Todos se despertaron sobresaltados por aquellos gritos, eran gritos mezclados de dolor y terror...

El hijo de Poseidón salió corriendo del palacio de su padre, no sabía con exactitud lo que ocurría, por su cabeza solo pasaba una cosa... Esos gritos eran de Annabeth. Cuando llegó, la mayoría ya estaba ahí.

-¿Qué pasa?- preguntó Percy deteniéndose a tiempo para no arrollar a Piper.

-Annabeth...

No dijo otra cosa, Percy la pasó y entró al palacio de Atenea.

Cuando llegó, vio a la diosa de la sabiduría en un rincón, estaba pálida, Afrodita estaba a su lado.

-La chica está teniendo pesadillas- habló la diosa del amor -y deben ser horribles, pero por alguna razón no podemos despertarla, Apolo lo intentó, pero la chica solo gritó más, tal vez tú querido, puedas ayudarla.

Apolo se apartó de la cama de Annabeth -Lo siento, nunca había visto que los sueños atraparan tanto.

-Está bien- Percy suspiró, se acercó tentativamente a la cama de su listilla- ¿Annabeth?... Annabeth despierta, solo... Solo es un sueño- la levantó de la cama, la cabeza de ella se apoyaba en su pecho- escucha ¡Tienes que despertar! ¡Me enfadaré muchísimo si no lo haces! Annabeth, por favor.

Los gritos de terror fueron cambiados por pequeños sollozos.

-Shhh, estoy aquí, estoy aquí contigo, nada va a pasar, estamos juntos...

La tormenta era visible en los ojos de Annabeth cuando despertó -¿Per... Percy?.

-¡Gracias a los dioses! ¿Qué pasó listilla?

Por otro lado se oyó susurrar a Apolo -Nosotros no hicimos nada.

-No lo sé Percy, mis sueños nunca habían sido tan horribles, ese es tu trabajo- trató de sonreír.

-Y por eso espero que no me lo quites- la abrazó con fuerza.

Era un lugar oscuro Percy, no había esperanza, todo el lugar era hecho para matar ¿Estuve ahí? Tú no estabas conmigo...

-No lo sé listilla, pero te prometo que nunca nos vamos a separar.

Ambos semidioses estaban abrazados fuertemente.

Afrodita estaba llorando por la ternura de la pareja, murmuraba algo como "mi pareja favorita desde Helena y París".

En cuanto a la diosa de la sabiduría había recuperado el color en el rostro.

-Creo que todos se deberían ir a dormir- dijo Percy -Annabeth se irá conmigo al palacio de mi padre

Atenea iba a replicar, pero Apolo y Afrodita la callaron.

-Vamos listilla.

Juntos se encaminaron al palacio del dios del mar.

A la mañana siguiente, las llamas de Hestia se habían apagado un poco, obteniendo un color opaco debido a la preocupación de los semidioses.

Cuando Annabeth y Percy llegaron al comedor se veía la duda en los ojos de los demás, pero ninguno se atrevió a preguntar nada.

Annabeth por su parte, tenía ojeras alrededor de los ojos, ya que después de aquellos sueños terribles le había sido muy difícil volver a dormir, Percy también tenía ojeras y tenía cara de preocupación, el desayuno se hizo en silencio, esta vez no hubo bromas ni comentarios.

-Tal vez lo mejor sería seguir con la lectura- dijo atenea mirando con preocupación a su hija

Los semidioses asintieron.

-Después de la lectura necesitamos hablar- dijo Percy.

-¿Quién quiere leer?- preguntó amablemente Hestia.

-Yo- dijo Piper- el capítulo se llama me convierto en señor supremo...

Fue interrumpida cuando una brillante luz apareció en el Olimpo cubriéndolo todo, cuando la luz desapareció había tres chicos en medio de la sala, uno era una chica pelirroja grande y fuerte, los otros dos parecían gemelos y tenían una sonrisa pícara que te hacía revisar a ver si no faltaba nada en tus bolsillos.

-Preséntense- dijo Zeus con aparente tranquilidad.

Los semidioses dijeron

-Yo soy Travis

-Yo soy Connor Stoll y somos hijos

-De Hermes

Hermes les dio una sonrisa brillante a sus hijos

La chica pelirroja se presentó

-Soy Clarisse La Rue hija de Ares.

El dios la vio con una especie de sonrisa, ella se veía más prometedora que el chico romano.

-¿Qué hacemos aquí?- preguntó Clarisse

Los semidioses le explicaron lo más posible el plan de la Moiras.

