-Yo- Annabeth acomodó el libro en su regazo, mientras su novio se acomodaba en su hombro

-El capítulo es capturamos una bandera

Los siguientes días me acostumbré a una rutina que casi parecía normal, si exceptuamos el hecho de que me daban clase sátiros, ninfas y un centauro.

Cada mañana recibía clases de griego clásico de Annabeth, y hablábamos de los dioses y diosas en presente, lo que resultaba bastante raro. Descubrí que Annabeth tenía razón con mi dislexia: el griego clásico no me resultaba tan difícil de leer. Al menos no más que el inglés.

-Annabeth siempre tiene razón- dijo Piper

-Ese debería ser nuestro lema- apoyó Percy

Tras un par de mañanas, podía recorrer a trompicones unas cuantas frases de Homero sin que me diera demasiado dolor de cabeza.

El resto del día probaba todas las actividades al aire libre, buscando algo en lo que fuera bueno. Quirón intentó enseñarme tiro con arco, pero pronto descubrimos que no era ningún as con las flechas. No se quejó, ni siquiera cuando tuvo que desenmarañarse una flecha perdida de la cola.

-¿Cómo fue a parar una flecha a su cola?- preguntó Apolo incrédulo

-No tengo idea- Percy negó repetidas veces

¿Carreras? Tampoco. Las instructoras, unas ninfas del bosque, me hacían morder el polvo. Me dijeron que no me preocupara, que ellas tenían siglos de práctica de tanto huir de dioses enamorados.

Los dioses tenían una mirada incómoda

Pero, aun así, era un poco humillante ser más lento que un árbol.

¿Y la lucha libre? Olvídalo. Cada vez que me acercaba a la colchoneta, Clarisse me daba para el pelo. « Tengo más de esto, si quieres otra ración, pringado» , me murmuraba al oído.

-¡Así se hace!- rugió Ares

En lo único en que sobresalía era la canoa, que desde luego no era la clase de habilidad heroica que la gente esperaba descubrir en el chico que había derrotado al Minotauro.

-No nos decepcionaste-dijo Travis mientras su hermano asentía

Sabía que los campistas mayores y los consejeros me observaban, intentaban decidir quién era mi padre, pero no les estaba resultando fácil. Yo no era fuerte como los hijos de Ares, ni tan bueno en el arco como los de Apolo. No tenía la habilidad con el metal de Hefesto ni —no lo permitieran los dioses— la habilidad de Dionisio con las vides. Luke me dijo que tal vez fuera hijo de Hermes, una especie de comodín para todos los oficios, maestro de ninguno.

-No sé si eso me hace sentir bien- habló Hermes haciendo un puchero

Pero tuve la impresión de que sólo intentaba hacer que me sintiera mejor. Él tampoco sabía a quién adscribirme.

A pesar de todo, me gustaba el campamento. Pronto me acostumbré a la neblina matutina sobre la playa, al aroma de los campos de fresas por la tarde, incluso a los sonidos raros de los monstruos de los bosques por la noche. Cenaba con los de la cabaña 11, echaba parte de mi comida al fuego e intentaba sentir algún tipo de conexión con mi padre real. No percibí nada, sólo el sentimiento cálido que siempre había tenido, como el recuerdo de su sonrisa. Intentaba no pensar demasiado en mamá, pero seguía repitiéndome: « Si los dioses y los monstruos son reales, si todas estas historias mágicas son posibles, seguro que hay manera de salvarla, de devolverla a la vida...» .

Empecé a entender la amargura de Luke y cuánto parecía molestarle su padre, Hermes. Sí, de acuerdo, a lo mejor los dioses tenían cosas importantes que hacer. Pero ¿no podían llamar de vez en cuando, o tronar, o algo por el estilo?

-Hay...

-Reglas- corearon los semidioses

Dionisio podía hacer aparecer de la nada una Coca-Cola light. ¿Por qué no podía mi padre, o quien fuera, hacer aparecer un teléfono?

-Porque los monstruos te perseguirían sesos de alga

-Si sigues así, voy a nombrar a Nico mi primo favorito cara de pino

-Por favor no- habló Nico

El martes por la tarde, tres días después de mi llegada al Campamento Mestizo, tuve mi primera lección de combate con espada. Todos los de la cabaña 11 se reunieron en el enorme ruedo donde Luke nos instruiría.

Empezamos con los tajos y las estocadas básicas, practicando con muñecos de paja con armadura griega. Supongo que no lo hice mal. Por lo menos, entendí lo que se suponía que debía hacer y mis reflejos eran buenos.

El problema era que no encontraba una espada que me fuera bien. O eran muy pesadas o demasiado ligeras o demasiado largas. Luke intentó todo lo que estuvo en su mano para pertrecharme, pero coincidió en que ninguna de las armas de prácticas parecía servirme.

Después empezamos a enfrentarnos en parejas. Luke anunció que sería mi compañero, dado que era la primera vez.

Buena suerte —me deseó uno de los campistas—. Luke es el mejor espadachín de los últimos trescientos años.

