesar que estoy impresionado.
-Cualquiera lo estaría- dijo Will -esa clase de proyectos son una locura
Minos contempló las alas con admiración.
—Parecéis gallinas metálicas —concluyó—. A lo mejor deberíamos desplumaros y preparar un caldo
Los guardias rieron tontamente.
—Gallinas metálicas —repitió uno de ellos—. Caldo de gallina.
-Imbéciles- murmuró Atenea
— ¡Silencio! —exigió el rey. Luego se volvió hacia Dédalo—. Ayudaste a mi hija a escapar, anciano. Empujaste a mi esposa a la locura. Mataste a mi monstruo y me convertiste en el hazmerreír de todo el Mediterráneo. ¡Nunca saldrás de aquí!
-No es como si hubiera necesitado ayuda para quedar como el hazmerreír- dijo Travis
Ícaro tomó la pistola de cera y roció bruscamente al rey, que retrocedió aturdido. Los guardias se adelantaron en el acto, pero cada uno se ganó un chorro de cera caliente en la cara.
-Debieron verlo venir- bufó Clarisse
— ¡El respiradero! —gritó Ícaro a su padre.
— ¡Prendedlos! —rugió el rey Minos.
Entre el anciano y el chico abrieron la tapa del respiradero y un chorro de aire caliente emergió del suelo. El rey miró incrédulo cómo se elevaban los dos hacia el cielo con sus alas de bronce, impulsados por la corriente ascendente.
-Libertad por fin- dijo Calipso
— ¡Disparadles! —chilló el rey, pero sus guardias no llevaban arcos. Uno de ellos les lanzó su espada, pero Dédalo e Ícaro ya estaban fuera de su alcance.
-Torpes- dijo Ares - sabían que intentarían escapar y no son capaces de llevar armas
Padre e hijo revolotearon por encima del laberinto y del palacio del rey y luego sobrevolaron a toda velocidad la ciudad de Crosos y las rocosas costas de Creta.
Ícaro reía de pura alegría.
— ¡Libres, padre! Lo has conseguido.
El chico extendió las alas al máximo y remontó aprovechado el viento.
-Y por supuesto, llega el momento donde todo sale mal- dijo Leo
— ¡Espera! —Gritó Dédalo—. ¡Ten cuidado!
Pero Ícaro ya se hallaba sobre mar abierto y se dirigía hacia el norte, regodeándose en su buena suerte. Se alzó a gran velocidad y espantó un águila, que tuvo que desviarse de su camino; luego se lanzó en picado hacia el mar, como si no hubiera hecho otra cosa en su vida, para elevarse en el último segundo, rozando las olas con las sandalias.
-¡Necio!- dijo Hera -por algo le dijeron que no lo hiciera
— ¡Detente! —le gritó Dédalo. Pero el viento se llevaba sus palabras y su hijo se había emborrachado con su propia libertad.
El anciano hizo un esfuerzo por alcanzarlo, planeando torpemente tras él.
-Pero tenía todo en contra- murmuró Hestia
Estaban a muchos kilómetros de Creta, sobrevolando aguas muy profundas, cuando Ícaro se volvió y reparó en la expresión angustiada de su padre.
— ¡No te apures, padre! —le dijo con una sonrisa—. ¡Eres un genio! Tu artilugio funciona a la perfección...
-Y justo cuando lo dice, todo sale mal- dijo Hazel
Entonces se desprendió de sus alas la primera pluma metálica y cayó revoloteando. Luego se soltó otra. Ícaro se tambaleó en el aire. Y de repente empezó a derramar plumas de bronce, infinidad de plumas que se alejaban como una bandada de aves asustadas.
Los chicos hicieron una mueca
— ¡Ícaro! —Gritó su padre—. ¡Planea! ¡Extiende las alas! ¡Procura moverte lo menos posible!
Pero Ícaro empezó a agitar los brazos, tratando desesperadamente de recuperar el control.
-Ese momento en el que el pánico toma las riendas- murmuró Piper
Primero se le cayó el ala izquierda, desgajándose de las correas.
— ¡Padre! —gritó.
-Está demasiado lejos para poder alcanzarlo- dijo Hestia con tristeza
A continuación, ya sin alas, se desplomó convertido en un simple muchacho con un arnés y una túnica blanca, que extendía los brazos en un vano intento de seguir planeando.
-Todo se habría podido evitar si hubiera hecho caso- murmuró Hera
Poseidón rodó los ojos
Desperté sobresaltado, con la sensación de estar cayendo a plomo. Todo estaba oscuro. Entre los crujidos incesantes del laberinto, me pareció oír el grito angustiado de Dédalo pronunciando el nombre de su hijo Ícaro, mientras éste, la única alegría de su vida, caía en picado al mar desde cien metros de altura.
-Bueno, eso da miedo- dijo Leo
-Y más estando en el laberinto- murmuró Jason
En el laberinto no había amanecer, pero una vez que despertaron todos y dieron buena cuenta de un estupendo desayuno a base de barritas de cereales y zumos envasados, emprendimos la marcha de nuevo.
