-Yo quiero leer- dijo Calipso -el capítulo se llama partido de balón prisionero con unos caníbales

-Suena prometedor- dijo Apolo

-Jason, vamos a cambiar lugares- propuso Annabeth

-¿Por qué?

-Por favor- Annabeth le dio "la mirada", Jason asintió a regañadientes

Annabeth se sentó a lado de Piper y ambas chicas empezaron a hablar en voz muy baja

Jason se sentó a lado de Percy, ambos chicos veían con un puchero a sus novias

-Creo que los han cambiado- rió Leo

El día empezó de un modo normal, o por lo menos tan normal como puede serlo en la Escuela Preparatoria Meriwether.

Ya sabes, esa escuela « progresista» del centro de Manhattan, lo que significa que nos sentamos en grandes pufs, no en pupitres, que no nos ponen notas y que los profesores llevan tejanos y camisetas de rock, lo cual me parece genial.

-Igual a mí- dijeron Leo, los Stoll, Hermes y Apolo

Yo padezco THDA, Trastorno Hiperactivo por Déficit de Atención, y además soy disléxico, como la mayoría de los mestizos. Por eso nunca me ha ido demasiado bien en los colegios normales, incluso antes de que acabara expulsado. Lo único que Meriwether tenía de malo era que los profesores siempre se concentraban en el lado más brillante y positivo de las cosas. Mientras que los alumnos... bueno, no siempre resultaban tan brillantes.

-Por eso ibas ahí- murmuró Atenea

Pongamos por caso la primera clase de aquel día, la de Inglés. Todo el colegio había leído ese libro titulado El señor de las moscas, en el que un grupo de chicos quedan atrapados en una isla y acaban chalados. Así pues, como examen final, los profesores nos enviaron al patio de recreo y nos tuvieron allí una hora sin la supervisión de ningún adulto para ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que se armó un concurso de collejas entre los alumnos de séptimo y octavo curso, además de dos peleas a pedradas y un partido de baloncesto con placajes de rugby. El matón del colegio, Matt Sloan, dirigió la mayor parte de las actividades bélicas.

Sloan no era grandullón ni muy fuerte, pero actuaba como si lo fuera. Tenía ojos de perro rabioso y un pelo oscuro y desgreñado; siempre llevaba ropa cara, aunque muy descuidada,

-No es hijo mío- gruñó Ares al ver las miradas

como si quisiera demostrar a todo el mundo que el dinero de su familia le traía sin cuidado. Tenía mellado uno de sus incisivos desde el día que condujo sin permiso el Porsche de su padre para dar una vuelta y chocó con una señal de « ATENCIÓN: NIÑOS - REDUZCA LA VELOCIDAD» .

-¿Lo ven?- preguntó Ares

El caso es que Sloan estaba repartiendo tortas a diestro y siniestro cuando cometió el error de intentar darle una a mi amigo Tyson.

Tyson era el único chaval sin techo de la Escuela Preparatoria Meriwether. Por lo que mi madre y yo habíamos deducido, sus padres lo habían abandonado cuando era muy pequeño, seguramente por ser... tan diferente.

Poseidón se removió incómodo

Medía uno noventa y tenía la complexión del Abominable Hombre de las Nieves, pero lloraba continuamente y casi todo le daba miedo, incluso su propio reflejo.

-Es pequeño- murmuró Artemisa

Tenía la cara como deformada y con un aspecto brutal. No sabría decir de qué color eran sus ojos, porque nunca me animé a mirarlo más arriba de sus dientes torcidos. Aunque su voz era grave, hablaba de un modo más bien raro, como un chaval mucho más pequeño, supongo que porque nunca había ido al colegio antes de entrar en el Meriwether. Llevaba unos tejanos andrajosos, unas mugrientas zapatillas del número 50 y una camisa a cuadros escoceses con varios agujeros. Olía como huelen los callejones de Nueva York, porque vivía en uno de ellos, junto a la calle Setenta y dos, en la caja de cartón de un frigorífico.

-El padre del año- bufó Afrodita

Poseidón miraba incómodo a sus hijos

La Escuela Meriwether lo había adoptado a resultas de un proyecto de servicios comunitarios para que los alumnos pudieran sentirse satisfechos de sí mismos. Por desgracia, la mayoría no soportaba a Tyson. En cuanto descubrían que era un blandengue, un blandengue enorme, pese a su fuerza descomunal y su mirada espeluznante, se divertían metiéndose con él. Yo era prácticamente su único amigo, lo cual significaba que él era mi único amigo.

