-Qué buena forma de terminar el capítulo- dijo Afrodita -¿A quién le toca?

-A mí- habló Frank -la carrera de carros termina con fuegos artificiales

Gracias a la capacidad especial de los centauros para viajar, llegamos a Long Island poco después de que lo hiciera Clarisse. Cabalgué a lomos de Quirón, pero no hablamos mucho durante el trayecto, y menos aún de Cronos. Tenía que haber sido difícil para Quirón hablarme de él y no quería agobiarlo con más preguntas.

-Eso fue muy amable de tu parte, muchacho- dijo Quirón

O sea, antes ya me había tropezado con otros casos de parientes embarazosos.

-Ni siquiera quiero recordar quienes son mis hermanastros- murmuró Percy

Poseidón lo miró algo incómodo

Pero... ¿te lo imaginas? ¿Cronos, el malvado señor de los titanes, el que pretendía destruir la civilización occidental? En fin, no era la clase de padre que invitarías al colegio el día de fin de curso.

-O sea que técnicamente eres mi tío- dijo Nico

Bianca, Hazel, Thalia, Jason y Percy se miraron

-Esto es muy raro- dijo Percy

-Los titanes tampoco tienen ADN- dijo Annabeth

-Aun así es muy raro- dijo Thalia

-Al menos no entramos en la categoría de parientes embarazosos- murmuró Percy

-Tú sí- gritaron Thalia y Nico

Percy los miró "ofendido"

Cuando llegamos al campamento, los centauros tenían muchas ganas de conocer a Dionisio. Le habían dicho que organizaba unas fiestas increíbles.

-Organizo fiestas geniales- dijo Dionisio

Pero se llevaron una decepción, el dios del vino no estaba para fiestas precisamente cuando el campamento en pleno se reunió en lo alto de la colina Mestiza.

En el campamento habían pasado dos semanas muy duras.

-Fueron horribles- dijo Connor

Travis estuvo de acuerdo

La cabaña de artes y oficios había quedado carbonizada hasta los cimientos a causa de un ataque de Draco Aionius (que, por lo que pude averiguar, era el nombre latino de un lagarto-enorme-que-escupe-fuego-y-lo-destruye-todo).

-Eso lo resume muy bien- dijo Travis

Las habitaciones de la Casa Grande estaban a rebosar de heridos; los chicos de la cabaña de Apolo, que eran los mejores enfermeros, habían tenido que hacer horas extras para darles los primeros auxilios.

-Tuvimos mucho trabajo- suspiró Will

Todos los que se agolpaban ahora en torno al árbol de Thalia parecían agotados y hechos polvo.

En cuanto Clarisse cubrió la rama más baja del pino con el Vellocino de Oro, la luna pareció iluminarse y pasar del color gris al plateado. Una brisa fresca susurró entre las ramas y empezó a agitar la hierba de la colina y de todo el valle, todo pareció adquirir más relieve: el brillo de las luciérnagas en los bosques, el olor de los campos de fresas, el rumor de las olas en la playa.

Poco a poco, las agujas del pino empezaron a pasar del marrón al verde.

Todo el mundo estalló en vítores.

Thalia sonrió

La transformación se producía despacio, pero no había ninguna duda: la magia del Vellocino de Oro se estaba infiltrando en el árbol, lo llenaba de nuevo vigor y expulsaba el veneno.

-Gracias a los dioses- dijo Bianca

-No ayudamos mucho- murmuró Hestia

Quirón ordenó que se establecieran turnos de guardia las veinticuatro horas del día en la cima de la colina, al menos hasta que encontráramos al monstruo idóneo para proteger el vellocino. Dijo que iba a poner de inmediato un anuncio en El Olimpo Semanal.

-Funcionó- dijo Piper

Entretanto, los compañeros de cabaña de Clarisse la llevaron a hombros hasta el anfiteatro, donde recibió una corona de laurel y otros muchos honores en torno a la hoguera.

Ares le dio un leve asentimiento de cabeza a su hija

A Annabeth y a mí no nos hacían ni caso. Era como si nunca hubiésemos salido del campamento.

-Hacerles honores era admitir que desobedecieron las órdenes- dijeron los Stoll

Supongo que ése era su mejor modo de darnos las gracias, porque si hubieran admitido que nos habíamos escabullido del campamento para emprender la búsqueda, se habrían visto obligados a expulsarnos.

