-Fin del capítulo- anunció Nico poniendo el libro en el regazo de Will -tu turno

Will miró a Nico con los ojos entrecerrados, suspiró y leyó -los dioses deciden por votación como matarnos

-Que prometedor- dijo Nico con sarcasmo

Volar ya era de por sí bastante malo para un hijo de Poseidón. Pero volar directamente al palacio de Zeus entre truenos y relámpagos todavía era peor.

-Volar con miedo a las alturas es aún peor- dijo Thalia

Volamos en círculo sobre el centro de Manhattan, trazando una órbita alrededor del monte Olimpo. Yo sólo había estado allí una vez. Había subido en ascensor hasta la planta secreta número 600 del Empire State. Esta vez el Olimpo aún me deslumbró más.

-Siempre pasa- dijo Annabeth

En la penumbra del alba, las antorchas y hogueras hacían que los palacios construidos en la ladera reluciesen con veinte colores distintos, desde el rojo sangre hasta el índigo. Por lo visto, en el Olimpo nadie dormía nunca.

-Sí dormimos- dijo Apolo

-La mayoría de las veces- dijo Hermes

Las tortuosas callejuelas se veían atestadas de semidioses, de espíritus de la naturaleza y diosecillos menores que iban y venían, unos caminando y otros conduciendo carros o llevados en sillas de mano por un par de cíclopes. El invierno no parecía existir allí.

-No es muy divertido- comentó Hades

Deméter bufó -Por supuesto que para ti no lo es, secuestrador

Hades rodó los ojos

-¡Mamá!- chilló Perséfone

Percibí la fragancia de los jardines, inundados de jazmines, rosas y otras flores incluso más delicadas que no sabría nombrar. Desde muchas ventanas se derramaba el suave sonido de las liras y de las flautas de junco.

En la cima de la montaña se levantaba el mayor palacio de todos: la resplandeciente morada de los dioses.

Los dioses sonrieron con orgullo

Nuestros pegasos nos dejaron en el patio delantero, frente a unas enormes puertas de plata. Antes de que se me ocurriese llamar, las puertas se abrieron por sí solas.

« Buena suerte, jefe», me dijo Blackjack.

-La necesitarás- murmuró Piper

Sí. —No sabía por qué, pero tenía un presentimiento funesto. Nunca había visto a todos los dioses juntos. Sabía que cualquiera de ellos podía pulverizarme y que a varios les encantaría hacerlo.

A los dioses que no les gustaba mucho Percy asintieron casi imperceptiblemente

« Oiga, si no volviera, ¿puedo quedarme con su cabaña como establo?».

-Que amable pegaso- dijo Will

Miré al pegaso.

« Sólo era una idea —añadió—. Perdón».

Blackjack y sus amigos salieron volando. Durante un minuto, Thalia,

Annabeth y yo permanecimos inmóviles, mirando el palacio, tal como habíamos permanecido los tres frente a Westover Hall al principio de aquella aventura (parecía que hiciera un millón de años).

-Las vueltas de la vida- murmuró Leo filosóficamente

Luego avanzamos juntos hacia la sala del trono.

Doce grandes tronos formaban una U alrededor de la hoguera central, igual

que las cabañas en el campamento. En el techo relucían todas las constelaciones, incluso la más reciente: Zoë la cazadora, avanzando por los cielos con su arco.

Zoë sonrió

Todos los asientos se hallaban ocupados. Los dioses y diosas medían unos cuatro metros de altura. Y te aseguro una cosa: si alguna vez vieses a una docena de seres todopoderosos e imponentes volviendo sus ojos hacia ti... Bueno, en ese caso, enfrentarte a una pandilla de monstruos te parecería un picnic.

-Sí- afirmó Thalia

Bienvenidos, héroes —dijo Artemisa.

— ¡Muuuu!

Sólo entonces vi a Grover y Bessie.

-Gracias por prestarnos atención- murmuró Grover

Había una esfera de agua suspendida en el centro de la estancia, junto a la zona de la hoguera. Bessie nadaba alegremente en su interior, agitando su cola de serpiente y asomando la cabeza por los lados y la base de la esfera. Parecía disfrutar aquella novedad de nadar en una burbuja mágica. Grover permanecía de rodillas ante el trono de Zeus, como si acabase de rendir cuentas.