-Qué lindo- susurró Hestia

Mi madre había protestado un millón de veces en el colegio y los había acusado de no estar haciendo lo bastante para ayudarlo. También había llamado a los servicios sociales, pero al final nunca pasaba nada. Los asistentes sociales alegaban que Tyson no existía. Juraban y perjuraban que habían ido al callejón que les habíamos indicado y que nunca lo encontraban allí.

-Me escondía- dijo Tyson -no me gustaban esas personas

Cómo puede ser posible no encontrar a un chaval gigante que vive en la caja de un frigorífico, eso no lo entiendo.

El caso es que Matt Sloan se deslizó por detrás de él y trató de darle una colleja. A Tyson le entró pánico y lo apartó con un empujón más fuerte de la cuenta. Sloan salió volando y acabó enredado en el columpio que había cinco metros más allá.

¡Maldito monstruo! —gritó—. ¿Por qué no vuelves a tu caja de cartón?

-A los mortales no les gusta lo que es diferente- comentó Reyna

Tyson empezó a sollozar. Se sentó al pie de las barras para trepar (con tanta fuerza que dobló una) y ocultó la cara entre las manos.

¡Retira eso, Sloan! —le espeté.

Él me miró con desdén.

¿Por qué me das la lata, Jackson? Quizá tendrías amigos si no te pasaras la vida defendiendo a ese monstruo.

-Si son como él, es mejor que no tengas amigos- comentó Chris seriamente

Apreté los puños. Esperaba no tener la cara tan roja como la sentía.

No es un monstruo. Sólo es...

Traté de dar con la réplica adecuada, pero Sloan no me escuchaba. Él y sus horribles amigotes estaban muy ocupados riéndose a carcajadas. Me pregunté si sería cosa de mi imaginación o si realmente Sloan tenía a su alrededor más gorilas de lo normal. Me había acostumbrado a verlo rodeado de dos o tres, pero aquel día había más de media docena y estaba seguro de que no los conocía de nada.

-Vamos a empezar- susurró Poseidón

¡Espera a la clase de Deportes y verás, Jackson! —gritó Sloan—. Considérate hombre muerto.

Cuando terminó la hora, nuestro profesor de Inglés, el señor De Milo, salió a inspeccionar los resultados de la carnicería. Sentenció que habíamos entendido El señor de las moscas a la perfección.

Atenea bufó

Estábamos todos aprobados. Y nunca, dijo, nunca debíamos convertirnos en personas violentas. Matt Sloan asintió con seriedad y luego me lanzó una sonrisa burlona con su diente mellado.

Para que dejara de sollozar, tuve que prometerle a Tyson que a la hora del almuerzo le compraría un sandwich extra de mantequilla de cacahuete.

¿Soy... un monstruo? —me preguntó.

No —lo tranquilicé, apretando los dientes—. El único monstruo que hay aquí es Matt Sloan.

Tyson se sorbió los mocos.

Eres un buen amigo. Te echaré de menos el año que viene... si es que puedo...

Le tembló la voz. Me di cuenta de que no estaba seguro de que volvieran a admitirlo en el proyecto de servicios comunitarios. Me pregunté si el director se habría molestado en hablar con él del asunto.

-No lo hicieron- dijo Tyson tristemente

No te preocupes, grandullón —acerté a decir—. Todo irá bien.

Tyson me miró con una expresión tan agradecida que me sentí como un tremendo mentiroso. ¿Cómo podía prometerle a un chaval como él que todo iría bien?

El siguiente examen era de Ciencias. La señora Tesla nos dijo que teníamos que ir combinando productos químicos hasta que consiguiéramos que explotase algo. Tyson era mi compañero de laboratorio. Sus manos eran demasiado grandes para los diminutos frascos que se suponía debíamos usar y, de modo accidental, derribó una bandeja entera de productos químicos sobre la mesa y desencadenó en la papelera un gran hongo de gases anaranjados.

En cuanto la señora Tesla hubo evacuado el laboratorio y avisado a la brigada de residuos peligrosos, nos elogió a Tyson y a mí por nuestras dotes innatas para la química. Habíamos sido los primeros en superar su examen en menos de treinta segundos.

