-Fin del capítulo- anunció Hera -¿Quién lee?

-Yo voy a leer- dijo Connor sorprendiendo a todos -Annabeth intenta volver a nado

-¡Ay no!- se quejó Annabeth

Por fin había encontrado algo en lo que era bueno de verdad.

-Tú eres bueno en todo, bro- dijo Jason

-No más que tú, bro- dijo Percy

Annabeth y Piper rodaron los ojos

El Vengador de la Reina Ana respondía a todas mis órdenes. Yo sabía qué cabos tensar, qué velas izar y en qué dirección navegar. Avanzábamos entre las olas a unos diez nudos, según calculé. Y lo bueno es que incluso comprendía qué velocidad era ésa.

-Que alivio- bromeó Travis

Para un barco de vela, bastante rápido.

Todo parecía perfecto: el viento a favor, las olas rompiendo contra la proa... Pero ahora que nos encontrábamos fuera de peligro, sólo conseguía pensar en lo mucho que echaba de menos a Tyson y en la inquietante situación de Grover.

-Yo también te extrañé, hermano mayor- dijo Tyson

Tampoco conseguía quitarme de la cabeza mi estúpida manera de complicar las cosas en la isla de Circe. De no ser por Annabeth, todavía sería un pequeño roedor agazapado en aquella jaula junto a un puñado de piratas peludos. Pensé en lo que Circe me había dicho: « ¿Lo ves, Percy? Has liberado tu verdadero ser».

-Eso no es cierto- habló Zoë -tú eres muy valiente

Artemisa alzó una ceja, pero no discutió con su cazadora

Aún me sentía cambiado. No sólo porque tenía un repentino deseo de comer lechuga,

Annabeth le ofreció un pedazo de lechuga, sacado quien sabe de donde

Percy frunció el ceño -Voy a tomarlo, pero me ofende muchísimo

Todos rieron

sino que, además, me notaba asustadizo, como si el instinto de un animalito despavorido formase ahora parte de mí. O quizá siempre había estado allí. Aquello era lo que me preocupaba de verdad.

-Eres una de las personas más valientes que conozco- dijo Nico, sorprendiendo a más de uno

Percy lo miró incrédulo -Es lo más lindo que me has dicho, sombritas

-No te acostumbres- masculló Nico

Navegamos toda la noche.

Annabeth intentó echarme una mano en el puesto de mando, pero navegar no era lo suyo. Tras unas cuantas horas de balanceo, su cara se puso de color guacamole y bajó a tumbarse en una hamaca.

-No fue una buena sensación- murmuró Annabeth

Yo observaba el horizonte. Divisé monstruos más de una vez. Vi un penacho de agua tan alto como un rascacielos elevándose a la luz de la luna. Luego una hilera de púas verdes se deslizó entre las olas: un reptil, o algo así, de unos treinta metros de largo. No tenía muchas ganas de averiguarlo.

-Que sensato- dijo Poseidón

También llegué a ver nereidas, los brillantes espíritus femeninos del agua. Les hice señas, pero desaparecieron en las profundidades, dejándome con la duda de si me habían visto o no.

-Sí te vieron, pero te ignoraron- murmuró Poseidón

Poco después de medianoche, Annabeth subió a cubierta. Precisamente en aquel momento pasábamos junto a una isla con un volcán humeante. El agua en torno a la orilla burbujeaba y despedía vapor.

Una de las fraguas de Hefesto —dijo Annabeth—. Donde construye sus monstruos de metal.

Bianca, Percy, Zoë, Grover y Thalia se miraron

— ¿Como los toros de bronce?

Ella asintió.

Da un rodeo. Y ponte a una buena distancia.

No necesité que me lo repitiera. Nos alejamos de la isla y muy pronto no fue más que un borrón de neblina roja a popa.

Miré a Annabeth.

El motivo de que odies tanto a los cíclopes... o sea, la historia de cómo murió Thalia de verdad... Cuéntame, ¿qué ocurrió?