-Es justamente lo que acababa de hacer- dijo Grover

Pero nada más vernos, exclamó:

— ¡Bravo! ¡Lo habéis conseguido!

Iba a correr a nuestro encuentro cuando recordó que le estaba dando la espalda a Zeus y levantó la vista para solicitar su permiso.

-Me gusta que al menos alguien tenga modales- dijo Zeus

Anda, ve —le dijo Zeus sin prestarle atención. El señor de los cielos miraba fijamente a Thalia.

Grover se acercó trotando. Ninguno de los dioses decía nada. El redoble de sus pezuñas en el suelo de mármol resonaba por toda la sala. Bessie chapoteó en su burbuja de agua y la hoguera chisporroteó.

Yo miraba nervioso a mi padre, Poseidón.

-¿Por qué?- preguntó Poseidón -no iba a matarte

Iba vestido como la última vez que lo había visto: short de playa, una camisa hawaiana y sandalias. Tenía el rostro curtido y bronceado, la barba oscura y los ojos de un verde intenso. No sabía cómo le sentaría verme otra vez, pero en la comisura de sus labios parecía insinuarse una sonrisa. Me hizo un gesto con la cabeza, como diciendo que todo estaba bien.

-Tienes un rayo de esperanza, Prissy- dijo Clarisse

Grover les dio aparatosos abrazos a Annabeth y Thalia. Luego me agarró de los hombros.

— ¡Bessie y yo lo conseguimos, Percy! Pero has de convencerlos. ¡No pueden hacerlo!

— ¿El qué? —dije.

Héroes —empezó Artemisa.

-Hermanita, nos dejaste con la duda- dijo Apolo

Artemisa suspiró -lo van a decir

La diosa bajó de su trono y, adoptando estatura humana, se convirtió en una chica de pelo castaño rojizo que se movía con desenvoltura entre los grandiosos olímpicos. Cuando se nos acercó con su reluciente túnica plateada, vi que su cara no delataba ninguna emoción. Parecía moverse en un halo de luz de luna.

-Es la diosa de la luna- señaló Leo

Percy rodó los ojos

La asamblea ha sido informada de vuestras hazañas —nos dijo Artemisa —. Saben que el monte Othrys se está alzando en el oeste. Conocen el intento de Atlas de liberarse y el tamaño del ejército de Cronos. Hemos decidido por votación actuar.

Hubo algunos murmullos entre los dioses, como si no estuvieran muy conformes con el plan, pero nadie protestó.

-Nunca estamos conformes- dijo Poseidón

A las órdenes de mi señor Zeus —prosiguió Artemisa—, mi hermano Apolo y yo cazaremos a los monstruos más poderosos, para abatirlos antes de que puedan unirse a la causa de los titanes. La señora Atenea se encargará personalmente de que los demás titanes no escapen de sus diversas prisiones. El señor Poseidón ha obtenido permiso para desencadenar toda su furia contra el crucero Princesa Andrómeda y enviarlo al fondo del mar. Y en cuanto a vosotros, mis queridos héroes...

Se volvió hacia los otros inmortales.

Estos mestizos han hecho un gran servicio al Olimpo. ¿Alguien de los presentes se atrevería a negarlo?

-Espero que nadie lo niegue- dijo Poseidón

Miró en derredor a los asambleístas, examinando sus rostros uno por uno. Zeus llevaba su traje de raya diplomática. Tenía su barba negra perfectamente recortada y los ojos le chispeaban de energía. A su lado se sentaba una mujer muy guapa de pelo plateado trenzado sobre el hombro y un vestido multicolor como un plumaje de pavo real: la señora Hera.

A la derecha de Zeus estaba mi padre, Poseidón. Junto a él había un hombre enorme con una abrazadera de acero en la pierna, la cabeza deformada y la barba castaña y enmarañada, al que le salían llamas por los bigotes: el señor de las fraguas, Hefesto.

Hermes me guiñó un ojo. Esta vez iba con traje y no paraba de revisar los mensajes de su caduceo, que era también un teléfono móvil.

