*En el templo de Apolo*

El dios había puesto una cama extra para su hijo, el hijo de Júpiter ya estaba instalado en su propia cama y veía con ojos entrecerrados a Will, el silencio era un poco incómodo, le hacía recordar al dios los momentos previos a que fulminara a un mortal por fijarse en su hermanita... ¡Ay, qué tiempos aquellos!

Jason se aclaró la garganta y miró fijamente a Will -¿Así que tú y Nico...

Will se ruborizó un poco -Nico y yo nada... Aún

-Solace- advirtió Jason y empezó a echar chispas... Literalmente

-De acuerdo, de acuerdo- Will alzó las manos en señal de rendición -puede que Nico me guste un poco- dijo lo último con un susurro

-Eso ya lo sé, lo que quiero saber es... ¿Qué tan... Uh... Serio quieres ser?

Jason ahora se veía incómodo, Apolo observaba su charla de chicos divertido

-¿Por qué te importa?- preguntó suavemente Will

-Porque Nico es mi pequeño primo y el chico ya ha sufrido bastante y no lo merece

Will asintió comprensivo -Estoy de acuerdo, prometo hacer todo lo que esté en mis manos para que sea feliz... Aunque no sé si Nico quiera

Jason pensó en la sonrisa de Nico y estuvo seguro que Nico sí quería, sin embargo no lo mencionó, sino su papel de poli malo no funcionaría

-Eso depende de ti, pero te aseguro que no quieres tenerme como enemigo, cuidadito Solace- Jason tenía una mirada seria -buenas noches

Apolo soltó una risa que disimuló como tos

Will miraba incrédulo a Jason, aunque le tenía un poco de miedo, también estaba asombrado por el hecho de proteger a Nico, Apolo veía a su hijo con una sonrisa cómplice, entendía perfectamente su posición...

Y después de esa charla tan agradable, las luces del palacio se apagaron

Al día siguiente los dioses y semidioses desayunaban en el comedor mientras bromeaban y reían, Jason le seguía lanzando miradas de advertencia a Will cuando Nico no se daba cuenta. Piper y Hazel le dieron sonrisas tranquilizadoras, lo cual lo hizo sentir más incómodo

-¡Solo dos capítulos más!- gritó Travis

-Vamos a terminar- dijo Percy suspirando cuando todos acabaron -espero que el siguiente esté desde el punto de vista de alguno de ustedes

-No lo creo, sesos de alga, recuerda cual misión sigue...- señaló Annabeth

Percy gimió -Podría estar desde el punto de vista de Clarisse

-Espero que no, Prissy- dijo la mencionada -no querrás saber que pensaba de ti

Percy le sacó la lengua

Todos tomaron sus lugares

-Solace ¿Otra vez aquí?- gruñó Nico cuando vio las intenciones del chico

-No hay espacio ¿Recuerdas?

Nico maldijo en italiano, pero terminó recorriéndose

Jason miró a Will con ojos entrecerrados hasta que Piper le dio un golpe juguetón

-Yo leo- dijo Poseidón -no creo que estos capítulos me den más ataques

-Claaaro- murmuró Percy

-El capítulo es saldo cuentas pendientes

Es curioso cómo los humanos ajustan la mente a su versión de la realidad. Quirón ya me lo había dicho hacía mucho. Como de costumbre, en su momento no aprecié su sabiduría.

-Como siempre- dijo Quirón mirando a su aprendiz

-Lo siento- dijo Percy con una sonrisa

Según los noticiarios de Los Ángeles, la explosión en la playa de Santa Mónica había sido provocada por un secuestrador loco al disparar con una escopeta contra un coche de policía. Los disparos habían acertado a una tubería de gas rota durante el terremoto.

El secuestrador (alias Ares) era el mismo hombre que nos había raptado a mí y a otros dos adolescentes en Nueva York y nos había arrastrado por todo el país en una aterradora odisea de diez días.

Después de todo, el pobrecito Percy Jackson no era un criminal internacional.

-¡Gracias a los dioses!- dijo Hazel -no te imagino tras las rejas

Había causado un buen revuelo en el autobús Greyhound de Nueva Jersey al intentar escapar de su captor (a posteriori hubo testigos que aseguraron haber visto al hombre vestido de cuero en el autobús: « ¿Por qué no lo recordé antes?» ).

-Eso pasa por no poner atención, Percy- rió Piper

El psicópata había provocado la explosión en el arco de San Luis; ningún chaval habría podido hacer algo así. Una camarera de Denver había visto al hombre amenazar a sus secuestrados delante de su restaurante, había pedido a un amigo que tomara una foto y lo había notificado a la policía. Al final, el valiente Percy Jackson (empezaba a gustarme aquel chaval)

-A mí también, bro

se había hecho con un arma de su captor en Los Ángeles y se había enfrentado a él en la playa. La policía había llegado a tiempo. Pero en la espectacular explosión cinco coches de policía habían resultado destruidos y el secuestrador había huido. No había habido bajas. Percy Jackson y sus dos amigos estaban a salvo bajo custodia policial.