-Chismoso- dijo Thalia

Percy le sacó la lengua

Apenas veía su expresión en la oscuridad.

Está bien. Tal vez tengas derecho a saberlo —dijo por fin—. Aquella noche, mientras Grover nos llevaba al campamento, se confundió y tomó varios desvíos equivocados. ¿Recuerdas que te lo contó una vez?

Zeus le lanzó una mirada asesina a Grover

Asentí.

Bueno, pues el peor de esos desvíos nos llevó a la guarida de un cíclope en Brooklyn.

— ¿Cíclopes en Brooklyn? —pregunté.

No podrías creer la cantidad de cíclopes que hay, pero ésa no es la cuestión. Aquel cíclope nos tendió una trampa; logró que nos separásemos en el laberinto de pasillos de una vieja casa de la zona de Flatbush. Además, era capaz de imitar la voz de cualquiera, Percy. Igual que Tyson a bordo del Princesa Andrómeda.

Annabeth se estremeció

Uno a uno, nos hizo caer en la trampa. Thalia creyó que corría a salvar a Luke. Este creyó que me había oído gritar a mí pidiendo socorro. Y yo... yo estaba sola en la oscuridad. Tenía siete años.

La sala entera miraba con admiración a Annabeth

No sabía cómo encontrar la salida.

Se apartó el pelo de la cara.

Recuerdo que llegué a la habitación principal. El suelo estaba cubierto de huesos. Y allí estaban Thalia, Luke y Grover, atados y amordazados, colgando del techo como jamones.

Leo, Piper y Jason se estremecieron al recordar un poco más sobre aquella misión donde tuvieron que rescatar a la diosa olímpica favorita de todos

El cíclope había empezado a encender una hoguera en medio de la habitación. Saqué mi cuchillo, pero él me oyó. Se volvió y sonrió; empezó a hablar, y de algún modo averiguó cómo era la voz de mi padre. Supongo que la arrebató de mi mente. Me dijo: « No te preocupes, Annabeth. Yo te quiero. Puedes quedarte conmigo. Puedes quedarte para siempre».

Annabeth apretó la mano de Percy

Me eché a temblar. El modo que tenía Annabeth de contarlo, incluso ahora, seis años después, logró asustarme más que el cuento de fantasmas más espantoso que hubiera oído en mi vida.

Varios asintieron, a pesar de que era Connor el que leía

— ¿Qué hiciste?

Le clavé el cuchillo en un pie.

-Wow- murmuraron los chicos

La miré fijamente.

— ¿Me tomas el pelo? ¿Tenías siete años y apuñalaste a un cíclope enorme?

Atenea le sonrió con orgullo

Él me habría matado, pero conseguí sorprenderlo. Me dio el tiempo justo para correr hacia Thalia y cortarle las cuerdas de las manos. Ella se encargó del resto.

Thalia le dio una sonrisa de apoyo

Bueno, pero... eso fue muy valiente de tu parte, Annabeth.

Ella sacudió la cabeza.

Nos salvamos por los pelos. Todavía tengo pesadillas, Percy. Con el cíclope hablándome con la voz de mi padre. Si nos costó tanto llegar al campamento fue por su culpa. Todos los monstruos que nos habían estado persiguiendo aprovecharon para darnos alcance. Ésa es la verdadera razón de que Thalia muriese. De no haber sido por ese cíclope, aún viviría

-Esa fue mi decisión, Annabeth- dijo Thalia

Permanecimos sentados en la cubierta, contemplando cómo ascendía la constelación de Hércules por el cielo.

Zoë resopló

Ve a echarte un rato —me dijo Annabeth por fin—. Necesitas descansar.

Asentí. Me pesaban los ojos. Pero cuando bajé y me tendí en una hamaca, me costó mucho conciliar el sueño. Seguía pensando en la historia de Annabeth. Me preguntaba si yo en su lugar habría tenido el valor de continuar aquella búsqueda, de navegar directamente hacia la guarida de otro cíclope.

