-Vamos, debemos comer- dijo Apolo llevándose a un no muy contento dios del inframundo

Will llevó de la mano al hijo de Hades hasta la puerta del palacio de Apolo

-Aquí no nos molestarán- dijo Will

Nico se paseaba nervioso por todo el palacio, Will permaneció en silencio, esperaría a que Nico estuviera listo, se sentó en la cama que había preparado para él

Unos momentos más pasaron antes de que el hijo de Hades hablara

-En realidad no tengo idea de por dónde comenzar- admitió Nico

-Está bien, tómate tu tiempo- dijo Will

Nico respiró hondo y comenzó a relatar toda la historia, al principio las palabras eran dichas con sumo cuidado, pero mientras más hablaba, las palabras salían con mayor rapidez y un poco atropelladas...

Le habló de la desaparición de Percy, del plan de Hera, como había encontrado en el inframundo a su hermana y como la liberó, también le contó sobre el campamento Júpiter, de su búsqueda de las puertas de la muerte, el Tártaro (su voz tembló un poco cuando relató eso) le contó absolutamente todo

-Percy y Annabeth cayeron al Tártaro, pero no lo recuerdan

Will se quedó callado un momento -No me sorprende que Las Moiras les quitaran sus recuerdos

-No puedo decirles nada- dijo Nico -aunque creo que ya empiezan a recordar

-Me da la misma impresión- confirmó Will -no diré nada... ¿Tú... Tú estás bien?

Nico asintió poco convencido, Will por supuesto no le creía, pero sabía que Nico no era un chico al que le gustaba que sintieran pena por él

-Sombritas, no estás solo

Nico alzó una ceja

-Me siento muy honrado de que me lo contaras- dijo Will - pero ¿Por qué a mí?

-No lo sé- Nico negó -eres una verdadera molestia

-Así me quieres- dijo las palabras sin siquiera pensarlas, miró a Nico, no quería asustarlo

-En tus sueños, Solace- dijo Nico, aunque estaba muy sonrojado

-Yo estoy para ti, Nicks, me alegra que me hayas contado, no tienes que cargar con todo esto tú solo

Nico asintió sonrojado, no se sentía arrepentido de contarle todo a Will a pesar de que no era alguien que confiara en las personas tan rápido, pero con Will había algo, algo especial que lo hacía confiar en él, que lo llenaba de adrenalina y eso lo hacía sentirse profundamente aterrorizado

Will le sonrió como si supiera lo que estaba pensando -Venga sombritas, vayamos a comer antes de que tu padre o tus amigos me maten

Lo tomó de la mano y salieron del palacio

*En el comedor*

-Tu pequeño engendro rubio secuestró a mi hijo- gritó Hades

-¿Es un secuestro si no pone resistencia?- preguntó Apolo seriamente

Llevaban unos diez minutos con esa misma cantaleta, Afrodita suspiró, le estaba tomando cariño a todas las parejas y esos dos hacían una muy hermosa

Por fin ambos aparecieron, Will iba molestando a Nico y este iba con el ceño fruncido

Ninguno de los presentes dijo nada, pero todos se miraban entre sí, Nico y Will se sentaron a comer en distintos lados de la mesa, Afrodita tomó una decisión, sería una fan de esa futura pareja, no cabe duda que los opuestos se atraen...

-Yo voy a leer- dijo Zeus sorprendiendo a toda la sala -nos encontramos con las ovejas asesinas

-Ni siquiera las ovejas los pueden dejar en paz- suspiró Rachel

Si piensas en la « isla del monstruo», te imaginas un montón de rocas escarpadas y huesos esparcidos por la playa, como en la isla de las sirenas.

Pero la isla del cíclope no tenía nada de eso. Sí, vale, había un puente de cuerdas sobre un abismo, lo cual no era buena señal. Venía a ser lo mismo que poner una valla publicitaria que advirtiese: « Algo maligno vive aquí».