Fueron los periodistas quienes nos proporcionaron la historia. Nosotros nos limitamos a asentir, llorosos y cansados (lo cual no fue difícil), y representamos los papeles de víctimas ante las cámaras.

-No sabía que tenías dotes de actriz, Annie- rió Piper

-Créeme, no fue difícil interpretar el papel- dijo Annabeth

Lo único que quiero —dije tragándome las lagrimas—, es volver con mi querido padrastro. Cada vez que lo veía en la tele llamándome delincuente juvenil, algo me decía que todo terminaría bien. Y sé que querrá recompensar a todas las personas de esta bonita ciudad de Los Ángeles con un electrodoméstico gratis de su tienda. Éste es su número de teléfono.

-¡Así se hace!- gritó Hermes

Todos sonreían por la jugada del chico

La policía y los periodistas, conmovidos, recolectaron dinero para tres billetes en el siguiente vuelo a Nueva York. No tenía otra elección que volar, así que confié en que Zeus aflojara un poco, dadas las circunstancias.

-Solo porque llevabas mi rayo- masculló Zeus

Pero aun así me costó subir al avión.

El despegue fue una pesadilla. Las turbulencias daban más miedo que los dioses griegos. No solté los reposabrazos hasta que aterrizamos sin problemas en La Guardia. La prensa local nos esperaba fuera, pero conseguimos evitarlos gracias a Annabeth, que los engañó gritándoles con la gorra de los Yankees puesta: « ¡Están allí, junto al helado de yogur! ¡Vamos!» . Y después volvió con nosotros a recogida de equipajes.

Nos separamos en la parada de taxis. Les dije que volvieran al Campamento Mestizo e informaran a Quirón de lo que había pasado. Protestaron, y fue muy duro verlos marchar después de todo lo que habíamos pasado juntos, pero debía afrontar solo aquella última parte de la misión. Si las cosas iban mal, si los dioses no me creían... quería que Annabeth y Grover sobrevivieran para contarle la verdad a Quirón.

-Lo hicimos- dijo Annabeth

-También para nosotros fue difícil verte marchar- habló Grover

Subí a un taxi y me encaminé a Manhattan.

Treinta minutos más tarde entraba en el vestíbulo del edificio Empire State.

Debía de parecer un niño de la calle, vestido con prendas ajadas y con el rostro arañado. Hacía por lo menos veinticuatro horas que no dormía. Me acerqué al guardia del mostrador y le dije:

Quiero ir al piso seiscientos.

Leía un grueso libro con un mago en la portada. La fantasía no era lo mío, pero el libro debía de ser bueno, porque le costó lo suyo levantar la mirada.

-Es que es molesto que te interrumpan cuando lees- dijo Annabeth

Ese piso no existe, chaval.

Necesito una audiencia con Zeus.

Me dedicó una sonrisa vacía.

¿Una audiencia con quién?

Ya me ha oído.

Estaba a punto de decidir que aquel tipo no era más que un mortal normal y corriente, y que mejor me largaba antes de que llamara a los loqueros, cuando dijo:

Sin cita no hay audiencia, chaval. El señor Zeus no ve a nadie que no se haya anunciado.

-Aceptó muy rápido que existe Zeus-comentó Artemisa

Bueno, me parece que hará una excepción. —Me quité la mochila y la abrí.

El guardia miró dentro el cilindro de metal y, por un instante, no comprendió qué era. Después palideció.

¿Esa cosa no será...?

Sí lo es, sí —le dije—. ¿Quiere que lo saque y...?

¡No! ¡No! —Brincó de su asiento, buscó presuroso un pase detrás del mostrador y me tendió la tarjeta—. Insértala en la ranura de seguridad. Asegúrate de que no haya nadie más contigo en el ascensor.

Así lo hice. En cuanto se cerraron las puertas del ascensor, metí la tarjeta en la ranura. En la consola se iluminó un botón rojo que ponía « 600» . Lo apreté y esperé, y esperé. Se oía música ambiental y al final « ding» .

-Fue mi idea- dijo Apolo orgulloso

Las puertas se abrieron. Salí y por poco me da un infarto.

Estaba de pie sobre una pequeña pasarela de piedra en medio del vacío. Debajo tenía Manhattan, a altura de avión. Delante, unos escalones de mármol serpenteaban alrededor de una nube hasta el cielo. Mis ojos siguieron la escalera hasta el final, y entonces no di crédito a lo que vi.

« Volved a mirar» , decía mi cerebro.

« Ya estamos mirando —insistían mis ojos—. Está ahí de verdad» .

