-Fin del capítulo- dijo Hazel -¿Quién lee?

-Dame el libro niña, yo leo- dijo Atenea

Annabeth y Percy se miraron, ese no sería un buen capítulo

Yo no sabía qué clase de monstruo sería el doctor Espino, pero rápido sí que era.

Tal vez podría defenderme si lograba activar mi escudo. Sólo tenía que apretar un botón de mi reloj. Ahora bien, proteger a los Di Angelo ya era otra historia.

-Gracias- dijeron ambos hermanos

Para eso necesitaba ayuda, y sólo se me ocurría una manera de conseguirla.

Cerré los ojos.

— ¿Qué haces, Jackson? —Silbó el doctor—. ¡Muévete!

Abrí los ojos y seguí arrastrando los pies.

Es el hombro —mentí con aire abatido—. Me arde.

— ¡Bah! Mi veneno hace daño pero no mata. ¡Camina!

-Bueno, esa es información útil- suspiró Poseidón

Nos condujo hasta el exterior mientras yo me esforzaba en concentrarme. Imaginé la cara de Grover; pensé en la sensación de miedo y peligro. El verano pasado Grover había creado entre nosotros una conexión por empatía y me había enviado varias visiones en mis sueños para avisarme de que estaba metido en un apuro. Si no me equivocaba, seguíamos conectados, aunque yo nunca había intentado comunicarme con él por ese medio. Ni siquiera estaba muy seguro de que funcionara estando Grover despierto.

-Funciona- dijo Grover -pero es un poco más difícil establecer la conexión

« ¡Grover! —pensé—. ¡Espino nos tiene secuestrados! ¡Es un maníaco lanzador de pinchos! ¡Socorro!».

Espino nos guiaba hacia los bosques. Tomamos un camino nevado que apenas alumbraban unas farolas anticuadas. Me dolía el hombro, y el viento que se me colaba por la ropa desgarrada era tan helado que ya me veía convertido en un carámbano.

Hay un claro más adelante —dijo Espino—. Allí convocaremos a vuestro vehículo.

— ¿Qué vehículo? —Preguntó Bianca—. ¿Adónde nos lleva?

— ¡Cierra la boca, niña insolente!

Hades gruñó

No le hable así a mi hermana —dijo Nico. Le temblaba la voz, pero me admiró que tuviese agallas para replicar.

Percy y Thalia arrullaron el comportamiento de su primo

Nico se sonrojó

El doctor soltó un horrible gruñido. Eso ya no era humano. Me puso los pelos de punta, pero hice un esfuerzo para seguir caminando como un chico obediente. Por dentro, no paraba de proyectar mis pensamientos a la desesperada, ahora cualquier cosa que pudiese atraer la atención de mi amigo: « ¡Grover! ¡Manzanas! ¡Latas! ¡Trae aquí esos peludos cuartos traseros! ¡Y ven con un buen puñado de amigos armados hasta los dientes!».

-Solo contábamos con dos amigas armadas- dijo Grover

Alto —dijo Espino.

El bosque se abría de repente. Habíamos llegado a un acantilado que se encaramaba sobre el mar. Al menos yo percibía la presencia del mar allá al fondo, cientos de metros más abajo. Oía el batir de las olas y notaba el olor de su espuma salada, aunque lo único que veía realmente era niebla y oscuridad.

El doctor nos empujó hacia el borde. Yo di un traspié y Bianca me sujetó.

Gracias —murmuré.

-De nada- dijo Bianca

— ¿Qué es este Espino? —murmuró—. ¿Podemos luchar con él?

Estoy... en ello.

Tengo miedo —masculló Nico

-Awwww- corearon los chicos

Yo te protejo, sombritas- dijo Will pasando un brazo por los hombros de Nico

-Cállate- masculló Nico, aunque no se apartó

Un coro de murmullos y risitas se oyeron

-Lucen muy lindos- dijo Perséfone en el oído de su marido a pesar de que a veces no se llevaba bien con sus hijastros. Estaba sentada en un trono decorado con flores que ella misma apareció

Hades hizo una mueca -Perséfone, no

mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal, me pareció.

-Figura de acción- dijo Nico

— ¡Basta de charla! —dijo el doctor Espino—. ¡Miradme!

Nos dimos la vuelta.

Ahora sus ojos bicolores relucían con avidez. Sacó algo de su abrigo. Al principio creí que era una navaja automática. Pero no. Era sólo un teléfono móvil. Presionó el botón lateral y dijo:

El paquete ya está listo para la entrega.

-No son un paquete- murmuró Hades

Se oyó una respuesta confusa y entonces me di cuenta de que hablaba en modo walkie-talkie. Aquello parecía demasiado moderno y espeluznante: un monstruo con móvil.