Hermes le guiñó el ojo

Apolo se repantigaba en su trono de oro con sus gafas de sol. Tenía puestos los auriculares de su iPod, así que no sé si estaba escuchando siquiera, pero me miró y levantó los pulgares.

-Eso quiere decir que sí estaba escuchando- dijo Apolo

Dionisio parecía aburrido y jugueteaba con una ramita de vid. Y Ares, bueno, estaba en su trono de cuero y metal cromado, mirándome con rostro ceñudo mientras afilaba su cuchillo.

Por el lado de las damas, junto a Hera había una diosa de pelo oscuro y túnica verde sentada en un trono de ramas de manzano entrelazadas: Deméter, la diosa de las cosechas. Luego venía una mujer muy hermosa de ojos grises con un elegante vestido blanco: sólo podía ser la madre de Annabeth, Atenea. A continuación estaba Afrodita, que me sonrió con aire de complicidad y logró que me sonrojase a mi pesar.

Afrodita rió con deleite

Todos los olímpicos reunidos, todo aquel poder en una sola estancia... Parecía un milagro que el palacio entero no volara por los aires.

He de decir —intervino Apolo, rompiendo el silencio— que estos chicos se han portado de maravilla. —Se aclaró la garganta y empezó a recitar—:

« Héroes que ganan laureles...».

-No por favor- murmuró Hermes

Sí, de primera clase —lo interrumpió Hermes, al parecer deseoso de ahorrarse la poesía de Apolo—. ¿Todos a favor de que no los desintegremos?

Algunas cuantas manos se alzaron tímidamente: Deméter, Afrodita...

Las diosas mencionadas sonrieron al chico

Espera un segundo —gruñó Ares, y nos señaló a Thalia y a mí—. Esos dos son peligrosos. Sería mucho más seguro, ya que los tenemos aquí...

-Ni se te ocurra- dijeron Zeus y Poseidón al unísono

Ares —lo cortó Poseidón—, son dignos héroes. Y no vamos a volar en pedazos a mi hijo.

Ni a mi hija —rezongó Zeus—. Lo ha hecho muy bien.

Thalia se sonrojó y se concentró en el suelo de mármol. Sabía cómo se sentía. Yo apenas había hablado con mi padre, y mucho menos me había llevado un cumplido.

Thalia asintió de acuerdo, los dioses se movieron incómodos

La diosa Atenea se aclaró la garganta.

También yo estoy orgullosa de mi hija. Sin embargo, en el caso de los otros dos hay un riesgo de seguridad evidente.

— ¡Madre! —Exclamó Annabeth—. ¡Cómo puedes...!

Annabeth hizo una mueca

Atenea la cortó con una mirada serena pero firme.

Es una desgracia que mi padre Zeus y mi tío Poseidón rompieran su juramento de no tener más hijos. Sólo Hades mantuvo su palabra, cosa que encuentro irónica.

-Yo también- murmuró Hades

Hera bufó

Como sabemos por la Gran Profecía, los hijos de los tres dioses mayores (como Thalia y Percy) son peligrosos. Por muy majadero que sea, Ares tiene razón.

-¿Cómo me llamaste?- gritó Ares -mira cara de búho, si vuelves...

-Basta- cortó Zeus

— ¡Exacto! —dijo él—. Eh, un momento. ¿Cómo me has llamado?

Iba a incorporarse, pero una enredadera se le enrolló a la cintura como un cinturón de seguridad y lo obligó a sentarse de nuevo.

-Algunas cosas nunca cambian- señaló Clarisse

— ¡Por favor, Ares! —Resopló Dionisio—. Guárdate esos arrestos para más tarde.

Ares soltó una maldición y se arrancó la enredadera.

— ¿Y tú quién eres para hablar, viejo borracho? ¿En serio deseas proteger a esos mocosos?

-No- murmuró Dionisio

-Sí claro- susurró Apolo a Hermes

Dionisio nos miró con cansancio desde la altura de su trono.

No es que sienta amor por ellos. ¿Realmente consideras, Atenea, que lo más seguro es destruirlos?