-¡Exacto!- dijeron ambos hermanos chocando los cinco

Y la verdad, yo ya no quería más protagonismo, resultaba agradable ser un campista más, al menos por una vez.

Jason asintió de acuerdo con su bro

Aquella noche, mientras asábamos malvaviscos y escuchábamos de labios de los hermanos Stoll una historia de fantasmas sobre un rey malvado que fue devorado por unos pastelillos demoníacos,

-Es una buena historia- se defendieron los chicos

Clarisse me empujó por detrás y me susurró al oído:

Sólo porque te hayas comportado una vez como es debido, no vayas a creer que ya te has librado de Ares. Sigo esperando la ocasión para pulverizarte.

-Awww que linda- dijo Afrodita -esa es su forma de dar gracias

Ares y Clarisse rodaron los ojos

Sonreí de mala gana.

— ¿Qué pasa? —preguntó.

Nada —dije—. ¡Es tan agradable estar de vuelta en casa!

A la mañana siguiente, una vez que los ponis partieron para Florida,

-Y dale con lo de ponis- dijo Quirón

-Ellos llevaban camisetas que decían ponis- se defendió Percy

Quirón hizo un anuncio sorprendente: las carreras de carros continuarían como estaba previsto.

Los equipos se sonrieron entre sí

Tras la marcha de Tántalo, todos creíamos que ya eran historia, pero a fin de cuentas parecía lógico volver a celebrarlas, en especial ahora que Quirón había regresado y el campamento estaba a salvo.

A Tyson no le entusiasmaba la idea de volver a subirse a un carro, después de nuestra primera experiencia, de modo que le pareció estupendo que formáramos equipo con Annabeth.

-Me parece una estupenda idea- dijo Afrodita

-¿Ahora no tienen ningún problema con la carrera, grandullón?- preguntó Percy

-No, hermano mayor, vamos a ganar- dijo Tyson

Algunos chicos les dieron una mirada nerviosa

Yo conduciría, Annabeth combatiría y Tyson sería nuestro mecánico. Mientras yo cuidaba de los caballos, Tyson arregló el carro de Atenea y le introdujo un montón de modificaciones.

Pasamos dos días entrenándonos como locos. Annabeth y yo acordamos que si llegábamos a ganar, el premio, o sea, lo de librarse de las tareas domésticas durante el resto del mes, lo repartiríamos entre nuestras dos cabañas. Como Atenea tenía más campistas, ellos se llevarían la mayor parte de ese tiempo libre, algo que tampoco me importaba. A mí el premio me tenía sin cuidado. Yo lo que quería era ganar.

-También quiero ganar esta carrera- dijo Percy

-Nosotros igual- corearon todos

La noche antes de la carrera, me quedé hasta muy tarde en los establos. Estaba hablando con nuestros caballos y dándoles un último cepillado, cuando alguien dijo a mis espaldas:

Estupendos animales, los caballos. Ojalá hubiera pensado en ellos.

Apoyado en la puerta del establo había un tipo de media edad con uniforme de cartero. Era delgado, de pelo oscuro y rizado bajo el salacot blanco y con una bolsa de correos colgada del hombro.

-Hermes- dijo Apolo

— ¿Hermes? —balbuceé.

Hola, Percy. ¿No me reconocías sin mi ropa de deporte?

Bueno... —no sabía si debía arrodillarme o comprarle sellos o qué.

-Me vendría bien que me compraras sellos- rió el dios

Y entonces se me ocurrió por qué estaba allí—. Oiga, señor Hermes, en cuanto a

Luke...

Él arqueó las cejas.

Eh, lo vimos, sí. Pero...

— ¿No lograste meterle un poco de sensatez en la mollera?

Luke frunció el ceño

Bueno, estuvimos a punto de matarnos en un duelo a muerte.

Ya veo. Intentaste una aproximación diplomática.

-Muy diplomática- dijo Piper

Lo lamento de veras, quiero decir que usted nos hizo todos esos regalos impresionantes y tal... Y ya sé que deseaba que Luke volviera al campamento, pero... la cuestión es que se ha vuelto malo, realmente malo. Me dijo que siente que usted lo abandonó.

Hermes miró a su hijo con una mueca, Luke estaba un poco sonrojado

Creí que Hermes se enfadaría, que me convertiría en un hámster o algo así, aunque, la verdad, no quería pasar más tiempo convertido en un roedor.