Piper continuó la lectura -Bueno, el capítulo se llama me convierto en el señor supremo del lavabo

Clarisse miró con incredulidad a Percy quién se encogió de hombros.

En cuanto me repuse del hecho de que mi profesor de latín era una especie de caballo, dimos un bonito paseo, aunque puse mucho cuidado en no caminar detrás de él. Varias veces me había tocado formar parte de la patrulla boñiga en el desfile que los almacenes Macy's organizaban el día de Acción de Gracias y, sintiéndolo mucho, no confiaba en la parte trasera de Quirón ni de ningún equino.

Todos rieron por las ocurrencias del semidiós

Pasamos junto al campo de voleibol y algunos chicos se dieron codazos. Uno señaló el cuerno de minotauro que yo llevaba. Otro dijo: « Es él» .

La mayoría de los campistas eran mayores que yo. Sus amigos sátiros eran más grandes que Grover, todos trotando por allí con camisetas naranjas del campamento mestizo, sin nada que cubriera sus peludos cuartos traseros. No soy tímido, pero me incomodaba la manera en que me miraban, como si esperaran que me pusiera a hacer piruetas o algo así.

-En realidad, eso esperábamos- dijo Connor

-Queríamos ver lo que podría hacer el gran chico que mató al minotauro- terminó Travis

Me volví para mirar la casa. Era mucho más grande de lo que me había parecido: cuatro plantas, color azul cielo con madera blanca, como un balneario a gran escala. Estaba examinando la veleta con forma de águila que había en el tejado cuando algo captó mi atención, una sombra en la ventana más alta del desván a dos aguas. Algo había movido la cortina, sólo por un instante, y tuve la certeza de que me estaban observando.

-¿Qué hay ahí arriba? -le pregunté a Quirón.

Miró hacia donde yo señalaba y la sonrisa se le borró del rostro.

-Sólo un desván.

-¿Vive alguien ahí?

-No -respondió tajante-. Nadie.

-Annabeth, debes dejar de vivir en el desván- dijo Grover

Ella sonrió solo un poco

Tuve la impresión de que decía la verdad. No obstante, algo había movido la cortina.

-Vamos, Percy -me urgió Quirón con demasiada premura-. Hay mucho que ver.

Paseamos por campos donde los campistas recogían fresas mientras un sátiro tocaba una melodía en una flauta de junco.

Quirón me contó que el campamento producía una buena cosecha que exportaba a los restaurantes neoyorquinos y al monte Olimpo.

-Cubre nuestros gastos -aclaró-. Y las fresas casi no dan trabajo.

También me dijo que el señor D producía ese efecto en las plantas frutícolas: se volvían locas cuando estaba cerca. Funcionaba mejor con los viñedos, pero le habían prohibido cultivarlos, así que plantaba fresas.

Observé al sátiro tocar la flauta. La música provocaba que los animalillos y bichos abandonaran el campo de fresas en todas direcciones, como refugiados huyendo de un terremoto. Me pregunté si Grover podría hacer esa clase de magia con la música, y si seguiría en la casa, aguantando la bronca del señor D.

-Ahora ya sé hacer esa clase de magia y sí, estaba aguantando la bronca del señor D

-Grover no tendrá problemas, ¿verdad? -le pregunté a Quirón-. Quiero decir... ha sido un buen protector. De verdad.

Quirón suspiró. Dobló su chaqueta de tweed y la apoyó sobre su lomo, como si fuera una pequeña silla de montar.

-Grover tiene grandes sueños, Percy. Quizá incluso más grandes de lo que sería razonable. Pero, para alcanzar su objetivo, antes tiene que demostrar un gran valor y no fracasar como guardián, encontrar un nuevo campista y traerlo sano y salvo a la colina Mestiza.

-¡Pero si eso ya lo ha hecho!

-Estoy de acuerdo contigo -convino Quirón-, mas no me corresponde a mí tomar la decisión. Dionisio y el Consejo de los Sabios Ungulados deben juzgarlo. Me temo que podrían no ver este encargo como un logro. Después de todo, Grover te perdió en Nueva York. Y está también el desafortunado... destino de tu madre. Por no mencionar que Grover estaba inconsciente cuando lo arrastraste al interior de nuestra propiedad. El consejo podría poner en duda que eso demostrara valor por parte de Grover.

Quería protestar. Nada de lo que había ocurrido era culpa de Grover. Y también me sentía súper, supe culpable. Si no le hubiera dado esquinazo a Grover en la terminal de autobús, no se habría metido en problemas.