-Esa idea estaría increíble- dijo Leo -así no nos tomarían por sorpresa

Pero el lugar, aparte de eso, parecía una postal caribeña. Tenía prados verdes, árboles de frutas tropicales y playas de arena blanquísima. Mientras navegábamos hacia la orilla, Annabeth inspiró profundamente aquel aire perfumado.

El Vellocino de Oro —dijo.

Asentí. No lo veía aún, pero percibía su poder. Ahora sí podía creer que el Vellocino era capaz de curar cualquier cosa, incluso el árbol envenenado de Thalia.

-Gracias- habló Thalia

— ¿Se morirá la isla si nos lo llevamos?

-No, solo perderá su exuberancia- dijo Atenea

Annabeth meneó la cabeza.

Perderá su exuberancia, eso sí. Y volverá a su estado anterior, fuera cual fuese.

Atenea le dio una pequeña sonrisa a su hija

Me sentí un poco culpable por destrozar aquel paraíso, pero me recordé que no teníamos alternativa. El Campamento Mestizo corría peligro, y Tyson aún seguiría con nosotros de no haber sido por aquella misión.

Percy suspiró

En el prado que había al pie del barranco, se agolpaban varias docenas de ovejas. Parecían pacíficas, aunque eran enormes, tan grandes como hipopótamos. Más allá, un camino subía hacia las colinas. En lo alto de ese camino, cerca del borde del abismo, se levantaba el roble descomunal que había visto en sueños. Había algo dorado que relucía en sus ramas.

Esto es demasiado fácil —dije—. ¿Subimos allí caminando y nos los llevamos?

-Nunca es tan fácil, sesos de alga- habló Thalia

Annabeth entornó los ojos.

Se supone que hay un guardián. Un dragón o...

Justo en ese momento surgió entre los arbustos un ciervo.

-¿El ciervo es el guardián?- preguntó Leo

Percy y Annabeth negaron

Trotó por el prado, seguramente en busca de pasto, y de repente todas las ovejas se pusieron a balar y se abalanzaron sobre él. Ocurrió tan deprisa que el ciervo se tambaleó y desapareció en un mar de lana y pezuñas.

Hubo un revuelo de hierba y mechones de pelaje marrón.

Unos segundos más tarde, las ovejas se dispersaron y volvieron a deambular pacíficamente.

-Que horror- dijo Rachel

-Me gustaban las ovejas- murmuró Frank

En el sitio donde había estado el ciervo sólo quedaban un montón de huesos blancos.

Annabeth y yo nos miramos.

Son como pirañas —dijo ella.

Pirañas con lana. ¿Cómo vamos...?

— ¡Percy! —Annabeth ahogó un grito y me agarró del brazo—. Mira.

Señaló hacia la playa, justo debajo del prado, donde un bote había sido arrastrado hasta la arena... El otro bote salvavidas del CSS Birmingham.

Llegamos a la conclusión de que era imposible atravesar aquel cerco de ovejas caníbales. Annabeth quería deslizarse por el camino con su gorra de invisibilidad y hacerse con el vellocino, pero la convencí de que no saldría bien. Las ovejas podían olerla, o aparecería otro guardián, cualquier cosa.

-Eso fue sensato- dijo Reyna

Y si ocurría algo así, yo estaría demasiado lejos para ayudarla.

Además, nuestra primera tarea tenía que ser encontrar a Grover y a quienes hubieran llegado a la orilla con aquel bote. Eso suponiendo que hubiesen logrado sortear a las ovejas. Estaba demasiado nervioso para decir en voz alta lo que aún esperaba en secreto... o sea, que Tyson siguiera vivo.

Fuimos a amarrar el Vengador de la Reina Ana a la parte de atrás de la isla, donde los acantilados se alzaban en vertical a unos sesenta metros de altura. Se me ocurrió que allí sería menos probable que el barco fuera visto.

Aquellos acantilados parecían escalables. Debían de ser tan difíciles, más o menos, como el muro de lava del campamento. Al menos, no había ovejas por aquel lado. Confié en que Polifemo no tuviera también cabras montesas carnívoras.

-Sería el colmo de la mala suerte- dijo Travis

Remamos en un bote hasta el borde de la roca y empezamos a subir muy despacio. Annabeth iba delante, porque ella era mejor escaladora que yo.

