-Sea quien sea no puedes hacerlo- dijo Hades

-Eso ya pasó para mí- dijo Nico

-Aun así debes saber que los fantasmas muchas veces tienen sus propios intereses- dijo Hades

-Lo he entendido- dijo Nico -¿Quién va a leer?- preguntó cambiando de tema

-Yo lo haré, muchacho- dijo Quirón -jugamos con escorpiones al correr que te pillo

-Diversión garantizada- dijo Leo

Al día siguiente, durante el desayuno, había mucho revuelo en el comedor.

-Había un dragón en la frontera del campamento- dijo Will -teníamos que hacer algo

Al parecer, a las tres de la madrugada se había localizado un dragón etíope en la frontera del campamento. Yo estaba tan exhausto que había seguido durmiendo pese al alboroto.

-Sííí... También nos dimos cuenta- dijo Connor

Los límites mágicos habían mantenido al monstruo a raya, pero éste siguió merodeando por las colinas intentando encontrar algún punto débil en nuestras defensas y no pareció dispuesto a marcharse hasta que Lee Fletcher, de la cabaña de Apolo, y dos de sus camaradas se pusieron a perseguirlo.

-Fue una noche agitada- dijo Will

Cuando el dragón tuvo una docena de flechas alojadas en las grietas de su armadura, captó el mensaje y se retiró.

-Solo se necesitó una docena de flechas para hacerlo entender- dijo Apolo -que listo

—Debe de seguir ahí fuera —nos advirtió Lee durante los anuncios de la mañana —. Tiene clavadas veinte flechas en el pellejo y lo único que hemos conseguido es enfurecerlo. Es de un color verde intenso y mide nueve metros. Sus ojos... —Se estremeció.

-Eso no suena para nada bien- dijo Hermes

-¿Bromeas? ¡Suena genial!- dijo Ares

—Buen trabajo, Lee —dijo Quirón, dándole una palmada en el hombro—. Que todo el mundo permanezca alerta, pero sin perder la calma. Esto ya ha sucedido otras veces.

-Y va a seguir ocurriendo- dijo Atenea

—Así es —intervino Quintus desde la mesa principal—. Y volverá a ocurrir. Cada vez con más frecuencia.

Hubo un murmullo general.

-No nos subían el ánimo precisamente- dijo Travis

-Pero tampoco podía cundir el pánico- dijo Quirón

Todos habían oído los rumores: Luke y su ejército de monstruos planeaban invadir el campamento. Muchos de nosotros creíamos que el ataque se produciría aquel verano, pero nadie sabía cómo ni cuándo.

-Y eso es lo peor- dijo Jason -estar en la completa oscuridad sin saber cómo puedes ayudar

Que el número de campistas fuera más bien bajo no ayudaba mucho. Sólo éramos unos ochenta. Tres años atrás, cuando yo había empezado, había más de cien. Ahora, en cambio, unos habían muerto, otros se habían unido a Luke y algunos habían desaparecido.

-No fue un buen año- dijo Connor

-El que siguió tampoco lo fue- dijo Travis

—Un buen motivo para practicar nuevos ejercicios de guerra —prosiguió Quintus, con un brillo especial en los ojos—. Esta noche veremos qué tal lo hacéis.

-Ese tal Quintus me está cayendo bien- dijo Ares

—Sí —convino Quirón—. Bueno... ya está bien de anuncios. Vamos a bendecir la mesa y a comer. —Alzó su copa—. ¡Por los dioses!

¡Por nosotros!- gritaron Apolo y Hermes

Todos levantamos nuestras copas y repetimos la bendición.

Tyson y yo llevamos los platos al brasero de bronce y arrojamos a las llamas una parte de nuestra comida. Esperaba que a los dioses les gustara el pudin de pasas y los cereales.

-Claro que nos gustan los cereales- dijo Deméter

Los dioses rodaron los ojos

—Poseidón —dije, bajando la voz—, échame una mano con Nico y Luke. Y con el problema de Grover...

Poseidón sonrió

Había tanto de que preocuparse que podría haberme pasado allí la mañana, pero volví a sentarme.

-De hecho creo que te hubieras podido quedar parado como tres días- dijo Grover

Cuando todos habían empezado a comer, Quirón y Grover se acercaron a nuestra mesa. Este último tenía cara de sueño y la camisa mal remetida. Deslizó su plato sobre la mesa y se desplomó a mi lado.

Tyson se removió incómodo.

-No fue mi mejor día- argumentó Grover

—Voy a... pulir mis ponis pez.

Se alejó pesadamente, dejando su desayuno a medias.

-Porque obviamente pulir ponis pez es muy importante- dijo Leo

Quirón trató de sonreír. Seguramente quería resultar tranquilizador, pero con su forma de centauro se alzaba muy por encima de mí y proyectaba una sombra alargada sobre la mesa.

El centauro se sonrojó un poco

—Bueno, Percy, ¿qué tal has dormido?

—Eh... perfecto. —No entendía a qué venía la pregunta. ¿Era posible que supiera algo del extraño mensaje Iris que había recibido?

-Quirón lo sabe todo- dijeron los Stoll de forma misteriosa

—Me he traído a Grover —dijo Quirón—, porque he pensado que quizá queráis, eh... discutir la situación. Ahora, si me disculpáis, he de enviar unos cuantos mensajes Iris. Nos vemos más tarde. —Dirigió una mirada cargada de intención a Grover y salió trotando del pabellón.