-Le darán una segunda oportunidad, ¿no?

Quirón se estremeció.

-Me temo que ésta era su segunda oportunidad, Percy.

-¿Qué pasó la primera vez?- preguntó Artemisa

El sátiro se estremeció, Thalia y Annabeth lo miraban con una sonrisa de apoyo

El consejo tampoco es que se muriera de ganas de dársela, después de lo que pasó la primera vez, hace cinco años. El Olimpo lo sabe, le aconsejé que esperara antes de volver a intentarlo. Aún es pequeño... -¿Cuántos años tiene?

-Bueno, veintiocho.

-¿Qué? ¿Y está en sexto?

-Los sátiros tardan el doble de tiempo en madurar que los humanos. Grover ha sido el equivalente a un estudiante de secundaria durante los últimos seis años.

-Eso es horrible.

-Eso es horrible- coincidieron Travis y Connor

-Pues sí -convino Quirón-. En cualquier caso, Grover es torpe, incluso para la media de sátiros, y aún no está muy ducho en magia del bosque. Además, se le ve demasiado ansioso por perseguir su sueño. A lo mejor ahora encuentra otra ocupación...

-Súper G es el mejor buscador

-Eso no es justo -dije-. ¿Qué pasó la primera vez? ¿De verdad fue tan malo?

Quirón apartó la mirada con rapidez.

-Mejor seguimos, ¿no?

Pero yo no estaba dispuesto a cambiar de tema tan fácilmente. Se me había ocurrido algo cuando Quirón habló del destino de mi madre, como si evitara a propósito la palabra muerte. Una idea empezó a chisporrotear en mi mente. -Quirón, si los dioses y el Olimpo y todo eso es real... -¿Sí?

-¿Significa que también es real el inframundo?

-Creo que era obvio para todos que no te ibas a quedar tan tranquilo- dijo amablemente Hestia

-Mi pequeño imprudente nunca se quedaría quieto

La expresión de Quirón se ensombreció.

-Así es. -Se interrumpió, como para escoger sus palabras con cuidado-. Hay un lugar al que los espíritus van tras la muerte. Pero por ahora... hasta que sepamos más, te recomendaría que te olvidaras de ello.

-¿A qué te refieres con « hasta que sepamos más» ?

-La luz dorada- explicó Atenea - así no es una forma común de bueno... Matar a alguien

-Vamos, Percy. Visitaremos el bosque.

A medida que nos acercamos, reparé en la enorme vastedad del bosque. Ocupaba por lo menos una cuarta parte del valle, con árboles tan altos y gruesos que parecía posible que nadie lo hubiera pisado desde los nativos americanos.

-Los bosques están bien surtidos, por si quieres probar, pero ve armado - me dijo Quirón.

-¿Bien surtidos de qué? ¿Armado con qué?

-Ya lo verás. El viernes por la noche hay una partida de « capturar la bandera» . ¿Tienes espada y escudo?

-¿Yo, espada y...?

-Vale, no creo que los tengas. Supongo que una cinco te irá bien. Luego pasaré por la armería.

Quería preguntar qué clase de campamento de verano tenía armería, pero había mucho más en lo que pensar, así que seguimos con la visita. Vimos el campo de tiro con arco, el lago de las canoas, los establos (que a Quirón no parecían gustarle demasiado), el campo de lanzamiento de jabalina, el anfiteatro del coro y el estadio donde Quirón dijo que se celebraban lides con espadas y lanzas.

-¿Lides con espadas y lanzas? -pregunté.

-Competiciones entre cabañas y todo eso. No suele haber víctimas mortales. Ah, sí, y ahí está el comedor.

-Con cuánta seguridad lo dice, me encanta el cambio de tema- dijo Jason

Quirón señaló un pabellón exterior rodeado de blancas columnas griegas sobre una colina que miraba al mar. Había una docena de mesas de piedra de picnic. No tenía techo ni paredes.

-¿Qué hacéis cuando llueve? -pregunté.

Quirón me miró como si me hubiera vuelto tonto.

-Tenemos que comer igualmente, ¿no?

-Una lluvia...

-No detendrá jamás

-Nuestro apetito- dijeron los hermanos Stoll

Al final me enseñó las « cabañas» , que en realidad eran una especie de bungalows. Había doce, junto al lago y dispuestas en forma de U, dos al fondo y cinco a cada lado. Sin duda eran las construcciones más estrambóticas que había visto nunca.