-¿Ven? Mi estrategia funciona- dijo Nico
No le conté mi sueño a nadie.
-Sí, nos dimos cuenta de que no se lo contaste- dijo Grover riendo
Había algo en él que me había asustado de verdad y me pareció mejor que los demás no se enteraran.
-Suficientemente asustados estábamos- dijo Percy
Los viejos túneles de piedra dieron paso a un corredor de tierra con vigas de cedro, como en una mina de oro o algo por el estilo. Annabeth empezó a ponerse nerviosa.
—No puede ser —dijo—. Tendría que seguir siendo de piedra.
-No se los dejará tan fácil- dijo Artemisa
Llegamos a una cueva con el techo cubierto de estalactitas. En medio, había una fosa rectangular excavada en el suelo de tierra, como si fuera una tumba.
-Es como una señal "Nico estuvo ahí"- murmuró Will
Nico se sonrojó
Grover se estremeció.
—Huele igual que el inframundo.
-Y creo que eso no era un cumplido- dijo Hazel
Entonces me fijé en una cosa que brillaba en el borde de la fosa: un trozo de papel de aluminio. Iluminé el agujero con la linterna y vi una hamburguesa de queso medio mordida, flotando en un moco pardusco y burbujeante.
-Sip- dijo Will -un gran letrero con luces de neón anuncian la estancia de Nico
-Basta- dijo Nico sonrojado
—Nico —dije—. Ha vuelto a invocar a los muertos.
Tyson se puso a gimotear.
—Aquí ha habido fantasmas. No me gustan los fantasmas.
-Eso es porque no eres Will- bromeó Percy
-¿Celoso?- preguntó Thalia
-¿¡Quieren callarse!?- bufó Nico
—Hemos de encontrarlo. —No sé por qué, pero hallarme al borde de aquella fosa me transmitió una sensación de urgencia. Nico andaba cerca. Lo presentía. No podía dejarlo vagando por allá abajo con la sola compañía de los muertos. Eché a correr.
-Porque eso es una excelente idea cuando están rodeados de pasadizos que juegan con sus mentes- bufó Atenea
— ¡Percy! —gritó Annabeth.
Me metí a gachas por un túnel y vislumbré una luz al fondo. Cuando Annabeth, Tyson y Grover se pusieron a mi altura, yo me hallaba contemplando la luz del día a través de unos barrotes situados sobre mi cabeza.
-Y gracias a eso te alcanzamos- murmuró Grover
-Corres muy rápido hermano
Estábamos bajo una rejilla de tubos de acero. Se veían árboles y un cielo azul.
— ¿Qué es esto? —me pregunté.
Entonces una sombra cubrió la rejilla y una vaca se quedó mirándome desde arriba. Parecía una vaca normal, salvo por su extraño color: un rojo intenso, casi cereza.
-Hermosa- dijo Apolo suspirando
Nunca había visto ninguna igual.
La vaca mugió, puso la pezuña en una de las barras y retrocedió enseguida.
-No es muy cómodo- dijo Hermes
—Es una rejilla de retención —dijo Grover.
— ¿Cómo?
—Las ponen a la salida de los ranchos para que las vacas no se escapen. No pueden andar sobre estas rejillas.
— ¿Cómo lo sabes?
Grover resopló, indignado.
—Créeme, si tuvieras pezuñas, sabrías lo que es una rejilla de retención. ¡Son muy molestas!
-Nada recomendable- bufó Grover
Me volví hacia Annabeth.
— ¿Hera no habló de un rancho? Hemos de comprobarlo. Tal vez Nico esté ahí arriba.
-Al menos uno puso atención- bufó Hera
Ella vaciló.
—De acuerdo. Pero ¿cómo salimos?
Tyson resolvió el problema golpeando con ambas manos la rejilla, que se desprendió del marco y salió disparada por los aires.
-Excelente forma de resolver problemas, chaval- dijo Ares
Frank hizo una mueca
Oímos enseguida un golpe metálico y un mugido sobresaltado. Tyson se sonrojó.
— ¡Perdón, vaquita! —gritó.
-Esas vacas son sagradas- bufó Apolo
-Le pidió perdón- señaló Hermes
Luego nos izó fuera del túnel.
Estábamos en un rancho, de eso no cabía duda. Una serie de colinas se extendían hacia el horizonte, salpicadas de robles, cactus y grandes rocas. Desde la entrada salía en ambas direcciones una cerca de alambre de espino. Las vacas de color cereza vagaban de acá para allá, pastando entre la hierba.
Apolo suspiró
—Ganado rojo —observó Annabeth—. El ganado del sol.
— ¿Cómo? —pregunté.
—Para Apolo son sagradas.
— ¿Vacas sagradas?
—Exacto. Pero ¿qué hacen...?