-¡No puedo creerlo!- gritó Atenea

Me alegraba que aquella mañana estuviese resultando tan ajetreada, porque eso me impedía pensar en mis propios problemas. No soportaba la idea de que se hubieran complicado las cosas en el campamento, ni mucho menos deseaba recordar siquiera la pesadilla de aquella noche. Tenía la horrible sensación de que Grover corría un serio peligro.

En Sociales, mientras dibujábamos mapas de latitud-longitud, abrí mi cuaderno de anillas y miré la foto que guardaba dentro: mi amiga Annabeth, de vacaciones en Washington D.C.

Afrodita soltó un chillido

Annabeth seguía hablando con Piper, pero estaba sonrojada

Iba con vaqueros y una cazadora tejana sobre una camiseta naranja del Campamento Mestizo, llevaba su pelo rubio recogido con un pañuelo y posaba de pie frente al Lincoln Memorial, con los brazos cruzados y el aire de estar muy satisfecha consigo misma, como si ella en persona hubiera diseñado el monumento. Ya sabes, Annabeth quiere ser arquitecta cuando sea mayor y por eso se pasa la vida visitando monumentos famosos y cosas por el estilo. Es un poquito rara en este sentido.

Annabeth interrumpió su conversación -Yo también te quiero, sesos de alga

Me había enviado la fotografía por e-mail después de las vacaciones de Pascua, y yo la miraba de vez en cuando para recordarme que Annabeth era real y que el Campamento Mestizo no era un producto de mi imaginación.

-Annabeth no estaba en el campamento ¿Cómo te lo puede recordar?- preguntó Bianca

-Porque ella es parte del campamento, si ella es real, el campamento lo es

-Si claro- dijo Nico -¿Ensayaste esa respuesta?

-No... Bueno, tal vez un poco- dijo Percy encogiéndose de hombros

Ojalá hubiese estado conmigo en aquel momento; ella habría sabido qué significaba mi sueño. Nunca lo reconocería en su presencia, pero, a decir verdad, ella era más lista que yo, por muy irritante que resultara a veces.

-Eso todos lo saben- dijo por primera vez Luke

Estaba a punto de cerrar el cuaderno, cuando Matt Sloan alargó el brazo y arrancó la foto de las anillas.

¡Eh! —protesté.

Sloan le echó un vistazo a la foto y abrió los ojos como platos.

Ni hablar, Jackson. ¿Quién es? ¿No será tu...?

Dámela. —Las orejas me ardían.

Sloan pasó la foto a sus espantosos compinches, que empezaron a soltar risitas y romperla en pedacitos para convertirlos en proyectiles.

-Tontos mortales- bufó Afrodita

Debían de ser alumnos nuevos que estaban de visita, porque todos llevaban aquellas estúpidas placas de identificación (« Hola, me llamo...» ) que daban en la oficina de inscripción. Y debían de tener también un extraño sentido del humor, porque habían escrito en ellas nombres extrañísimos como « Chupatuétanos» , « Devoracráneos» y « Quebrantahuesos» . Ningún ser humano tiene nombres así.

-¿Lo acabas de decir y no te diste cuenta?- preguntó Reyna con incredulidad

-Es posible- respondió Percy

Estos colegas se trasladan aquí el año que viene —dijo Sloan con aire fanfarrón, como si saberlo hubiese de aterrorizarme—. Apostaría a que ellos sí pueden pagarse la matrícula, a diferencia del tarado de tu amigo.

No es ningún tarado. —Tuve que hacer un esfuerzo para no darle un puñetazo en la cara.

-Entiendo eso- gruñó Ares conteniéndose para no arrancarle la cabeza al muchacho que abrazaba a su hija

Eres un auténtico pringado, Jackson. Por suerte para ti, en la próxima clase voy a acabar con todos tus sufrimientos.

Sus enormes compinches masticaron mi foto. Yo deseaba pulverizarlos, pero tenía órdenes estrictas de Quirón de no desahogar mi cólera ante simples mortales, por detestables que me resultasen.

-Eso es lo que hace un héroe- dijo Hestia de manera diplomática

Tenía que reservar mis fuerzas para los monstruos.

Aun así, no pude dejar de pensar: « Si supiera Sloan quién soy realmente...» .

Sonó el timbre.

Mientras Tyson y yo salíamos de la clase, una voz femenina me llamó en un susurro:

¡Percy!

Miré alrededor y escudriñé la zona de las taquillas, pero no había nadie que me prestara atención.