Salvo porque todas tenían un número de metal encima de la puerta (impares a la izquierda, pares a la derecha), no se parecían en nada. La número 9 tenía chimeneas, como una pequeña fábrica;

Hefesto sonrió

la 4, tomateras pintadas en las paredes y el techo de hierba auténtica;

Deméter suspiró

la 7 parecía hecha de oro puro, brillaba tanto a la luz del sol que era casi imposible mirarla.

-Es de oro puro- comentó Apolo -lo mejor para el mejor

Todas daban a una zona comunitaria del tamaño aproximado de un campo de fútbol, moteada de estatuas griegas, fuentes, arriates de flores y un par de canastas de básquet (más de mi estilo).

En el centro de la zona comunitaria había una gran hoguera rodeada de piedras. Aunque la tarde era cálida, el fuego ardía con fuerza. Una chica de unos nueve años cuidaba las llamas, atizando los carbones con una vara.

-¿Me viste?

-Sí, lamento no haberla saludado, lady Hestia

Ella sonrió

Las dos enormes construcciones del final, las números 1 y 2, parecían un mausoleo para una pareja real, de mármol y con columnas delante. La número 1 era la más grande y voluminosa de las doce. Las puertas de bronce pulidas relucían como un holograma, de modo que desde distintos ángulos parecían recorridas por rayos. La 2 tenía más gracia, con columnas más delgadas y rodeadas de guirnaldas de flores. Las paredes estaban grabadas con figuras de pavos reales.

-¿Zeus y Hera? -aventuré.

-Correcto.

-Parecen vacías.

-Algunas lo están. Nadie se queda para siempre en la uno o la dos.

Vale. Así que cada construcción tenía un dios distinto, como una mascota.

-No somos mascotas- dijo Hermes con un puchero

-Por supuesto que no- coincidió Apolo

-Claro que no- habló Artemisa - las mascotas son más lindas que ustedes

Doce casas para doce Olímpicos. Pero ¿por qué algunas estaban vacías?

Me detuve en la primera de la izquierda, la 3.

No era alta y fabulosa como la 1, sino alargada, baja y sólida. Las paredes eran de tosca piedra gris tachonada con pechinas y coral, como si los bloques de piedra hubieran sido extraídos directamente del fondo del océano. Eché un vistazo por la puerta abierta y Quirón comentó:

-¡Uy, yo no lo haría!

-Hubieras pasado, te reconocería ahí mismo

-Quirón dijo que no

-¿Y desde cuando haces caso?- preguntó con una pequeña sonrisa Annabeth

Percy se encogió de hombros y abrazó a su novia

Antes de que pudiera apartarme, percibí la salobre esencia del interior, como el viento a orillas del mar. Las paredes brillaban como abulón. Había seis literas vacías con sábanas de seda, pero ninguna señal de que alguien hubiera dormido allí. El lugar parecía tan triste y solitario, que me alegré cuando Quirón me puso una mano en el hombro y dijo:

-Vamos, Percy.

La mayoría de las demás casas estaban llenas de campistas.

La número 5 era rojo brillante: pintada fatal, como si le hubieran cambiado el color arrojándole cubos encima. El techo estaba rodeado de alambre de espinos. Una cabeza disecada de jabalí colgaba encima de la puerta, y sus ojos parecían seguirme. Dentro vi un montón de chicos y chicas con cara de malos, echándose pulsos y peleándose mientras sonaba música rock a todo trapo. Quien más ruido hacía era una chica de unos catorce años. Llevaba una camiseta talla XXL del Campamento Mestizo bajo una chaqueta de camuflaje. Me miró fijamente y lanzó una carcajada malévola. Me recordó a Nancy Bobofit, aunque esta chica era más grande, tenía un aspecto más feroz, y el pelo largo y greñudo, y castaño en lugar de rojizo.

Seguí andando, intentando mantenerme alejado de los cascos de Quirón.

-No hemos visto más centauros -comenté.

-No -repuso con tristeza-. Los de mi raza son gentes salvajes y bárbaras, me temo. Puedes encontrarlos en la naturaleza o en grandes eventos deportivos, pero no verás ninguno aquí.

-Dice que se llama Quirón. ¿Es realmente...?

Me sonrió desde arriba.

-¿El Quirón de las historias? ¿El maestro de Hércules y todo aquello? Sí, Percy, ése soy yo.

-Pero ¿no tendría que estar muerto?

Quirón se detuvo.

