-Vamos a leer otro capítulo- dijo Atenea con tono de no aceptar discusión -¿Quién lee?

-Yo voy a leer- dijo Clarisse -Bianca Di Angelo toma una decisión delicada

Solo hizo falta ver a Bianca para saber a qué clase de decisión se refería

Después de ver al doctor Espino convertirse en un monstruo y caer en picado por el acantilado con Annabeth montada en su lomo, cualquiera diría que ya nada podía impresionarme. Pero cuando aquella chica de doce años me dijo que era la diosa Artemisa, tuve una de esas respuestas inteligentes del tipo: « Ah... bueno».

Artemisa alzó una ceja, ningún chico solía tener esa reacción, más bien se arrodillaban y suplicaban

Lo cual no fue nada comparado con lo de Grover. Él ahogó un grito, se arrodilló en la nieve y empezó a gimotear:

— ¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan... tan... ¡Uau!

Artemisa miró al sátiro

— ¡Levanta, niño cabra! —Le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de que preocuparnos. ¡Annabeth ha desaparecido!

— ¡So! —dijo Bianca di Angelo—. Momentito. Tiempo muerto.

Todo el mundo se la quedó mirando.

-Nos olvidamos por un momento que estabas ahí- dijo Percy riendo

Ella nos fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las piezas de un rompecabezas.

— ¿Quién... quiénes sois todos vosotros?

-Eso estaba tratando- dijo Bianca -quería armar el rompecabezas

La expresión de Artemisa se ablandó un poco.

Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quiénes son tus padres?

Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemisa.

Nico volvió a sonrojarse, este sería un libro muy largo

Nuestros padres murieron —dijo Bianca—. Somos huérfanos. Hay un fondo que se ocupa de pagar nuestro colegio, pero... —titubeó. Supongo que vio en nuestra expresión que no la creíamos—. ¿Qué pasa? —preguntó—. Es la verdad.

Tú eres una mestiza —dijo Zoë Belladona, cuyo acento era difícil de situar. Sonaba anticuado, como si estuviera leyendo un libro viejísimo—. A fe mía que uno de vuestros progenitores era un mortal. El otro era un olímpico.

-Al que se atreva a decir algo sobre mi acento, le atravieso esta flecha- amenazó Zoë

Por supuesto, nadie dijo nada

— ¿Un olímpico? ¿Un atleta, quieres decir?

No —dijo Zoë—. Uno de los dioses.

— ¡Qué guay! —exclamó Nico.

Hades le sonrió a su hijo

-Eres tan tierno- murmuró Will

-¡Yo no soy tierno!- dijo Nico

-Sí lo eres- dijeron los chicos

— ¡Ni hablar! —terció Bianca con voz temblorosa—. ¡No lo encuentro nada guay!

Nico se había puesto a dar saltos.

Incluso Clarisse se rió

— ¿Es verdad que Zeus tiene rayos con una potencia destructiva de seiscientos? ¿Y que gana puntos extra por...?

-¿Qué?- preguntó confundido Zeus

Los demás se reían y hacían caritas tiernas a Nico

— ¡Cierra el pico, Nico! —Bianca se pasó las manos por la cara—. Esto no es tu estúpido juego de Mitomagia, ¿sabes? ¡Los dioses no existen!

-Pero sí existimos- dijo Apolo

Aunque a mí me dominaba la angustia por Annabeth —lo único que deseaba

era salir en su busca—,

-Awwww- chilló Afrodita

no podía dejar de sentir lástima por los Di Angelo. Me acordaba de lo que había significado para mí descubrir que era un semidiós.

Thalia debió de sentir algo parecido, porque la furia que brillaba en sus ojos pareció atenuarse un poco.

-Cuesta creerlo- dijeron los chicos

Ya sé que cuesta creerlo —le dijo—, pero los dioses siguen existiendo. Créeme, Bianca. Son inmortales. Y cuando tienen hijos con humanos, chicos como nosotros, bueno... la cosa se complica. Nuestras vidas peligran.

— ¿Como la de la chica que se ha caído? —dijo Bianca.

Atenea bufó

Thalia se dio la vuelta. Incluso Artemisa parecía afligida.

No desesperéis —dijo la diosa—. Era una chica muy valiente. Si es posible encontrarla, yo la encontraré.

Entonces ¿por qué no nos dejas ir a buscarla? —pregunté.