-Lo hubieras hecho- dijo Annabeth

No soñé con Grover.

En cambio, me encontré de nuevo en el camarote de Luke, a bordo del Princesa Andrómeda. Las cortinas estaban abiertas. Fuera era de noche, y el aire se fue llenando de sombras, de voces que susurraban a mi alrededor. Eran los espíritus de los muertos.

« ¡Cuidado! —murmuraban—. Trampas. Engaños».

-Te trataban de advertir- murmuró Hades

El sarcófago de oro de Cronos emitía un leve resplandor. Era la única luz en todo el camarote.

Una fría risa me sobresaltó. Parecía proceder de un lugar situado muy por debajo del barco.

« No tienes el valor suficiente, joven. No podrás detenerme».

Sabía lo que debía hacer. Tenía que abrir aquel ataúd.

Destapé a Contracorriente y los fantasmas se arremolinaron en torno a mi cuerpo como un tornado.

« ¡Cuidado!».

Poseidón agarraba con fuerza su tridente

El corazón me palpitaba. No conseguía que mis pies se movieran, pero tenía que detener a Cronos. Debía destruir lo que hubiese en aquella caja.

Entonces oí la voz de una chica a mi lado.

— ¿Y bien, sesos de alga?

-¿Annabeth?- preguntaron algunos

Percy negó

Me di la vuelta, pensando que sería Annabeth. Pero no lo era. Llevaba ropa punk, con cadenas plateadas en las muñecas. Tenía el pelo negro erizado de púas, una gruesa raya en torno a sus ojos azules y turbulentos, y un puñado de pecas esparcidas por la nariz. Me resultaba conocida, pero no sabía de qué.

-Awwww eres tan lindo, soñando siempre conmigo- dijo Thalia burlona

-Tendría que haber rezado antes de dormir- dijo Percy

— ¿Y bien? —preguntó—. ¿Vas a detenerlo, sí o no?

Yo no podía responder. Ni moverme.

La chica puso los ojos en blanco.

Perfecto. Déjamelo a mí y a la Égida.

Zeus le dio una mirada de aprobación

Se dio un golpecito en la muñeca y sus cadenas plateadas se transformaron —aplanándose y expandiéndose— en un enorme escudo. Era de plata y bronce, con la monstruosa cabeza de la Medusa sobresaliendo en el centro. Parecía una máscara mortuoria, como si la verdadera cabeza de la Gorgona hubiera quedado impresa en el metal. No sabía si aquello era cierto, y tampoco si el escudo podía petrificarme, pero desvié la mirada; sólo su proximidad me dejaba helado de miedo.

-A cualquiera- Leo se estremeció

Tuve la sensación de que, en un combate real, el portador de aquel escudo sería casi invencible. Cualquier enemigo en sus cabales le daría la espalda y echaría a correr.

La chica sacó su espada y avanzó hacia el sarcófago. Las sombras fantasmales le abrieron paso y se dispersaron ante el aura terrible de su escudo.

No —dije, tratando de advertirla.

-Pero nunca me escuchas- dijo Percy

Pero ella no me escuchó. Se fue directa al sarcófago y apartó su tapa dorada.

Por un instante, permaneció con la vista fija en el contenido de la caja.

El ataúd adquirió un resplandor más intenso.

No. —La voz de la chica temblaba—. No puede ser.

Desde las profundidades del océano, Cronos se reía con tal estruendo que se estremeció el barco entero.

— ¡Noooo! —La chica chilló mientras el sarcófago se la tragaba en una explosión de luz dorada.

-Fue una terrible pesadilla- dijo Percy

Me senté en la hamaca gritando.

Annabeth me zarandeaba por el hombro.

Percy, era una pesadilla. Vamos. Tienes que levantarte.

— ¿Qué... qué pasa? —Dije frotándome los ojos—. ¿Cuál es el problema?

Tierra —dijo con un tono lúgubre—. Nos acercamos a la isla de las sirenas.