—Un momento —dijo Grover—. Escucha.
-¡A menos que seas Hermes y no te importe en absoluto robarle al dios más fabuloso, sus fabulosas vacas!- gritó Apolo
-Y de nuevo con eso- suspiró Hermes
-Creí que todo eso era pasado- dijo Jason
-Lo es, pero Apolo es un dramático- dijo Hermes
-¡No soy dramático!- dijo Apolo
Al principio todo me pareció en silencio... pero luego lo capté: una algarabía de aullidos, cada vez más cercana. La maleza crujió y se removió y enseguida surgieron dos perros. Con un pequeño detalle: que no eran dos, sino un perro de dos cabezas.
-Ya habían pasado por Cerbero, eso debe ser fácil- dijo Hades
Parecía un galgo, con aquel cuerpo largo, esbelto y de un marrón lustroso, pero su cuello se bifurcaba en dos cabezas que gruñían, ladraban y no parecían muy contentas de vernos.
— ¡Perro malo como Jano! —gritó Tyson.
-Exactamente así- dijo Hestia
— ¡Arf! —le dijo Grover, alzando una mano a modo de saludo.
El perro de dos cabezas mostró los dientes. Me temo que no le impresionó demasiado que Grover conociera la lengua animal.
-Público difícil- murmuró Grover
-Entiendo eso- dijo Apolo
Entonces su amo surgió de la maleza y comprendí que el perro no pasaba de ser un problema menor.
Era un tipo descomunal de pelo canoso, con un sombrero de cowboy de paja y una barba blanca trenzada: en fin, como la encarnación del Tiempo, pero convertido en campesino de pinta peligrosa.
Hera rodó los ojos
Llevaba unos vaqueros, una camiseta de «NO ENSUCIE TEXAS» y una chaqueta tejana con las mangas arrancadas para que le vieras bien los músculos. En el bíceps derecho tenía tatuadas dos espadas cruzadas. Y en la mano sostenía un garrote de madera del tamaño de una cabeza nuclear, con clavos de diez centímetros en la punta.
-Para impresionar- dijo Chris
— ¡Aquí, Ortos! —le dijo al perro.
El animal nos gruñó otra vez para dejar claros sus sentimientos y, dándose la vuelta, fue a sentarse a los pies de su amo. El hombre nos miró de arriba abajo, con el garrote preparado.
— ¿Qué tenemos aquí? —preguntó—. ¿Ladrones de ganado?
-No, ellos sí respetan las vacas sagradas- dijo Apolo
Hermes soltó un bufido
—Simples viajeros —le dijo Annabeth—. Estamos llevando a cabo una búsqueda. El hombre contrajo los párpados con un tic.
—Mestizos, ¿eh?
Yo empecé a decir:
— ¿Cómo lo sabía...?
Annabeth me puso una mano en el brazo.
-Y con eso se le olvidó todo- bromeó Piper
—Yo soy Annabeth, hija de Atenea. Éste es Percy, hijo de Poseidón. Grover, el sátiro. Y Tyson...
—El cíclope —concluyó el hombre—. Sí, ya veo. —Me miró con el ceño fruncido —. Y reconozco a los mestizos porque soy uno de ellos, hijo. Yo soy Euritión, pastor de ganado de este rancho e hijo de Ares.
Ares hizo una especie de mueca
Deduzco que habéis llegado a través del laberinto, como el otro.
— ¿El otro? —pregunté—. ¿Se refiere a Nico di Angelo?
—En este rancho recibimos muchos visitantes procedentes del laberinto —dijo Euritión con aire enigmático—. Pero no muchos salen de aquí.
— ¡Hala! —exclamé—. Me siento bienvenido.
-Percy y sus increíbles comentarios- dijo Bianca
El pastor echó un vistazo atrás, como si alguien estuviera observándonos. Luego bajó la voz.
—Sólo os diré una cosa, semidioses: volved al laberinto ahora mismo. Antes de que sea tarde.
-En este capítulo faltaba la nota feliz- dijo Leo
—No nos iremos —insistió Annabeth—. Hasta que veamos a ese otro semidiós. Por favor.
Euritión soltó un gruñido.
—Entonces no tengo alternativa: he de llevaros ante el jefe.
-Que malote- murmuró Travis
No me dio la sensación de que fuéramos rehenes ni nada por el estilo.
-Aún... Esa es la palabra clave- dijo Nico
Euritión caminaba a nuestro lado con el garrote al hombro. Ortos, el perro de dos cabezas, no paraba de gruñir y husmear las piernas de Grover y, de vez en cuando, se metía corriendo entre los arbustos para perseguir algún animal, aunque Euritión lo tenía más o menos controlado.
-Algo es algo- dijo Connor
Recorrimos un camino que parecía no acabarse nunca. La temperatura debía de rondar los cuarenta grados, lo cual era muchísimo después de pasar por San Francisco. La tierra despedía vaharadas de calor. Los insectos zumbaban entre la vegetación. Al poco rato, estaba sudando a mares. Las moscas se arremolinaban a nuestro alrededor.