-De nuevo el acosador- rió Thalia

Annabeth levantó la vista y le sonrió, pero esta vez no interrumpió su conversación, parecía estar discutiendo un asunto de vida o muerte, aunque Piper estaba riendo

Por lo visto, las chicas del Meriwether no se habrían dejado pillar ni muertas pronunciando mi nombre.

Antes de que pudiera considerar si no habrían sido imaginaciones mías, un montón de chicos cruzaron el pasillo y nos arrastraron a Tyson y a mí hacia el gimnasio. Era la hora de Deportes. Nuestro entrenador nos había prometido un partido de balón prisionero, en plan batalla campal. Y Matt Sloan había prometido matarme.

El uniforme de gimnasia del Meriwether consiste en unos pantalones cortos azul celeste y unas camisetas desteñidas de colores variopintos. Por suerte, la mayor parte de los ejercicios atléticos los hacíamos de puertas adentro, de manera que no teníamos que trotar por el barrio de Tribeca con el aspecto de una manada de niños hippies.

Me cambié en los vestuarios lo más deprisa que pude porque no quería tropezarme con Sloan. Estaba a punto de salir cuando me llamó Tyson:

¿Percy? —Todavía no se había cambiado. Estaba junto a la puerta de la sala de pesas con el uniforme en la mano—. ¿Te importaría...?

Ah, sí. —Procuré reprimir el tono de fastidio—. Claro, hombre.

-Lo siento- dijo Tyson

-Tranquilo grandullón, el que lo siente soy yo- dijo Percy

Tyson se metió en la sala de pesas y yo monté guardia en la puerta mientras se cambiaba. Me sentía algo extraño haciendo aquello, pero Tyson me lo pedía casi todos los días. Imagino que era porque tiene el cuerpo totalmente lampiño, así como unas extrañas cicatrices en la espalda sobre las cuales nunca me he atrevido a preguntarle.

Poseidón miró con arrepentimiento a su hijo

En todo caso, yo ya había aprendido que si se burlaban de él cuando se estaba cambiando, podía disgustarse mucho y empezar a arrancar las puertas de las taquillas.

Cuando entramos en el gimnasio, el entrenador Nunley estaba sentado ante su escritorio leyendo la revista Sports Illustrated. Nunley debía de tener un millón de años. Era un tipo con gafas bifocales, sin dientes y con un grasiento mechón de pelo gris. Me recordaba al Oráculo del Campamento Mestizo —una momia apergaminada—, sólo que el entrenador Nunley se movía mucho menos y no despedía oleadas de humo verde. Bueno, al menos yo no lo había visto.

Matt Sloan se acercó y le dijo:

Entrenador, ¿puedo ser yo el capitán?

¿Cómo? —Nunley levantó la vista y musitó—: Hum, está bien.

Sloan sonrió satisfecho y se encargó de formar los equipos. A mí me nombró capitán del equipo contrario, pero no tenía ninguna importancia a quiénes eligiese yo, porque todos los tipos cachas y los chicos más populares se pasaron al bando de Sloan. Y lo mismo hizo el grupo de visitantes.

En mi equipo estaban Tyson, Corey Bailer —el flipado de la informática—,

Raj Mandali —un verdadero prodigio del cálculo— y media docena de chavales a los que Sloan y su banda se dedicaban a hostigar habitualmente. En condiciones normales, habría tenido suficiente con la ayuda de Tyson, pues él solo ya valía por medio equipo, pero los visitantes eran casi tan altos y fuertes como él, al menos en apariencia, y había seis de ellos en el otro bando.

Sloan volcó una cesta llena de pelotas en medio del gimnasio.

Miedo —susurró Tyson—. Huelen raro.

-Te lo advirtió- dijo Grover

Yo lo miré.

¿Quién huele raro?

Ellos. —Tyson señaló a los nuevos amigos de Sloan—. Huelen raro.

Los visitantes hacían crujir los nudillos y nos miraban como si hubiera llegado la hora de la masacre. Volví a preguntarme de dónde habrían salido aquellos tipos. Tenía que ser de algún sitio donde alimentaran a sus alumnos con carne cruda y los apalearan con bates de béisbol.