-Por los dioses- murmuraron los chicos

Apenas podía divisar la isla en el horizonte. Sólo veía un borrón entre la niebla.

Quiero que me hagas un favor —dijo Annabeth—. Las sirenas... pronto estaremos al alcance de sus cantos.

Atenea tenía una idea de lo que su hija iba a pedir, era claro que lo suicida se pega

Recordé las historias sobre las sirenas: cantaban de un modo tan dulce que encantaban a los marineros con sus voces y los atraían a una muerte segura.

No hay problema —le aseguré—. Podemos taparnos los oídos. En la bodega hay un barreño lleno de cera para velas...

Es que yo quiero oírlas.

Atenea resopló

-Temía que dijeras eso- bufó Thalia

Parpadeé.

— ¿Cómo?

Dicen que las sirenas cantan la verdad sobre lo que deseas. Te revelan cosas sobre ti mismo de las que ni siquiera te has dado cuenta. Por eso te embelesan. Si sobrevives, te vuelves más sabio. Yo quiero oírlas. ¿Cuándo volveré a tener una ocasión como ésta?

-Por los dioses, Percy le ha pegado lo imprudente- habló Piper

Viniendo de cualquier otra persona, aquello no habría tenido ningún sentido. Pero tratándose de Annabeth... Bueno, si ella era capaz de leer libros sobre arquitectura de la antigua Grecia o de disfrutar de los documentales del canal Historia, era comprensible que las sirenas pudieran atraerle.

-No lo hagan- dijo Annabeth -no es tan divertido

Me contó su plan. A regañadientes, la ayudé a prepararse.

En cuanto tuvimos a la vista la orilla rocosa de la isla, ordené a una de las sogas que atara a Annabeth por la cintura al palo mayor.

No me desates —dijo—. Pase lo que pase. Por mucho que suplique.

Porque yo desearé saltar sin más, y si lo hago me ahogaré.

— ¿Quieres tentarme?

Ja, ja.

Percy y Annabeth se miraron

-Me estoy enfadando contigo- dijo Percy

-Ya dije que lo siento- Annabeth sonrió

-Espero que al menos la hayas desarmado- gruñó Atenea

-Uh...- murmuró Percy

Le prometí que la mantendría a salvo. Luego tomé dos bolas de cera, las amasé hasta convertirlas en tapones y me las metí en los oídos.

Annabeth asentía, sarcástica, como diciéndome que aquellos tapones me quedaban muy chulos. Le hice una mueca y me volví hacia el timón.

El silencio era espeluznante. No oía nada, salvo el latido de la sangre en mis sienes. A medida que nos aproximábamos a la isla, iban asomando rocas dentadas entre la niebla. Ordené al Vengador de la Reina Ana que las sorteara; si nos acercábamos demasiado, aquellas rocas harían trizas nuestro casco como las cuchillas de una licuadora.

Miré a mi espalda. Al principio, Annabeth parecía completamente normal.

-Lo más normal que se podía ver estando atada- dijo Percy

Luego apareció en su rostro una expresión perpleja. Abrió unos ojos como platos y empezó a forcejear con las cuerdas. Me llamaba por mi nombre: lo veía en sus labios. Su expresión era muy clara; tenía que liberarla, era cuestión de vida o muerte. Debía soltarla ahora mismo.

Parecía tan afligida que costaba mucho resistirse y no dejarla libre.

Me obligué a desviar la vista.

Percy le hizo una mueca a su novia

Apremié al Vengador de la Reina Ana para que aumentase la velocidad.

Aún no podía ver gran cosa de la isla: sólo niebla y rocas. Pero en el agua flotaban trozos de madera y fibra de vidrio, restos de naufragios, incluso chalecos salvavidas de líneas aéreas comerciales.

¿Cómo era posible que la música hubiese hecho descarrilar tantas vidas? Sí, vale, había canciones en el Top Ten que me daban ganas de lanzarme en picado, pero aun así... ¿Qué podrían cantar las sirenas?