-Sí, todos tenemos esa reacción- Annabeth le dio un suave beso a su novio

Desde lo alto de las nubes se alzaba el pico truncado de una montaña, con la cumbre cubierta de nieve. Colgados de una ladera de la montaña había docenas de palacios en varios niveles. Una ciudad de mansiones: todas con pórticos de columnas, terrazas doradas y braseros de bronce en los que ardían mil fuegos. Los caminos subían enroscándose hasta el pico, donde el palacio más grande de todos refulgía recortado contra la nieve. En los precarios jardines colgantes florecían olivos y rosales. Vislumbré un mercadillo al aire libre lleno de tenderetes de colores, un anfiteatro de piedra en una ladera de la montaña, un hipódromo y un coliseo en la otra. Era una antigua ciudad griega, pero no estaba en ruinas. Era nueva, limpia y llena de colorido, como debía de haber sido Atenas dos mil quinientos años atrás.

« Este lugar no puede estar aquí» , me dije. ¿La cumbre de una montaña colgada encima de Nueva York como un asteroide de mil millones de toneladas? ¿Cómo algo así podía estar anclado encima del Empire State, a la vista de millones de personas, y que nadie lo viera?

Pero allí estaba. Y allí estaba yo.

Mi viaje a través del Olimpo discurrió en una neblina. Pasé al lado de unas ninfas del bosque que se reían y me tiraron olivas desde su jardín. Los vendedores del mercado me ofrecieron ambrosía, un nuevo escudo y una réplica genuina del Vellocino de Oro, en lana de purpurina, como anunciaba la Hefesto Televisión. Las nueve musas afinaban sus instrumentos para dar un concierto en el parque mientras se congregaba una pequeña multitud: sátiros, náyades y un puñado de adolescentes guapos que debían de ser dioses y diosas menores. Nadie parecía preocupado por una guerra civil inminente. De hecho, todo el mundo parecía estar de fiesta.

-Así es básicamente la vida- dijo Hermes

Varios se volvieron para verme pasar y susurraron algo que no pude oír.

Subí por la calle principal, hacia el gran palacio de la cumbre. Era una copia inversa del palacio del inframundo. Allí todo era negro y de bronce; aquí, blanco y con destellos argentados.

Hades debía de haber construido su palacio a imitación de éste. No era bienvenido en el Olimpo salvo durante el solsticio de invierno, así que se había construido su propio Olimpo bajo tierra. A pesar de mi mala experiencia con él, lo cierto es que el tipo me daba un poco de pena. Que te negaran la entrada a aquel sitio parecía de lo más injusto. Amargaría a cualquiera.

Algunos dioses miraron con simpatía al dios, otros más bien parecían aburridos

Unos escalones conducían a un patio central. Tras él, la sala del trono.

« Sala» no es exactamente la palabra adecuada. Aquel lugar hacía que la estación Grand Central de Nueva York pareciera un armario para escobas. Columnas descomunales se alzaban hasta un techo abovedado, en el que se desplazaban las constelaciones de oro. Doce tronos, construidos para seres del tamaño de Hades, estaban dispuestos en forma de U invertida, como las cabañas en el Campamento Mestizo. Una hoguera enorme ardía en el brasero central. Todos los tronos estaban vacíos salvo dos: el trono principal a la derecha, y el contiguo a su izquierda.

Todas las miradas fueron de Zeus a Poseidón

No hacía falta que me dijeran quiénes eran los dos dioses que estaban allí sentados, esperando que me acercara. Avancé con piernas temblorosas.

Como había hecho Hades, los dioses se mostraban en su forma humana gigante, pero apenas podía mirarlos sin sentir un cosquilleo, como si mi cuerpo fuera a arder en cualquier momento. Zeus, el señor de los dioses, lucía un traje azul marino de raya diplomática. El suyo era un trono sencillo de platino. Llevaba la barba bien recortada, gris, veteada de negro, como una nube de tormenta. Su rostro era orgulloso, hermoso y sombrío al mismo tiempo, y tenía los ojos de un gris lluvia. A medida que me acerqué a él, el aire crepitó y despidió olor a ozono.

Sin duda el dios sentado a su lado era su hermano, pero vestía de manera muy distinta. Me recordó a uno de esos playeros permanentes de Cayo Hueso. Llevaba sandalias de cuero, pantalones cortos caqui y una camiseta de las Bahamas con estampado de cocos y loros. Estaba muy bronceado y sus manos se veían surcadas de cicatrices, como un viejo pescador. Tenía el pelo negro, como el mío. Su rostro poseía la misma mirada inquietante que siempre me había señalado como rebelde. Pero sus ojos, del verde del mar, también como los míos, estaban rodeados de arrugas provocadas por el sol, lo que sugería que solía reír.