-¿Sabes?, no podría estar muerto. No depende mí. Eones atrás los dioses me concedieron mi deseo de seguir trabajando en lo que amaba. Podría ser maestro de héroes tanto tiempo como la humanidad me necesitara. He obtenido mucho de ese deseo... y también he renunciado a mucho. Pero sigo aquí, así que sólo se me ocurre que aún se me necesita.

Pensé en ser maestro durante tres mil años. Desde luego, no habría estado en la lista de mis diez deseos más ansiados.

-¿No se aburre?

-No, no. A veces me deprimo horriblemente, pero nunca me aburro.

-Con alguien como tú, nadie se aburriría

-Mira quien habla cara de pino

-¿Por qué se deprime?

-¿En serio Percy?- preguntó Piper

-Estaba aprendiendo

Quirón pareció volverse de nuevo duro de oído.

-Ah, mira -dijo-. Annabeth nos espera.

La chica rubia que había conocido en la Casa Grande estaba leyendo un libro delante de la última cabaña de la izquierda, la 11. Cuando llegamos junto a ella, me repasó con mirada crítica, como si siguiera pensando en que babeaba cuando dormía.

-Sí, lo siento sesos de alga, eso justamente estaba pensando

La lectura y las bromas con sus amigos la dejaban más tranquila

Intenté ver qué estaba leyendo, pero no pude descifrar el título. Pensé que mi dislexia atacaba de nuevo. Entonces reparé en que el libro ni siquiera estaba en inglés. Las letras parecían griego, literalmente griego. Contenía ilustraciones de templos, estatuas y diferentes clases de columnas, como las que hay en los libros de arquitectura.

-Típico- dijo Thalia

-Annabeth -dijo Quirón-, tengo clase de arco para profesores a mediodía. ¿Te encargas tú de Percy?

-Sí, señor.

-Cabaña once -me dijo Quirón e indicó la puerta-. Estás en tu casa.

La 11 era la que más se parecía a la vieja y típica cabaña de campamento, con especial hincapié en lo de vieja. El umbral estaba muy gastado; la pintura marrón, desconchada. Encima de la puerta había uno de esos símbolos de la medicina, el comercio y otras cosas, una vara con dos culebras enroscadas. ¿Cómo se llama? Un caduceo.

Estaba llena de chicos y chicas, muchos más que el número de literas. Había sacos de dormir por todo el suelo. Parecía más un gimnasio donde la Cruz Roja hubiera montado un centro de evacuación.

Los dioses se movieron incómodos

Quirón no entró. La puerta era demasiado baja para él. Pero cuando los campistas lo vieron, todos se pusieron en pie y saludaron respetuosamente con una reverencia.

-Bueno, así pues... -dijo Quirón-. Buena suerte, Percy. Te veo a la hora de la cena.

Y se marchó al galope hacia el campo de tiro.

Me quedé en el umbral, mirando a los chicos. Ya no inclinaban la cabeza. Ahora estaban pendientes de mí, calibrándome. Conocía esa parte. Había pasado por ella en bastantes colegios.

-¿Y bien? -me urgió Annabeth-. Vamos.

Así que, naturalmente, tropecé al entrar por la puerta y quedé como un completo idiota. Hubo algunas risitas, pero nadie dijo nada.

-Sentimos habernos reído

-Es que esperábamos una entrada un poco más triunfal

Annabeth anunció:

-Percy Jackson, te presento a la cabaña once.

-¿Normal o por determinar? -preguntó alguien.

Yo no supe qué responder, pero Annabeth anunció:

-Por determinar.

Todo el mundo se quejó.

Un chico algo mayor que los demás se acercó.

-También lamentamos habernos quejado- sonrieron los hermanos

-Bueno, campistas. Para eso estamos aquí. Bienvenido, Percy, puedes quedarte con ese hueco en el suelo, a ese lado.

El chico tendría unos diecinueve años, y vaya si molaba. Era alto y musculoso, de pelo color arena muy corto y sonrisa amable. Vestía una camiseta sin mangas naranja, pantalones cortados, sandalias y un collar de cuero con cinco cuentas de arcilla de distintos colores. Lo único que alteraba un poco su apariencia era una enorme cicatriz blanca que le recorría media cara desde el ojo derecho a la mandíbula, una vieja herida de cuchillo.

-Éste es Luke -lo presentó Annabeth, y su voz sonó algo distinta. La miré y habría jurado que estaba levemente ruborizada.

-Oh no- se quejó Thalia mirando a Annabeth

Ella estaba sonrojada y jugaba con el cabello de Annabeth

Al ver que la miraba su expresión volvió a endurecerse-. Es tu consejero por el momento.