Sólo estuvimos a punto de matarnos seis o siete veces, lo cual me pareció bastante aceptable.

Atenea y Poseidón los miraron como si estuvieran locos

Una de ellas, perdí pie y me encontré colgado de una sola mano de una cornisa a quince metros de las rocas que sobresalían entre las olas.

-Por los dioses- murmuró Bianca

Menos mal que encontré otro punto de apoyo y seguí escalando. Un minuto más tarde, Annabeth puso el pie sobre un trozo de musgo y resbaló. Por suerte, consiguió afirmar el pie un poco más abajo. Por desgracia, fue en mi cara.

-Lamento eso- dijo Annabeth

-No hay problema- dijo Percy

Perdona —murmuró.

No... Pasa nada —gruñí, aunque nunca había tenido el menor interés en probar el sabor de sus zapatillas.

Los chicos rieron

Por fin, cuando ya tenía los dedos como de acero derretido y todos los músculos me temblaban de puro agotamiento, alcanzamos la cresta del acantilado y nos derrumbamos desfallecidos.

— ¡Uf! —dije.

Aggg —gimió Annabeth.

— ¡Grrrrr! —bramó otra voz.

-Que buena sincronización- rió Connor

Si no hubiese estado tan cansado, habría dado un brinco de otros sesenta metros. Miré alrededor, pero no vi a nadie.

Annabeth me tapó la boca con una mano e hizo señas con la otra.

La cresta sobre la que nos hallábamos era más estrecha de lo que me había parecido. Por el otro lado terminaba bruscamente, y era de allí de donde venía aquella voz: del terraplén que había debajo.

— ¡Eres peleona! —bramó aquella voz ronca.

— ¡Atrévete a desafiarme! —La voz de Clarisse, sin la menor duda—.

¡Devuélveme mi espada y lucharé contigo!

Ares frunció el entrecejo

El monstruo se echó a reír con gran estruendo.

Annabeth y yo nos arrastramos hasta el borde. Estábamos encima mismo de la entrada de la cueva. Polifemo y Grover, que aún iba con su vestido de novia, se hallaban justo a nuestros pies. Clarisse estaba atada y colgada boca abajo sobre una olla de agua hirviendo. Yo tenía la esperanza de ver también a Tyson allí. Aunque fuera corriendo peligro, al menos habría sabido que estaba vivo, pero no había ni rastro de él.

Hummm —murmuró Polifemo mientras reflexionaba—. ¿Me como a esta bocazas ahora mismo o la dejo para el banquete de boda? ¿Qué opina mi novia?

-Clarisse para la comida ¿Qué opinas hermano?- bromeó Travis

-Cállate- dijeron al mismo tiempo Chris y Clarisse

Se volvió hacia Grover, que retrocedió y casi tropezó con su cola nupcial, por fin terminada.

Eh, bueno, yo no estoy hambrienta ahora mismo, querido. Quizá... — ¿Cómo que novia? —Preguntó Clarisse—. ¿Quién? ¿Grover?

-Cállate- gritaron los semidioses

Clarisse les dio una mirada asesina

Annabeth susurró a mi lado.

Cierra el pico, idiota... Tiene que cerrar esa bocaza.

Polifemo frunció el ceño.

— ¿Qué Grover?

— ¡El sátiro! —aulló Clarisse.

— ¡Ay! —Gimió Grover—. El cerebro de la pobre ya se ha puesto a hervir con el agua caliente. ¡Bájala, querido!

Clarisse seguía mirando mal a todos, pero se notaba avergonzada

Polifemo entornó el párpado sobre su siniestro ojo nublado, tratando de ver a Clarisse con mayor claridad.

El cíclope era incluso más horrible que en mis sueños. En parte porque ahora me llegaba su rancio hedor desde muy cerca, y en parte porque iba con su traje de boda: una falda escocesa y un chal cosidos chapuceramente sobre un esmoquin azul celeste. Como si hubiese desvalijado a todos los invitados de una boda.