-Lo hago- dijo Poseidón interrumpiéndose

Su trono era una silla de pescador. Ya sabes, el típico asiento giratorio de cuero negro con una funda acoplada para afirmar la caña. En lugar de una caña, la funda sostenía un tridente de bronce, cuyas puntas despedían una luminiscencia verdosa. Los dioses no se movían ni hablaban, pero había tensión en el aire, como si acabaran de discutir.

Me acerqué al trono de pescador y me arrodillé a sus pies.

Padre. —No me atreví a levantar la cabeza. El corazón me iba a cien por hora. Sentía la energía que emanaba de los dos dioses. Si decía lo incorrecto, me fulminarían en el acto.

A mi izquierda, habló Zeus:

¿No deberías dirigirte primero al amo de la casa, chico?

Mantuve la cabeza gacha y esperé.

Paz, hermano —dijo por fin Poseidón.

-¡Qué dramático- suspiró Afrodita -si sigue así me va a quitar el puesto!

Su voz removió mis recuerdos más lejanos: el brillo cálido que había sentido de bebé, su mano sobre mi frente—. El muchacho respeta a su padre. Es lo correcto.

¿Sigues reclamándolo, pues? —preguntó Zeus, amenazador—. ¿Reclamas a este hijo que engendraste contra nuestro sagrado juramento?

-Miren quien habla- murmuró Thalia

He admitido haber obrado mal. Ahora quisiera oírlo hablar.

-¡Poseidón!- gritó Afrodita

« Haber obrado mal...» . Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Eso es todo lo que yo era? ¿Una mala obra? ¿El resultado del error de un dios?

-Por supuesto que no- dijo Poseidón

Ya le he perdonado la vida una vez —rezongó Zeus—. Atreverse a volar a través de mi reino... ¡Bueno! Debería haberlo fulminado al instante por su insolencia.

¿Y arriesgarte a destruir tu propio rayo maestro? —replicó Poseidón con calma—. Escuchémoslo, hermano.

Zeus refunfuñó un poco más y decidió:

Escucharé. Después me pensaré si lo arrojo del Olimpo o no.

Perseus —dijo Poseidón—. Mírame.

Lo hice, y su rostro no me indicó nada. No había ninguna señal de amor o aprobación, nada que me animase.

Poseidón miraba incómodo el libro

Era como mirar el océano: algunos días veías de qué humor estaba, aunque la mayoría resultaba ilegible y misterioso.

Tuve la impresión de que Poseidón no sabía realmente qué pensar de mí. No sabía si estaba contento de tenerme como hijo o no.

-Estoy contento- dijo Poseidón

Aunque resulte extraño, me alegré de que se mostrara tan distante. Si hubiese intentado disculparse, o decirme que me quería, o sonreír siquiera, habría parecido falso, como un padre humano que buscara alguna excusa para justificar su ausencia. Podía vivir con aquello. Después de todo, tampoco yo estaba muy seguro de él.

Dirígete al señor Zeus, chico —me ordenó Poseidón—. Cuéntale tu historia.

Así pues, conté todo lo ocurrido, con pelos y señales. Luego saqué el cilindro de metal, que empezó a chispear en presencia del dios del cielo, y lo dejé a sus pies.

Se produjo un largo silencio, sólo interrumpido por el crepitar de la hoguera.

Zeus abrió la palma de la mano. El rayo maestro voló hasta allí. Cuando cerró el puño, los extremos metálicos zumbaron por la electricidad hasta que sostuvo lo que parecía más un relámpago, una jabalina cargada de energía sonora que me erizó la nuca.

Presiento que el chico dice la verdad —murmuró Zeus—. Pero que Ares haya hecho algo así... es impropio de él.

Es orgulloso e impulsivo —comentó Poseidón—. Le viene de familia.

Percy tosió algo que sonó como "Thalia"

¿Señor? —tercié.

Ambos respondieron al unísono:

¿Sí?

Ares no actuó solo. La idea se le ocurrió a otro, a otra cosa.

Describí mis sueños y aquella sensación experimentada en la playa, aquel fugaz aliento maligno que pareció detener el mundo y evitó que Ares me matara. —En los sueños —proseguí—, la voz me decía que llevara el rayo al inframundo. Ares sugirió que él también había soñado. Creo que estaba siendo utilizado, como yo, para desatar una guerra.

¿Acusas a Hades, después de todo? —preguntó Zeus.

-El chico/Percy no quería decir eso- dijeron Nico y Hades al mismo tiempo

Will sonrió

No —contesté—. Quiero decir, señor Zeus, que he estado en presencia de Hades. La sensación de la playa fue diferente. Fue lo mismo que sentí cuando me acerqué al foso. Es la entrada al Tártaro, ¿no? Algo poderoso y malvado se está desperezando allí abajo... algo más antiguo que los dioses.

Poseidón y Zeus se miraron. Mantuvieron una discusión rápida e intensa en griego antiguo. Sólo capté una palabra: « Padre» .