-No lo recomiendo- dijo Percy

Pero no:

Hermes se limitó a suspirar.

— ¿Has sentido alguna vez que tu padre te había abandonado, Percy?

Vaya pregunta.

« Sólo unos centenares de veces al día», tuve ganas de responder.

-Ya no pienso así- aclaró Percy

No había hablado con Poseidón desde el verano anterior y nunca había ido a su palacio submarino. Además, estaba todo el asunto Tyson: sin advertencias, sin explicaciones. Sólo... ¡zas!, tienes un hermano. Uno diría que una cosa así merecería una llamadita de aviso o algo por el estilo.

-¿Quieres que te avise cada que tengas hermanos?- preguntó inocentemente Poseidón

-Es una oferta muy tentadora, pero no gracias- dijo Percy un poco pálido

Cuanto más pensaba en ello, más furioso me ponía. Me di cuenta de que sí deseaba un reconocimiento por la misión que había completado, pero no de los demás campistas, quería que mi padre me dijese algo, que me prestara un poco de atención.

Los semidioses asintieron levemente

Hermes se acomodó la bolsa de correos en el hombro.

Percy, lo que resulta más duro cuando eres un dios es que a menudo tienes que actuar de modo indirecto, en especial en todo lo relacionado con tus propios hijos.

Los dioses a los que les importaban sus hijos, asintieron

Si hubiésemos de intervenir cada vez que nuestros hijos tuvieran un problema... Bueno, eso sólo serviría para generar más problemas y rencores. Pero estoy seguro de que, si lo piensas un poco, te darás cuenta de que Poseidón sí te ha prestado atención. Ha respondido a tus oraciones. No me queda sino esperar que Luke algún día se dé cuenta de eso mismo respecto a mí.

Luke comenzó a hacer memoria

Tanto si crees que lo conseguiste como si no, lo cierto es que le recordaste a Luke quién es. Hablaste con él.

Traté de matarle.

Hermes se encogió de hombros.

Las familias suelen ser un buen embrollo. Y Las familias inmortales, un embrollo eterno. A veces, lo mejor que podemos hacer es recordarnos unos a otros que estamos emparentados, para bien o para mal... y tratar de reducir al mínimo las mutilaciones y las matanzas.

-Ese es un excelente consejo- dijo Apolo

-Mejor ya no des consejos- dijo Afrodita

No sonaba precisamente como una receta para la familia ideal, y sin embargo, al repasar mentalmente toda mi búsqueda, me di cuenta de que Hermes tenía razón.

-Suelo tener razón- dijo Hermes

Artemisa rodó los ojos

Poseidón había enviado a los hipocampos en nuestra ayuda, me había otorgado poderes sobre el mar, y en cuanto a Tyson, ¿no sería que Poseidón nos había reunido a propósito? ¿Cuántas veces me había salvado Tyson la vida aquel verano?

Sonó la caracola a lo lejos, marcando el toque de queda.

Poseidón le sonrió a su hijo

Tienes que irte a la cama —dijo Hermes—. Ya te he ayudado a meterte en bastantes líos este verano; en realidad, sólo venía a hacer esta entrega.

— ¿Una entrega?

Soy el mensajero de los dioses, Percy. —Sacó una agenda electrónica de su bolsa y me la tendió.

Firma aquí, por favor.

Tomé el lápiz sin darme cuenta de que tenía entrelazadas un par de diminutas culebras.

— ¡Ay! —exclamé, soltando el lápiz y la agenda.

"Se enfrenta contra monstruos, pero nos tiene miedo" dijo George

« ¡Uf!», dijo George.

« La verdad, Percy —me regañó Martha—. ¿A ti te gustaría que te tirasen al suelo en un establo?».

Oh, perdón. —Nunca me ha hecho mucha gracia tocar serpientes, pero recogí la agenda y el lápiz. Martha y George se retorcían bajo mis dedos.

« ¿Me has traído una rata?», preguntó George.

No —dije—. Hummm... No encontramos ninguna.

« ¿Y una cobaya?».

La sala estalló en carcajadas

-Incluso las serpientes se meten contigo- dijo Leo riendo

« ¡George! —Lo reprendió Martha—. No le tomes el pelo al chico».

Firmé y le devolví la agenda a Hermes.