-Pues no salió- dijo Percy con una sonrisa inocente

— ¿De qué está hablando? —pregunté.

Grover masticaba sus huevos. Me di cuenta de que estaba distraído porque arrancó de un mordisco las púas del tenedor y se las tragó también.

Grover se sonrojó -Son muy ricas

—Quiere que me convenzas —musitó.

Alguien se sentó a mi lado en el banco. Annabeth.

-De nuevo desafiando las reglas- dijo Thalia

-Era importante- se defendió Annabeth

—Te diré de qué estamos hablando —dijo ella—. Del laberinto.

-Es una muy mala idea- dijo Atenea

No me resultaba fácil concentrarme en sus palabras, porque todos los presentes nos echaban miradas furtivas y murmuraban. Y también porque Annabeth estaba a mi lado.

Quiero decir, pegada a mí.

-Como la mesa no estaba lo suficientemente grande...- dijo Piper divertida

—Se supone que no deberías estar aquí —señalé.

—Tenemos que hablar —insistió.

—Pero las normas...

-¿Cuándo cambiaron de personalidad?- preguntó Thalia riendo

Ella sabía tan bien como yo que los campistas no podían cambiarse de mesa. En el caso de los sátiros no era así porque ellos en realidad no eran semidioses.

-Pensamos en hacer una huelga para poder ir a sentarnos en otras mesas- dijo Connor seriamente

Pero los mestizos debían sentarse con la gente de su cabaña. No sabía cuál era el castigo por cambiar de mesa. No había presenciado ningún caso. Si el señor D hubiera estado allí, habría estrangulado a Annabeth con ramas de vid mágicas o algo así.

-Pero lamentablemente no estaba- murmuró Dionisio

Pero no estaba. Y Quirón ya había salido del pabellón. Quintus nos miró desde lejos y arqueó una ceja, pero no dijo nada.

-Por mí, eso está bien- dijo Afrodita

—Mira —dijo Annabeth—, Grover está metido en un buen aprieto. Sólo se nos ocurre un modo de ayudarlo. El laberinto. Eso es lo que Clarisse y yo hemos estado investigando.

Clarisse hizo una mueca

Desplacé un poco mi peso, tratando de pensar con claridad.

— ¿Te refieres al laberinto donde tenían encerrado al Minotauro en los viejos tiempos?

Los dioses se miraron incómodos

—Exacto.

—O sea... que ya no está debajo del palacio del rey de Creta —deduje—, sino aquí en Norteamérica, bajo algún edificio.

Atenea rodó los ojos -No puede estar bajo un edificio, el laberinto es enorme

¿Qué te parece? Sólo había tardado unos pocos años en entender cómo iba aquello.

-Vas muy bien- comentó Apolo

Ahora sabía que los sitios importantes se iban desplazando por el planeta junto con la civilización occidental, de manera que el monte Olimpo se hallaba encima del Empire State y la entrada del inframundo en Los Ángeles. Me sentía orgulloso de mí mismo.

Leo y los Stoll aplaudieron

Annabeth puso los ojos en blanco.

— ¿Bajo un edificio? ¡Por favor, Percy! El laberinto es enorme. No cabría debajo de una ciudad, no digamos de un solo edificio.

-Exactamente- dijo Atenea sonriendo

Recordé mi sueño sobre Nico en el río Estigio.

—Entonces... ¿el laberinto forma parte del inframundo?

-Existen pasadizos- dijo Nico

—No. —Annabeth frunció el ceño—. Bueno, quizá haya pasadizos que bajen desde el laberinto al inframundo. No estoy segura. Pero el inframundo está muchísimo más abajo. El laberinto está inmediatamente por debajo de la superficie del mundo de los mortales, como si fuera una segunda piel. Durante miles de años ha ido creciendo, abriéndose paso bajo las ciudades occidentales y conectando todas sus galerías bajo tierra. Puedes llegar a cualquier parte a través de laberinto.

-Necesitan un guía para no perderse- comentó Atenea

Dionisio bufó

—Si no te pierdes —apuntó Grover entre dientes—. Ni sufres una muerte horrible.

—Tiene que haber un modo de hacerlo, Grover —dijo Annabeth. Me daba la impresión de que ya habían mantenido la misma conversación otras veces—. Clarisse salió viva.

-No fue tan fácil, listilla- comentó Clarisse con una mueca

— ¡Por los pelos! —Protestó Grover—. Y el otro tipo... —Se volvió loco. No murió.

-Tiene un punto- dijo Chris

-Pausa... ¿Quién es el otro tipo?- preguntó Apolo

-Están por decirlo- dijo Quirón

— ¡Ah, estupendo! —A Grover le temblaba el labio inferior—. ¡Eso me tranquiliza mucho!

— ¡Hala! —dije—. Rebobinemos. ¿Qué es eso de Clarisse y del tipo que se volvió loco?

-¿Ven? Ni Percy sabía- dijo Apolo

Annabeth miró hacia la mesa de Ares. Clarisse nos observaba como si supiera exactamente de qué hablábamos, pero enseguida bajó la vista al plato.