Los hermanos miraron con repugnancia al pensar en su padre

Poseidón hizo alguna sugerencia, pero Zeus cortó por lo sano. Poseidón intentó discutir. Molesto, Zeus levantó una mano.

Asunto concluido —dijo—. Tengo que ir a purificar este relámpago en las aguas de Lemnos, para limpiar la mancha humana del metal. —Se levantó y me miró. Su expresión se suavizó ligeramente—. Me has hecho un buen servicio, chico. Pocos héroes habrían logrado tanto.

-¡Ni siquiera pensaste en investigar el asunto!- gritaron Hera y Deméter

-Tal vez no valía la pena- se defendió Zeus

Tuve ayuda, señor —respondí—. Grover Underwood y Annabeth Chase...

Para mostrarte mi agradecimiento, te perdonaré la vida. No confío en ti, Perseus Jackson. No me gusta lo que tu llegada supone para el futuro del Olimpo, pero, por el bien de la paz en la familia, te dejaré vivir.

-Gracias, por su consideración- habló Thalia

Esto... gracias, señor.

Ni se te ocurra volver a volar. Que no te encuentre aquí cuando vuelva. De otro modo, probarás este rayo. Y será tu última sensación.

El trueno sacudió el palacio. Con un relámpago cegador, Zeus desapareció.

Me quedé solo en la sala del trono con mi padre.

Tu tío —suspiró Poseidón— siempre ha tenido debilidad por las salidas dramáticas. Le habría ido bien como dios del teatro.

-Poseidón, acabas de decir que el chico es un error ¿Y luego te pones a hacer chistes? Eso no es para nada lindo- dijo la diosa del amor

Un silencio incómodo.

Señor —pregunté—, ¿qué había en el foso?

¿No te lo has imaginado ya?

¿Cronos? ¿El rey de los titanes?

Incluso en la sala del trono del Olimpo, muy lejos del Tártaro, el nombre « Cronos» oscureció la estancia, haciendo que la hoguera a mi espalda no pareciera tan cálida.

Lo mismo pasó en la sala

Poseidón agarró su tridente.

En la primera guerra, Percy, Zeus cortó a nuestro padre Cronos en mil pedazos, justo como Cronos había hecho con su propio padre, Urano. Zeus arrojó los restos de Cronos al foso más oscuro del Tártaro.

Nico se estremeció, ahora que recordaba un poco más, era todo peor, al menos el calor que el cuerpo de Will desprendía era un recordatorio de que estaba bien

El ejército titán fue desmembrado, su fortaleza en el monte Etna destruida y sus monstruosos aliados desterrados a los lugares más remotos de la tierra. Aun así, los titanes no pueden morir, del mismo modo que tampoco podemos morir los dioses. Lo que queda de Cronos sigue vivo de alguna espantosa forma, sigue consciente de su dolor eterno, aún hambriento de poder.

Se está curando —dije—. Está volviendo.

Poseidón negó con la cabeza.

De vez en cuando, a lo largo de los eones, Cronos se despereza. Se introduce en las pesadillas de los hombres e inspira malos pensamientos. Despierta monstruos incansables de las profundidades. Pero sugerir que puede levantarse del foso es otro asunto.

Eso es lo que pretende, padre. Es lo que dijo.

Poseidón guardó silencio durante un largo momento.

Zeus ha cerrado la discusión sobre este asunto. No va a permitir que se hable de Cronos.

-Como siempre, solo hace su voluntad- gruñó Hera

Has completado tu misión, niño. Eso es todo lo que tenías que hacer.

Pero... —Me interrumpí. Discutir no iba a servir de nada. De hecho, bien podría enfadar a mi padre—. Como... deseéis, padre.

Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.

La obediencia no te surge de manera natural, ¿verdad?

No... señor.

-Tal para cual- bufó Atenea

En parte es culpa mía, supongo. Al mar no le gusta que lo contengan. —Se irguió en toda su estatura y recogió su tridente. Entonces emitió un destello y adoptó el tamaño de un hombre normal—. Debes marcharte, niño. Pero primero tienes que saber que tu madre ha vuelto.

Impresionado, lo miré fijamente y pregunté:

¿Mi madre?

La encontrarás en casa. Hades la envió de vuelta cuando recuperaste su yelmo. Incluso el Señor de los Muertos paga sus deudas.

-Yo sí cumplo mis promesas- dijo Hades

El corazón me latía desbocado. No podía creérmelo.

¿Vais a... querríais...?

Quería preguntarle a Poseidón si le apetecía venir conmigo a verla, pero entonces reparé en que eso era ridículo.

-Awwww ternurita- gritó Afrodita -qué lindo

Me imaginé al dios del mar en un taxi camino del Upper East Side. Si hubiese querido ver a mi madre durante todos éstos años, lo habría hecho. Y también había que pensar en Gabe el Apestoso.

Los ojos de Poseidón adquirieron un tinte de tristeza.