-Porque no te puedes lanzar por el acantilado- dijo Poseidón

Porque ha desaparecido. ¿Acaso no lo percibes, hijo de Poseidón? Hay un fenómeno mágico en juego. No sé exactamente cómo o por qué, pero tu amiga se ha desvanecido.

Yo seguía deseando saltar por el acantilado para buscarla

-¿Ves?- dijo Poseidón

, pero intuía que Artemisa tenía razón. Annabeth había desaparecido. Si hubiese estado allá abajo, en el mar, yo habría sido capaz de percibir su presencia.

— ¿Y el doctor Espino? —Intervino Nico, levantando la mano—. Ha sido impresionante cómo lo habéis acribillado. ¿Está muerto?

-Ow, es tan lindo- se burló Thalia

-¿Van a seguir haciendo eso cada que diga algo?- preguntó Nico de brazos cruzados

-Sí- asintieron los chicos

Era una mantícora —dijo Artemisa—. Espero que haya quedado destruida por el momento. Pero los monstruos nunca mueren del todo. Se vuelven a formar una y otra vez, y hay que cazarlos siempre que reaparecen.

O ellos nos cazan a nosotros —observó Thalia.

-Wow Thalia, que tacto- rió Annabeth

-Pero es verdad- contestó Thalia

Bianca di Angelo se estremeció.

Lo cual explica... ¿Te acuerdas, Nico, de los tipos que intentaron atacarnos el verano pasado en un callejón de Washington?

Y aquel conductor de autobús —recordó Nico—. El de los cuernos de carnero. Te lo dije. Era real.

Hades alzó las cejas

Por eso os ha estado vigilando Grover —les expliqué—. Para manteneros a salvo si resultabais ser mestizos.

— ¿Grover? —Bianca se quedó mirándolo—. ¿Tú eres un semidiós?

Un sátiro, en realidad.

Se quitó los zapatos y le mostró sus pezuñas de cabra. Creí que Bianca se desmayaría allí mismo.

-No es fácil asimilar algo así- dijo Bianca

Grover, ponte los zapatos —dijo Thalia—. Estás asustándola.

— ¡Eh, que tengo las pezuñas limpias!

Bianca —tercié—, hemos venido a ayudaros. Tenéis que aprender a sobrevivir. El doctor Espino no va a ser el último monstruo con que os tropecéis.

Tenéis que venir al campamento.

— ¿Qué campamento?

El Campamento Mestizo. El lugar donde los mestizos aprenden a sobrevivir.

Podéis venir con nosotros y quedaros todo el año, si queréis.

— ¡Qué bien! ¡Vamos! —exclamó Nico.

-Cállense- pidió Nico, pero aun así se oyeron risitas y murmullos

Espera. —Bianca meneó la cabeza—. Yo no...

Hay otra opción —intervino Zoë.

No, no la hay —dijo Thalia.

Las dos se miraron furibundas. Yo no sabía de qué hablaban, pero estaba claro que entre ellas había alguna cuenta pendiente. Por algún motivo, se odiaban de verdad.

-No nos odiamos- dijo Zoë

-Simplemente no era mi persona favorita- dijo Thalia

-Ni tú la mía- asintió Zoë

Ambas chicas sonrieron un poco

Ya hemos abrumado bastante a estos críos —zanjó Artemisa—. Zoë, descansaremos aquí unas horas. Levantad las tiendas. Curad a los heridos. Recoged en la escuela las pertenencias de nuestros invitados.

Sí, mi señora.

Y tú, Bianca, acompáñame. Quiero hablar contigo.

— ¿Y yo? —preguntó Nico.

-No creo que puedas unirte a las cazadoras, sombritas- señaló Will

Las mentes hiperactivas de los chicos, se imaginaron a Nico con un arco en la espalda, ropas de camuflaje y una diadema, corriendo por el bosque para cazar monstruos, estallaron en risas

Artemisa lo examinó un instante.

Tú podrías enseñarle a Grover cómo se juega a ese juego de cromos que tanto te gusta. Grover se prestará con gusto a entretenerte un rato... como un favor especial hacia mí.

Grover estuvo a punto de trastabillar.

— ¡Por supuesto! ¡Vamos, Nico!