-Muy espeluznante- coincidió Leo

Eché una ojeada a mi espalda, tratando de calcular la magnitud de la caída.

Espino se echó a reír.

— ¡Eso es, hijo de Poseidón! ¡Salta! Ahí está el mar. Sálvate.

-No los va a dejar- dijo Jason

-Bro, me conoces tan bien- Percy se llevó una mano al corazón

— ¿Cómo te ha llamado? —murmuró Bianca.

Luego te lo cuento —le dije.

Tú tienes un plan, ¿no?

-Nop- dijo Percy

« ¡Grover! —Pensé desesperado—. ¡Ven!».

Tal vez lograra convencer a los Di Angelo para que saltasen conmigo. Si sobrevivíamos a la caída, podría utilizar el agua para protegernos.

-Una oferta generosa, gracias, pero no gracias- rió Bianca

Ya había hecho cosas parecidas otras veces. Si mi padre estaba de buen humor y dispuesto a escucharme, quizá me echase una mano. Quizá.

-Mejor no saltes- dijo Hades -y menos con mis hijos

Yo te mataría antes de que llegases al agua —dijo el doctor Espino, como leyéndome el pensamiento—. Aún no has comprendido quién soy, ¿verdad?

-En realidad, yo tampoco- dijo Apolo

-Ni yo- habló Hermes

-Tampoco yo- dijo Leo

Se oyó un pequeño coro de "ni yo"

Atenea rodó los ojos

Hubo un parpadeo a su espalda —un movimiento rapidísimo— y otro proyectil me pasó silbando tan cerca que me hizo un rasguño en la oreja. Algo había saltado súbitamente detrás del doctor: algo parecido a una catapulta, pero más flexible... casi como una cola.

-No es bueno cuando tienen una cola- dijo Apolo

Por desgracia —prosiguió— os quieren vivos, a ser posible. Si no fuera así, ya estaríais muertos.

— ¿Quién nos quiere vivos? —Replicó Bianca—. Porque si se cree que va a sacar un rescate está muy equivocado. Nosotros no tenemos familia. Nico y yo... —se le quebró un poco la voz— sólo nos tenemos el uno al otro.

Bianca y Nico se miraron, aunque en sus miradas había dolor

Ajá. No os preocupéis, mocosos. Enseguida conoceréis a mi jefe. Y entonces tendréis una nueva familia.

Luke —intervine—. Trabajas para Luke.

Un esqueleto golpeó en el brazo a Luke, Hermes suspiró, tal vez la carrera sí era mala idea, tendría mucho que hacer para proteger a su hijo

La boca de Espino se retorció con repugnancia en cuanto pronuncié el nombre de mi viejo enemigo: un antiguo amigo que ya había intentado matarme varias veces.

-Esos son los mejores amigos- gruñó Ares

Tú no tienes ni idea de lo que ocurre, Perseus Jackson. El General te informará como es debido. Esta noche vas a hacerle un gran servicio. Está deseando conocerte.

— ¿El General? —pregunté. Y enseguida advertí que yo mismo lo había dicho con acento francés—. Pero ¿quién es el General?

Calipso miró a su hermana, era cierto que desde que llegó no se habían hablado y se trataban como desconocidas, pero todos cometían errores y ellas dos lo sabían mejor que nadie

Espino miró hacia el horizonte.

Ahí está. Vuestro transporte.

Me di media vuelta y vi una luz a lo lejos: un reflector sobre el mar. Luego me llegó el ruido de hélices de un helicóptero cada vez más cercano.

— ¿Adónde nos va a llevar? —dijo Nico.

Vas a tener un gran honor, amiguito. ¡Vas a poder sumarte a un gran ejército! Como en ese juego tan tonto que juegas con tus cromos y tus muñequitos.

— ¡No son muñequitos! ¡Son reproducciones! Y ese ejército ya puede metérselo...

-¡Nico!- gritó Hazel

Eh, eh, eh... —dijo Espino en tono admonitorio—. Cambiarás de opinión, muchacho. Y si no, bueno... hay otras funciones para un mestizo. Tenemos muchas bocas monstruosas que alimentar. El Gran Despertar ya está en marcha.

— ¿El Gran qué? —pregunté. La cosa era hacerle hablar mientras yo ideaba un plan.

-¿Funcionó?- preguntó Perséfone

-No mucho- dijo Percy

El despertar de los monstruos —explicó él con una sonrisa malvada—. Los peores, los más poderosos están despertando ahora. Monstruos nunca vistos durante miles de años que causarán la muerte y la destrucción de un modo desconocido para los mortales. Y pronto tendremos al más importante de todos:

el que provocará la caída del Olimpo.