A cambio, él me entregó un sobre azul.

Me temblaban los dedos. Incluso antes de abrirlo, ya sabía que era de mi padre. Percibía su poder en el fresco papel azul, como si el sobre mismo hubiese sido fabricado con una ola del océano.

Buena suerte mañana —dijo Hermes—. Tienes unos buenos caballos, aunque, si me disculpas, yo animaré la cabaña de Hermes.

-Lo lógico- dijeron los Stoll

« Y no te desanimes cuando la leas, querido —me dijo Martha—. Él cuida de tus intereses y te lleva en su corazón».

Poseidón miró el libro con el ceño fruncido

— ¿Qué quieres decir? —pregunté.

« No le hagas caso —dijo George—. Y la próxima vez, recuerda: las serpientes viven de las propinas».

Ya basta —dijo Hermes—. Adiós, Percy. Por el momento.

Brotaron unas alitas blancas de su salacot y empezó a resplandecer. Ya conocía bastante a los dioses para saber que debía desviar la mirada antes de que él adoptase su verdadera forma divina.

Jason recordó la forma divina de Hera, se sorprendía como recordaba cada vez un poco más, ya solo faltaban unos pocos detalles

Desapareció con un deslumbrante fogonazo blanco y me dejó solo con mis caballos.

Miré el sobre azul que tenía en las manos. La dirección estaba escrita con la letra enérgica pero elegante que ya había visto una vez, en un paquete que me había enviado Poseidón el verano pasado.

Percy Jackson

Campamento Mestizo

Farm Road 3.141

Long Island, Nueva York 11954

Una carta de mi padre. Quizá me diría que había hecho un buen trabajo recuperando el Vellocino de Oro, o tal vez me explicaría lo de Tyson, o se disculparía por no haberse comunicado antes.

Percy se rió por sus pensamientos

Había un montón de cosas que quería que dijese aquella carta.

Abrí el sobre y desplegué el papel.

Una sola palabra figuraba en mitad de la página:

Prepárate

-Un gran mensaje- dijo Apolo

-¿Prepararse para qué?- preguntó Nico

-Sombritas- dijo Will -deja de juntarte con Percy

-¡Hey!- se quejó Percy

A la mañana siguiente, todos hablaban de la carrera de carros, aunque miraban con inquietud al cielo como si esperasen que apareciera una bandada de pájaros del Estínfalo. No apareció ninguno. Era un hermoso día de verano, con el cielo azul y un sol resplandeciente. El campamento empezaba a recuperar el aspecto de siempre: los prados, verdes y exuberantes; las blancas columnas de los edificios, reluciendo al sol, y las ninfas del bosque jugando alegremente entre los árboles.

Yo, en cambio, me sentía fatal. Me había pasado la noche despierto, pensando en la advertencia de Poseidón.

« Prepárate».

Es decir: se toma la molestia de escribir una carta, ¿y escribe una sola palabra?

-Sí, el chico tiene razón, es un poco ridículo- dijo Afrodita

Poseidón bufó -Supongo que tenía buenos motivos

Martha, la culebra, me había dicho que no me desanimara. Quizá Poseidón tenía motivos para ser tan parco, quizá ni siquiera él sabía sobre qué me estaba advirtiendo, pero intuía que algo muy gordo estaba a punto de ocurrir: algo que me acabaría arrollando a menos que estuviese preparado. No era fácil, pero intenté centrar todos mis pensamientos en la carrera.

Mientras Annabeth y yo guiábamos nuestros caballos hacia la pista, no pude dejar de admirarme ante el trabajo que Tyson había hecho con el carro de Atenea. La carrocería, cubierta de refuerzos de bronce, estaba reluciente. Las ruedas contaban con una nueva suspensión mágica y no notábamos el menor traqueteo mientras avanzábamos. Los aparejos estaban tan bien equilibrados que los dos caballos respondían a la menor señal de las riendas.

Tyson nos había fabricado también dos jabalinas, cada una con tres botones en el asta.

-Creo que tampoco es buena idea la carrera de hermanos- susurró Travis

-Pero al menos no estarán con Annabeth- susurró de vuelta Connor

El primer botón dejaba la jabalina lista para explotar al primer impacto y para lanzar un alambre de cuchillas que se enredaría en las ruedas del contrario y las haría trizas. El segundo botón hacía aparecer en el extremo de la jabalina una punta roma (pero no menos dolorosa), diseñada para derribar de su carro al auriga. El tercer botón accionaba un gancho de combate que podía servir para engancharse al carro del enemigo o para mantenerlo alejado.