Entonces Sloan tocó el silbato del entrenador y empezó el partido. Su equipo se abalanzó hacia la línea central. En el mío, en cambio, Raj Mandali gritó algo en urdu —seguramente: « ¡Necesito mi orinal!» — y echó a correr hacia la salida. Corey Bailer se alejó a rastras y trató de esconderse detrás de las colchonetas apoyadas contra la pared. Los demás hacían lo posible para no encogerse de miedo y convertirse en blancos seguros. —Tyson —dije—. Vamos a...

Recibí un pelotazo en la barriga y caí sentado en medio del gimnasio. Nuestros oponentes estallaron en carcajadas.

Veía borroso. Me sentía como si un gorila acabara de darme un masaje en la boca del estómago.

-Tus pensamientos son raros- comentó Rachel

No podía creer que alguien fuera capaz de lanzar una pelota con tanta potencia.

¡Agáchate, Percy! —gritó Tyson.

Rodé por el suelo justo cuando otra bola pasaba rozándome la oreja a la velocidad del sonido.

¡Buuuuuum!

La pelota rebotó en la colchoneta de la pared y Corey Bailer soltó un aullido.

¡Eh! —grité a los del equipo contrario—. ¡Por poco matáis a alguien!

Uno de los visitantes, el llamado Quebrantahuesos, me dirigió una sonrisa malvada. Lo había visto antes, pero ahora parecía todavía más descomunal, incluso más que Tyson. Los bíceps le abultaban bajo la camiseta.

¡Esa es la intención, Perseus Jackson!

-Dijo tu nombre completo, por favor dime que te diste cuenta- dijo Poseidón

Bastó que dijera mi nombre de aquella manera para que un escalofrío me recorriera de arriba abajo. Nadie me llamaba Perseus, salvo los que conocían mi verdadera identidad. Amigos... o enemigos.

-Eso suena como si fueras un criminal- habló Leo

¿Qué había dicho Tyson? « Huelen raro» .

Monstruos.

-¡Por fin!- gritó media sala

Todos los que rodeaban a Matt Sloan estaban aumentando de tamaño. Ya no eran chavales, se habían convertido en gigantes de dos metros y medio con ojos de locura, dientes afilados y unos brazos peludos tatuados con serpientes, chicas bailando el hula hop y corazones de enamorado.

Matt Sloan soltó la pelota.

¡Uau! ¡Vosotros no sois de Detroit! ¿Quién...?

Los demás chavales de mi equipo empezaron a chillar y retroceder hacia la salida, pero el gigante Chupatuétanos lanzó una pelota con mortífera precisión. Pasó rozando a Raj Mandali, que ya estaba a punto de salir, y dio de lleno en la puerta, cerrándola como por arte de magia. Raj y los otros empezaron a aporrearla desesperados, pero la puerta no se movía.

¡Dejadlos marchar! —grité a los gigantes.

El llamado Quebrantahuesos me soltó un gruñido. En el bíceps tenía un tatuaje que rezaba: « Me gustan mis Ricuras» .

¿Cómo? ¿Y dejar escapar unos bocados tan sabrosos? ¡No, hijo del dios del mar! Nosotros los lestrigones no sólo estamos aquí para darte muerte. ¡Queremos nuestro almuerzo!

-Suerte nivel Percy Jackson- corearon los Stoll

Hizo un gesto con la mano y apareció otro montón de pelotas en el centro del gimnasio. Pero aquéllas no eran de goma. Eran de bronce, del tamaño de una bala de cañón, y tenían agujeros que escupían fuego. Debían de estar al rojo vivo, pero los gigantes las agarraban con las manos como si nada.

¡Entrenador! —grité.

Nunley levantó la vista adormilado, pero si llegó a ver algo fuera de lo normal en aquel partido de balón prisionero, no lo demostró. Ése es el problema de los mortales. Una fuerza mágica, la niebla, difumina ante sus ojos la verdadera apariencia de los monstruos y los dioses, de manera que tienden a ver solamente lo que son capaces de comprender. Quizá el entrenador vio a varios chavales de octavo aporreando, como de costumbre, a los más pequeños. Quizá los demás vieron a los gorilas de Sloan a punto de lanzar cócteles Molotov (tampoco habría sido la primera vez). En todo caso, seguro que nadie se había dado cuenta de que nos enfrentábamos con auténticos monstruos devoradoresde-hombres sedientos de sangre.

Hummm... sí —murmuró entre dientes el entrenador—. Jugad limpio.

Y volvió a concentrarse en su revista.