-Tus mayores deseos- susurró Annabeth

Durante un peligroso segundo comprendí la curiosidad de Annabeth. Sentí la tentación de quitarme los tapones, sólo para probar un sorbo de aquella música misteriosa.

-¡NO!- gritó Poseidón

Notaba cómo las voces vibraban en la madera del barco, cómo añadían su latido al rugido de la sangre en mis oídos.

Annabeth seguía suplicándome. Las lágrimas corrían por sus mejillas.

Luchaba con las cuerdas, como si le impidieran reunirse con lo que más le importaba en este mundo.

« ¿Cómo puedes ser tan cruel? —parecía preguntarme—. Creía que eras mi amigo».

Percy se cruzó de brazos

Miré con furia aquella isla envuelta en niebla. Deseaba sacar mi espada, pero no había nada con lo que luchar. ¿Cómo vas a combatir una canción?

Procuré no mirar a Annabeth. Lo conseguí durante unos cinco minutos.

Ése fue mi gran error.

-Tu gran error fue no desarmarla- gruñó Atenea

Cuando ya no pude resistirlo más, me di media vuelta y vi... un montón de cuerdas cortadas. El mástil vacío. El cuchillo de bronce de Annabeth tirado sobre la cubierta. De algún modo se las había arreglado para colocarlo al alcance de su mano, y a mí se me había olvidado desarmarla.

Corrí a la barandilla y la divisé chapoteando frenéticamente para llegar a la orilla, mientras las olas la empujaban hacia las rocas.

La llamé a gritos, pero en caso de que me oyera, no sirvió de nada. Estaba en trance y nadaba hacia la muerte.

Me volví hacia el timón y grité:

— ¡Espera aquí!

Me lancé sin más por la borda.

-Me encanta este chico- dijo Afrodita

En cuanto me zambullí, ordené a las corrientes que se retorcieran en torno a mi cuerpo y formasen un flujo en chorro que me propulsó hacia delante.

Salí a la superficie y vi a Annabeth, pero en ese mismo momento la atrapó una ola y se la llevó entre dos afilados salientes.

-Por los dioses, no vuelvas a hacer algo así- dijo Thalia

No tenía alternativa. Me lancé tras ella.

Buceé bajo el casco destrozado de un yate y avancé serpenteando entre unas bolas metálicas flotantes, sujetas con cadenas, que sólo después comprendí que eran minas. Me veía obligado a utilizar todo mi poder sobre el agua para no acabar aplastado contra las rocas o enredado en las redes de alambre de espino tendidas justo a ras de superficie.

Pasé a toda velocidad entre los dos salientes y de pronto me hallé en una bahía con forma de media luna. El agua también estaba sembrada de rocas, restos de barcos y minas flotantes. La playa era de arena volcánica negra.

Miré alrededor, desesperado, buscando a Annabeth.

Allí estaba.

Por suerte o por desgracia, era una buena nadadora.

-Creo que fue suerte- dijo Percy

Había logrado atravesar el cerco de minas y rocas y poco le faltaba para llegar a la playa negra.

Entonces la niebla se aclaró y vi a las sirenas.

Imaginaos una bandada de buitres del tamaño de una persona, con un sucio plumaje negro, garras grises y cuellos rosados llenos de arrugas. Y ahora imaginaos que en lo alto de esos cuellos hubiera cabezas humanas, pero unas cabezas en continua transformación.

-Que horror- dijo Hazel

No podía oírlas, pero veía que estaban cantando. Y a medida que movían la boca, sus rostros se convertían en los rostros de personas que conocía: mi madre, Poseidón, Grover, Tyson, Quirón. O sea, las personas a las que más deseaba ver.

Poseidón le sonrió a su hijo

Me sonreían de un modo tranquilizador, como invitándome a acercarme, pero, fuera cual fuese el aspecto que adoptaran, siempre tenían la boca grasienta y manchada con restos de comida. Como los buitres, debían comer metiendo toda la cara. Y no en la tienda de Dónuts Monstruo precisamente.