-No era difícil adivinarlo- dijo Clarisse

—El año pasado —dijo mi amiga con un hilo de voz—, Clarisse emprendió una misión que Quirón le había encargado.

—Lo recuerdo —comenté—. Era un secreto.

-Era lo mejor- dijo Quirón

Ella asintió. Pese a la seriedad con que se comportaba, me alegraba ver que ya no estaba enfadada conmigo.

-Awwwww- chilló Afrodita

Y más bien me gustaba que hubiera transgredido las normas para venir a sentarse a mi lado.

Annabeth y Percy se sonrojaron

—Era un secreto —dijo—, porque encontró a Chris Rodríguez.

Todas las miradas fueron al chico, Hermes lo miraba con preocupación, Ares bufó

— ¿El de la cabaña de Hermes? —Lo recordaba de hacía un par de años. Habíamos oído su voz a hurtadillas cuando estábamos a bordo del Princesa Andrómeda, el barco de Luke. Chris era uno de los mestizos que habían abandonado el campamento para unirse al ejército del titán.

-De lo cual me arrepiento- dijo Chris al ver un brillo peligroso en Ares

-Todos merecen una segunda oportunidad- comentó Hermes

-No todos- bufó Ares

Quirón siguió leyendo

—Sí —dijo Annabeth—. El verano pasado apareció en Phoenix, Arizona, cerca de la casa de la madre de Clarisse.

— ¿Cómo que apareció?

—Estaba vagando por el desierto, con un calor de cuarenta y ocho grados, equipado con una armadura griega completa y farfullando algo sobre un hilo.

Dionisio bufó -El hilo de Ariadna. Héroes.

— ¿Un hilo?

—Se había vuelto loco de remate. Clarisse lo llevó a casa de su madre para que los mortales no lo internaran en un manicomio. Le prodigó toda clase de cuidados para ver si se recuperaba.

-Eso fue muy lindo de tu parte- dijo Hestia

Quirón viajó hasta allí y habló con él, pero tampoco sirvió de mucho. Lo único que le sacaron fue que los hombres de Luke habían estado explorando el laberinto.

-Es una buena técnica- dijo Ares

Lo miraron como si estuviera loco

Me estremecí, aunque en realidad no sabía exactamente por qué. Pobre Chris... Tampoco era tan mal tipo. ¿Qué le habría ocurrido para acabar enloqueciendo?

-No quieres saberlo- dijo Chris

Miré a Grover, que ahora masticaba el resto de su tenedor.

—Vale —dije—. ¿Y por qué estaban explorando el laberinto?

-Es obvio que trataban de encontrar una entrada a su campamento- bufó Ares -como dije, es realmente una buena estrategia

—No teníamos ni idea —respondió Annabeth—. Por eso Clarisse emprendió esa misión exploratoria. Quirón lo mantuvo en secreto, no quería sembrar el pánico. Y me involucró a mí porque... bueno, el laberinto siempre ha sido uno de mis temas favoritos.

-Era impresionante- dijo Annabeth

Como obra arquitectónica... —Adoptó una expresión soñadora—. Dédalo, el constructor, era un genio. Pero lo más importante es que el laberinto tiene entradas por todas partes. Si Luke averiguara cómo orientarse, podría trasladar a su ejército a una velocidad increíble.

-Exactamente- dijo Ares

—Pero resulta que es un laberinto, ¿no?

—Lleno de trampas —asintió Grover—. Callejones sin salida. Espejismos. Monstruos psicóticos devoradores de cabras.

-No es exactamente el mejor lugar para hacer un picnic- dijo Percy con una sonrisa, Annabeth también rió

—Si tuvieras el hilo de Ariadna, no —adujo Annabeth—. Antiguamente ese hilo guió a Teseo y le permitió salir del laberinto. Era una especie de instrumento de navegación inventado por Dédalo. Chris Rodríguez se refería a ese hilo.

-No va a ser fácil encontrarlo- dijo Dionisio

—O sea, que Luke está intentando encontrar el hilo de Ariadna —deduje—. ¿Para qué? ¿Qué estará tramando?

-Nada bueno- bufó Atenea

Annabeth movió la cabeza.

—No lo sé. Yo creía que quería invadir el campamento a través del laberinto, pero eso no tiene sentido. Las entradas más cercanas que encontró Clarisse están en Manhattan, de modo que no le servirían para atravesar nuestras fronteras.

-Aun así tienen que investigar mejor- aconsejó Poseidón -si el ejército creían que los podrían invadir por ahí, debe ser por algo

Clarisse exploró un poco por los túneles, pero... resultaba demasiado peligroso. Se salvó de milagro varias veces. He estudiado toda la información que he encontrado sobre Dédalo, pero me temo que no me ha servido de mucho. No entiendo qué está planeando Luke.

Pero una cosa sí sé: el laberinto podría ser la clave para resolver el problema de Grover.

-Eso podría tener sentido- dijo Dionisio

Parpadeé, sorprendido.

— ¿Crees que Pan está oculto bajo tierra?

—Eso explicaría por qué ha resultado imposible encontrarlo.

Grover se estremeció.

—Los sátiros no soportan los subterráneos. Ningún buscador se atrevería a bajar a ese sitio. Sin flores. Sin sol. ¡Sin cafeterías!