Pensaba que estábamos en buena forma para la carrera, pero Tyson me advirtió que tuviera cuidado. Los otros equipos llevaban gran cantidad de trampas ocultas entre las togas.

Toma —me dijo antes de empezar la carrera. Y me entregó un reloj de pulsera que no parecía tener nada de especial: sólo una esfera blanca y plateada y una correa de cuero negro. Pero al mirarlo me di cuenta de que aquél era el artilugio en que había pasado trabajando todo el verano.

Normalmente, no me gusta llevar reloj. ¿Qué más da la hora? Pero a Tyson no podía rechazárselo.

-Además me salvó la vida- dijo Percy

-Lo peor es que ni siquiera me sorprende- dijo Poseidón con resignación

Muchas gracias, hombre. —Me lo puse y noté que era sorprendentemente ligero y muy cómodo. Apenas me daba cuenta de que lo llevaba puesto.

No pude terminarlo a tiempo para el viaje —musitó Tyson—. Lo siento, lo siento.

Eh, Tyson, que no pasa nada.

Si necesitas protección durante la carrera, aprieta el botón.

De acuerdo. —No veía de qué me iba a servir cronometrar la carrera, pero el interés de Tyson me conmovió. Le prometí que lo tendría presente—.

Oye, Tyson... Él me miró.

Quería decirte... —Intenté encontrar una manera de disculparme por haberme avergonzado de él al principio, por decirle a todo el mundo que no era mi hermano de verdad. No era fácil dar con las palabras apropiadas.

Ya sé lo que me vas a decir —dijo él, avergonzado—. Que Poseidón se preocupó por mí, al fin y al cabo.

Bueno...

Te envió para ayudarme. Justo lo que le había pedido.

Afrodita arrulló

Parpadeé.

— ¿Le pediste que me enviase a ayudarte?

Que me enviara un amigo —dijo Tyson, retorciendo su camisa con las manos—. Los cíclopes jóvenes crecen solos en la calle, por eso aprenden a hacer cosas con chatarra, aprenden a sobrevivir.

— ¡Es una gran crueldad!

Tyson meneó la cabeza con seriedad.

No. Hace que apreciemos más cualquier bendición, y que no seamos glotones, mezquinos y gordos como Polifemo, pero yo me asusté. Los monstruos me habían perseguido tanto... me clavaron sus garras tantas veces...

Poseidón agarraba con fuerza su trono

— ¿Esas cicatrices de la espalda?

Se le saltó una lágrima.

Fue la Esfinge, en la calle Setenta y dos. Una abusona terrible. Yo recé a papá para que me ayudase, y muy pronto la gente de la Escuela Meriwether vino a buscarme, y te conocí. Esa fue la mayor bendición. Siento haber dicho que Poseidón era malo; él me envió un hermano.

-Owwww- se oyó el murmullo general

Poseidón abrazó a su hijo menor

Miré el reloj que Tyson me había hecho.

— ¡Percy! —Gritó Annabeth—. ¡Vamos!

Quirón ya estaba en la línea de salida, listo para hacer sonar la caracola.

Tyson... —dije.

Ve —dijo él—. ¡Ganaréis!

Yo... Sí, de acuerdo, grandullón. Ganaremos en tu honor.

Tyson sonrió

Subí al carro y tuve el tiempo justo para situarme en la línea de salida antes de que Quirón diese la señal.

Los caballos sabían lo que tenían que hacer. Salimos disparados por la pista a tanta velocidad que me habría caído al suelo si no hubiese tenido las riendas de cuero enrolladas en los brazos. Annabeth se agarraba con fuerza de la barandilla. Las ruedas giraban maravillosamente. Dimos el primer giro con una buena ventaja sobre Clarisse, que estaba ocupada intentando zafarse del ataque con jabalinas de los hermanos Stoll, de la cabaña de Hermes.

-Lo sentimos- dijeron los chicos

— ¡Ya los tenemos! —aullé. Pero me precipitaba un poco.