Annabeth seguía nadando hacia ellas.

No podía permitir que saliera del agua. El mar era mi única ventaja. De un modo u otro, siempre me había protegido. Me propulsé hacia delante y la agarré por el tobillo.

En cuanto la toqué, sentí una descarga por todo el cuerpo y vi las sirenas tal como Annabeth debía estar viéndolas.

Annabeth jugueteó con el cabello de su novio

Había tres personas sentadas en una manta de picnic en Central Park, con un verdadero festín ante ellas. Reconocí al padre de Annabeth por las fotos que ella me había enseñado: un tipo atlético, de unos cuarenta años y pelo rubio rojizo. Estaba acariciando las manos a una mujer muy guapa que se parecía un montón a Annabeth e iba vestida en plan informal, con vaqueros, camisa tejana y botas de montaña, pero había algo en ella que irradiaba una sensación de poder. Comprendí que tenía ante mis ojos a la diosa Atenea.

Annabeth estaba demasiado sonrojada, Atenea la miraba con sorpresa

Junto a ellos había un joven sentado. Era Luke.

La escena resplandecía con una luz cálida.

Si es posible ponerse más roja, lo hizo

Los tres hablaban y reían y, al ver a Annabeth, sus rostros se iluminaron de alegría. Su madre y su padre abrieron los brazos en señal de bienvenida. Luke le sonreía y le hacía gestos para que fuera a sentarse a su lado: como si nunca la hubiera traicionado, como si todavía fuesen amigos.

Percy la tenía tomada de la mano

Tras los árboles de Central Park se dibujaba el contorno de los rascacielos. Contuve el aliento, porque era Manhattan, sí, pero no la de siempre. La ciudad había sido reconstruida totalmente con un mármol blanco deslumbrante; se veía más grande, más esplendorosa que nunca con aquellas ventanas doradas y aquellos jardines en las azoteas. Era mejor que Nueva York, mejor que el monte Olimpo.

Los dioses la miraron, algunos con aprobación, otros con el ceño fruncido

Comprendí al instante que era Annabeth quien la había diseñado. Ella era la arquitecta de un nuevo mundo; había vuelto a reunir a sus padres, había salvado a Luke, había hecho lo que siempre había deseado.

Parpadeé con fuerza. Cuando abrí los ojos, lo único que vi fueron las sirenas: buitres andrajosos con rostro humano, listos para devorar a otra víctima.

Tiré de Annabeth y la arrastré hacia el agua. No la oía, pero sabía que estaba gritando. Me dio una patada en la cara, pero no la solté.

-Lamento eso- dijo Annabeth

Ordené a las corrientes que nos sacaran de allí. Annabeth me aporreaba y me daba patadas, y a mí me resultaba más difícil concentrarme. Se retorcía con tal violencia que poco faltó para que chocáramos con una mina flotante.

-¡Annabeth!- masculló Thalia

Ya no sabía qué hacer: si ella continuaba forcejeando, no llegaríamos vivos al barco.

Entonces nos sumergimos y Annabeth dejó casi enseguida de luchar. Su expresión parecía desorientada. Cuando salimos a la superficie, empezó a forcejear otra vez.

¡Era el agua!

El sonido no se transmitía bien debajo del agua. Si la sumergía el tiempo suficiente, conseguiría romper el hechizo. Annabeth tampoco podría respirar, desde luego, pero aquello parecía de momento un problema menor.

-Claro mocoso, es mejor que muera ahogada a que muera con las sirenas- bramó Atenea

-Cálmate Atenea, el chico no permitirá que le pase nada- dijo Afrodita

La agarré por la cintura y ordené a las olas que nos empujasen hacia el fondo.

Nos zambullimos en las profundidades: tres metros, seis metros... Sabía que debía andarme con cuidado, porque yo podía resistir mucha más presión que Annabeth. Cuando empezaron a ascender burbujas a nuestro alrededor, ella luchó y forcejeó buscando aire.