Los dos se alejaron hacia el bosque, hablando de energía vital, nivel de armadura y cosas así, típicas de chiflados informáticos. Artemisa echó a caminar por el borde del acantilado con Bianca, que parecía muy confusa. Las cazadoras empezaron a vaciar sus petates y montar el campamento.

Zoë le lanzó una nueva mirada furibunda a Thalia y se fue a supervisarlo todo.

En cuanto se hubo alejado, Thalia pateó el suelo con rabia.

-Estaba enojada y preocupada por Annabeth- dijo Thalia

-Me di cuenta- dijo Percy

— ¡Qué caraduras, estas cazadoras! Se creen que son tan... ¡Aggg!

Estoy contigo —asentí—. No me fío...

— ¿Así que estás conmigo? —Se volvió hecha un basilisco—. ¿Y en qué estabas pensando en el gimnasio? ¿Creías que ibas a poder tú solo con Espino?

¡Sabías muy bien que era un monstruo!

Yo...

Si hubiéramos permanecido juntos habríamos acabado con él sin que intervinieran las cazadoras. Y Annabeth tal vez seguiría aquí. ¿No lo has pensado?

-Exacto- gritó Atenea

-Atenea, él no pudo hacer nada- dijo Poseidón

-Pudo esperar a Thalia- dijo Zeus

-Se hubieran llevado a mis hijos- dijo Hades

-Pero el chaval no quería depender de nadie...- señaló Ares

-Les compró tiempo- dijo Afrodita -además, él era el más preocupado

-Tu hija no tendría que haberse trepado al monstruo- añadió Hera

-Esto no es culpa de ella- dijo Atenea mirando enojada a Hera

-De Percy tampoco- dijo Poseidón

-De Thalia menos- gruñó Zeus

Los demás dioses se unieron defendiendo a uno u otro

-Nosotros ya lo resolvimos- gritó Thalia

-No hay ningún problema- dijo Percy

-Estoy aquí- dijo Annabeth

Los dioses interrumpieron su pelea

Apreté los dientes. Se me ocurrieron varias cosas que decirle, y quizá se las habría dicho si no hubiese bajado entonces la vista y reparado en una cosa azul tirada en la nieve. La gorra de béisbol de los Yankees. La gorra de Annabeth.

Thalia no dijo nada. Se secó una lágrima y se alejó sin más, dejándome solo con la gorra mojada y pisoteada.

Las cazadoras montaron el campamento en unos minutos. Siete grandes tiendas, todas de seda plateada, dispuestas en una medialuna alrededor de la hoguera. Una de las chicas sopló un silbato plateado. De inmediato, del bosque surgieron unos lobos blancos que empezaron a rondar en círculo alrededor del campamento, como un equipo de perros guardianes. Las cazadoras se movían entre ellos y les daban golosinas sin ningún miedo, pero yo decidí no alejarme de las tiendas. Había halcones observándonos desde los árboles con los ojos centelleantes por el resplandor de la hoguera, y yo tenía la sensación de que también ellos estaban de guardia. Incluso el tiempo parecía doblegarse a la voluntad de la diosa. El aire seguía frío, pero el viento se había calmado y ya no nevaba, con lo que resultaba casi agradable permanecer junto al fuego.

Casi... salvo por el dolor del hombro y la culpa que me abrumaba.

Percy suspiró

No podía creer que Annabeth hubiese desaparecido. Y por muy enfadado que estuviera con Thalia, tenía la sensación de que era cierto lo que me había dicho. Había sido por mi culpa.

Annabeth miró a Thalia

Thalia suspiró -No tuviste la culpa sesos de alga, lo dije porque estaba enojada conmigo misma por no poder hacer nada

¿Qué era lo que iba a contarme Annabeth en el gimnasio? « Algo muy grave», había dicho. Quizá nunca llegaría a saberlo. Recordé cómo habíamos bailado juntos media canción y me sentí aún más apesadumbrado.

La diosa del amor miró a Percy con simpatía

Miré a Thalia, que se paseaba inquieta entre los lobos, en apariencia sin ningún temor. De pronto se detuvo y se volvió hacia Westover Hall, que ahora, sumido en una completa oscuridad, asomaba sobre la ladera que quedaba más allá del bosque. Me pregunté qué estaría pensando.