Yo no me pronuncio —dijo Atenea—. Sólo señalo el peligro. Lo que haya que hacer, debe decidirlo la asamblea.

-Nos hicieron un gran servicio- dijo Artemisa

Yo no les aplicaría ningún castigo —dijo Artemisa—, sino una recompensa. Si destruimos a unos héroes que nos han hecho un gran servicio, entonces no somos mejores que los titanes. Si ésta es la justicia del Olimpo, prefiero pasar sin ella.

Los dioses voltearon a ver con incredulidad a Artemisa, la mayoría sabía que tenía razón, pero una cosa es saberlo y otra muy distinta es que uno de los tuyos te lo diga

-Artemisa tiene razón- dijo Hestia

Cálmate, hermanita —dijo Apolo—. Has de relajarte, caramba.

— ¡No me llames hermanita! Yo los recompensaría.

Bueno —rezongó Zeus—. Tal vez. Pero al monstruo hay que destruirlo. ¿Estamos de acuerdo en eso?

Gestos de asentimiento.

En eso los dioses sí estuvieron de acuerdo

Me costó unos segundos entender lo que estaban diciendo. Y entonces el corazón me dio un vuelco.

— ¿Bessie? ¿Queréis destruir a Bessie?

-Es lo mejor- rezongó Zeus

¡Muuuuu!

Mi padre frunció el entrecejo.

— ¿Has llamado Bessie al taurifidio?

Padre —dije—, es sólo una criatura del mar. Una criatura realmente hermosa. No podéis destruirla.

-No podemos arriesgarnos- dijo Hades

Poseidón se removió, incómodo.

Percy, el poder de ese monstruo es considerable. Si los titanes llegaran a capturarlo...

No podéis, dioses —insistí. Miré a Zeus. Su sola presencia habría debido intimidarme, pero le sostuve la mirada—. Querer controlar las profecías nunca funciona, ¿no es cierto? Además, Bess... digo, el taurifidio es inocente. Matar a alguien así está mal. Tan mal... como que Cronos devorase a sus hijos sólo por algo que tal vez pudieran hacer. ¡Está mal!

-Eres demasiado imprudente- dijo Zeus

-Me lo han dicho- contestó Percy

Zeus pareció considerar mis palabras. Sus ojos se posaron en su hija Thalia.

— ¿Y qué hay del riesgo? —dijo—. Cronos sabe que si uno de vosotros dos sacrificase las entrañas de la bestia, tendría el poder de destruirnos. ¿Crees que podemos permitir que subsista semejante posibilidad? Tú, hija mía, cumplirás dieciséis mañana, tal como augura la profecía.

-Y muy confiable no es- señaló Hera

Zeus le dio una mirada molesta

Tenéis que confiar en ellos, señor —suplicó Annabeth alzando la voz—.

Confiad en ellos.

Zeus torció el gesto y me dirigió una mirada severa.

— ¿Confiar en un héroe?

Annabeth tiene razón —dijo Artemisa—. Y ése es el motivo de que deba otorgarle mi recompensa a uno de ellos. Mi leal compañera Zoë Belladona se ha incorporado a las estrellas. Necesito una nueva lugarteniente. Y tengo intención de elegirla ahora. Pero antes, padre Zeus, debo hablarte en privado.

Zeus le hizo una seña para que se acercase. Se inclinó y escuchó lo que le decía al oído.

Me asaltó una sensación de pánico.

Annabeth —dije entre susurros—. No lo hagas.

-Así que eso era lo que creías- dijo Annabeth un poco divertida

-Es culpa de Thalia- se quejó Percy

-Me hiciste enojar- se defendió Thalia

Ella frunció el entrecejo.

— ¿El qué?

Escucha, he de decirte una cosa. —Las palabras acudían atropelladamente a mis labios—. No podría soportarlo si... No quiero que tú...

Afrodita chilló emocionada -¡Por fin!

-Aún no, mamá- dijo Piper quien había odio la historia del día que Percy y Annabeth se hicieron novios

Afrodita se cruzó de brazos enfurruñada

Percy —dijo ella—, pareces a punto de marearte.

Así era como me sentía. Quería seguir hablando, pero la lengua no me respondía. Se negaba a moverse por temor a las náuseas que me acechaban. Y entonces Artemisa se volvió.