Afrodita hizo una mueca de asco
De vez en cuando veíamos un cercado de vacas rojas o de animales incluso más extraños.
-Animales extraños para un rancho extraño- dijo Leo
Pasamos junto a un corral con una valla cubierta de asbesto, en cuyo interior se apiñaba una manada de caballos que sacaban fuego por los ollares. El heno de sus comederos estaba en llamas. La tierra humeaba, pero los caballos parecían bastante mansos.
-Aun así no se acerquen- dijo Poseidón
Un gran semental me miró y dio un relincho al tiempo que soltaba por las narices una llamarada. Me pregunté si el fuego no le dañaría las fosas nasales.
-Es una pregunta perfectamente razonable- dijo Percy
-Los caballos están adaptados para eso- dijo Poseidón -así que no, no daña sus fosas nasales
— ¿Para qué son? —pregunté.
Euritión me miró ceñudo.
—Aquí criamos animales para muchos clientes. Apolo, Diomedes y... otros.
— ¿Cómo quién?
—Basta de preguntas.
-Esa no fue una presentación digna de su cliente más guay- dijo Apolo
Finalmente salimos del bosque. Encaramado en la colina que se alzaba ante nosotros, había un rancho enorme de madera y piedra blanca con grandes ventanales.
— ¡Parece un Frank Lloyd Wright! —dijo Annabeth.
-Ajá...- murmuraron los chicos
Supongo que hablaba de algo relacionado con la arquitectura. A mí me parecía simplemente la clase de sitio donde unos cuantos semidioses pueden meterse en un buen lío.
-También era eso- dijo Annabeth riendo
Ascendimos trabajosamente por la ladera.
—No quebrantéis las normas —nos advirtió Euritión cuando subíamos los escalones del porche—. Nada de peleas. Nada de sacar armas. Y nada de comentarios sobre el aspecto del jefe.
-¿Oíste Percy?- preguntó Thalia
— ¿Por qué? —pregunté—. ¿Qué pinta tiene?
Antes de que Euritión acertara a responder, otra voz dijo:
—Bienvenidos al Rancho Triple G.
La cabeza del hombre que había salido al porche era normal, lo cual ya era un alivio.
-Pero el alivio no duró mucho- dijo Percy
Tenía el rostro bronceado y curtido por la intemperie; el pelo negro y lacio, y un fino bigote oscuro, como los malvados de las pelis antiguas. Nos sonreía, pero su gesto no era amistoso, sino más bien divertido, en plan « ¡Hombre, más candidatos al tormento!».
-Qué bonito rancho- bufó Rachel
No me dio tiempo de pensarlo mucho, de todos modos, porque entonces me fijé en su cuerpo... o más bien en sus cuerpos. Tenía tres. Cabría suponer que, después de Jano y de Briares, ya me habría acostumbrado a la anatomía estrafalaria, pero es que ese tipo venía a ser como tres personas completas.
-Cada vez se cambia el significado de estrafalario- dijo Thalia
El cuello se le unía al pecho del modo normal, pero además tenía otros dos pechos, uno a cada lado, conectados por los hombros y con una separación de unos pocos centímetros. El brazo izquierdo le nacía del pecho izquierdo, y lo mismo sucedía con el derecho, o sea que tenía dos brazos, pero cuatro axilas, si es que eso tiene sentido. Los pechos se unían a un torso enorme con dos piernas normales, pero muy fornidas (llevaba los Levi's más descomunales que he visto en mi vida). En cada torso lucía una camisa de leñador de distinto color: verde, amarillo y rojo, como un semáforo.
-Ser un semáforo no es para nada una buena forma de llevar la moda- dijo Apolo
-Estoy de acuerdo- dijo Afrodita
Me pregunté cómo se las arreglaría para ponerse la del medio, que no tenía brazos.
-Por las piernas- dijo Nico -¿Qué?- añadió al ver que todos lo miraban -sería lo normal
El pastor Euritión me arreó un codazo.
—Saluda al señor Gerión.
— ¡Hola! —dije—. Bonitos cuerpos... digo, ¡bonito rancho tiene usted!
Antes de que el hombre de triple cuerpo pudiera responder, Nico di Angelo salió inesperadamente al porche por las puertas acristaladas.
-Uhhhh- corearon los Stoll
—Gerión, no voy a esperar...
Se quedó helado al vernos. Luego desenvainó la espada. La hoja era exactamente igual que la de mi sueño: corta, afilada y negra como la noche.
Gerión gruñó al verlo.
—Guarde eso, señor Di Angelo. No voy a permitir que mis invitados se maten unos a otros.
-Dijeron que nada de armas, sombritas- señaló Will
—Pero ellos son...
—Percy Jackson —se adelantó Gerión—, Annabeth Chase y un par de monstruos amigos. Sí, ya lo sé.