-Y exactamente por eso sería el lugar perfecto para esconderse- dijo Artemisa

—El laberinto —prosiguió Annabeth— puede conducirte prácticamente a cualquier parte. Te lee el pensamiento. Fue concebido para despistarte, para engañarte y acabar contigo. Pero si consiguieras que el laberinto trabajase a tu favor...

-Podría ayudarles demasiado- comentó Jason

—Te llevaría hasta el dios salvaje —concluí.

—No puedo hacerlo. —Grover se agarró el estómago—. Sólo de pensarlo me entran ganas de vomitar la cubertería.

-Pero es una buena oportunidad- dijo Hazel

—Quizá sea tu última oportunidad, Grover —advirtió nuestra amiga—. El consejo no hablaba en broma. Una semana más o tendrás que aprender zapateado...

-Y no eres bueno zapateando- rió Percy

Quintus, en la mesa principal, tosió en señal de advertencia. Me dio la impresión de que no quería armar un escándalo, pero Annabeth estaba tensando demasiado la cuerda al permanecer tanto rato en mi mesa.

-Ya era hora- dijo Travis "molesto"

—Luego hablamos —dijo. Me dio un apretón más fuerte de la cuenta en el brazo—. Convéncelo, ¿vale?

Regresó a la mesa de Atenea sin hacer caso de todas las miradas fijas en ella.

-Ya nos habían mirado por un largo rato- dijo Annabeth -te acostumbras

Grover se tapó la cara con las manos.

—No puedo hacerlo, Percy. Mi permiso de buscador. Pan. Voy a perderlo todo.

Tendré que poner un teatro de marionetas.

Grover hizo una mueca

— ¡No digas eso! Ya se nos ocurrirá algo.

Me miró con ojos llorosos.

—Percy, eres mi mejor amigo. Tú me has visto en un subterráneo. En la caverna del cíclope. ¿De verdad crees que podría...?

-Por supuesto- dijeron Thalia, Percy y Annabeth al unísono

Le falló la voz. Recordé nuestra aventura en el Mar de los Monstruos, cuando quedó atrapado en la caverna del cíclope. A él nunca le habían gustado los subterráneos, eso para empezar. Pero ahora los odiaba. Los cíclopes, además, le daban repelús, incluido Tyson...

-Pero Tyson es adorable- dijo Hazel haciendo sonrojar al cíclope

A mí no podía ocultármelo aunque lo intentara, porque Grover y yo percibíamos mutuamente nuestras emociones debido a la conexión por empatía que él había establecido entre los dos. Yo sabía cómo se sentía. El grandullón de Tyson le daba pánico.

-Entonces era recíproco- dijo Apolo

—Tengo que irme —dijo apesadumbrado—. Enebro me espera. Es una suerte que encuentre atractivos a los cobardes.

-Eres el sátiro más valiente que he conocido- dijo Thalia

En cuanto se hubo marchado, eché una mirada a Quintus. El asintió gravemente, como si compartiéramos un oscuro secreto. Luego continuó cortando su salchicha con una daga.

-Eso sí da miedo- dijo Leo

Por la tarde, fui al establo de los pegasos a visitar a mi amigo Blackjack.

« ¡Eh, jefe! —Se puso a dar brincos y agitar sus alas negras—. ¿Me ha traído terrones de azúcar?»

-Directo al grano- dijo Poseidón con una sonrisa

—Sabes que no te convienen, Blackjack.

«Ya, bueno. O sea, que me ha traído unos cuantos, ¿no?»

-Obviamente- dijo Leo

Sonreí y le puse un puñado en la boca. Teníamos una vieja amistad. Yo había contribuido a rescatarlo del crucero diabólico de Luke unos años atrás y, desde entonces, él se empeñaba en pagármelo haciéndome favores.

Luke se removió incómodo

« ¿Tenemos alguna búsqueda a la vista? —me preguntó—. ¡Estoy listo para volar, jefe!»

-Que lindo- dijo Hestia sonriendo

Le acaricié el morro.

—No estoy seguro, amigo. La gente no para de hablar de laberintos subterráneos.

Blackjack relinchó, nervioso.

«Nanay. ¡No será este caballo quien vaya! Usted, jefe, no estará tan loco como para meterse en un laberinto, ¿verdad? ¡O acabará en una fábrica de salchichas!»

-Pues sí están locos- dijo Piper encogiéndose de hombros

—Quizá tengas razón, Blackjack. Ya veremos.

Masticó los terrones. Luego agitó las crines como si tuviera una subida de azúcar.

-Y es probable que la tenga- señaló Poseidón

« ¡Uaf! ¡Material de primera! Bueno, jefe, si recupera el juicio y quiere ir volando a algún sitio, sólo ha de silbar. ¡El viejo Blackjack y sus colegas se llevarán por delante a quien haga falta!»

-¿Ya recuperaste el juicio?- preguntó Leo

-Aún no- respondió Percy y luego chocaron los cinco

Le dije que lo tendría en cuenta. Luego entró en los establos un grupo de jóvenes campistas para empezar sus clases de equitación aérea y decidí que era hora de marcharse. Tenía el presentimiento de que no vería a Blackjack en mucho tiempo.

-Tus presentimientos son igual de horribles que tus sueños- dijo Piper

-Ya sé- dijo Percy suspirando

Aquella noche, después de cenar, Quintus indicó que nos pusiéramos todos la armadura, como si fuéramos a jugar a capturar la bandera, aunque el estado de ánimo general era más bien sombrío.