Voy a nombrar a una nueva lugarteniente —anunció—. Si ella accede.

No —murmuré.

-Ya sé que amas Percy, pero no seas exagerado- bromeó Thalia

Thalia, hija de Zeus —dijo Artemisa tendiéndole una mano—. ¿Te unirás a la Cacería?

Un silencio sobrecogedor inundó la estancia. Miré a Thalia sin dar crédito a lo que oía.

-¡Gracias a los dioses!- gritó Percy

Thalia le aventó un cojín

Annabeth sonrió y le apretó la mano, como si lo hubiera esperado desde hacía mucho.

Sí —respondió Thalia con firmeza.

Zeus se levantó con expresión preocupada.

Hija mía, considéralo bien...

Padre —dijo ella—. No cumpliré los dieciséis mañana. Nunca los cumpliré. No permitiré que la profecía se cumpla conmigo. Permaneceré con mi hermana Artemisa. Cronos no volverá a tentarme de nuevo.

Thalia suspiró

Se arrodilló ante la diosa y empezó a pronunciar las palabras que yo recordaba del juramento de Bianca.

Prometo seguir a la diosa Artemisa. Doy la espalda a la compañía de los hombres...

Tras el juramento, Thalia hizo una cosa que casi me sorprendió tanto como su promesa. Se me acercó, sonrió y me dio un gran abrazo ante toda la asamblea.

Yo me sonrojé.

Hestia los miró con una sonrisa

Cuando se separó y me agarró de los hombros, le pregunté:

— ¿No se supone que no puedes hacer estas cosas? Quiero decir, abrazar a un chico.

Rindo honores a un amigo —me corrigió—. Debo unirme a la Cacería, Percy. No he tenido paz desde... desde que salí de la Colina Mestiza. Ahora, por fin siento que tengo un hogar. Pero tú eres un héroe. Y serás el héroe de la profecía.

-Gracias- murmuró Percy

Estupendo —mascullé.

Me siento orgullosa de ser tu amiga.

-Awww- corearon Leo y los Stoll

Abrazó a Annabeth, que hacía esfuerzos para contener las lágrimas. E incluso abrazó a Grover, que parecía a punto de desmayarse, como si acabaran de regalarle un vale de come-todo-lo-que-puedas en un restaurante de enchiladas.

Thalia se situó finalmente junto a Artemisa.

Y ahora, el taurifidio —dijo la diosa.

Ese chico sigue siendo un peligro —advirtió Dionisio—. La bestia constituye la tentación de un gran poder. Incluso si le perdonamos la vida al chico...

Poseidón le dirigió una mirada asesina

No —recorrí con la vista el semicírculo de los dioses—. Por favor, dejad con vida al taurifidio. Mi padre puede ocultarlo bajo el mar o conservarlo aquí, en el Olimpo, en un acuario. Pero tenéis que protegerlo.

— ¿Y por qué deberíamos confiar en ti? —intervino Hefesto con voz resonante.

-Es una pregunta razonable- dijo Hefesto al sentir las miradas en él

Sólo tengo catorce años —dije—. Si la profecía habla de mí, aún faltan dos.

Dos años para que Cronos pueda engañarte —terció Atenea—. Pueden cambiar muchas cosas en dos años, mi joven héroe.

-Ya cállenla- gritó Apolo

— ¡Madre! —gritó Annabeth, exasperada.

Es sólo la verdad, niña. Es una mala estrategia mantener vivo al animal. O al chico.

Mi padre se incorporó.

No permitiré que sea destruida una criatura del mar, siempre que pueda evitarlo. Y puedo evitarlo. —Extendió una mano y apareció un tridente en ella. Un mango de bronce de seis metros rematado con tres puntas aguzadas en las que reverberaba una luz azulada—. Yo respondo del chico y de la seguridad del taurifidio.

— ¡No te lo llevarás al fondo del mar! —Zeus se levantó de golpe—. No voy a dejar en tu poder semejante baza.

-Y empezamos con la paranoia- comentó Hades solo para molestar

— ¡Hermano, por favor! —suspiró Poseidón.