— ¿Monstruos amigos? —exclamó Grover, indignado.
Grover resopló -Como si yo tuviera tres cuerpos
—Ese hombre lleva tres camisas —dijo Tyson, como si acabara de darse cuenta.
— ¡Dejaron morir a mi hermana! —A Nico le temblaba la voz de rabia—. ¡Han venido a matarme!
-¿Se dan cuenta que ambos pensaban que el otro los iba a matar?- preguntó Hazel
-Se parecen a sus padres- dijo Hermes
—No hemos venido a matarte, Nico —aseguré, levantando las manos—. Lo que le pasó a Bianca...
— ¡No te atrevas a pronunciar su nombre! ¡No eres digno de hablar de ella siquiera!
—Un momento —intervino Annabeth, señalando a Gerión—. ¿Cómo es que sabe nuestros nombres?
-Annabeth al rescate- dijo Thalia
El hombre de los tres cuerpos le guiñó un ojo.
—Procuro mantenerme informado, querida. Todo el mundo se pasa por el rancho de vez en cuando. Todos necesitan algo del viejo Gerión. Ahora, señor Di Angelo, guarde esa horrible espada antes de que ordene a Euritión que se la quite.
-Yo recomiendo que la guardes- dijo Will
Este último suspiró mientras alzaba su garrote lleno de clavos. Ortos gruñó a sus pies.
Nico vaciló. Estaba más delgado y más pálido que cuando lo había visto en los mensajes Iris. Me pregunté si habría comido algo en la última semana. Sus ropas negras estaban cubiertas de polvo después de tanto tiempo viajando por el laberinto, y sus oscuros ojos brillaban de odio. Era demasiado joven para estar tan furioso.
-Guardar rencor es un defecto fatídico- dijo Hades
Yo aún lo recordaba como el niño alegre que jugaba con los cromos de Mitomagia.
Envainó su espada a regañadientes.
—Si te acercas, Percy, haré una invocación para pedir ayuda. Y no te gustaría conocer a mis ayudantes, te lo aseguro.
—Te creo —le dije.
-Todos te creemos- murmuró Leo
Gerión le dio unas palmadas en el hombro.
—Ahí está, todo arreglado. Y ahora, estimados visitantes, síganme. Quiero ofrecerles la visita completa al rancho.
-Mi sueño hecho realidad- dijo Connor con sarcasmo
Gerión tenía una especie de pequeño tren, como esos que circulan por los zoológicos. Estaba pintado de blanco y negro, imitando la piel de una vaca. El vagón del conductor tenía unos largos cuernos adosados a la capota y la bocina sonaba como un cencerro.
-Que instrumento de tortura más sofisticado- dijo Connor
Pensé que tal vez sería así como torturaba a la gente. Hacía que se murieran de vergüenza paseándolos en aquel vehículo y haciendo ¡TOLÓN! con la bocina.
Los Stoll fingieron estremecerse
Nico se sentó en la parte de atrás, seguramente para no perdernos de vista. Euritión se acomodó a su lado, con su garrote claveteado, y se colocó el sombrero de cowboy sobre los ojos como dispuesto a echar una siesta. Ortos saltó al asiento de delante, junto a Gerión, y empezó a ladrar alegremente.
-Si eso se complica no va a ser fácil que salgan- dijo Perséfone
Annabeth, Tyson, Grover y yo ocupamos los dos vagones de en medio.
— ¡Esto es un rancho enorme! —Alardeó Gerión cuando el tren arrancó con una sacudida—. Caballos y ganado sobre todo, pero también toda clase de variedades exóticas.
-Bastante exóticas- dijo Annabeth
Llegamos a la cima de una colina y Annabeth sofocó un grito.
— ¡Hippalektryones! ¡Pensaba que se habían extinguido!
-No, solo les hicimos creer eso- dijo Apolo sonriendo
Al pie de la colina, había un cercado con una docena de ejemplares del animal más raro que he visto en mi vida: una criatura con la mitad delantera de caballo y la mitad trasera de un gallo.
-Suenan alucinantes- dijo Piper
Las patas posteriores eran unas enormes garras amarillas. Tenían un penacho de plumas en la cola y las alas rojas. Mientras los contemplaba, dos de ellos se enzarzaron en una pelea por un montón de semillas.
-Y peligrosos- comentó Jason
Se alzaron sobre las patas traseras y empezaron a relinchar y a golpearse con las alas hasta que el de menor tamaño se alejó con un extraño galope, dando saltitos a cada paso.
-No creo que sean tan peligrosos- dijo Leo -pero tampoco me gustaría estar en una pelea con ellos
— ¡Ponis gallo! —Dijo Tyson, alucinado—. ¿Ponen huevos?
— ¡Una vez al año! —Respondió Gerión, que nos sonreía por el retrovisor—. ¡Muy solicitados para hacer tortillas!
— ¡Eso es horrible! —Exclamó Annabeth—. ¡Debe de ser una especie en peligro de extinción!