-¿Por el momento? -pregunté.

-Eres un por determinar -me aclaró Luke-. Aún no saben en qué cabaña ponerte, así que de momento estás aquí. La cabaña once acoge a los recién llegados, todos visitantes, evidentemente. Hermes, nuestro patrón, es el dios de los viajeros.

Observé la pequeña sección de suelo que me habían otorgado. No tenía nada para señalarla como propia, ni equipaje, ni ropa ni saco de dormir. Sólo el cuerno del Minotauro. Pensé en dejarlo allí, pero luego recordé que Hermes también era el dios de los ladrones.

Miré alrededor. Algunos me observaban con recelo, otros sonreían estúpidamente, y otros me miraban como si esperaran la oportunidad de echar mano a mis bolsillos.

-Y también lamentamos esperar esa oportunidad

Percy negó divertido

-¿Cuánto tiempo voy a estar aquí? -pregunté.

-Buena pregunta -respondió Luke-. Hasta que te determinen.

-¿Cuánto tardará?

Todos rieron.

-Eres gracioso- los hermanos se encogieron de hombros

-Vamos -me dijo Annabeth-. Te enseñaré la cancha de voleibol.

-Ya la he visto.

-Vamos.

-Me agarró de la muñeca y me arrastró fuera, mientras los chicos reían a mis espaldas.

-Jackson, tienes que esforzarte más -dijo Annabeth cuando nos separamos unos metros.

-¿Qué?

Puso los ojos en blanco y murmuró entre dientes:

-¿Cómo pude creer que eras el elegido?

-Pero ¿qué te pasa? -Empezaba a enfadarme-. Lo único que sé es que he matado a un tío toro...

-¡No hables así! -me increpó Annabeth-. ¿Sabes cuántos chicos en este campamento desearían haber gozado de la oportunidad que tú tuviste?

Atenea alzó una ceja hacia su hija

-¿De que me mataran?

-¡De luchar contra el Minotauro! ¿Para qué crees que entrenamos?

Meneé la cabeza.

-Mira, si la cosa con que me enfrenté era realmente el Minotauro, el mismo del mito...

-Pues claro que lo era.

-Pero sólo ha habido uno, ¿verdad?

-Sí.

-Y murió hace un montón de años, ¿no? Se lo cargó Teseo en el laberinto.

Así que...

-Los monstruos no mueren, Percy. Pueden matarse, pero no mueren.

-Hombre, gracias. Eso lo aclara todo.

-No tienen alma, como tú o como yo. Puedes deshacerte de ellos durante un tiempo, tal vez durante toda una vida, si tienes suerte.

-Pero Percy no tiene suerte- murmuró Nico

-¿Qué quieres decir?- preguntó Poseidón

-Ya lo descubrirán

Pero son fuerzas primarias.

Quirón los llama « arquetipos» . Al final siempre vuelven a reconstruirse.

Pensé en la señora Dodds.

-¿Quieres decir que si matase a uno, accidentalmente, con una espada...?

-Esa Fur... quiero decir, tu profesora de matemáticas. Bien, pues ella sigue ahí fuera. Lo único que has hecho es cabrearla muchísimo.

-¿Cómo sabes de la señora Dodds?

-Hablas en sueños.

-Casi la llamas algo. ¿Una Furia? Son las torturadoras de Hades, ¿no?

Annabeth miró nerviosa al suelo, como si temiese que se abriera y la tragara.

-No deberías llamarlas por su nombre, ni siquiera aquí. Cuando tenemos que mencionarlas las llamamos « las Benévolas» .

-Oye, ¿hay algo que podamos decir sin que se ponga a tronar? -Sonaba llorica, incluso a mis oídos, pero en aquel momento ya no me importaba-. ¿Y por qué tengo que meterme en la cabaña once? ¿Por qué están todos tan apiñados? Está lleno de literas vacías en los otros sitios. -Señalé las primeras cabañas, y Annabeth palideció.

-No se elige la cabaña, Percy. Depende de quiénes son tus padres. O... tu progenitor. -Se me quedó mirando, esperando que lo pillara.

-Mi madre es Sally Jackson -respondí-. Trabaja en la tienda de caramelos de la estación Grand Central. Bueno, trabajaba.

-Siento lo de tu madre, Percy, pero no me refería a eso. Estoy hablando de tu otro progenitor. Tu padre.

-Está muerto. No lo conocí.