¡Burbujas!

Estaba desesperado; tenía que mantener con vida a Annabeth.

-¿Lo ves?- preguntó Afrodita

Pensé en todas las burbujas del mar, siempre agitándose y ascendiendo; me las imaginé unidas, viniendo hacia mí.

El mar obedeció. Noté una avalancha blanca, una sensación de cosquilleo por todo el cuerpo y, cuando la visión se me aclaró, vi que estábamos rodeados por una enorme burbuja. Sólo teníamos las piernas sumergidas en el agua.

Ella jadeó y tosió. Sentía escalofríos en todo el cuerpo. Pero en cuanto me miró supe que el hechizo se había roto.

Prorrumpió en unos sollozos terribles, que te partían el corazón. Apoyó la cabeza en mi hombro y la abracé.

Justo como en la sala, solo que esta vez Annabeth no lloraba

Los peces se agolpaban alrededor para mirarnos, un banco de barracudas, algunos peces aguja.

« ¡Largo de aquí!», les dije.

Se alejaron a regañadientes. Habría jurado que conocía sus intenciones: se disponían a hacer correr por los mares el rumor de que el hijo de Poseidón y cierta chica habían sido vistos en el fondo de la bahía de las sirenas...

-Que chismosos- dijo Leo

-Si los vieron, es posible que todo el mundo marino lo sepa- dijo Poseidón

Voy a hacer que volvamos al barco —le dije—. Todo saldrá bien. Tú aguanta.

Annabeth asintió, dándome a entender que ya se sentía mejor, y murmuró algo que no pude oír porque llevaba los tapones de cera en los oídos.

Ordené a la corriente que guiara nuestra peculiar burbuja submarina entre las rocas y el alambre de espino, hasta el Vengador de la Reina Ana, que había empezado a alejarse de la isla a un ritmo lento y regular, para que pudiéramos darle alcance.

Seguimos al barco por debajo del agua, hasta que me pareció que los cantos de las sirenas ya no podrían llegar a nuestros oídos. Entonces salimos a la superficie y la burbuja explotó.

Ordené a la escala de cuerda que se desenrollara por el flanco del barco y subimos a bordo.

Aún tenía puestos mis tapones, por si acaso. Continuamos navegando hasta que perdimos la isla de vista definitivamente. Annabeth se había acurrucado con una manta en cubierta. Finalmente, levantó la vista, triste y todavía aturdida, y dijo sólo con los labios: « Salvados».

-¡GRACIAS A LOS DIOSES!- gritaron sus amigos

Entonces me quité los tapones: ya no se oía ningún canto. La tarde estaba tranquila, salvo por el sonido de las olas contra el casco; la niebla se había disuelto y había dejado un cielo del todo azul, como si la isla de las sirenas no hubiese existido jamás.

— ¿Estás bien? —le pregunté. En cuanto lo dije, me di cuenta de lo torpe que sonaba. Por supuesto que no estaba bien.

No sabía —murmuró.

— ¿Qué?

Sus ojos tenían el mismo color que la niebla que cubría la isla de las sirenas.

Lo poderosa que sería la tentación.

-Ahora que lo sabes no vuelvas a hacerlo- habló Atenea

No quería contarle que había visto lo que las sirenas le habían prometido, me sentía como un intruso en un territorio íntimo, pero también pensé que tenía que ser sincero. Se lo debía.

He visto cómo habías reconstruido Manhattan —le dije—. He visto a Luke y a tus padres.

Ella se sonrojó.

— ¿Has visto todo eso?

Aquello que te dijo Luke en el Princesa Andrómeda, lo de reconstruir el mundo partiendo de cero... te tocó la fibra íntima, ¿no?

Ella se arrebujó en la manta.

Mi defecto fatídico. Eso es lo que me mostraron las sirenas. Mi defecto fatídico es la hibris.

Parpadeé.

— ¿Esa cosa marrón que ponen en los sándwiches vegetarianos?

Ella puso los ojos en blanco.