-Pero no has probado las tortillas- dijo Apolo
Gerión hizo un ademán despectivo.
—El oro es el oro, querida. Y seguro que cambiaría de opinión si hubiese probado esas tortillas.
—No es justo —murmuró Grover, pero Gerión prosiguió sus explicaciones como si nada.
-Forma sutil de ignorarlos- dijo Piper
—Allá abajo —señaló— tenemos los caballos que arrojan fuego por las narices; quizá los hayan visto por el camino. Han sido criados para la guerra, desde luego.
— ¿Qué guerra? —le pregunté.
Gerión sonrió con astucia.
-Cualquier guerra- dijo Ares
—Ah, la primera que se presente... Y allí, a lo lejos, nuestras preciadas vacas rojas, naturalmente.
-Perfectas- dijo Apolo
En efecto, se divisaban centenares de cabezas de ganado de color cereza que pacían por la ladera de la colina.
— ¡Cuántas! —se asombró Grover.
-Porque alguien deja sus vacas sagradas con un monstruo de tres cuerpos- dijo Hermes
-Porque si no, alguien se las roba- dijo Apolo
—Sí, bueno. Apolo anda demasiado liado para cuidarlas —explicó Gerión—, así que nos ha contratado a nosotros, que las criamos en cantidad. Hay mucha demanda.
— ¿Para qué? —pregunté.
Gerión arqueó una ceja.
— ¡Por la carne, desde luego! Los ejércitos han de alimentarse.
Apolo soltó un grito nada propio de un dios todopoderoso
— ¿Sacrifican las sagradas vacas del sol para hacer hamburguesas? —Se escandalizó Grover—. ¡Eso va contra las leyes antiguas!
-Por supuesto que lo hace- dijo Apolo exaltado
—No se exalte, señor sátiro. Son simples animales.
— ¡Simples animales!
—Claro. Y si a Apolo le importara, seguro que nos lo diría.
—Si lo supiera —mascullé entre dientes.
-No lo sabía, voy a quitarle mis vacas ahora mismo- dijo Apolo
Antes de que pudiera esfumarse, Hermes lo detuvo
-Lleva mucho tiempo cuidando tus vacas, al menos espera a que acabe el capítulo- dijo Hermes
Apolo refunfuñó, pero se quedó en la sala
Nico se echó hacia delante.
—Todo esto me trae sin cuidado, Gerión. Teníamos cosas de que hablar. Y no era de esto precisamente.
-Pero eso es importante- gritó Apolo
—Cada cosa a su tiempo, señor Di Angelo. Miren allí: algunos de mis ejemplares exóticos.
El prado siguiente estaba rodeado de alambre de espino e infestado de escorpiones gigantes.
—Rancho Triple G —dije, recordando de repente—. Su marca figuraba en esas cajas del campamento. Quintus consiguió aquí sus escorpiones.
—Quintus... —repitió Gerión, pensativo—. ¿Pelo corto y gris, musculoso, profesor de espada?
—Eso.
—Nunca he oído hablar de él —declaró—. ¡Y ahí están mis preciados establos! Tienen que verlos sin falta.
-Y eso sonó muy creíble- dijo Hazel
A mí no me apetecía mucho, la verdad, porque en cuanto estuvimos a trescientos metros empecé a olerlos. Cerca de la orilla de un río verde, divisé un corral del tamaño de un estadio de fútbol. Los establos se alineaban a un lado. Habría un centenar de animales moviéndose entre la bosta y, cuando digo «bosta», quiero decir caca de caballo.
-Gracias por explicarlo- dijo Leo
Era la cosa más repulsiva que había visto en toda mi vida, como si hubiera pasado una ventisca de estiércol y, de la noche a la mañana, hubiera dejado una capa de un metro de porquería.
-Es capaz de hacerlo- dijo Poseidón
Los caballos estaban asquerosos de tanto vadear por allí y los establos se veían igual de repulsivos. Apestaba de un modo increíble: peor que los barcos de basura del East River.
Incluso a Nico le entraron arcadas.
-¿A quién no? Era repulsivo- dijo Nico
— ¿Qué es eso?
— ¡Mis establos! —Respondió Gerión—. Bueno, en realidad, son de Augías, pero nosotros nos encargamos de ellos a cambio de una pequeña suma mensual. ¿A que son preciosos?
-No tenemos la misma perspectiva de preciosos- dijo Hazel
— ¡Son asquerosos! —dijo Annabeth.
—Montones de caca —comentó Tyson.
— ¿Cómo puede tener a los animales de esa manera? —clamó Grover.
-Hay mortales que también lo hacen- dijo Rachel con una mueca
—Me están sacando de quicio entre todos —dijo Gerión—. Son caballos comedores de carne, ¿no lo ven? A ellos les gusta estar en esas condiciones.
—Y usted es demasiado tacaño para hacer que los laven —musitó Euritión desde debajo de su sombrero.