El rayo maestro de Zeus apareció en su mano: un mástil de electricidad que inundó la estancia de olor a ozono.

Muy bien —dijo Poseidón—. Construiré aquí un acuario para la criatura. Hefesto puede echarme una mano. Aquí estará a salvo. La protegeremos con todos nuestros poderes. El chico no nos traicionará. Respondo de ello con mi honor.

Poseidón le sonrió orgulloso a su hijo

Zeus reflexionó.

— ¿Todos a favor?

Para mi sorpresa, se alzaron muchas manos. Dionisio se abstuvo. También

Ares y Atenea. Pero los demás...

-Ellos no son tan cool como nosotros- dijo Apolo

Hay mayoría —decretó Zeus—. Así pues, ya que no vamos a destruir a estos héroes... me figuro que deberíamos honrarlos. ¡Que dé comienzo la celebración triunfal!

-Wuju- los Stoll hicieron movimientos locos con las manos

Existen las fiestas normales y también las fiestas monstruo. Y luego están las fiestas olímpicas. Si alguna vez tienes ocasión de elegir, quédate con la olímpica.

-Obvio hacemos las mejores fiestas- dijo Hermes

Las nueve musas se ocupaban de la música, y advertí que sonaba lo que tú querías que sonara: los dioses oían clásica y los jóvenes semidioses hip-hop o lo que les apeteciera. Todo en una sola banda sonora. Sin discusiones ni peleas para cambiar de emisora. Sólo peticiones para que subieran el volumen.

-Ojalá eso se pudiera en el mundo mortal- dijo Rachel

Dionisio iba de aquí para allá creando de la nada puestos de refrescos y siempre del brazo de una mujer muy guapa: su esposa Ariadna. Lo veía contento por primera vez. Había fuentes de oro de las que manaban néctar y ambrosía, y también bandejas repletas de canapés para mortales. Las copas doradas se llenaban de la bebida que querías.

-Espero que con mucho alcohol- dijo Dionisio

Los dioses le dieron miradas molestas

Grover trotaba por allí con un plato repleto de latas y enchiladas, y con una copa llena de café, a la cual le susurraba una y otra vez: « ¡Pan! ¡Pan!», como si fuese un conjuro.

Grover se sonrojó

Los dioses se acercaban a felicitarme. Por fortuna, se habían reducido a estatura humana para no andar pisoteando a los invitados.

-No sería cortés- dijo Apolo

Hermes se puso a charlar conmigo, y se lo veía tan alegre que me resultaba horrible la perspectiva de contarle lo ocurrido con el menos favorito de sus hijos, es decir, Luke. Pero antes de que pudiera armarme de valor, recibió una llamada en su caduceo móvil y se alejó.

Hermes suspiró

Apolo me dijo que podía conducir su carro solar cuando quisiera, y que si me hacían falta unas lecciones de tiro al arco...

Gracias —le dije—. A decir verdad, no soy muy bueno con el arco.

— ¡Tonterías! ¡Imagínate hacer prácticas de tiro desde el carro mientras sobrevuelas todo el país! ¡No hay nada más divertido!

-Sería divertidísimo- dijo Apolo

Yo me excusé y me deslicé entre la multitud que bailaba en los patios del palacio. Buscaba a Annabeth.

-Ya te estabas tardando- dijo Leo

La última vez que la había visto estaba bailando con un diosecillo menor.

Entonces oí una voz a mis espaldas.

Confío en que no me falles.

Me volví y vi a Poseidón sonriendo.

Padre... Hola.

Hola, Percy. Has estado muy bien.

-Un buen inicio de conversación- dijo Perséfone

Aquel elogio me hizo sentir incómodo. Era agradable, claro, pero él se había arriesgado mucho al proclamar que respondía de mí. Le habría resultado mucho más fácil dejar que los demás me desintegraran.

-No hubiera dejado que te desintegraran- dijo Poseidón -confío en ti

No os fallaré —le prometí.

Él asintió. No me resultaba fácil detectar las emociones de los dioses, pero me pregunté si albergaba ciertas dudas. —Tu amigo Luke...

No es mi amigo —lo interrumpí groseramente—. Perdón.