Siete años atrás, su padre la había convertido en un pino para impedir que muriese mientras hacía frente a un ejército de monstruos en lo alto de la Colina Mestiza. Ella se había sacrificado para que sus amigos Luke y Annabeth pudieran escapar. Ahora sólo habían pasado unos meses desde que había recuperado su forma humana, y de vez en cuando se quedaba tan inmóvil que habrías jurado que seguía siendo un árbol.

Grover asintió de acuerdo con Percy

Al cabo de un rato, Grover y Nico regresaron de su paseo. Una de las cazadoras me trajo mi mochila y Grover me ayudó a curarme el hombro.

— ¡Lo tienes verde! —comentó Nico, entusiasmado.

-Solo a ti te entusiasma eso, sombritas- dijo Will

No te muevas —me ordenó Grover—. Toma, come un poco de ambrosía mientras te limpio la herida.

Empezó a curarme y yo hice una mueca de dolor, aunque la ambrosía ayudaba un montón. Sabía a brownie casero; se te deshacía en la boca y te infundía una cálida sensación por todo el cuerpo. Entre eso y el bálsamo mágico que usaba Grover, me sentí mucho mejor en un par de minutos.

Nico se puso a hurgar en su propia mochila, que por lo visto las cazadoras habían llenado con todas sus cosas (aunque yo no tenía ni idea de cómo se habrían colado sin ser vistas en Westover Hall).

-Tenemos nuestros métodos- dijeron Zoë y Thalia

Sacó un montón de figuritas y las dejó sobre la nieve. Eran réplicas en miniatura de los dioses y los héroes griegos, entre ellos Zeus con un rayo en la mano, Ares con su lanza, y Apolo con el carro del sol.

Apolo le sonrió

Buena colección —le dije. Nico sonrió de oreja a oreja.

Casi los tengo todos, además de sus cromos holográficos. Sólo me faltan unos cuantos muy raros.

Nico suspiró al recordar cual le faltaba

— ¿Llevas mucho tiempo jugando a este juego?

Sólo este año. Antes... —frunció el ceño.

— ¿Qué? —le pregunté.

Lo he olvidado. Es extraño. —Parecía incómodo, pero no le duró mucho—. Oye, ¿me enseñas esa espada que has usado antes?

-No recuerda, pero le importa más la espada- dijo Perséfone -¡Qué monada!

Nico la miró como si le hubiera salido un tercer ojo

Saqué a Contracorriente y le expliqué cómo pasaba de ser un bolígrafo a una espada cuando le quitabas el capuchón.

— ¡Qué pasada! ¿Nunca se le acaba la tinta?

Bueno, en realidad no lo utilizo para escribir

-Los monstruos nunca me han pedido un autógrafo- dijo Percy

— ¿De verdad eres hijo de Poseidón?

Pues sí.

Entonces sabrás hacer surf muy bien.

Miré a Grover, que hacía esfuerzos por contener la risa.

— ¡Jo, Nico! —le dije—. Nunca lo he probado.

-Serías bueno- dijo Poseidón

Él siguió haciendo preguntas. ¿Me peleaba mucho con Thalia, dado que era hija de Zeus? (Ésa no la respondí).

-A veces- dijeron los primos

Si la madre de Annabeth era Atenea, la diosa de la sabiduría, ¿cómo no se le había ocurrido nada mejor que tirarse por el acantilado?

Annabeth miró con una mueca a Nico quien trataba de contener la risa por sus sabias preguntas

(Tuve que contenerme para no estrangularlo).

-Yo te ayudo- dijo Thalia

¿Annabeth era mi novia?

-Tenía que tantear el terreno- dijo Thalia riendo

-¡Thalia!- gritó Nico

Will frunció el ceño

-Por favor no- dijo Hades

-Me gusta más Solace- opinó Perséfone

Nico estaba tan rojo que causaba más ternura

(A esas alturas ya estaba a punto de meterlo en un saco y arrojárselo a los lobos).

Supuse que iba a preguntarme cuántos puntos extra tenía, como si yo fuera un personaje de su juego, pero entonces se nos acercó Zoë Belladona.

Percy Jackson.

Zoë tenía ojos de un tono castaño oscuro y una nariz algo respingona. Con su diadema de plata y su expresión altanera, parecía un miembro de la realeza y yo casi hube de reprimir el impulso de ponerme firmes y decir: « Sí, mi señora».