-Y no mejoró mucho con el juego- dijo Travis

Los cajones de madera habían desaparecido de la arena en algún momento del día y yo tenía la impresión de que su contenido, fuese lo que fuese, estaba en el bosque.

-Vaya que sí- murmuró Annabeth

—Muy bien —dijo Quintus en la mesa principal, al tiempo que se ponía en pie—. Situaos alrededor.

-Hora de la verdad- habló Leo moviendo las manos

Iba todo cubierto de bronce y cuero negro. A la luz de las antorchas, su pelo gris le confería un aspecto fantasmal. La Señorita O'Leary saltaba a su lado y daba buena cuenta de las sobras de la cena.

Percy sonrió un poco

—Os repartiréis en grupos de dos —anunció Quintus. Y cuando todos empezaban a hablar y escoger a sus amigos, gritó—: ¡Grupos que ya han sido elegidos!

-Odio cuando hacen eso- dijo Leo -generalmente te ponen con el que odias

— ¡Uuuuuuh! —protestó todo el mundo.

—Vuestro objetivo es sencillo: encontrar los laureles de oro sin perecer en el intento. La corona está envuelta en un paquete de seda, atado a la espalda de uno de los monstruos. Hay seis monstruos. Cada uno lleva un paquete de seda, pero sólo uno contiene los laureles. Debéis encontrar la corona de oro antes que nadie. Y naturalmente... habréis de matar al monstruo para conseguirla. Y salir vivos.

-Ese tipo es genial- murmuró Ares

Todo el mundo empezó a murmurar con excitación. La tarea parecía bastante sencilla. Qué caramba, ya habíamos matado a muchos monstruos. Para eso nos entrenábamos.

-Creímos que sería más fácil- dijo Connor con una mueca

—Ahora anunciaré quiénes serán vuestros compañeros —prosiguió Quintus—. No se aceptarán cambios, permutas ni quejas.

— ¡Arrrífff! —La Señorita O'Leary había hundido todo el morro en un plato de pizza.

-Sabe cómo divertirse- dijo Leo

Quintus sacó un rollo de papiro y empezó a recitar nombres. A Beckendorf le tocó con Silena Beauregard, cosa que pareció dejarlo más que contento.

Los chicos que los conocieron sonrieron con tristeza

Los hermanos Stoll, Travis y Connor, iban juntos. Ninguna sorpresa; siempre lo hacían todo unidos.

Travis y Connor chocaron los puños

A Clarisse le tocó con Lee Fletcher, de la cabaña de Apolo: la refriega brutal y el combate táctico combinados; formarían un equipo difícil de superar. Quintus continuó leyendo la lista hasta que dijo: «Percy Jackson y Annabeth Chase.»

Afrodita chilló emocionada

—Fantástico —dije, sonriendo a Annabeth.

—Tienes la armadura torcida —fue su único comentario, y se puso a arreglarme las correas.

-Annabeth por dentro estaba gritando emocionada- dijo Thalia divertida

Annabeth se sonrojó

—Grover Underwood —dijo Quintus— con Tyson.

Grover dio tal brinco que poco le faltó para salirse de su pelaje y quedarse en cueros.

Grover sonrió avergonzado

— ¿Qué? Pe... Pero...

—No, no —gimió Tyson—. Ha de ser un error. El niño cabra...

— ¡Sin quejas! —Ordenó Quintus—. Ve con tu compañero. Tienes dos minutos para prepararte.

-No a todos les fue bien- dijo Leo

Tyson y Grover me miraron a la vez con aire de súplica. Les hice un gesto para animarlos y les indiqué que se pusieran juntos. Tyson estornudó. Grover empezó a mordisquear nerviosamente su porra de madera.

-No podía hacer nada chicos- dijo Percy encogiéndose de hombros

—Les irá bien, ya lo verás —dijo Annabeth—. Será mejor que nos preocupemos de nosotros mismos. A ver cómo nos las arreglamos para salir vivos.

-Y con esa linda nota empezó el juego- dijo Leo

Aún había luz cuando nos internamos en el bosque, pero con las sombras de los árboles casi parecía medianoche. Hacía frío, además, aunque estuviéramos en verano.

-Lo cual no era muy tranquilizador- dijo Travis

Annabeth y yo encontramos huellas casi de inmediato: marcas muy seguidas hechas por una criatura con un montón de patas. Seguimos su pista.

-Van bien, van bien- dijo Frank

Saltamos un arroyo y oímos cerca un restallido de ramas. Nos agazapamos detrás de una roca, pero sólo eran los hermanos Stoll, que avanzaban por el bosque dando traspiés y soltando maldiciones. Su padre sería el dios de los ladrones, pero ellos eran tan sigilosos como un búfalo de agua.

Los Stoll se sonrojaron

-Tendremos que arreglar eso- comentó Hermes

Cuando los Stoll pasaron de largo, nos adentramos en las profundidades de los bosques del oeste, donde se ocultaban los monstruos más salvajes.

-Vayan con todo- dijo Thalia

Nos habíamos asomado a un saliente desde el que se dominaba una zona pantanosa cuando Annabeth se puso tensa.