No, sesos de alga. Eso es hummus. La hibris es peor.

— ¿Qué puede ser peor que el hummus?

Varios estuvieron de acuerdo con él

Hibris significa orgullo desmedido, un orgullo mortal, Percy. Creer que puedes hacer las cosas mejor que nadie... incluso mejor que los dioses.

-Eso es muy peligroso, niña- gruñó Hera

— ¿Tú te sientes así?

Ella bajó la mirada.

— ¿Nunca has sentido eso, que el mundo tal vez sea un verdadero desastre? ¿Y no te has preguntado qué pasaría si pudiésemos rehacerlo partiendo de cero? Sin guerras, sin pobres, sin libros obligatorios para leer en verano.

Continúa.

-Me interesó lo de "sin libros obligatorios para leer en verano"- dijo Connor

-Annabeth para presidenta- habló Travis

Vale, se supone que Occidente representa en buena parte los mayores logros de la humanidad, por eso sigue ardiendo la llama, por eso el Olimpo continúa existiendo. Pero, a veces, lo único que ves es la parte más negativa, ¿sabes? Y empiezas a pensar igual que Luke: « Si pudiese anularlo, yo sería capaz de hacerlo mejor». ¿Nunca has sentido eso? ¿Qué si tú gobernaras el mundo podrías hacerlo mejor?

Eh... pues no. Si yo gobernase el mundo sería una especie de pesadilla.

-Una pesadilla azul- rió Piper

Tienes suerte. La hibris no es tu defecto fatídico.

— ¿Cuál es, entonces?

-Lealtad personal- dijo Atenea

No lo sé, Percy, pero cada héroe tiene el suyo. Si no lo averiguas y no aprendes a controlarlo... Bueno, por algo lo llaman « fatídico».

Pensé en todo aquello y no me sirvió para levantarme el ánimo precisamente.

También me di cuenta de que Annabeth no me había hablado de las cosas personales que habría cambiado, como reunir otra vez a sus padres o salvar a Luke. La comprendía perfectamente; aunque me costara admitirlo, también había soñado un montón de veces que volvía a reunir a mis padres.

-Todos hemos soñado con eso- dijo Piper en un susurro

Me imaginé a mi madre, sola en nuestro pequeño apartamento de la parte alta del East Side. Intenté recordar el olor de sus gofres azules en la cocina. Pero ahora todo aquello parecía muy lejano.

Así pues, ¿ha valido la pena? —le pregunté a Annabeth—. ¿Te sientes... más sabia?

Ella miró el horizonte.

No lo sé. Pero tenemos que salvar el campamento. Si no detenemos a Luke...

No tenía que terminar la frase. Si el modo de pensar de Luke podía resultar tentador incluso para Annabeth, a saber la cantidad de mestizos que estarían dispuestos a unirse a él.

Luke suspiró

Pensé en mi sueño sobre la chica y el sarcófago dorado. No estaba seguro de su significado, pero tenía la sensación de que algo se me escapaba, algo terrible que Cronos estaba planeando. ¿Qué habría visto la chica cuando abrió la tapa del ataúd?

De repente, Annabeth abrió los ojos de par en par.

Percy.

Me di la vuelta.

A lo lejos se divisaba otra mancha de tierra: un isla en forma de silla de montar, con colinas boscosas, playas de arena blanca y verdes prados: tal como la había visto en sueños.

Mis sentidos náuticos se encargaron de confirmarlo: 30 grados, 31 minutos norte; 75 grados, 12 minutos oeste.

Habíamos llegado a la guarida del cíclope.

-Ese fue un buen final, vayamos a comer- dijo Hestia

-Vamos sombritas, tienes algo que contarme- dijo Will tomando la mano de Nico y saliendo de la sala

Reyna y Jason fruncieron el ceño, Hades iba a mandar a su leal esqueleto, pero Apolo se lo impidió

-Vamos, debemos comer- dijo Apolo llevándose a un no muy contento dios del inframundo