Cuando regreses a casa, Percy, deberás tomar una decisión importante. Encontrarás un paquete esperándote en tu habitación.

¿Un paquete?

Lo entenderás cuando lo veas. Nadie puede elegir tu camino, Percy. Debes decidirlo tú.

Asentí, aunque no sabía a qué se refería.

Tu madre es una reina entre las mujeres —declaró Poseidón con añoranza —. No he conocido una mortal como ella en mil años.

Afrodita volvió a chillar

Poseidón se sonrojó, aún no conocía a aquella mortal, pero si hablaba así de alguien es que valía realmente la pena

Aun así... lamento que nacieras, niño.

Poseidón bufó, molesto consigo mismo

Te he deparado un destino de héroe, y el destino de los héroes nunca es feliz. Es trágico en todas las ocasiones.

Intenté no sentirme herido. Allí estaba mi propio padre, diciéndome que lamentaba que yo hubiese nacido.

No me importa, padre.

Puede que aún no —dijo—. Aún no. Pero aquello fue un error imperdonable por mi parte.

-Un poco de tacto, Poseidón- dijo Hestia

Os dejo, pues. —Hice una reverencia incómoda—. N-no os molestaré otra vez.

Me había alejado cinco pasos cuando me llamó.

Perseus. —Me volví. Había un fulgor en sus ojos, una especie de orgullo fiero—. Lo has hecho muy bien, Perseus. No me malinterpretes. Hagas lo que hagas, debes saber que eres hijo mío. Eres un auténtico hijo del dios del mar.

-Eso estuvo mejor- habló la diosa del hogar -aun así no fue suficiente

Cuando regresé caminando por la ciudad de los dioses, las conversaciones se detuvieron. Las musas interrumpieron su concierto. Todos, personas, sátiros y náyades, se volvieron hacia mí con expresiones de respeto y gratitud, y cuando pasé junto a ellos se inclinaron como si yo fuera un héroe de verdad.

-¡Eres un héroe de verdad!- gritaron los semidioses

Quince minutos más tarde, aún en trance, ya estaba de vuelta en las calles de Manhattan.

Fui en taxi hasta el apartamento de mi madre, llamé al timbre y allí estaba: mi preciosa madre, con aroma a menta y regaliz, cuyo cansancio y preocupación desaparecieron de su rostro al verme.

¡Percy! Oh, gracias al cielo. Oh, mi niño.

Me dio un fuerte abrazo y nos quedamos en el pasillo, mientras ella sollozaba y me acariciaba el pelo. Lo admitiré: también yo tenía los ojos llorosos. Temblaba de emoción, tan aliviado me sentía.

Las diosas (incluida Artemisa) miraban con ternura a Percy

Me dijo que sencillamente había aparecido en el apartamento aquella mañana y Gabe casi se había desmayado del susto. No recordaba nada desde el Minotauro, y no podía creerse lo que le había contado Gabe: que yo era un criminal buscado, que había viajado por todo el país y había estropeado monumentos nacionales de incalculable valor. Se había vuelto loca de preocupación todo el día porque no había oído las noticias. Gabe la había obligado a ir a trabajar, puesto que tenía un sueldo que ganar.

Poseidón apretó los puños

Me tragué la ira y le conté mi historia. Intenté suavizarla para que pareciera menos horrible de lo que en realidad había sido, pero no era tarea fácil. Estaba a punto de llegar a la pelea con Ares cuando la voz de Gabe me interrumpió desde el salón.

¡Eh, Sally! ¿Ese pastel de carne está listo o qué?

Cerró los ojos.

No va a alegrarse de verte, Percy. La tienda ha recibido hoy medio millón de llamadas desde Los Ángeles... Algo sobre unos electrodomésticos gratis.

Ah, sí. Sobre eso...

-Más vale que no haga nada- murmuró Poseidón para sí mismo

Consiguió lanzarme una sonrisita.

No lo enfades más, ¿vale? Venga, pasa.

Durante mi ausencia el apartamento se había convertido en Tierra de Gabe. La basura llegaba a los tobillos en la alfombra. El sofá había sido retapizado con latas de cerveza y de las pantallas de las lámparas colgaban calcetines sucios y ropa interior.

Gabe y tres de sus amigotes jugaban al póquer en la mesa.

Artemisa rodó los ojos

Cuando Gabe me vio, se le cayó el puro y la cara se le congestionó.

¿Cómo... cómo tienes la desfachatez de aparecer aquí, pequeña sabandija?

Creía que la policía...

No es un fugitivo —intervino mi madre sonriendo—. ¿No es maravilloso, Gabe?

Nos miró boquiabierto. Estaba claro que mi vuelta a casa no le parecía tan maravillosa.

Ya es bastante malo que tuviera que devolver el dinero de tu seguro de vida, Sally —gruñó—. Dame el teléfono. Voy a llamar a la policía.