Percy sonrió inocentemente

Tu antiguo amigo Luke —corrigió— hizo promesas parecidas en su momento. Era el orgullo y la alegría de Hermes. Que no se te olvide, Percy.

Incluso los más valientes pueden caer.

Él sufrió una tremenda caída —asentí—. Ha muerto.

-No era a ese tipo de caídas a lo que me refería- dijo Poseidón

Poseidón meneó la cabeza.

No, Percy. No es así.

Lo miré desconcertado.

— ¿Cómo?

Creo que Annabeth ya te lo ha dicho. Luke sigue vivo. Lo he visto. Su barco está zarpando ahora mismo de San Francisco con los restos de Cronos. Se batirá en retirada y reagrupará sus fuerzas antes de volver a la carga contra ti. Yo haré todo lo posible para destruir su barco con tormentas, pero él ha establecido una alianza con mis enemigos, los antiguos espíritus del océano. Y ellos lucharán para protegerlo.

Poseidón bufó

Pero ¿cómo es posible que siga vivo? ¡Esa caída tendría que haberlo matado!

-Eso es cierto- dijo Apolo -¿Cómo es posible?

Los chicos lo miraron incómodos

Atenea miraba fijamente a Luke mientras pensaba en una teoría

Poseidón parecía preocupado.

No lo sé, Percy, pero cuídate de él. Ahora es más peligroso que nunca. El ataúd de oro sigue en sus manos, y cada vez cobra más vigor.

— ¿Y Atlas? ¿Qué va a impedirle escapar de nuevo? ¿No podría obligar a algún gigante a cargar con el peso del cielo?

Mi padre resopló burlón.

Si fuese tan fácil, ya habría escapado hace mucho. No, hijo mío. La maldición del cielo sólo puede imponerse a un titán, a uno de los hijos de Gaya y Urano. Cualquier otro debe aceptar la carga por su libre voluntad. Y sólo un héroe, alguien con la fuerza suficiente, un corazón sincero y un gran valor, haría algo parecido. Ningún miembro del ejército de Cronos se atrevería a cargar con ese peso, ni siquiera so pena de muerte.

-No son idiotas- dijo Hera

Luke lo hizo —dije—. Liberó a Atlas, engañó a Annabeth para que lo salvase y luego la utilizó para que Artemisa tomara sobre sí el peso del cielo.

Ya. Luke es... un caso interesante.

-Eso es poco- susurró Poseidón para sí mismo

Me dio la impresión de que quería extenderse más, pero justo en ese momento Bessie empezó a mugir en el otro lado del patio. Algunos semidioses se habían puesto a jugar con su esfera de agua y la empujaban alegremente de un lado para otro por encima de las cabezas de la multitud.

-Semidioses- bufó Dionisio

Será mejor que me ocupe de eso —rezongó Poseidón—. No podemos permitir que se vayan pasando el taurifidio como si fuese una pelota de playa.

Sé bueno, hijo. Tal vez no podamos hablar durante algún tiempo.

-A eso le llamo yo una plática motivadora- dijo Leo

Y desapareció sin más.

Me disponía a seguir buscando entre la gente cuando oí otra voz, esta vez de mujer.

Tu padre asume un gran riesgo, ¿sabes?

La mujer de ojos grises era tan parecida a Annabeth que poco me faltó para confundirme.

-Ahí vas- masculló Afrodita

Atenea.

Procuré no parecer resentido por su modo de referirse a mí ante la Asamblea. Aunque me temo que no disimulaba demasiado bien.

-Mantenerte vivo no es una buena estrategia- dijo Atenea

-¡Mamá/Atenea!- gritaron Annabeth y Poseidón al unísono

Ella sonrió secamente.

No me juzgues con dureza, mestizo. La sabiduría no siempre es popular.

Pero yo he dicho la verdad. Eres peligroso.

— ¿Vos nunca asumís riesgos?

Ella asintió.

Tal vez aciertes en eso. No digo que no puedas resultar útil. Sin embargo... tu defecto fatídico podría causar nuestra destrucción y también la tuya.