Zoë rodó los ojos

Ella me observó con desagrado, como si fuese una bolsa de ropa sucia que le habían mandado recoger.

Acompañadme —me dijo—. La señora Artemisa desea hablar con vos.

Me guió hasta la última tienda, que no parecía diferente de las otras, y me hizo pasar. Bianca estaba sentada junto a la chica del pelo rojizo. A mí aún me costaba pensar en ella como en la diosa Artemisa.

El interior de la tienda era cálido y confortable. El suelo estaba cubierto de alfombras de seda y almohadones. En el centro, un brasero dorado parecía arder solo, sin combustible ni humo. Detrás de la diosa, en un soporte de roble, reposaba su enorme arco de plata, que estaba trabajado de tal manera que recordaba los cuernos de una gacela. De las paredes colgaban pieles de animales como el oso negro, el tigre y otros que no supe identificar.

Artemisa sonrió

Pensé que un activista de los derechos de los animales habría sufrido un ataque al ver todo aquello. Pero como Artemisa era la diosa de la caza, quizá tenía el poder de reemplazar a cada animal que abatía.

-Exacto muchacho, no podría ponerme a cazar si no tuviera el poder de reemplazar a los animales- dijo Artemisa

Me pareció que había otra piel tendida a su lado y, de repente, advertí que era un animal vivo: un ciervo de pelaje reluciente y cuernos plateados, que apoyaba la cabeza confiadamente en su regazo.

Siéntate con nosotras, Percy Jackson —dijo la diosa.

Me senté en el suelo frente a ella. La diosa me estudió con atención, cosa que a mí me incomodaba. Tenía una mirada viejísima para ser una chica tan joven.

— ¿Te sorprende mi edad? —me preguntó.

Eh... un poco.

Puedo aparecer como una mujer adulta, o como un fuego llameante, o como desee. Pero esta apariencia es la que prefiero. Viene a ser la edad de mis cazadoras y de todas las jóvenes doncellas que continúan bajo mi protección hasta que se echan a perder.

Afrodita bufó

— ¿Cómo...?

Hasta que crecen. Hasta que enloquecen por los chicos, y se vuelven tontas e inseguras y se olvidan de sí mismas.

-El amor es maravilloso- dijo Afrodita

Ah.

Zoë se había sentado a su derecha y me miraba de un modo furibundo, como si yo fuese el culpable de todos los males que Artemisa había descrito. Como si la mera noción de ser un chico la hubiera inventado yo.

-Pensaba que todos los chicos eran iguales, tú me enseñaste que no- dijo Zoë

Has de perdonar a mis cazadoras si no se muestran muy amigables contigo —dijo Artemisa—. Es rarísimo que entren chicos en este campamento. Normalmente les está prohibido el menor contacto con las cazadoras. El último que pisó el campamento... —miró a Zoë—. ¿Cuál fue?

Ese chico de Colorado. Lo transformasteis en un jackalope, mi señora.

-Te gustan mucho los jackalopes- dijo Apolo

Ah, sí —asintió Artemisa, satisfecha—. Me gusta hacer jackalopes, ya sabes, ese animal de la mitología americana, mezcla de liebre y antílope. En todo caso, te he llamado para que me hables un poco más de la mantícora. Bianca me ha contado algunas de las cosas inquietantes que el monstruo dijo. Pero quizá ella no las haya entendido bien. Quiero oírlas de tus labios.

Se lo conté todo, de principio a fin. Cuando terminé, Artemisa puso una mano en su arco, pensativa.

Ya me temía que tendría que usarlo.

Zoë se echó hacia delante.

— ¿Lo decís por el rastro, mi señora?

Sí.

— ¿Qué rastro? —pregunté.

Están apareciendo criaturas que yo no había cazado en milenios — murmuró Artemisa—. Presas tan antiguas que casi las había olvidado. Me miró fijamente. Vinimos aquí ayer noche porque detectamos la presencia de la mantícora. Pero ése no era el monstruo que ando buscando. Vuelve a repetirme lo que dijo el doctor Espino exactamente.

Eh... « Me horrorizan los bailes de colegio».

-Esa no era la parte importante- dijo Artemisa mirando a su antigua lugarteniente

No, no. Después de eso.

Dijo que alguien llamado el General me lo iba a explicar todo.

Zoë palideció. Se volvió hacia Artemisa y empezó a decirle algo, pero la diosa alzó una mano.