Todos en la sala podían sentir la ira del dios del mar, Percy estaba igual o incluso peor al recordar lo que seguía, Annabeth le dio un suave apretón en la mano y se pegó más a él.

¡Gabe, no!

Él arqueó las cejas.

¿Dices que no? ¿Crees que voy a aguantar a este monstruo en ciernes en mi casa? Aún puedo presentar cargos contra él por destrozarme el Cámaro.

Pero...

Levantó la mano y mi madre se estremeció.

-Oh no, no lo hizo- gruñó Artemisa

Percy cerró los ojos para tratar de alejar la furia que sentía, ya que la tierra empezaba a temblar

-Ya pasó- murmuró Annabeth -tu madre está a salvo en casa

La tierra se calmó

Poseidón se tocaba el puente de la nariz... ¡Esas tontas reglas! ¡Él no podía hacer nada mientras madre e hijo sufrían!

¿Cuántos errores había cometido?

Apolo le quitó amablemente el libro y siguió leyendo ante la mirada perpleja de todos

Entonces comprendí algo: Gabe había pegado a mi madre. No sabía cuándo ni cómo, pero estaba seguro de que lo había hecho. Quizá llevaba años haciéndolo sin que yo me enterase. La ira empezó a expandirse en mi pecho. Me acerqué a Gabe, sacando instintivamente mi bolígrafo del bolsillo.

Él se echó a reír.

¿Qué, pringado? ¿Vas a escribirme encima? Si me tocas, irás a la cárcel para siempre, ¿te enteras?

-Sigue siendo un mortal- señaló Hestia de manera amable

Vale ya, Gabe —lo interrumpió su colega Eddie—. Sólo es un crío.

Gabe lo fulminó con la mirada e imitó con voz de falsete:

Sólo es un crío.

Sus otros colegas rieron como idiotas.

Está bien. Seré amable. —Gabe me enseñó unos dientes manchados de tabaco y añadió—: Tienes cinco minutos para recoger tus cosas y largarte. Si no, llamaré a la policía.

¡Gabe, por favor! —suplicó mi madre.

Prefirió huir de casa —repuso él—. Muy bien, pues que siga huido.

Me moría de ganas por destapar Anaklusmos, pero la hoja no hería a los humanos. Y Gabe, en la definición más pobre del término, era humano.

Mi madre me agarró del brazo.

Por favor, Percy. Vamos. Iremos a tu cuarto.

Permití que me apartara. Las manos aún me temblaban de ira.

Mi habitación estaba abarrotada de la basura de Gabe: baterías de coche estropeadas, trastos y chismes de toda índole, e incluso un ramo de flores medio podridas que alguien le había enviado tras ver su entrevista con Barbara Walters.

Gabe sólo está un poco disgustado, cariño —me dijo mi madre—. Hablaré con él más tarde. Estoy segura de que funcionará.

Mamá, nunca funcionará. No mientras él siga aquí.

Ella se frotó las manos, nerviosa.

Mira... te llevaré a mi trabajo el resto del verano. En otoño a lo mejor encontramos otro internado... —Déjalo ya, mamá.

Bajó la mirada.

Lo intento, Percy. Sólo... que necesito algo de tiempo.

De pronto apareció un paquete en mi cama. Por lo menos, habría jurado que un instante antes no estaba allí. Era una caja de cartón del tamaño de una pelota de baloncesto. La dirección estaba escrita con mi caligrafía:

Los Dioses

Monte Olimpo

Planta 600

Edificio Empire State Nueva York, NY

Con mis mejores deseos, PERCY JACKSON

-El dichoso paquete- dijo Piper

-Bro, tu imprudencia fue devuelta- dijo Jason

Percy sonrió un poco

Encima, escrita con la letra clara de un hombre, leí la dirección de nuestro apartamento y las palabras: « DEVOLVER AL REMITENTE». De repente comprendí lo que Poseidón me había dicho en el Olimpo: un paquete y una decisión. « Hagas lo que hagas, debes saber que eres hijo mío. Eres un auténtico hijo del dios del mar».

Miré a mi madre.

Mamá, ¿quieres que desaparezca Gabe?

Percy, no es tan fácil. Yo...

Mamá, contesta. Ese cretino te ha pegado. ¿Quieres que desaparezca o no?

Vaciló, y después asintió levemente.

Sí, Percy. Quiero, e intento reunir todo mi valor para decírselo. Pero eso no puedes hacerlo tú por mí. No puedes resolver mis problemas.

Miré la caja.

Sí podía resolverlos. Si la llevaba a la mesa de póquer y sacaba su contenido, podría empezar mi propio jardín de estatuas justo allí, en el salón. Eso es lo que un héroe griego habría hecho, pensé. Era lo que Gabe se merecía. Pero la historia de un héroe siempre acaba en tragedia, como había dicho Poseidón.