Los dioses se miraron entre sí

Vale —me susurró Bianca—. Éste está loco.

Hemos de saltar —le dije en voz baja—. Al mar.

— ¡Fantástico! Tú también estás loco.

-Bastante loco- asintió Thalia

No pude replicar, porque justo en ese momento me zarandeó una fuerza invisible.

Vista retrospectivamente, la jugada de Annabeth fue genial.

-Pues después no fue tan genial- murmuró Thalia

Atenea frunció el ceño

Con su gorra de invisibilidad puesta, embistió contra los Di Angelo y contra mí al mismo tiempo, derribándonos al suelo, lo cual pilló por sorpresa al doctor Espino y lo dejó paralizado durante una fracción de segundo. Lo suficiente para que la primera descarga de proyectiles pasara zumbando por encima de nuestras cabezas. Thalia y Grover avanzaron entonces desde atrás: Thalia empuñaba a Égida, su escudo mágico.

Si nunca has visto a Thalia entrando en combate, no sabes lo que es pasar miedo en serio.

Los que la habían visto combatir, asintieron

Para empezar, tiene una lanza enorme que se expande a partir de ese pulverizador de defensa personal que lleva siempre en el bolsillo. Pero lo que intimida de verdad es su escudo: un escudo trabajado como el que usa su padre Zeus (también llamado Égida), obsequio de Atenea. En su superficie de bronce aparece en relieve la cabeza de Medusa, la Gorgona, y aunque no llegue a petrificarte como la auténtica, resulta tan espantosa que la mayoría se deja ganar por el pánico y echa a correr nada más verla.

Hasta el doctor Espino hizo una mueca y se puso a gruñir cuando la tuvo delante.

Thalia atacó con su lanza en ristre.

— ¡Por Zeus!

Zeus sonrió arrogante

Yo creí que Espino estaba perdido: Thalia le había clavado la lanza en la cabeza. Pero él soltó un rugido y la apartó de un golpe. Su mano se convirtió en una garra naranja con unas uñas enormes que soltaban chispas a cada arañazo que le daba al escudo de Thalia. De no ser por la Égida, mi amiga habría acabado cortada en rodajitas.

Thalia asintió

Gracias a su protección, consiguió rodar hacia atrás y caer de pie.

El estrépito del helicóptero se hacía cada vez más fuerte a mi espalda, pero no me atrevía a volverme ni un segundo.

El doctor le lanzó otra descarga de proyectiles a Thalia y esta vez vi cómo lo hacía. Tenía cola: una cola curtida como la de un escorpión, con una punta erizada de pinchos. La Égida desvió la andanada, pero la fuerza del impacto derribó a Thalia.

-Pufff, odio a ese tipo- dijo Thalia

Grover se adelantó de un salto. Con sus flautas de junco en los labios, se puso a tocar una tonada frenética que un pirata habría bailado con gusto. Ante la sorpresa general, empezó a surgir hierba entre la nieve y, en unos segundos, las piernas del doctor quedaron enredadas en una maraña de hierbajos gruesos como una soga.

Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse.

-Eso no es bueno- murmuró Piper

Fue aumentando de tamaño hasta adoptar su verdadera forma, con un rostro todavía humano pero el cuerpo de un enorme león. Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones

-Una mantícora- gritaron Hades y Poseidón mirando furiosamente a Luke

— ¡Una mantícora! —exclamó Annabeth, ya visible. Se le había caído su gorra mágica de los Yankees cuando nos tiró al suelo.

— ¿Quiénes sois vosotros? —preguntó Bianca di Angelo—. ¿Y qué es esa cosa?

Una mantícora —respondió Nico, jadeando—. ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación!

-Ay, cosita- dijo Percy

-Qué ternura- rió Thalia

Yo no entendí qué decía, pero tampoco tenía tiempo de preguntárselo. La mantícora había desgarrado las hierbas mágicas de Grover y se volvía ya hacia nosotros con un gruñido.

— ¡Al suelo! —gritó Annabeth, derribando a los Di Angelo sobre la nieve.

-Dolió bastante, pero gracias- dijo Bianca mirando a Annabeth

Annabeth asintió

En el último momento, me acordé de mi propio escudo.

-Ay hermano- murmuró Tyson

Pulsé el botón de mi reloj y la chapa metálica se expandió en espiral hasta convertirse en un escudo de bronce. Justo a tiempo. Las espinas se estrellaron contra él con tal fuerza que incluso lo abollaron. El hermoso escudo, regalo de mi hermano, resultó seriamente dañado. Ni siquiera estaba seguro de que pudiese parar una segunda descarga.