Todos se miraron horrorizados

— ¿De qué sátiro hablas? —Preguntó Polifemo—. Los sátiros son buena comida. ¿Me has traído un sátiro?

— ¡No, maldito idiota! —Bramó Clarisse—. ¡Ese sátiro! ¡Grover! ¡El que lleva el vestido de novia!

-Al que diga una sola palabra de eso, lo mato- amenazó Clarisse

Ninguno dijo nada

Quería retorcerle el cuello a Clarisse, pero ya era demasiado tarde; lo único

que podía hacer era mirar a Polifemo, que se dio la vuelta y le arrancó el velo a Grover, descubriendo su pelaje ensortijado, su desaliñada barbita adolescente y sus cuernos diminutos.

El cíclope respiró pesadamente, tratando de contener su furia.

No veo demasiado bien desde hace muchos años —refunfuñó—, cuando aquel otro héroe me pinchó en el ojo. Pero aun así... ¡tú no eres una cíclope!

-Pues la verdad se tardó bastante tiempo en darse cuenta- murmuró Leo -tal vez en la escuela de cíclopes no le enseñaron sobre anatomía

Y le desgarró el vestido por completo. Debajo, apareció el viejo Grover con sus tejanos y su camiseta. Soltó un aullido y se agachó justo cuando el monstruo lanzaba un golpe a su cabeza.

— ¡Espera! —Suplicó Grover—. ¡No vayas a comerme crudo! ¡Tengo una buena receta!

Busqué mi espada, pero Annabeth me detuvo con un siseo:

— ¡Quieto!

Polifemo, con una roca preparada para aplastar a la que había sido su novia, pareció dudar.

— ¿Una receta? —preguntó.

— ¡Oh, sí! No vas a comerme crudo, ¿verdad? Te agarrarías una colitis, el botulismo, un montón de cosas horribles. Tendré mucho mejor sabor asado a fuego lento. ¡Con salsa picante de mango! Podrías ir ahora mismo a buscar unos mangos, allá en el bosque. Yo te espero aquí.

-Súper bien que te preocupes por enfermar al cíclope- rió Connor

El monstruo se puso a reflexionar. El corazón me retumbaba contra las costillas. Imaginé que acabaría muerto si atacaba, pero no podía permitir que el monstruo matase a Grover.

Sátiro asado con salsa de mango —musitaba Polifemo. Se volvió hacia Clarisse, que seguía colgada sobre la olla de agua hirviendo.

— ¿Tú también eres un sátiro?

— ¡No, maldito montón de estiércol! —chilló—. ¡Yo soy una chica! ¡La hija de Ares! ¡Ahora desátame para que pueda rebanarte los brazos!

Para rebanarme los brazos —repitió Polifemo.

— ¡Y para metértelos por la boca!

Tú sí que tienes agallas.

-Muchas- dijo Chris abrazando a su novia

— ¡Bájame de aquí, pedazo de animal!

Polifemo agarró a Grover y lo izó como si fuera un perrito desobediente.

Ahora hay que apacentar las ovejas. La boda la aplazamos hasta la noche. ¡Entonces comeremos sátiro como plato fuerte!

Pero... ¿es que todavía piensas casarte? —Grover sonaba ofendido—. ¿Y quién es la novia?

-¿Querías casarte?- preguntaron confundidos los chicos

Grover se sonrojó -Por supuesto que no

Polifemo miró con el rabillo del ojo hacia la olla hirviendo.

Clarisse ahogó un grito.

— ¡Oh, no! No lo dirás en serio. Yo no...

-¡Hermano, tienes competencia!- gritaron los Stoll

-Los voy a matar- prometió Clarisse

Antes de que Annabeth o yo pudiésemos hacer algo, Polifemo la arrancó de

la cuerda como si fuera una manzana madura y los arrojó a ella y a Grover al interior de la caverna.

— ¡Poneos cómodos! ¡Estaré de vuelta cuando se ponga el sol para el gran acontecimiento!