—Aquí es donde dejamos de buscar.

-¿A Nico?- preguntó Will

Ambos chicos asintieron

Me costó un segundo entender a qué se refería. Había sido allí donde nos habíamos dado por vencidos el invierno anterior, cuando salimos en busca de Nico di Angelo. Grover, Annabeth y yo nos habíamos detenido en aquella roca, y entonces los convencí para que no le contaran a Quirón la verdad, o sea, que Nico era hijo de Hades.

Percy volvió a sonreír de manera tierna e inocente

En aquel momento me pareció lo correcto. Quería preservar su identidad, ser yo quien lo encontrara y arreglase las cosas en compensación por lo que le había sucedido a su hermana.

Nico suspiró

En ese momento, seis meses más tarde, la realidad era que no había avanzado ni un paso en su búsqueda. Sentí un regusto amargo en la boca.

—Anoche lo vi —dije.

-Obviamente Annabeth debía saberlo- dijo Piper

Annabeth arqueó las cejas.

— ¿Qué quieres decir?

Le conté lo del mensaje Iris. Cuando concluí, mi amiga se quedó mirando el bosque sumido en sombras.

-Eso es un poco tétrico- dijo Piper

— ¿Está convocando a los muertos? Me da muy mala espina.

-Igual a mí- dijo Perséfone

—El fantasma lo orientaba en la peor dirección —añadí—. Le aconsejaba que se vengara.

—Ya... Los espíritus nunca son buenos consejeros. Tienen sus propios intereses.

Viejos rencores. Y odian a los vivos.

-Lamento decirlo, pero la chica de Atenea tiene razón- dijo Hades

—Vendrá por mí —vaticiné—. Ese espíritu habló de un laberinto. Ella asintió.

—Está bien claro. Tenemos que encontrar el secreto del laberinto.

-No va a ser fácil- dijo Atenea -y menos si él está ahí

Los que no sabían quién era Quintus, la miraron confundidos

—Tal vez —dije, incómodo—. Pero ¿quién me envió ese mensaje Iris? Si Nico no sabía que yo estaba allí...

En el bosque se oyó el chasquido de una rama y un rumor de hojas secas.

-Aquí vamos- dijo Poseidón

Algo enorme avanzaba entre los árboles, justo delante del saliente rocoso.

—Ese ruido no lo han hecho los Stoll —susurró Annabeth.

-Por supuesto que no- dijeron ambos chicos

Ambos sacamos nuestra espada.

Llegamos al Puño de Zeus, un montón de rocas descomunal en mitad de los bosques del oeste. Era un punto de referencia donde se reunían con frecuencia los campistas durante las expediciones de caza, pero en ese momento no había nadie.

-Lo cual lo hacía lucir lúgubre- dijo Percy

—Allá —susurró Annabeth.

—No. Detrás de nosotros.

Era muy raro. El rumor de pisadas parecía proceder de varios puntos.

-¡No puede ser!- gritó Poseidón

Estábamos rodeando el montón de rocas con las espadas enarboladas, cuando alguien dijo a nuestras espaldas:

—Hola.

-Bueno, eso no puede ser un monstruo- comentó Hermes

Nos volvimos precipitadamente y vimos a Enebro, la ninfa de los bosques, que soltó un chillido.

Grover miró el libro, confundido

— ¡Bajad las espadas! —protestó—. A las dríadas no nos gustan las hojas afiladas, ¿vale?

—Enebro —suspiró Annabeth—. ¿Qué haces aquí?

—Yo vivo aquí.

Bajé la espada.

— ¿En las rocas?

Señaló el borde del claro.

—En el enebro. Dónde iba a ser, si no.

-Duh- corearon los chicos

Era lógico. Me sentí como un estúpido. Había vivido años rodeado de dríadas, pero nunca hablaba con ellas. Sabía, eso sí, que no podían alejarse demasiado de su árbol, que era su fuente de vida. Pero no mucho más.

— ¿Estáis ocupados? —preguntó.

-Pues están tratando de salir vivos- dijo Apolo

—Bueno —dije—, estamos en medio de un juego con un puñado de monstruos, tratando de salir vivos.

—No, no estamos ocupados —dijo Annabeth—. ¿Qué pasa, Enebro?

-Annabeth siendo accesible- dijo Thalia riendo

Ella gimió y se secó los ojos con su manga de seda.

—Es Grover. Parece muy trastornado. Se ha pasado un año fuera buscando a Pan. Y cuando vuelve, las cosas aún van peor. Al principio pensé que quizá estaba saliendo con otro árbol.

Grover miró horrorizado el libro -¡Por supuesto que no!

—No —dijo Annabeth, mientras Enebro empezaba a llorar—. Estoy segura de que no es eso.

—Una vez se enamoró de un arbusto de arándano —musitó ella con tristeza.

-No fue nada- murmuró Grover

—Enebro, Grover ni siquiera miraría a otro árbol. Está muy alterado por lo de su permiso de búsqueda, nada más.

-Gracias- dijo Grover mirando a Annabeth

— ¡No puede meterse bajo tierra! —protestó—. ¡No podéis permitírselo!

Annabeth parecía incómoda.

—Quizá sea la única forma de ayudarle. Si supiéramos por dónde empezar...