Oí un porrazo y un gañido. Grover aterrizó a mi lado con un ruido sordo.

— ¡Rendíos! —rugió el monstruo.

-Esa no es una opción- dijo Hades

— ¡Nunca! —le chilló Thalia desde el otro lado, y se lanzó sobre él.

Por un instante creí que iba a traspasarlo de parte a parte. Pero entonces se oyó un estruendo y a nuestra espalda surgió un gran resplandor. El helicóptero emergió de la niebla y se situó frente al acantilado. Era un aparato militar negro y lustroso, con dispositivos laterales que parecían cohetes guiados por láser. Sin duda tenían que ser mortales quienes lo manejaban, pero ¿qué estaba haciendo allí semejante trasto? ¿Cómo era posible que unos mortales colaborasen con aquel monstruo? En todo caso, sus reflectores cegaron a Thalia en el último segundo y la mantícora aprovechó para barrerla de un coletazo. El escudo se le cayó a la nieve y la lanza voló hacia otro lado.

— ¡No! —corrí en su ayuda y logré desviar una espina que le iba directa al pecho.

-Gracias, primito- dijo Thalia

-De nada, cara de pino- respondió Percy

Alcé mi escudo para cubrirnos a los dos, pero sabía que no nos bastaría.

El doctor Espino se echó a reír.

— ¿Os dais cuenta de que es inútil? Rendíos, héroes de pacotilla.

Estábamos atrapados entre un monstruo y un helicóptero de combate. No teníamos ninguna posibilidad.

Entonces oí un sonido nítido y penetrante: la llamada de un cuerno de caza que sonaba en el bosque.

-¿Hermanita?- preguntó Apolo

La mantícora se quedó paralizada. Por un instante nadie movió una ceja. Sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero.

— ¡No! —Dijo Espino—. No puede...

Se interrumpió de golpe cuando pasó por mi lado una ráfaga de luz. De su hombro brotó en el acto una resplandeciente flecha de plata.

Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor.

Zoë sonrió

— ¡Malditos! —gritó. Y soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había partido la flecha.

Pero, con la misma velocidad, surgieron de allí infinidad de flechas plateadas. Casi me dio la impresión de que aquellas flechas interceptaban las espinas al vuelo y las partían en dos, aunque probablemente mis ojos me engañaban.

-Eso pasó- dijo Zoë

Nadie —ni siquiera los chicos de Apolo del campamento— era capaz de disparar con tanta precisión.

-¡Oye!- gritaron Apolo y Will

La mantícora se arrancó la flecha del hombro con un aullido. Ahora respiraba pesadamente. Intenté asestarle un mandoble, pero no estaba tan herida como parecía. Esquivó mi espada y le dio un coletazo a mi escudo que me lanzó rodando por la nieve.

Entonces salieron del bosque los arqueros. Eran chicas: una docena, más o menos. La más joven tendría diez años; la mayor, unos catorce, igual que yo. Iban vestidas con parkas plateadas y vaqueros, y cada una tenía un arco en las manos. Avanzaron hacia la mantícora con expresión resuelta.

— ¡Las cazadoras! —gritó Annabeth.

Thalia murmuró a mi lado:

— ¡Vaya, hombre! ¡Estupendo!

Artemisa miró a su lugarteniente con una ceja alzada

No tuve tiempo de preguntarle por qué lo decía.

Una de las chicas mayores se aproximó con el arco tenso. Era alta y grácil, de piel cobriza. A diferencia de las otras, llevaba una diadema en lo alto de su oscura cabellera, lo cual le daba todo el aspecto de una princesa persa.

Zoë sonrió ante eso

— ¿Permiso para matar, mi señora?

No supe con quién hablaba, porque ella no quitaba los ojos de la mantícora.

El monstruo soltó un gemido.

— ¡No es justo! ¡Es una interferencia directa! Va contra las Leyes Antiguas.

-Por supuesto que no- dijo Artemisa -yo cazo a las bestias salvajes

No es cierto —terció otra chica, ésta algo más joven que yo; tendría doce o trece años. Llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento, pero su expresión era seria y amenazadora—. La caza de todas las bestias salvajes entra en mis competencias. Y tú, repugnante criatura, eres una bestia salvaje. —Miró a la chica de la diadema—. Zoë, permiso concedido.

Si no puedo llevármelos vivos —refunfuñó la mantícora—, ¡me los llevaré muertos!

Y se lanzó sobre Thalia y sobre mí, sabiendo que estábamos débiles y aturdidos.