— ¡Que vienen! —aulló Annabeth. Y lanzó su primera jabalina, en la modalidad « gancho de combate», librándonos de una red lastrada con plomos que nos habría atrapado. El carro de Apolo se había situado a nuestro lado. Antes de que Annabeth pudiera armarse de nuevo, el guerrero de Apolo lanzó una jabalina a nuestra rueda derecha. La jabalina acabó hecha añicos, pero no sin antes destrozarnos unos cuantos radios.

Apolo sonrió

Nuestro carro dio un bandazo y se tambaleó. Estaba seguro de que la rueda acabaría aplastándose, pero entretanto seguimos adelante.

Azucé los caballos para que mantuvieran la velocidad. Ahora estábamos a la par con los de Apolo. Hefesto nos seguía de cerca, Ares y Hermes se iban quedando atrás, el uno junto al otro, con Clarisse y Connor Stoll enzarzados en un combate de espada contra jabalina.

Sabía que bastaría otro golpe en la rueda para que volcáramos.

— ¡Ya os tenemos! —chilló el auriga de Apolo. Era un campista novato, de primer año. No recordaba su nombre, pero parecía muy seguro de sí mismo.

-Obviamente- dijo Apolo -son mis hijos

— ¡Eso te crees tú! —gritó Annabeth.

Echó mano de su segunda jabalina —lo cual era asumir un gran riesgo, pues aún nos quedaba una vuelta entera— y se la arrojó al auriga de Apolo.

Tenía una puntería perfecta.

Atenea le dio una mirada orgullosa

La jabalina le dio en el pecho, lo derribó sobre su compañero y, finalmente, los dos se cayeron del carro con un salto mortal de espaldas.

Apolo bufó

Al notar que se aflojaban las riendas, los caballos enloquecieron y corrieron hacia los espectadores, que se apresuraron a trepar hacia arriba para ponerse a cubierto. Los dos caballos saltaron por un extremo de las gradas y acabaron volcando el carro dorado; luego galoparon hacia su establo, arrastrándolo con las ruedas al aire.

Conseguí que el nuestro saliera ileso del segundo giro, pese a los crujidos de la rueda derecha. Cruzamos la línea de salida y nos lanzamos tronando hacia nuestra última vuelta.

El eje chirriaba y gemía. La rueda tambaleante nos hacía perder velocidad, por mucho que los caballos respondieran a mis órdenes y corrieran como una máquina bien engrasada.

El carro de Hefesto nos iba ganando terreno.

Beckendorf sonrió malicioso mientras pulsaba un botón de su consola de mandos. Unos cables de acero salieron disparados de la parte frontal de sus caballos mecánicos y se nos enredaron en la barandilla trasera. Nuestro carro se estremeció en cuanto el torno que controlaba los cables empezó a girar, tirando de nosotros hacia atrás mientras Beckendorf aprovechaba para tomar impulso.

Leo y Calipso tomaban notas

Annabeth soltó una maldición y sacó su cuchillo. Trató de cortar los cables, pero eran demasiado gruesos.

— ¡No puedo cortarlos! —gritó.

Ahora teníamos al carro de Hefesto peligrosamente cerca y sus caballos estaban a punto de pisotearnos.

— ¡Cámbiame el sitio! —le dije a Annabeth—. ¡Toma las riendas!

Pero...

— ¡Confía en mí!

-Siempre, sesos de alga- dijo Annabeth

Vino a la parte delantera y agarró las riendas. Yo me volví, tratando de mantener el equilibrio, y destapé a Contracorriente.

Bastó un mandoble para que los cables se partieran como el hilo de una cometa. Nos despegamos de ellos con una sacudida hacia delante, pero el conductor viró hacia la izquierda y se colocó a nuestro lado. Beckendorf desenfundó su espada y le lanzó un tajo a Annabeth; logré parar el golpe y desviarlo.

Estábamos llegando al último giro. No íbamos a conseguirlo. Tenía que inutilizar el carro de Hefesto y sacarlo de en medio, pero también tenía que proteger a Annabeth.

Percy sonrió a su novia

Aunque Beckendorf fuese un buen tipo, eso no significaba que no estuviese dispuesto a mandarnos a la enfermería si bajábamos la guardia.

Ahora estábamos a la par. Clarisse se acercaba desde atrás y trataba de recuperar el tiempo perdido.

— ¡Hasta la vista, Percy! —Chilló Beckendorf—. ¡Ahí va un regalito de despedida!

Arrojó a nuestro carro una bolsa de cuero. En cuanto tocó el suelo, empezó a desprender un humo verde.