Continúa, Percy.

Bueno, entonces se refirió al Gran Despertador...

Despertar —me corrigió Bianca.

Eso. Y dijo: « Pronto tendremos al monstruo más importante de todos. El que provocará la caída del Olimpo».

La diosa permanecía tan inmóvil como una estatua.

Quizá mentía —sugerí.

-No- dijo Artemisa

Artemisa meneó la cabeza.

No, no mentía. He sido demasiado lenta en percibir los signos. Tengo que cazar a ese monstruo.

Haciendo un esfuerzo para no parecer asustada, Zoë asintió.

Saldremos de inmediato, mi señora.

No, Zoë. Esto he de hacerlo sola.

Pero Artem...

Es una tarea demasiado peligrosa incluso para las cazadoras. Tú ya sabes dónde debo empezar la búsqueda, y no puedes acompañarme allí.

Calipso y Zoë se miraron durante un breve instante

Como... como deseéis, mi señora.

Hallaré a esa criatura —prometió Artemisa—. Y la traeré de vuelta al Olimpo para el solsticio de invierno. Será la prueba que necesito para convencer a la Asamblea de Dioses del peligro que corremos.

— ¿Y usted, señora, sabe de qué monstruo se trata? —pregunté.

Artemisa agarró su arco con fuerza.

Recemos para que esté equivocada.

— ¿Una diosa puede rezar? —inquirí, porque era una idea que nunca se me había ocurrido.

-Esa es una pregunta perfectamente razonable- dijo Apolo riendo

La sombra de una sonrisa aleteó por sus labios.

Antes de irme, Percy Jackson, tengo una tarea para ti.

— ¿Incluye acabar convertido en un jackalope de ésos?

-Por favor no- dijo Poseidón

Lamentablemente, no. Quiero que escoltes a las cazadoras hasta el Campamento Mestizo. Allí permanecerán a salvo hasta mi regreso.

— ¿Qué? —Soltó Zoë—. ¡Pero Artemisa! Nosotras aborrecemos ese lugar. La última vez...

Ya lo sé —respondió la diosa—. Pero estoy segura de que Dionisio no nos guardará rencor por un pequeño, eh... malentendido. Tenéis derecho a usar la cabaña número ocho siempre que la necesitéis. Además, tengo entendido que han reconstruido las cabañas que vosotras incendiasteis.

Los dioses la miraron incrédulos

Zoë masculló algo sobre estúpidos campistas...

-¡Hey!- dijeron los campistas

Y ya sólo queda una decisión que tomar. —Artemisa se volvió hacia Bianca—. ¿Te has decidido ya, niña?

Bianca vaciló.

Aún me lo estoy pensando.

Un momento —dije—. ¿Pensarse qué?

Me han propuesto... que me una a las cazadoras.

— ¿Cómo? ¡Pero no puedes hacerlo! Tienes que ir al Campamento Mestizo y ponerte en manos de Quirón. Es el único modo de que aprendas a sobrevivir por tus propios medios.

-No para una chica- dijo Artemisa

— ¡No es el único modo para una chica! —dijo Zoë.

No podía creer lo que estaba oyendo.

— ¡Bianca, el campamento es un sitio guay! Tiene un establo de pegasos y un ruedo para combatir a espada... Quiero decir, ¿qué sacas uniéndote a las cazadoras?

-¿Trataste de convencerla de que no lo hiciera?- preguntó Nico con incredulidad

-¿Me vas a golpear?- preguntó Percy

-No por ahora- dijo Nico

Para empezar —repuso Zoë—, la inmortalidad.

La miré boquiabierto; luego me volví hacia Artemisa.

— ¿Está de broma, no?

Zoë raramente bromea —dijo Artemisa—. Mis cazadoras me siguen en mis aventuras. Son mis servidoras, mis camaradas, mis compañeras de armas. Una vez que me han jurado lealtad, se vuelven inmortales, sí. Salvo que caigan en el campo de batalla, cosa muy improbable, o que falten a su juramento.

— ¿Y qué han de jurar? —pregunté.

Que renuncian para siempre al amor romántico —dijo Artemisa—. Que no crecerán ni contraerán matrimonio. Que seguirán siendo doncellas eternamente.

Afrodita hizo una mueca de desagrado

— ¿Cómo usted, señora?