-Esa idea sigue sin agradarme- dijo Poseidón

—Ah —repuso Enebro, enjugándose una lágrima verde de la mejilla—. Si es por eso...

Del bosque nos llegó un crujido de hojas y la dríada gritó:

— ¡Escondeos!

-Empezamos- suspiró Poseidón

Antes de que pudiera preguntarle por qué, ella hizo ¡puf. y se desvaneció en una niebla verde.

-Chica inteligente- dijo Hermes

Cuando Annabeth y yo nos dimos la vuelta vimos salir entre los árboles a un ser de color ámbar reluciente, de tres metros de longitud, con pinzas dentadas, una cola acorazada y un aguijón tan largo como mi espada. Un escorpión.

-Ese tipo está loco- dijo Ares riendo

Llevaba atado a la espalda un paquete de seda roja.

—Uno lo distrae —dijo Annabeth, mientras la cosa se nos acercaba traqueteando—.

El otro se pone detrás y le corta la cola.

-Hacen buen equipo- comentó Perséfone encantada

—Yo lo distraigo —repliqué—. Tú ponte la gorra de invisibilidad.

Asintió. Habíamos combatido juntos tantas veces que ya conocíamos nuestros recursos.

Annabeth y Percy se sonrieron mutuamente

Parecía tarea fácil. Hasta que surgieron otros dos escorpiones entre la maleza.

-Si algo puede salir mal, va a salir terriblemente mal- dijo Apolo

— ¿Tres? —Dijo Annabeth—. ¡No es posible! ¿Tienen el bosque entero y la mitad viene por nosotros?

Percy y Annabeth negaron con la cabeza

Tragué saliva. Con uno podríamos. Con dos también, con un poco de suerte. Pero ¿con tres? Muy dudoso.

-Entonces tal vez deberían correr- dijo Rachel

Los escorpiones arremetieron contra nosotros, agitando su cola erizada de púas y decididos a matarnos. Annabeth y yo pegamos la espalda a la roca más cercana.

— ¿Escalamos? —sugerí.

—No hay tiempo.

Tenía razón.

-Annabeth siempre tiene razón- dijeron Piper y Thalia al unísono

Los escorpiones nos rodeaban ya. Los teníamos tan cerca que veía sus espantosas bocas echando espumarajos ante el jugoso banquete que les esperaba.

— ¡Cuidado! —Annabeth desvió un aguijón, golpeándolo con el plano de la espada.

-Tiene que haber algo que puedan hacer- dijo Poseidón nervioso

Yo lancé una estocada con Contracorriente; el escorpión retrocedió y se puso fuera de mi alcance. Trepamos de lado por las rocas, aunque los escorpiones nos seguían. Asesté un mandoble a otro, pero cualquier maniobra de ataque implicaba un gran peligro. Si intentabas herirlos en el cuerpo, te descargaban desde arriba el aguijón de la cola. Si por el contrario pretendías darles un tajo en la cola, trataban de agarrarte con sus pinzas desde ambos lados.

-Ese nuevo maestro no me gusta- dijo Poseidón

Atenea hizo una mueca

Nuestra única opción era defendernos, pero no lograríamos aguantar mucho tiempo.

Di otro paso de lado y de repente descubrí que no había nada detrás. Era una grieta entre dos rocas enormes. Seguramente había pasado por allí un millón de veces sin fijarme.

-Casi nunca nos damos cuenta de las cosas simples- dijo Hazel

—Aquí —dije.

Annabeth lanzó una estocada y luego me miró como si me hubiese vuelto loco.

— ¿Ahí? Es demasiado estrecho.

—Yo te cubro. ¡Venga!

-Son tan lindos- chilló Afrodita

Se agazapó a mi espalda y empezó a apretujarse entre las dos rocas. Entonces soltó un grito y se agarró de las correas de mi armadura. Noté que me arrastraba y caí en un pozo que, habría jurado, no estaba allí un momento antes.

Ese momento hizo que los chicos del Argo II hicieran una mueca

Desde abajo, vi los escorpiones, el cielo cárdeno y las sombras de los árboles; luego el agujero se cerró como el obturador de una cámara y nos quedamos a oscuras.

Percy y Annabeth se tomaron de las manos

Sólo se oía el eco de nuestra respiración agitada. La roca estaba húmeda y fría. Me había quedado sentado en un suelo lleno de huecos que parecía hecho de ladrillo.

Alcé a Contracorriente. El leve resplandor de su hoja iluminó el rostro asustado de Annabeth y las paredes cubiertas de musgo.

-Es la entrada ¿Cierto?- preguntó Atenea

Annabeth asintió

— ¿Dón... de estamos? —dijo Annabeth.

—A salvo de los escorpiones, al menos. —Procuré aparentar serenidad, pese a que estaba muerto de miedo.

-Estuvimos juntos- susurró Percy, pero no parecía referirse al laberinto

Aquella grieta no podía ser la entrada de una cueva. Si hubiera habido una cueva allí, lo habría sabido, de eso estaba seguro. Era como si la tierra se hubiese abierto y nos hubiera tragado.

-Por decirlo de alguna manera- dijo Chris

En ese momento sólo podía pensar en la fisura del pabellón del comedor por donde habían desaparecido los esqueletos el verano anterior. Me preguntaba si nos habría ocurrido lo mismo a nosotros.

Levanté la espada para iluminar mejor.