Apolo resopló
— ¡Silencio! —le espetó Gerión—. De acuerdo, quizá los establos dejen que desear. Quizá también a mí me den náuseas cuando el viento sopla hacia donde no debe soplar.
Bueno, ¿y qué? Mis clientes siguen pagándome bien.
— ¿Qué clientes? —pregunté.
-Que malos gustos tienen esos clientes- dijo Perséfone
—Ah, se sorprendería, amigo mío, si supiera cuánta gente está dispuesta a pagar por un caballo carnívoro. Son perfectos para triturar deshechos. Fantásticos para aterrorizar a tus enemigos. ¡Ideales para fiestas de cumpleaños! Los alquilamos continuamente.
— ¡Es usted un monstruo! —decidió Annabeth.
-Eso lo descubrimos desde que leímos lo de los tres cuerpos- bromeó Thalia
Gerión detuvo el tren y se volvió a mirarla.
— ¿Cómo lo ha descubierto? ¿Por los tres cuerpos?
—Tiene que dejar libres a todos estos animales —dijo Grover—. ¡No hay derecho!
-Tampoco es como que te vaya a hacer caso- dijo Dionisio
—Y esos clientes de los que no para de hablar... —añadió Annabeth—. Usted trabaja para Cronos, ¿verdad? Está suministrando a su ejército caballos, comida y todo lo que necesitan.
Luke se removió incómodo
Gerión se encogió de hombros, cosa que resultaba rarísima porque tenía tres pares de hombros. Daba la sensación de que estuviera haciendo la ola él solo.
Los chicos que estuvieron ahí, asintieron
—Trabajo para cualquiera que pueda pagarme, jovencita. Soy un hombre de negocios. Y vendo todo lo que tengo.
-Ya nos dimos cuenta- bufó Apolo
Bajó del tren y dio unos pasos hacia los establos como si estuviera disfrutando del aire más puro. Habría resultado una bonita vista, con el río, los árboles, las colinas etcétera, de no ser por aquel lodazal de caca de caballo.
Nico descendió de la parte trasera y se acercó a Gerión con ademán furioso.
-Problemas- dijo Leo
El pastor Euritión no estaba tan adormilado como parecía. Alzó su garrote y salió tras él.
—Estoy aquí por negocios, Gerión —dijo el chaval—. Y aún no me ha respondido.
-Igual de desesperado que su padre- dijo Zeus
—Hummm... —Gerión examinó un cactus. Alargó el brazo izquierdo y se rascó el pecho central—. Le ofreceré un buen trato, ya verá.
—Mi fantasma me dijo que podría resultarnos de ayuda, que quizá nos guiaría hasta el alma que andamos buscando.
Bianca hizo una mueca
—Un momento —intervine—. Creía que el alma que buscabas era la mía.
Nico me miró como si me hubiese vuelto loco.
— ¿La tuya? ¿Para qué iba a necesitarte a ti? ¡El alma de Bianca vale mil veces más que la tuya! Y bien, Gerión, ¿va a ayudarme, sí o no?
-Ay, Nico es tan lindo cuando dice que no quiere tu alma- dijo Will
-Cállate Solace- dijo Nico sonrojado
—Eh, supongo que sí —dijo el ranchero—. Por cierto, su amigo el fantasma ¿dónde está?
Nico pareció incómodo.
—No puede cobrar forma visible a plena luz. Le cuesta mucho. Pero anda por aquí.
Nico bufó
Gerión sonrió.
—Estoy seguro. Minos suele desaparecer cuando las cosas se complican...
— ¿Minos? —Recordé al hombre que había visto en sueños, con su corona de oro, su barba puntiaguda y aquella mirada cruel—. ¿Te refieres a ese rey malvado? ¿Es ése el fantasma que ha estado aconsejándote?
-Muy malos consejos- dijo Perséfone
— ¡No es asunto tuyo, Percy! —Nico se volvió hacia Gerión—. ¿Y qué insinúa con eso de «cuando las cosas se complican»?
El hombre del triple cuerpo suspiró.
—Bueno, verás, Nico... ¿puedo tutearte?
—No.
Will hizo una mueca
—Verás, Nico. Luke Castellan ofrece una gran cantidad de dinero por los mestizos. Sobre todo, por los mestizos poderosos. Y estoy seguro de que cuando descubra tu pequeño secreto y sepa quién eres realmente, pagará muy, pero que muy bien.
-¿En serio?- gritó Hades -¿No puedes ir por alguien más?
Nico lo miró con incredulidad al recordar el por qué estaba fuera del Casino Lotus
Nico sacó la espada, pero Euritión se la arrancó con un golpe de su garrote. Antes de que yo acertara a levantarme, Ortos se me echó encima y empezó a gruñirme con sus dos cabezas a unos centímetros de la mía.