Luego dio un silbido y un rebaño de cabras y ovejas —más pequeñas que las devoradoras de hombres— empezó a salir de la cueva. Mientras desfilaban para ir a pastar, Polifemo les daba palmaditas a algunas y las llamaba por su nombre: Chuleta, Lanita, Superburger...

Cuando pasó la última, Polifemo hizo rodar una roca frente a la entrada, con la misma facilidad con que yo cerraría la puerta de la nevera, y ahogó de golpe los gritos de Clarisse y Grover.

Mangos —refunfuñó Polifemo—. ¿Qué son mangos?

Se alejó caminando montaña abajo con su traje de boda azul celeste y nos dejó en compañía de una olla de agua hirviendo y una roca de seis toneladas.

Lo intentamos durante lo que me parecieron horas, pero sin ningún éxito. La roca no se movía. Chillamos por las grietas, dimos golpes, hicimos todo lo que puedas imaginarte para mandarle una señal a Grover, pero no nos llegó el menor indicio de que nos hubiese oído.

-No los oímos- dijo Grover

Incluso si se producía un milagro y lográbamos matar a Polifemo, no nos serviría de nada. Grover y Clarisse morirían en el interior de aquella cueva herméticamente cerrada. El único modo de mover la roca era conseguir que el cíclope lo hiciera.

Por pura frustración, destapé a Contracorriente y le asesté un mandoble a la roca. Saltaron chispas, pero nada más. Una roca enorme no es la clase de enemigo que puedas combatir con una espada mágica.

Annabeth y yo nos sentamos en la cumbre y observamos desesperados la silueta azul celeste del cíclope moviéndose entre su rebaño. Había separado juiciosamente el ganado normal de las ovejas devoradoras de hombres, situando cada grupo a un lado de la profunda sima que dividía la isla. Sólo era posible cruzarla por el puente de cuerdas, y las tablas estaban demasiado separadas para las pezuñas de una oveja.

-Creo que es algo bueno- murmuró Piper

Observamos a Polifemo mientras visitaba también a su rebaño carnívoro en el otro lado. Por desgracia, no se lo comieron. De hecho, se movía entre aquellas ovejas con total despreocupación; les daba de comer una carne misteriosa que llevaba en una gran cesta de mimbre, lo cual no hizo más que reforzar un sentimiento que albergaba desde que Circe me convirtiera en cobaya: o sea, la idea de que ya iba siendo hora de imitar a Grover y hacerme vegetariano.

Piper le dio la razón

Con artimañas —decidió Annabeth—. Si no podemos vencerlo con la fuerza, tendremos que hacerlo con alguna artimaña.

De acuerdo —dije—. ¿Qué artimaña?

Esa parte aún no se me ha ocurrido.

-Pequeño detalle- murmuró Leo

Estupendo.

Polifemo tendrá que mover la roca para dejar pasar al rebaño.

Al ponerse el sol —dije—. Que es cuando se casará con Clarisse y se zampará a Grover. No sé cuál de las dos cosas me parece más repugnante.

Chris miró mal a Percy

Yo podría volverme invisible —dijo— y meterme dentro.

— ¿Y yo qué?

Las ovejas —musitó Annabeth. Y me lanzó una de aquellas miradas astutas que siempre me inspiraban un enorme recelo—. ¿Hasta qué punto te gustan las ovejas?

-Pues no me gustaban mucho- murmuró Percy

— ¡Sobre todo no te sueltes! —dijo Annabeth, ya invisible, desde algún punto a mi derecha.

Era fácil decirlo. Ella no estaba colgada del vientre de una oveja.

Las risas estallaron al imaginarse a su amigo en esa posición

De acuerdo, reconozco que no era tan difícil como había pensado al principio. Una vez ya me había metido a rastras debajo del coche de mi madre para cambiarle el aceite. Aquello no era muy distinto. A la oveja le daba igual, e incluso la más pequeña del rebaño era lo bastante grande para soportar mi peso, y todas tenían una lana muy espesa. Retorcí la lana con las manos hasta transformarla en un par de asas, afirmé los pies en los huesos de la cadera y listo... Me sentía como un bebé canguro mientras me paseaba abrazado al pecho del animal, procurando que no me entrara lana por la boca ni la nariz.