—Es una caverna muy grande —murmuré.

Annabeth se aferró de mi brazo.

Justo como en la sala

—No es una cueva. Es un pasadizo.

Tenía razón. Sentí que la oscuridad frente a nosotros estaba vacía. Me llegaba una brisa caliente, como en los túneles del metro, sólo que aquélla parecía más rancia, más antigua, quizá más peligrosa.

Empecé a avanzar, pero ella me detuvo.

-Podrías perderte- señaló Poseidón

—No des ni un paso —me advirtió—. Hemos de encontrar la salida.

Ahora parecía asustada de verdad.

Annabeth soltó un suspiro tembloroso

—Está bien —le prometí—. Es sólo...

Levanté la vista y comprobé que no podía ver desde dónde habíamos caído. El techo era de piedra maciza y el pasadizo parecía extenderse interminablemente en ambas direcciones.

Percy tragó saliva

La mano de Annabeth se deslizó en la mía. En otras circunstancias me habría resultado embarazoso, pero allí, en medio de la oscuridad, me reconfortaba tener la seguridad de que estaba a mi lado. Era lo único de lo que estaba seguro.

-Son una monada- chilló Afrodita

—Dos pasos hacia atrás —me indicó.

Retrocedimos lentamente, como si estuviéramos en un campo de minas.

—Vale —dijo—. Déjame examinar las paredes.

-Muy bien- dijo Atenea

— ¿Para qué?

—La marca de Dédalo —respondió, como si eso tuviera algún sentido.

—Ah, bueno. ¿Qué clase de...?

— ¡La tengo! —exclamó aliviada. Colocó la mano en la pared y apretó una delgada fisura, que empezó a emitir un resplandor azul. Surgió un símbolo griego: A, la letra delta.

-Gracias a los dioses- suspiró Hazel

El techo se deslizó sobre nuestras cabezas y volvimos a ver el cielo cubierto de estrellas, aunque más oscuro que antes. Aparecieron a un lado unos peldaños de metal que subían y oímos voces que nos llamaban a gritos.

-Desaparecieron mucho tiempo- dijo Connor

— ¡Percy! ¡Annabeth! —La voz de Tyson era la que sonaba con más fuerza, aunque se oían muchas otras.

Miré nervioso a Annabeth y empezamos a subir.

Ambos chicos suspiraron

Tras rodear las rocas nos tropezamos con Clarisse y un montón de campistas que portaban antorchas.

— ¿Dónde os habíais metidos? —preguntó ésta—. Hace una burrada de tiempo que os estamos buscando.

-Demasiado- murmuró Travis

—Pero si sólo han sido unos minutos —repliqué.

Quirón se acercó al trote, seguido de Tyson y Grover.

— ¡Percy! —Exclamó Tyson—. ¿Estás bien?

—Perfectamente —aseguré—. Nos hemos caído en un agujero.

Todos los demás me miraron con aire escéptico y luego se volvieron para observar a Annabeth.

-Es que al principio pensamos que se habían ido a besuquear por ahí- dijo Connor

-Lástima que no fue así- dijo Afrodita

— ¡En serio! —insistí—. Nos perseguían tres escorpiones, así que echamos a correr y nos escondimos entre las rocas. Pero fue sólo un minuto...

—Habéis desaparecido durante casi una hora —declaró Quirón—. El juego ha terminado.

-Y ni siquiera ganaron- dijo Leo

—Sí —masculló Grover—. Habríamos ganado, pero un cíclope se me ha sentado encima.

— ¡Ha sido un accidente! —protestó Tyson, y estornudó.

-Fue un accidente- dijo Tyson

Clarisse llevaba los laureles de oro, pero ni siquiera había alardeado de ello, cosa nada normal en ella.

— ¿Un agujero? —dijo, suspicaz.

Clarisse rodó los ojos

Annabeth respiró hondo. Miró a los demás campistas.

—Quirón... tal vez tendríamos que hablar en la Casa Grande.

Clarisse sofocó un grito.

—Lo has encontrado, ¿verdad?

Annabeth se mordió el labio.

—Yo... Sí. Bueno, los dos.

Todos los campistas empezaron a hacer preguntas, tan desconcertados como yo mismo, pero Quirón alzó una mano para imponer silencio.

-Nos tenían confundidos- dijo Travis

—Ni esta noche es el momento ni éste el lugar adecuado. —Observó las rocas, como si acabara de descubrir lo peligrosas que eran—. Regresad a las cabañas. Dormid un poco. Habéis jugado bien, pero ya ha pasado el toque de queda hace rato.

Quirón suspiró

Se alzaron murmullos y quejas, pero todos se fueron retirando poco a poco, hablando entre ellos y lanzándome miradas suspicaces.

Los Stoll sonrieron con aire inocente

—Esto lo explica todo —dijo Clarisse—. Explica lo que Luke anda buscando.

—A ver, un momento —intervine—. ¿A qué te refieres? ¿Qué hemos encontrado?

-Nada bueno- dijo Chris

Annabeth se volvió hacia mí con una sombra de inquietud en la mirada.

—Una entrada al laberinto. Una posible vía de invasión en el corazón mismo del campamento.

-Por los dioses- dijo Hazel

-Fin del capítulo- anunció Quirón -¿Quién quiere leer?