-Lo que faltaba- dijo Poseidón
—Yo, en su lugar —dijo Gerión dirigiéndose a mis compañeros—, me quedaría quieto en el vehículo. De lo contrario, Ortos le destrozará la garganta al señor Jackson.
-Y pues así fue como nos quedamos quietos- dijo Grover
Bueno, Euritión, ten la amabilidad de encargarte de Nico.
El pastor escupió en la hierba.
— ¿He de hacerlo?
— ¡Sí, idiota!
Euritión parecía aburrido, pero rodeó con uno de sus enormes brazos a Nico y lo alzó por los aires, al estilo de un campeón de lucha libre.
-RIP dignidad- dijo Leo riendo
-Cállate Valdez- dijo Nico arrojándole un cojín
—Recoge también la espada —ordenó Gerión con cara de asco—. No hay nada que me repugne más que el hierro estigio.
-Obviamente él es más repugnante- dijo Hades
Euritión la recogió, cuidándose de no tocar la hoja.
—Bueno —dijo Gerión jovialmente—, ya hemos terminado la visita. Volvamos a la casa, almorcemos y luego enviaremos un mensaje Iris a nuestros amigos del ejército del titán.
Hades le lanzó una mirada sombría a Luke
— ¡Malvado! —gritó Annabeth.
Gerión le sonrió.
—No se preocupe, querida. En cuanto haya entregado al señor Di Angelo, usted y sus amigos podrán partir. Yo no me entrometo en las búsquedas. Además, me han pagado generosamente para garantizar su paso, aunque mucho me temo que eso no incluye al señor Di Angelo.
-¿Quién le ha pagado?- dijo Hades
Zeus rodó los ojos
— ¿Quién le ha pagado? —Preguntó Annabeth—. ¿Qué quiere decir?
—No se preocupe por eso, querida. ¿Vamos?
— ¡Espere! —dije, y Ortos soltó un terrible gruñido.
-Y habló súper Percy- dijo Leo riendo
Permanecí completamente inmóvil para que no me arrancara el gaznate de un bocado—. Usted ha dicho que es un hombre de negocios. Muy bien. Hagamos un trato.
-Sabía que eso pasaría- dijo Poseidón
Gerión entornó los párpados.
— ¿Qué clase de trato, señor Jackson? ¿Acaso dispone de oro?
—Tengo algo mejor. Hagamos un trueque.
—Pero usted no tiene nada que ofrecer.
—Hágale limpiar los establos —sugirió Euritión con aire inocente.
— ¡Eso es! —exclamé—. Si no lo consigo, nos retendrá a todos y podrá vendernos a Luke por una buena cantidad de oro.
-Al menos se espera que sea una buena cantidad- dijo Dionisio
—Suponiendo que los caballos no lo hayan devorado primero, señor Jackson — adujo Gerión.
—Aun así, tendría a mis amigos —respondí—. Ahora bien, si lo consigo, deberá soltarnos a todos, incluido a Nico.
-Muy bien- dijo Perséfone
— ¡No! —gritó él—. A mí no me hagas favores, Percy. ¡No necesito tu ayuda!
-No hables- dijeron Hades, Perséfone y Hazel
Nico rodó los ojos
Gerión rió entre dientes.
—Esos establos, Jackson, no se han limpiado en más de un millar de años... Aunque también es verdad que dispondría de más espacio para alquilar si me librara de toda esa bosta...
— ¿Qué tiene que perder?
-Este chico sabe hacer tratos- dijo Hermes con aprobación
El ranchero vaciló.
—De acuerdo. Acepto su propuesta, señor Jackson, pero ha de concluir antes de que se ponga el sol. Si fracasa, venderé a sus amigos y me haré rico.
—Trato hecho.
-Hazlo jurar por el río Estigio- dijo Hades
Percy se sonrojó
Él asintió.
—Me llevo a sus amigos al rancho. Esperaremos allí.
Euritión me echó una mirada divertida. Tal vez era de simpatía. Dio un silbido y el perro me dejó por fin para subirse de un salto al regazo de Annabeth, que soltó un grito.
-Por si necesitabas más motivación- dijo Piper
Yo sabía que ni Tyson ni Grover intentarían nada mientras tuvieran como rehén a Annabeth.
Bajé del tren y la miré a los ojos.
—Espero que sepas lo que haces —me dijo en voz baja.
—Y yo.
-Siempre haces lo mejor- dijo Rachel
Gerión se puso al volante. Euritión arrastró a Nico al asiento trasero.
—Al ponerse el sol —me recordó Gerión—. Ni un minuto más.
Se rió otra vez de mí, tocó el cencerro de su bocina y el vehículo-vaca se alejó retumbando por el sendero.
-Salida triunfal- dijo Percy
-Hablando de salidas triunfales, me voy, iré por mis vaquitas y pondré un establo en algún jardín- anunció Apolo
Los dioses lo miraron como si hubiera hecho cosas más raras, los semidioses apartaron la mirada y Apolo desapareció
Poseidón suspiró -Seguiremos mañana
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