Se oyeron varias quejas

El gigante Devoracráneos lanzó una pelota. Yo me eché a un lado para esquivar aquel ardiente cometa, que me pasó junto al hombro a toda velocidad.

¡Corey! —chillé.

Tyson lo sacó de detrás de las colchonetas un segundo antes de que la bola estallara en ellas y las convirtiera en un montón de jirones humeantes.

¡Rápido! —dije a mis compañeros—. ¡Por la otra salida!

Echaron a correr hacia los vestuarios, pero Quebrantahuesos hizo otro gesto con la mano y también aquella puerta se cerró de golpe.

Nadie saldrá de aquí hasta que tú quedes eliminado —rugió—. Y no estarás eliminado hasta que te hayamos devorado.

Me arrojó su bola de fuego. Mis compañeros de equipo se dispersaron segundos antes de que el proyectil abriera un cráter en el suelo.

Iba a echar mano de Contracorriente, que siempre guardaba en el bolsillo, cuando me di cuenta de que llevaba puestos los pantalones de deporte, que no tenían bolsillos. Contracorriente se había quedado en mis tejanos, en la taquilla del vestuario. Y la puerta del vestuario estaba cerrada a cal y canto. Me encontraba completamente indefenso.

-Perfecto- masculló Poseidón

Y ahora, otra bola de fuego venía hacia mí a la velocidad del rayo. Tyson me apartó de un empujón, pero la explosión me alcanzó y me lanzó por los aires. De repente, me encontré en el suelo del gimnasio, aturdido por el humo y con la camiseta llena de agujeros chisporroteantes. Al otro lado de la línea central, dos gigantes hambrientos me miraban desde lo alto.

¡Carne! —bramaron—. ¡Filete de héroe para almorzar!

Los dos se dispusieron a rematarme.

¡Percy necesita ayuda! —gritó Tyson, y se interpuso entre nosotros de un salto, justo cuando me lanzaban sus bolas. —¡Tyson! —chillé, pero ya era tarde.

Las bolas se estrellaron contra... No, él las atrapó al vuelo.

Tyson sonrió

El torpe de Tyson, el que volcaba el material de laboratorio y destrozaba las estructuras del parque infantil todos los días, se las había arreglado para atrapar aquellas dos bolas de metal al rojo vivo que volaban hacia él a un trillón de kilómetros por hora. Y no sólo eso, sino que se las lanzó de vuelta a sus atónitos propietarios.

¡Nooooo! —chillaron, pero las esferas de bronce les explotaban en el pecho.

Los gigantes se desintegraron en dos columnas de fuego gemelas: un signo inequívoco de que eran monstruos de verdad. Porque los monstruos no mueren, sólo se disipan en humo y polvo, lo cual ahorra un montón de problemas a los héroes, que no tienen que ponerse a limpiar después de una pelea.

-Sería el colmo que tuviéramos que limpiar- dijo Luke, ganándose unas cuantas miradas de resentimiento

¡Mis hermanitos! —gimió Quebrantahuesos el Caníbal. Flexionó los músculos y sus tatuajes se contorsionaron—. ¡Pagarás cara su destrucción!

¡Tyson! —grité—. ¡Cuidado!

Otro cometa se precipitaba ya hacia nosotros y Tyson apenas tuvo tiempo de desviarlo de un golpe. Salió disparado como un cohete, pasó por encima de la cabeza del entrenador y aterrizó en las gradas provocando una tremenda explosión.

¡BUUUUUUM!

Los chavales corrían en todas direcciones gritando y tratando de esquivar los cráteres, que aún humeaban y echaban chispas; otros aporreaban la puerta y pedían socorro. El propio Sloan estaba petrificado en mitad de la pista, mirando incrédulo aquellas bolas mortíferas que volaban a su alrededor.

El entrenador Nunley seguía sin enterarse de nada. Dio unos golpecitos a sus audífonos, como si las explosiones le hubieran provocado alguna interferencia, pero continuó absorto en la revista.

Todo el colegio debía de haber oído aquel estruendo. El director o tal vez la policía vendría en nuestra ayuda.

¡La victoria será nuestra! —rugió Quebrantahuesos el Caníbal—. ¡Nos vamos a dar un festín con tus huesos!

Quería decirle que se estaba tomando demasiado en serio aquel partido de balón prisionero, pero antes de que pudiese hacerlo me disparó otra bola.