-¿Ves? También fue un poco tu culpa- bromeó Percy

-Por supuesto que no, sesos de alga- respondió riendo Thalia al recordar lo pesada que se había comportado con su primo

-Que infantiles- dijo Annabeth divertida

— ¡No! —chilló Annabeth, y cargó contra el monstruo.

— ¡Retrocede, mestiza! —Gritó la chica de la diadema—. Apártate de la línea de fuego.

Ella no hizo caso.

-¿Culpa de Annabeth?- preguntó Thalia

-Culpa de Annabeth- asintió Percy riendo, él y Thalia chocaron los cinco

Annabeth rodó los ojos, este libro iba a estar lleno de tensiones así que se alegró de que Percy y Thalia se lo estuvieran tomando con calma

Saltó sobre el lomo de la bestia y hundió el cuchillo entre su melena de león. La mantícora aulló y se revolvió en círculos, agitando la cola, mientras Annabeth se sujetaba como si en ello le fuese la vida, como probablemente así era.

— ¡Fuego! —ordenó Zoë.

— ¡No! —grité.

-¡Mi hija estaba ahí!- gritó Atenea mirando con odio a Zoë

Pero las cazadoras lanzaron sus flechas. La primera le atravesó el cuello al monstruo. Otra le dio en el pecho. La mantícora dio un paso atrás y se tambaleó aullando.

— ¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagaréis caro!

Y antes de que alguien pudiese reaccionar, el monstruo —con Annabeth todavía en su lomo— saltó por el acantilado y se hundió en la oscuridad.

-¡No!- gritó Atenea -Perseus Jackson, espero que vayas por ella, y ustedes ¡¿Por qué demonios dispararon si mi hija seguía ahí?!

Atenea miraba furiosa a Percy, Zoë, Thalia y Artemisa, algunas lechuzas atacaron, pero ellos se defendieron bien

-Atenea- dijo Afrodita -tú hija está aquí

-Eso es pasado- dijo Annabeth

Atenea seguía furiosa, pero continuó con la lectura

— ¡Annabeth! —chillé.

Intenté correr tras ella, pero nuestros enemigos no habían terminado aún. Se oía un tableteo procedente del helicóptero: ametralladoras.

La mayoría de las cazadoras se dispersaron rápidamente mientras la nieve se iba sembrando de pequeños orificios. Pero la chica de pelo rojizo levantó la vista con mucha calma.

A los mortales no les está permitido presenciar mi cacería —dijo.

Abrió bruscamente la mano y el helicóptero explotó y se hizo polvo. No, polvo no: el metal negro se disolvió y se convirtió en una bandada de cuervos que se perdieron en la noche.

Las cazadoras se nos acercaron.

La que se llamaba Zoë se detuvo en seco al ver a Thalia.

— ¡Tú! —exclamó con repugnancia.

Zoë y Thalia se miraron

Zoë Belladona. —A Thalia la voz le temblaba de rabia—. Siempre en el momento más oportuno.

Zoë examinó a los demás.

Cuatro mestizos y un sátiro, mi señora.

Sí, ya lo veo —dijo la chica más joven, la del pelo castaño rojizo—. Unos cuantos campistas de Quirón.

— ¡Annabeth! —grité—. ¡Hemos de ir a salvarla!

-Le valió el hecho de estar frente a una diosa- dijo Bianca

-No me había dado cuenta- se defendió Percy

La chica se volvió hacia mí.

Lo siento, Percy Jackson. No podemos hacer nada por ella...

Traté de incorporarme, pero un par de cazadoras me mantenían sujeto en el suelo.

... y tú no estás en condiciones de lanzarte por el acantilado.

-Gracias por no dejar que se lance por el acantilado- dijo Poseidón

-Aún no lo he hecho, pero de nada- dijo Artemisa

-No me iba a lanzar por el acantilado- dijo Percy -solo quería buscarla

Thalia lo miró alzando una ceja

-Sí lo hubieras hecho- dijeron los chicos con un suspiro

Todos se le quedaron mirando

-Está bien, sí lo hubiera hecho- dijo Percy

— ¡Déjame ir! —exigí—. ¿Quién te has creído que eres?

Apolo miró a su primo con incredulidad

Zoë se adelantó como si fuese a abofetearme.

-Quería hacerlo- dijo la cazadora

No —la detuvo, cortante—. No es falta de respeto, Zoë. Sólo está muy alterado. No comprende. —Y me miró con unos ojos más fríos y brillantes que la luna en invierno—. Yo soy Artemisa —anunció—, diosa de la caza.

-Vamos a leer otro capítulo- dijo Atenea con tono de no aceptar discusión -¿Quién lee?