Recordé el inframundo. Pensé en el espíritu de Gabe vagando eternamente en los Campos de Asfódelos, o condenado a alguna tortura terrible tras la alambrada de espino de los Campos de Castigo: una partida de póquer eterna, sumergido hasta la cintura en aceite hirviendo y escuchando ópera. ¿Tenía yo derecho a enviar a alguien allí, incluso tratándose de alguien tan despreciable como Gabe?

-No, eso es lo que diferencia a los héroes de los villanos- dijo Atenea

Un mes antes no lo habría dudado. Ahora...

Puedo hacerlo —le dije a mi madre—. Una miradita dentro de esta caja y no volverá a molestarte.

Mi madre miró el paquete y lo comprendió.

No, Percy —dijo apartándose—. No puedes.

Poseidón te llamó reina —le dije—. Me contó que no había conocido a una mujer como tú en mil años.

Percy... —musitó ruborizándose.

Mereces algo mejor que esto, mamá. Deberías ir a la universidad, obtener tu título. Podrías escribir tu novela, conocer a un buen hombre, vivir en una casa bonita. Ya no tienes que protegerme quedándote con Gabe. Deja que me deshaga de él.

Se secó una lágrima de la mejilla.

Hablas igual que tu padre —dijo—. Una vez me ofreció detener la marea y construirme un palacio en el fondo del mar.

Todos miraban con incredulidad a Poseidón, jamás le había ofrecido eso a nadie

Creía que podía resolver mis problemas con un simple ademán.

¿Y qué hay de malo en eso?

Sus ojos multicolores parecieron indagar en mi interior.

Creo que lo sabes, Percy. Te pareces lo bastante a mí para entenderlo. Si mi vida tiene que significar algo, debo vivirla por mí misma.

-Tiene razón- comentó Artemisa -esa mortal me agrada

No puedo dejar que un dios o mi hijo se ocupen de mí... Tengo que encontrar yo sola el sentido de mi existencia. Tu misión me lo ha recordado.

Oímos el sonido de las fichas de póquer e improperios, y el canal deportivo ESPN en el televisor del salón.

Dejaré la caja aquí —dije—. Si él te amenaza...

Ella asintió con aire triste.

¿Adónde piensas ir, Percy?

A la colina Mestiza.

¿Para verano... o para siempre?

Supongo que eso depende.

Nos miramos y tuve la sensación de que habíamos alcanzado un acuerdo. Ya veríamos cómo estaban las cosas al final del verano.

Me besó en la frente.

Serás un héroe, Percy. El mayor héroe de todos.

-Lo eres- dijeron sus amigos, haciendo sonrojar a Percy

Volví a mirar mi habitación e intuí que ya no volvería a verla. Después fui con mi madre hasta la puerta principal.

¿Te marchas tan pronto, pringado? —me gritó Gabe por detrás—. ¡Hasta nunca!

Tuve un último momento de duda. ¿Cómo podía desperdiciar la oportunidad de darle su merecido a aquel bruto? Me iba sin salvar a mi madre.

¡Sally! —gritó él—. ¿Qué pasa con ese pastel de carne?

Una mirada de ira refulgió en los ojos de mi madre y pensé que, después de todo, quizá sí estaba dejándola en buenas manos. Las suyas propias.

-Es lo mejor que puedes hacer- aseguró Artemisa

El pastel de carne llega en un minuto, cariño —le contestó—. Pastel de carne con sorpresa.

Me miró y me guiñó un ojo.

Lo último que vi cuando la puerta se cerraba fue a mi madre observando a Gabe, como si evaluara qué tal quedaría como estatua de jardín.

-Espero que lo haya hecho- habló Poseidón

-Un capítulo más- anunció Apolo

-Solo queda un capítulo, ya no puede pasar nada ¿Cierto?- preguntó Poseidón

Percy se removió -Hay que leer

-La profecía ya se cumplió ¿No es así?- dijo Hermes -irás al oeste donde te enfrentarás al dios que se ha revelado. Ese era Ares y no Hades. Encontrarás lo robado y lo devolverás. Encontraste y devolviste el rayo y el Yelmo de oscuridad. Serás traicionado por quien dice ser tu amigo. Ese era Ares ¿No?. Fingió ser tu amigo y luego te traicionó. Al final, no conseguirás salvar lo más importante. No conseguiste salvar a tu madre del inframundo...

Annabeth y Percy se miraron

-Creo, señor Hermes, que es mejor seguir leyendo- añadió Annabeth

Apolo miró a Hermes, él, como dios de la profecía sabía que aún no estaba completa

Hermes frunció el ceño y miró a sus hijos que apartaron la mirada, suspiró derrotado, tenía una buena hipótesis sobre lo que faltaba, es solo que tenía la esperanza de estar equivocado

-Yo leo- se ofreció Artemisa