Poseidón resopló

Se me hizo un nudo en la garganta. Un año atrás, Annabeth y yo habíamos hablado de « defectos fatídicos». Cada héroe tenía uno. El suyo, me dijo, era el orgullo. Ella se creía capaz de cualquier cosa... Como sostener el mundo, por ejemplo. O salvar a Luke.

Annabeth le dio un golpe en el brazo

En cambio, yo no sabía cuál era el mío.

Atenea casi parecía compadecerse de mí.

Cronos conoce tu defecto, aunque tú lo ignores. Él sabe estudiar a sus enemigos. Piensa, Percy. ¿Cómo ha hecho para manipularte? Primero, te arrebató a tu madre. Luego a tu mejor amigo, Grover. Ahora a mi hija, Annabeth. —Hizo una pausa, con aire de reproche—. En los tres casos tus personas queridas fueron utilizadas para atraerte a la trampa que Cronos te había tendido. Tu defecto fatídico es la lealtad personal, Percy. Tú nunca comprendes cuándo ha llegado la hora de cortar por lo sano. Por salvar a un amigo, sacrificarías al mundo entero. En el héroe de la profecía, eso puede ser muy, muy peligroso.

-No dejaría a mis amigos- dijo Percy

Apreté los puños.

Eso no es un defecto. Simplemente porque quiero ayudar a mis amigos...

Los defectos más peligrosos son los que resultan buenos con moderación — dijo ella—. El mal es fácil de combatir. La falta de sabiduría... mucho más difícil.

Yo se lo habría discutido, pero me resultaba imposible. Atenea era condenadamente sagaz.

-Es la diosa de la sabiduría- dijo Nico

-Nunca peles con ella- recomendó Apolo

Confío en que acabe siendo una sabia decisión la que ha tomado la asamblea —prosiguió Atenea—. Pero yo permaneceré alerta, Percy Jackson. No apruebo tu amistad con mi hija. No creo que sea conveniente para ninguno de los dos. Y si tu lealtad llegase a flaquear...

-Bueno- murmuró Leo - no le caíste bien a tu suegra- se escondió antes de que las aves lo atacaran

-Para tu tranquilidad, Atenea, los chicos ya no son amigos- dijo Afrodita burlona

Me clavó su fría mirada gris y comprendí que podía llegar a ser una terrible enemiga: cien veces peor que Ares o Dionisio, e incluso que mi padre. Atenea nunca cejaría. No se precipitaría ni cometería una estupidez por el hecho de odiarte, y si había planeado matarte, no fallaría.

-Al menos lo entiendes- bufó Artemisa

— ¡Percy! —gritó Annabeth, que se acercaba corriendo. Se detuvo en seco cuando vio con quién estaba hablando.

Ah... madre.

Te dejo —me dijo Atenea—. Por ahora.

Dio media vuelta y caminó entre la muchedumbre, que le iba abriendo paso como si sostuviera la Égida.

-Da miedo aunque no la sostenga- dijo Hermes

— ¿Te ha hecho pasar un mal rato? —me preguntó Annabeth.

No. Está... todo bien.

Ella me examinó con preocupación. Tocó el mechón gris que me había salido en el pelo y que era idéntico al suyo: un doloroso recuerdo por haber sostenido la carga de Atlas. Quería decirle muchas cosas, pero Atenea me había arrebatado toda la seguridad en mí mismo.

-¡Atenea!- gritó Afrodita

Me sentía como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.

« No apruebo tu amistad con mi hija».

-Uy sí, mucho caso que hizo- dijo Thalia

Percy le sacó la lengua

Bueno —dijo Annabeth—, ¿qué querías decirme antes?

Seguía sonando la música. La gente bailaba en las calles.

Eh... —balbucí— bien, estaba pensando que en Westover Hall nos interrumpieron. O sea que... creo que te debo un baile.

-Ay Percy- murmuró Afrodita cruzada de brazos

Ella sonrió lentamente.

Muy bien, sesos de alga.

La tomé de la mano. No sé qué oirían los demás, pero para mí sonaba como una canción lenta: un poco triste quizá, pero un poco esperanzadora también.

-Escuché lo mismo- dijo Annabeth

-Nos queda un capítulo- comentó Will -¿Quién lee?