— ¡Fuego griego! —gritó Annabeth.

Los semidioses griegos que estuvieron en la batalla contra Cronos, se estremecieron al recordar la historia de cómo terminó el ataque al Princesa Andrómeda

Solté un juramento. Había oído hablar de los efectos del fuego griego y supuse que nos quedaban unos diez segundos antes de que explotara.

— ¡Sácalo de ahí! —me gritó Annabeth, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

Annabeth hizo una mueca

El carro de Hefesto seguía pegado al nuestro, esperando hasta el último instante para asegurarse de que su regalito estallaba. Y Beckendorf me mantenía muy ocupado con su espada. Si bajaba la guardia para deshacerme del fuego griego, sería Annabeth la que resultaría herida y nos estrellaríamos igualmente. Intenté darle una patada a la bolsa de cuero, pero no lo lograba. Parecía pegada al suelo.

Entonces me acordé del reloj.

No sabía muy bien cómo podría ayudarme, pero me las arreglé para apretar el botón del cronómetro. El reloj se transformó en el acto. Empezó a expandirse rápidamente, con el borde metálico girando en espiral como el obturador de una cámara antigua. Una correa de cuero me envolvió el antebrazo al mismo tiempo. Y de repente me encontré sosteniendo un escudo redondo de más de un metro de diámetro. Por dentro era de cuero; por fuera de bronce pulido, con dibujos grabados que no tuve tiempo de examinar.

Tyson se había superado a sí mismo. Alcé el escudo: la espada de Beckendorf repicó sobre él como una campana y se hizo añicos.

-Fue increíble, grandullón- dijo Percy

— ¿Qué dem...? —gritó—. ¿Cómo...?

No tuvo tiempo de decir más porque le aticé en el pecho con el escudo y lo mandé fuera del carro. Lo perdí de vista mientras daba volteretas por el barro. Estaba a punto de lanzarle un tajo al auriga cuando Annabeth me gritó:

— ¡Percy!

El fuego griego había empezado a chisporrotear. Metí la punta de la espada bajo la bolsa de cuero y la levanté de golpe como si fuera una espátula. La bolsa salió disparada por el aire y acabó a los pies del conductor de Hefesto, que empezó a chillar.

En una fracción de segundo tomó la decisión correcta, o sea, saltó del carro, que se fue escorando y explotó entre un surtidor de llamas verdosas.

Percy apretó los puños

Los caballos metálicos parecieron sufrir un cortocircuito. Dieron media vuelta y arrastraron los restos del carro ardiendo hacia Clarisse y los hermanos Stoll, que se vieron obligados a virar bruscamente para esquivarlo.

Annabeth mantuvo bien sujetas las riendas para tomar la última curva. Yo contuve la respiración, convencido de que acabaríamos volcando, pero ella se las arregló para superar el giro y espoleó a los caballos hasta la línea de meta. La multitud estalló en un gran griterío.

Cuando nos detuvimos por fin, todos nuestros amigos se agolparon a nuestro alrededor.

-¿Ven? No tendríamos oportunidad contra ellos- dijo Connor

Empezaron a corear nuestros nombres, pero Annabeth gritó aún con más fuerza:

— ¡Un momento! ¡Escuchad! ¡No hemos sido sólo nosotros!

La multitud no dejaba de gritar, pero Annabeth se las arregló para hacerse oír:

— ¡No lo habríamos conseguido sin la ayuda de otra persona! ¡Sin ella no habríamos ganado esta carrera, ni recuperado el Vellocino de Oro, ni salvado a Grover, ni nada! ¡Le debemos nuestras vidas a Tyson!

— ¡A mi hermano! —dije a voz en cuello, para que todos pudiesen oírme—. ¡A mi hermano pequeño!

Tyson se sonrojó hasta las orejas.

Igual que en la sala

La gente estalló en vítores. Annabeth me dio un beso en la mejilla, después de lo cual el rugido de la multitud aumentó bastante de volumen.

-Tan lindos- dijo Afrodita

La cabaña entera de Atenea nos subió a hombros a Annabeth, a Tyson y a mí, y nos llevó hasta la plataforma de los vencedores, donde Quirón aguardaba para entregarnos nuestras coronas de laurel.

-El fin- dijo Frank -solo queda un capítulo más ¿A quién le toca?