-He decidido que odio el juego de balón prisionero- murmuró Apolo

Los otros tres gigantes siguieron su ejemplo.

Sabía que estábamos perdidos. Tyson no podría desviar todas aquellas bolas a la vez. Además, debía de tener graves quemaduras en las manos desde que había detenido aquella primera volea. Y sin la ayuda de mi espada... Y entonces se me ocurrió una idea desesperada.

-O sea que todo va a estar bien- dijo Leo

Corrí en dirección a los vestuarios.

¡Salid de ahí! —alerté a mis compañeros—. ¡Apartaos de la puerta!

Las explosiones se sucedían a mi espalda. Tyson había bateado dos bolas, devolviéndoselas a sus propietarios para convertirlos en cenizas. Ya sólo quedaban en pie dos gigantes.

Una tercera bola se dirigía a toda velocidad hacia mí. Me obligué a aguardar unos segundos y me eché a un lado. La esfera ardiente derribó la puerta del vestuario.

Ya me imaginaba que los gases acumulados en las taquillas de la mayoría de los alumnos bastaban para provocar una explosión. Así que tampoco me sorprendió que la bola llameante desencadenara un estallido monumental.

¡BRAAAAAAAM!

La pared se vino abajo y las puertas de las taquillas —así como los calcetines, los suspensorios y otros adminículos personales igual de chungos— llovieron sobre el gimnasio.

-Ewww- varias chicas hicieron una mueca

Me volví justo a tiempo para ver cómo Tyson golpeaba en la cara a

Devoracráneos. El gigante se desplomó. Pero el único que quedaba, Quebrantahuesos, se había reservado astutamente una bola a la espera de la ocasión propicia. Y la lanzó en el momento preciso que Tyson se volvía hacia él.

¡No! —chillé.

La bola le dio de lleno en el pecho. Impulsado por el impacto, Tyson cruzó la pista entera y fue a estrellarse contra la pared trasera, que se agrietó e incluso se desmoronó en parte, abriendo un agujero por el que se veía la calle Church. Yo no entendía cómo aún seguía vivo, pero él sólo parecía aturdido.

-Te afectaba mucho la Niebla- dijo Hera

La bola de bronce humeaba a sus pies. Tyson trató de recogerla, pero cayó atontado sobre un montón de ladrillos carbonizados.

¡Bueno! —dijo Quebrantahuesos relamiéndose—. Soy el único en pie. Voy a tener carne de sobra. Hasta para llevar una bolsita a mis Ricuras... Recogió otra bola y apuntó a Tyson.

¡Espera! —grité—. ¡Es a mí a quien buscas!

El gigante sonrió con crueldad.

¿Quieres morir tú primero, joven héroe?

Tenía que hacer algo. Contracorriente debía de estar por allí, en alguna parte...

Entonces divisé mis tejanos en un montón humeante de ropa, justo a los pies del gigante. Si conseguía llegar hasta ellos... Sabía que era inútil, pero decidí ir a la carga.

El gigante se echó a reír.

Se acerca mi almuerzo. —Levantó el brazo para lanzarme el proyectil, y yo me preparé para morir.

-Perseus, no debes prepararte para eso- dijo Poseidón

De repente, el cuerpo del gigante se puso todo rígido y su expresión pasó del regodeo al asombro. En el punto exacto donde debía de tener el ombligo se le desgarró la camiseta y apareció algo parecido a un cuerno. No, un cuerno no: era la punta reluciente de una hoja de metal.

La bola se le cayó de la mano. El monstruo bajó la mirada y observó el cuchillo que le había traspasado desde la espalda.

Uf —murmuró, y estalló en una llameante nube verde. Un gran disgusto, supongo, para sus Ricuras...

De pie, entre el humo que se iba disipando, vi a mi amiga Annabeth. Tenía la cara mugrienta y arañada; llevaba al hombro una mochila andrajosa y la gorra de béisbol metida en un bolsillo. En la mano sostenía un cuchillo de bronce. Aún brillaba en sus ojos grises una mirada enloquecida,

-Suele tener esa mirada- dijeron Thalia y Luke al unísono

Luke sonrió, Thalia apartó la mirada

como si hubiera recorrido mil kilómetros perseguida por una manada de fantasmas.

Matt Sloan, que había permanecido mudo de asombro todo el tiempo, pareció recobrar por fin el juicio. Miró parpadeando a Annabeth, como si la recordase vagamente por la fotografía de mi cuaderno.