Annabeth suspiró. Sin duda ya había tenido antes esta conversación con otros chicos.

-Tu padre no está muerto, Percy.

-¿Cómo puedes decir eso? ¿Lo conoces?

-No, claro que no.

-¿Entonces cómo puedes decir...?

-Porque te conozco a ti. Y no estarías aquí si no fueras uno de los nuestros.

-No conoces nada de mí.

-¿No? -Levantó una ceja-. Seguro que no has parado de ir de escuela en escuela. Seguro que te echaron de la mayoría.

-¿Cómo...?

-Te diagnosticaron dislexia, quizá también THDA.

Intenté tragarme la vergüenza.

-¿Y eso qué importa ahora?

-Todo junto es casi una señal clara. Las letras flotan en la página cuando las lees, ¿verdad? Eso es porque tu mente está preparada para el griego antiguo. Y el

THDA (eres impulsivo, no puedes estarte quieto en clase), eso son tus reflejos para la batalla. En una lucha real te mantendrían vivo. Y en cuanto a los problemas de atención, se debe a que ves demasiado, Percy, no demasiado poco. Tus sentidos son más agudos que los de un mortal corriente. Por supuesto, los médicos quieren medicarte. La mayoría son monstruos. No quieren que los veas por lo que son.

-Hablas como... como si hubieras pasado por la misma experiencia.

-La mayoría de los chicos que están aquí lo han hecho. Si no fueras como nosotros no habrías sobrevivido al Minotauro, mucho menos a la ambrosía y el néctar.

-¿Ambrosía y néctar?

-La comida y la bebida que te dimos para que te recuperaras. Eso habría matado a un chico normal. Le habría convertido la sangre en fuego y los huesos en arena, y ahora estarías muerto. Asúmelo. Eres un mestizo.

Un mestizo. Tenía tantas preguntas en la cabeza que no sabía por dónde empezar.

Entonces una voz hosca exclamó:

-¡Pero bueno! ¡Un novato!

-Ay no, ¿No podían traerme en otro momento?- se quejó Clarisse

Me volví. La chica corpulenta de la cabaña 5 avanzaba hacia nosotros con paso lento y decidido. Tres chicas la seguían, grandes, feas y con aspecto de malas como ella, todas vestidas con chaquetas de camuflaje.

-Clarisse -suspiró Annabeth-. ¿Por qué no te largas a pulir la lanza o algo así?

-Fijo, señorita Princesa -repuso la chicarrona-. Para atravesarte con ella el viernes por la noche.

-Erre es korakas! -replicó Annabeth,

-¡Annabeth!- regañó Atenea

Ares se rió

y de algún modo entendí que en griego significaba « ¡Anda a dar de comer a los cuervos!» , aunque me dio la impresión de que era una maldición peor de lo que parecía.

-Os vamos a pulverizar -respondió Clarisse, pero le tembló un párpado. Quizá no estaba segura de poder cumplir su amenaza. Se volvió hacia mí-.

¿Quién es este alfeñique?

-Percy Jackson -dijo Annabeth-. Ésta es Clarisse, hija de Ares.

Parpadeé.

-¿El dios de la guerra?

Clarisse replicó con desdén:

-¿Algún problema?

-No -contesté-. Eso explica el mal olor.

Clarisse gruñó.

-Tenemos una ceremonia de iniciación para los novatos, Prissy.

-Percy.

-Lo que sea. Ven, que te la enseño.

-Clarisse... -la advirtió Annabeth.

-Quítate de en medio, listilla.

-¡Clarisse creó el apodo!- gritó Thalia

-¡Hemos vivido engañados!- siguió Piper

Annabeth parecía muy firme, pero vaya si se quitó de en medio, y yo tampoco quería su ayuda. Era el chico nuevo. Tenía que ganarme una reputación.

-Por las buenas o por las malas- gruñó Ares

Le entregué a Annabeth mi cuerno de minotauro y me preparé para pelear, pero antes de darme cuenta Clarisse me había agarrado por el cuello y me arrastraba hacia el edificio color ceniza que supe de inmediato que era el lavabo.

Yo lanzaba puñetazos y patadas. Me había peleado muchas veces antes, pero aquella Clarisse tenía manos de hierro. Me arrastró hasta el baño de las chicas. Había una fila de váteres a un lado y otra de duchas al otro. Olía como cualquier lavabo público, y yo pensé -todo lo que podía pensar mientras Clarisse me tiraba del pelo- que si aquel sitio era de los dioses, ya podrían procurarse unos servicios con más clase.