Y por si os lo estáis preguntando, los bajos de una oveja no huelen especialmente bien.

Varios hicieron muecas de desagrado

Imagínate un suéter de invierno arrastrado por el barro y luego abandonado en la cesta de la ropa sucia durante una semana. Algo así.

El sol se estaba poniendo.

Apenas había encontrado la posición más adecuada, cuando oí rugir al cíclope:

— ¡Eh, cabritas! ¡Ovejitas!

El rebaño, obedientemente, empezó a subir la cuesta hacia la caverna.

— ¡Allá vamos! —Susurró Annabeth—. Estaré cerca, no te preocupes.

Entonces hice en silencio una promesa a los dioses: si salíamos vivos de aquel lío, le reconocería a Annabeth que era genial.

Annabeth frunció el ceño -No lo hiciste

Percy sonrió -Claro que lo hice- le guiñó un ojo

Mi oveja empezó a subir la cuesta penosamente. Tras unos cien metros ya me dolían las manos y los pies. Me aferré con más fuerza a la lana y la oveja dio un gruñido. No podía culparla. A mí tampoco me gustaría que alguien practicara la escalada por mi anatomía. Pero si no me agarraba bien me caería allí mismo, a los pies del monstruo.

— ¡Estofado! —dijo el cíclope, dándole palmadas a una oveja que iba más adelante—. ¡Manchada! ¡Trasto...! ¡Eh, Trasto!

Polifemo le dio unas palmaditas a mi oveja y poco faltó para que me cayera al suelo.

— ¿Qué, engordando un poquito esa panza?

« ¡Uf! —pensé—. Ahora me descubrirá».

Pero Polifemo se limitó a reír y a darle un empujón en los cuartos traseros que nos propulsó hacia delante.

— ¡Vamos, gordita! ¡Pronto serás un buen desayuno!

-Por eso soy vegetariana- dijo Piper

Y así, sin más, me encontré en el interior de la cueva.

Observé cómo entraba la última oveja. Annabeth tenía que apresurarse a poner en práctica su maniobra de distracción.

El cíclope ya estaba a punto de volver a colocar la roca en su sitio, cuando ella gritó desde fuera:

— ¡Hola, bicho horrible!

Polifemo se irguió de golpe.

— ¿Quién ha dicho eso?

— ¡Nadie! —chilló Annabeth.

-Que buen plan- dijo Jason

-Por eso sus chistes sobre nadie- dijeron los Stoll

Aquello provocó exactamente la reacción que ella había esperado: la cara del monstruo enrojeció de rabia.

— ¡Nadie! —Rugió Polifemo—. ¡Ya me acuerdo de ti!

— ¡Eres demasiado estúpido para acordarte de alguien! —se mofó Annabeth —. Y mucho menos de Nadie.

-Así se hace- dijo Atenea

Yo rezaba a los dioses para que ella se fuera moviendo mientras hablaba, porque Polifemo empezó a bramar furioso, agarró la primera roca que encontró (que resultó la de la entrada) y la arrojó hacia donde sonaba la voz de Annabeth.

Oí cómo se hacía añicos con gran estruendo.

Durante un momento terrible hubo un silencio.

La sala entera contuvo el aliento

Luego Annabeth gritó: — ¡Ni siquiera has aprendido a tirar piedras, so inepto!

Volvieron a respirar

Polifemo aulló:

— ¡Ven aquí! ¡Ven que te mato, Nadie!

— ¡No puedes matar a Nadie, estúpido zoquete! —volvió a mofarse Annabeth —. ¡Ven a buscarme!

Polifemo corrió ladera abajo siguiendo su voz.

Lo de llamarse « Nadie» no habría funcionado con ningún otro ser, pero Annabeth me había explicado que aquél había sido el nombre que utilizó Ulises para engañar a Polifemo siglos atrás, justo antes de pincharle el ojo con un palo al rojo vivo. Annabeth había supuesto que aquel nombre despertaría instantáneamente su rencor, y no se había equivocado. En su frenesí por atrapar a su antiguo enemigo, el cíclope olvidó cerrar la entrada de la cueva. Por lo visto, ni siquiera se detuvo a pensar que la voz de Annabeth era de mujer, mientras que el primer Nadie había sido hombre. También era cierto, por otro lado, que había querido casarse con Grover. O sea que no era muy avispado en todo el asunto masculino-femenino.