La diosa asintió.

Traté de imaginarme aquello. Ser inmortal. Vagabundear por ahí con tus amigas del cole para siempre. No me cabía en la cabeza.

Algunos soltaron risitas

O sea que usted recorre el país reclutando mestizas...

No sólo mestizas —me interrumpió Zoë—. La señora Artemisa no discrimina a nadie por su nacimiento. Todas aquellas que honren a la diosa pueden unirse a nosotras. Mestizas, ninfas, mortales...

— ¿Y tú qué eres?

-Siempre haciendo las preguntas incorrectas- dijo Thalia

Un relámpago de cólera cruzó su mirada.

Eso no es de vuestra incumbencia. La cuestión es que Bianca puede unirse a nosotras si lo desea. La decisión está en sus manos.

— ¡Es una locura, Bianca! —le dije—. ¿Y qué pasa con tu hermano? Nico no puede convertirse en cazadora.

Desde luego que no —dijo Artemisa—. Él irá al campamento. Por desgracia, es lo máximo a lo que puede aspirar un chico.

Todos los chicos de la sala protestaron

— ¡Eh! —protesté.

Podrás verlo de vez en cuando —le aseguró Artemisa a Bianca—. Pero ya no tendrás ninguna responsabilidad sobre él. Los instructores del campamento se harán cargo de su educación. Y tú tendrás una nueva familia. Nosotras.

Una nueva familia —repitió Bianca con aire de ensoñación—. Sin ninguna responsabilidad.

Nico miró a todos lados, menos a su hermana

Bianca, no puedes hacerlo —insistí—. Es una locura.

Ella miró a Zoë.

— ¿Vale la pena?

Zoë asintió.

Sí.

— ¿Qué tengo que hacer?

-Que quede claro que solo voy a leer lo que está aquí escrito- masculló Clarisse -no quiero ninguna sorpresita

Repite —le dijo Zoë—: Prometo seguir a la diosa Artemisa.

Pro... prometo seguir a la diosa Artemisa.

Doy la espalda a la compañía de los hombres, acepto ser doncella para siempre y me uno a la Cacería.

Bianca repitió estas palabras.

— ¿Ya está?

Zoë asintió.

Si la señora Artemisa acepta tu compromiso, ya es vinculante.

Lo acepto —dijo Artemisa.

Las llamas del brasero se avivaron, arrojando por toda la estancia un resplandor plateado. Bianca no parecía distinta, pero ella respiró hondo, abrió los ojos y murmuró:

Me siento... más fuerte.

Bienvenida, hermana —dijo Zoë.

Recuerda tu promesa —añadió Artemisa—. Ahora es tu vida.

Yo no podía intervenir. Me sentía como un intruso. Y como un fracasado integral. No podía creer que hubiese llegado hasta allí y sufrido tanto para perder a Bianca a manos de un club femenino eterno.

-¡Perseus!- gritó la diosa de la caza

-Lo lamento- murmuró Percy

No te desesperes, Percy Jackson —me dijo Artemisa—. Aún tienes que mostrarles a los Di Angelo el campamento. Y si Nico así lo decide, puede quedarse a vivir allí.

Will sonrió a Nico

Estupendo —dije, intentando no sonar arisco—. ¿Cómo se supone que vamos a llegar al campamento?

Artemisa cerró los ojos.

Se acerca el amanecer. Zoë, desmonta el campamento. Tenéis que llegar cuanto antes a Long Island sin sufrir daños. Pediré a mi hermano que os lleve.

-Genial- dijo Apolo

A Zoë no pareció entusiasmarle la idea, pero asintió y le dijo a Bianca que la siguiera. Cuando salían, ésta se detuvo un instante a mi lado.

Lo siento, Percy, pero deseo hacerlo. Lo deseo de verdad.

Nico suspiró

Salieron las dos y me quedé solo con aquella diosa de doce años.

Entonces —le dije con aire sombrío—, ¿su hermano se encargará de llevarnos, señora?

Sus ojos plateados destellaron.

Así es. ¿Sabes?, Bianca di Angelo no es la única que tiene un hermano irritante. Ya va siendo hora de que conozcas a mi muy irresponsable gemelo. Apolo.

-Fin del capítulo- anunció Clarisse

-Genial, esto se va a poner interesante- dijo Apolo -dame el libro, yo voy a leer