Ésta es la chica... La chica...

Annabeth lo tumbó de un puñetazo en la nariz.

Déjame en paz, amigo.

-Awwww lo defiende- chilló Afrodita

El gimnasio estaba en llamas mientras los chavales seguían gritando y corriendo en todas direcciones. Oí el aullido de las sirenas y una voz confusa por megafonía. Por las ventanillas de las puertas de emergencia divisé al director, el señor Bonsái, que luchaba furiosamente con la cerradura rodeado por un montón de profesores agolpados a su espalda.

Annabeth... —balbuceé—. ¿Cuánto tiempo llevas...?

Prácticamente toda la mañana —respondió mientras envainaba su cuchillo de bronce—. He intentado encontrar una ocasión para hablar contigo, pero nunca estabas solo.

Algunos ahogaron un grito al darse cuenta de lo que eso significaba, Annabeth estaba totalmente roja, era obvio que podía seguir su conversación y la lectura al mismo tiempo, o tal vez era porque lo había vivido

La sombra que he visto esta mañana... —La cara me ardía—. Ay, dioses. ¿Estabas mirando por la ventana de mi habitación?

-¿Te gustó lo que viste?- preguntó Thalia

-¡Thalia!- chilló Annabeth

-¿Valió la pena? ¿Repetirías el espectáculo?- preguntó Piper deteniendo su conversación

-¡Piper!

-¿Se pone pijama para dormir o estaba en ropa interior?- preguntó Afrodita

-¿Durante cuánto tiempo estuviste viéndolo?- masculló Atenea

-¿Estaba babeando?- preguntó Thalia

Y muchas otras preguntas (aún más incómodas) se oían por toda la sala, Percy y Annabeth estaban muertos de vergüenza

Poseidón miraba a su hijo con una sonrisa burlona, mientras Atenea miraba a Annabeth totalmente escandalizada

¡No hay tiempo para explicaciones! —me espetó, aunque también ella parecía algo ruborizada—. Simplemente no quería...

-Lo acosa y luego no quiere decirle nada- comentó Rachel

¡Allí! —gritó una mujer.

Las puertas se abrieron con un estallido y todos los adultos entraron de golpe.

Te espero fuera —dijo Annabeth—. Y a él también. —Señaló a Tyson, que seguía sentado con aire aturdido junto a la pared, y le lanzó una mirada de repugnancia que no acabé de entender—. Será mejor que lo traigas.

¡Qué dices! —me asombré.

¡No hay tiempo! —dijo—. ¡Date prisa!

Se puso su gorra de béisbol de los Yankees, un regalo mágico de su madre, y se desvaneció en el acto.

Con lo cual me quedé solo en medio del gimnasio en llamas, justamente cuando el director aparecía, escoltado por la mitad del profesorado y un par de policías.

¿Percy Jackson? —dijo el señor Bonsái—. ¿Qué...? ¿Cómo...?

Junto a la pared agujereada, Tyson soltó un quejido y se incorporó entre un montón de ladrillos carbonizados.

La cabeza duele.

Matt Sloan se acercó también. Me miró con una expresión de terror.

¡Ha sido Percy, señor Bonsái! Ha incendiado el edificio entero. El entrenador Nunley se lo contará. Él lo ha visto todo.

El entrenador había seguido leyendo su revista todo el tiempo, pero — menuda suerte la mía— eligió aquel momento para levantar la vista, al oír que Sloan pronunciaba su nombre.

¿Eh? Hummm... sí.

-No ayuda para nada y encima te mete en más problemas- habló Jason

Los demás adultos se volvieron hacia mí. Sabía que nunca me creerían, incluso en caso de que pudiera contarles la verdad.

Entonces saqué a Contracorriente de mis tejanos destrozados.

Vamos —le dije a Tyson. Y salté a la calle por el agujero de la pared.

-Buen final- dijo Hestia -tal vez deberían descansar un poco, mañana seguimos con el libro, Calipso, Reyna, pueden venir conmigo a mi palacio

Los chicos asintieron

-Cuenta conmigo- susurró Piper a Annabeth mientras se iban

-¡Chase, no vayas espiar el palacio de Poseidón!- gritó Leo haciendo que todos rieran

-Vamos- dijo Poseidón a sus hijos -tendré que poner protección extra para evitar acosadores

-¡Papá!- gritó Percy

Poseidón rió -Andando