-Es lo que les he dicho miles de veces, pero no me hacen caso, se quejó Afrodita -es repugnante

Las amigas de Clarisse reían a todo pulmón, mientras yo intentaba encontrar la fuerza con que había derrotado al Minotauro, pero no estaba por ninguna parte.

-No estaba lloviendo- dijo Poseidón con una sonrisa

-Sí, hombre, seguro que es material de los Tres Grandes -dijo, empujándome hacia un váter-. Seguro que el Minotauro se murió de la risa al ver la pinta de este bobo.

Sus amigas no paraban de reír.

Annabeth estaba en una esquina, tapándose la cara pero mirando entre los dedos.

-Cuánta ayuda Annie- se burló Thalia

-Ni siquiera yo quería meterme con Clarisse

Clarisse me puso de rodillas y empezó a empujarme la cabeza hacia la taza. Apestaba a tuberías oxidadas y a... bueno, a lo que se echa en los váteres. Luché por mantener la cabeza erguida. Viendo aquella agua asquerosa pensé: « No meteré la cabeza ahí ni de broma» .

Ares sonreía, pero luego se dio cuenta del error de su hija.

Clarisse tenía la cara entre los brazos.

Y entonces ocurrió algo. Sentí un tirón en la boca del estómago. Oí las tuberías rugir y estremecerse. Clarisse me soltó el pelo. Un chorro de agua salió disparado del váter y describió un arco perfecto por encima de mi cabeza. Yo caí de espaldas al suelo sin dejar de oír los chillidos de Clarisse.

Me volví justo cuando el agua salió de nuevo de la taza, le dio a Clarisse directo en la cara y con tanta fuerza que la tumbó de culo. El chorro de agua la acosaba como si fuera una manguera antiincendios, empujándola hacia una cabina de ducha.

Ella se resistía dando manotazos y chillando, y sus amigas empezaron a acercarse. Pero entonces los otros váteres explotaron también y seis chorros más de agua las hicieron retroceder de golpe. Las duchas también entraron en funcionamiento, y juntas, todas las salidas de agua arrinconaron a las chicas hasta sacarlas del baño, arrastrándolas como desperdicios que se retiran con una manguera.

En cuanto salieron por la puerta, sentí aflojar el tirón del estómago y el agua terminó tan pronto como había empezado.

El lavabo entero estaba inundado. Annabeth tampoco se había librado. Estaba empapada de pies a cabeza, pero no había sido expulsada por la puerta.

-No era considerada una amenaza- sonrió Poseidón

-Eso fue mala estrategia niña- gruñó Ares

-No sabía que Prissy era hijo del dios del mar, no soy adivina.

Ares sonrió, su hija tenía agallas

Se encontraba exactamente en el mismo lugar, mirándome conmocionada.

Miré alrededor y reparé en que estaba sentado en el único sitio seco de la estancia. Había un círculo de suelo seco en torno a mí, y no tenía ni una gota de agua sobre la ropa. Nada.

Me puse en pie, con las piernas temblando.

-¿Cómo has...? -preguntó Annabeth.

-No lo sé.

Salimos fuera. Clarisse y sus amigas estaban tendidas en el barro, y un puñado de campistas se había reunido alrededor para mirarlas estupefactos. Clarisse tenía el pelo aplastado en la cara. Su chaqueta de camuflaje estaba empapada y ella olía a alcantarilla. Me dedicó una mirada de odio absoluto.

-Estás muerto, chico nuevo. Totalmente muerto.

Debería haberlo dejado estar, pero repliqué:

-¿Tienes ganas de volver a hacer gárgaras con agua del váter, Clarisse? Cierra el pico.

Todos rieron para el disgusto de cierta chica y cierto dios.

Sus amigas tuvieron que contenerla. Luego la arrastraron hacia la cabaña 5, mientras los otros campistas se apartaban para no recibir una patada de sus pies voladores.

Annabeth me miraba fijamente.

-¿Qué? -le pregunté-. ¿Qué estás pensando?

-Estoy pensando que te quiero en mi equipo para capturar la bandera.

-Grosera- Percy le sacó la lengua, luego se puso serio -necesitamos hablar- les dijo a todos los semidioses, ellos asintieron

Algunos los miraban preocupados, otros los veían aburridos.

-Pueden ir a mi palacio, ahí no los molestarán

-Gracias papá- dijo Percy -Clarisse, Stoll, vengan.

Los semidioses salieron de la sala de trono, seguidos por la mirada de los dioses...