-Que mala suerte- dijo Leo

Confiaba en que Annabeth se mantuviera a salvo y lo distrajera lo suficiente mientras yo buscaba a Grover y Clarisse.

Me descolgué por fin, le di una palmadita a Trasto y me disculpé por mi atrevimiento. Busqué en la cueva principal, pero allí no había ni rastro de ellos. Me abrí paso entre el rebaño de cabras y ovejas hasta el fondo de la cueva.

Había soñado con aquel lugar, pero me costó mucho orientarme por el laberinto de galerías. Crucé corredores sembrados de huesos, pasé por estancias llenas de alfombras de lana y ovejas de cemento tamaño natural, que reconocí como obras de la Medusa. Había también colecciones de camisetas con ovejas estampadas; barreños de aceite de lanolina; chaquetas y calcetines de lana y sombreros adornados con cuernos de carnero.

Finalmente encontré la habitación del telar. Allí estaba Grover, acurrucado en un rincón, intentando cortar con unas tijeras romas los nudos que aún mantenían atada a Clarisse.

Es inútil —decía ella—. ¡Estas cuerdas parecen de hierro!

— ¡Sólo unos minutos más!

— ¡Maldición, Grover! —gritó exasperada—. ¡Llevas horas intentándolo!

-Uy pues perdón por tratar de liberarte- dijo Travis imitando a Grover

Entonces me vieron.

— ¿Percy? —Dijo Clarisse—. ¡Se suponía que habías saltado por los aires!

Yo también me alegro de verte. Ahora no te muevas mientras...

— ¡Perrrrrcy! —Grover se puso a balar y me dio un abrazo cabruno, una especie de placaje—. ¡Oíste mis mensajes! ¡Has venido!

Sí, amigo —dije—. Claro que he venido.

— ¿Dónde está Annabeth?

Fuera —dije—. Pero no hay tiempo para hablar. Clarisse, estate quieta.

Destapé a Contracorriente y corté las cuerdas. Ella se puso de pie con cierta rigidez mientras se frotaba las muñecas. Me miró con hostilidad un momento; luego bajó la vista y murmuró:

Gracias.

De nada —contesté—. ¿Había alguien más en tu barco?

Clarisse me miró sorprendida.

No, sólo yo. El resto de la tripulación del Birmingham... Bueno, ni siquiera sabía que vosotros os habíais librado.

-Fue un poco raro ese viaje- dijo Percy

Miré al suelo. Me negaba a admitir que mi última esperanza de ver vivo a Tyson acababa de evaporarse.

Está bien. Vamos. Tenemos que ayudar...

Se oyó un estruendo, cuyo eco fue rebotando por toda la cueva, y luego un grito que me hizo temer que llegáramos tarde. Era Annabeth la que gritaba de pánico.

-Vayan a buscarla- gritó Atenea al libro

-Estoy aquí- dijo Annabeth

-Cierto- dijo la diosa algo avergonzada

Percy se acercó algo sigiloso a Nico -Hola sombritas, ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Ya la hiciste- gruñó Nico

Percy ignoró eso -¿Los chicos rubios sí son tu tipo?

Nico persiguió a Percy por toda la sala

-Necesito algo de entrenamiento, tanto tiempo estuvimos peleando, que ahora es raro no hacerlo- murmuró Jason a Piper, para su mala suerte, Hermes los oyó

-Vamos a entrenar- dijo el dios

Los chicos lo miraron

-Otra captura de bandera no- murmuró Jason

-Yo no jugué- se quejó Leo

-Fue lo mejor, mi equipo ganó- sonrió Poseidón

Atenea rodó los ojos -¿Que sugieres Hermes?

Hermes sonrió -Una carrera con carros griegos