A lo mejor afloja un poco conmigo —dije.

-Jamás había "aflojado" con nadie- dijo Connor con una mueca triste

El campista bufó.

Luke me enseñó los ataques, las paradas y los bloqueos de escudo a la manera dura. Con cada golpe, acababa un poco más machacado y magullado.

Mantén la guardia alta, Percy —decía, y me asestaba un cintarazo en las costillas—. ¡No, no tan alta! ¡Zaca!. ¡Ataca! ¡Zaca!. ¡Ahora retrocede! ¡Zaca!

Cuando paramos para el descanso chorreaba sudor. Todo el mundo se apiñó junto al refrigerador de bebidas. Luke se echó agua helada sobre la cabeza, y me pareció tan buena idea que lo imité. Al instante me sentí mejor. Mis brazos recuperaron fuerzas. La espada no me parecía tan extraña.

-Eso iba a ayudar- sonrió Poseidón

¡Vale, todo el mundo en círculo, arriba! —ordenó Luke—. Si a Percy no le importa, quiero haceros una pequeña demostración.

« Vale —pensé—, vamos a ver cómo le zurran la badana a Percy» .

Los chicos de Hermes se reunieron alrededor de mí. Se aguantaban las risitas. Supuse que antes habían estado en mi lugar y se morían de impaciencia por ver cómo Luke me usaba como saco de boxeo.

-Todos pasamos por eso- dijo Travis

-Esperábamos que mordieras el polvo

Le dijo a todo el mundo que iba a hacerles una demostración de una técnica de desarme: cómo girar el arma enemiga asestándole un golpe con la espada de plano para que no tuviera más opción que soltarla.

Esto es difícil —remarcó—. A mí me lo han hecho. No os riáis de Percy.

La mayoría de los guerreros trabajan años antes de dominar esta técnica.

Hizo una demostración del movimiento a cámara lenta. Desde luego, la espada cayó de mi mano con bastante estrépito.

Ahora en tiempo real —dijo en cuanto hube recuperado el arma—. Atacamos y paramos hasta que uno le quite el arma al otro. ¿Listo, Percy?

Asentí, y Luke vino por mí. De algún modo conseguí evitar que le diera a la empuñadura de mi espada. Mis sentidos estaban alerta. Veía venir sus ataques. Conté. Di un paso adelante e intenté imitar la técnica. Luke la desvió con facilidad, pero detecté el cambio en su cara. Aguzó la mirada y empezó a presionar con más fuerza.

Me pesaba la espada. No estaba bien equilibrada. Sólo era cuestión de segundos que Luke me derrotara, así que me dije: « ¡Qué demonios, al menos inténtalo!» .

Intenté la maniobra de desarme. Mi hoja dio en la base de la de Luke y la giré, lanzando todo mi peso en una estocada hacia delante. La espada de Luke repiqueteó en las piedras. La punta de mi espada estaba a tres dedos de su pecho indefenso.

Los demás campistas quedaron en silencio.

Los que no conocían la historia quedaron asombrados

Bajé la espada.

Lo siento... Perdona.

-¿Por qué te disculpas?- dijo Artemisa

Percy se encogió de hombros

Por un momento Luke se quedó demasiado aturdido para hablar.

¿Perdona? —Su rostro marcado se ensanchó en una sonrisa—. Por los dioses, Percy, ¿por qué lo sientes? ¡Vuelve a enseñarme eso!

No quería. El breve ataque de energía frenética me había abandonado por completo. Pero Luke insistió.

Esta vez no hubo competición. En cuanto nuestras espadas entraron en contacto, Luke golpeó mi empuñadura y mi arma acabó en el suelo.

Tras una larga pausa, alguien del público preguntó:

¿La suerte del principiante?

Ares bufó -Eso no existe

Luke se secó el sudor de la frente. Me observó con un interés absolutamente renovado.

Puede —dijo—. Pero me gustaría saber qué es capaz de hacer Percy con una espada bien equilibrada...

-Y lo descubrió de primera mano- susurró Travis a Connor

Hermes vio con curiosidad a sus hijos, quería preguntar por el muchacho del libro, pero al ver las expresiones supo que ese no era el momento

El viernes por la tarde estaba con Grover a orillas del lago, descansando de una experiencia cercana a la muerte en el rocódromo. Grover había subido a la cima a saltos como una cabra montesa, pero la lava por poco acaba conmigo. Mi camisa tenía agujeros humeantes y se me había chamuscado el vello de los antebrazos.

Estábamos sentados en el embarcadero, observando a las náyades tejer cestería subacuática, hasta que reuní valor para preguntarle cómo le había ido con el señor D.

Se le puso la cara algo amarilla y dijo:

Guay. Genial.

¿Así que tu carrera sigue en pie?

Me miró algo nervioso.

¿Te ha dicho Quirón que quiero una licencia de buscador?

Bueno... no. —No tenía idea de qué era una licencia de buscador, pero no parecía el mejor momento para preguntar—. Sólo dijo que tenías grandes planes, ya sabes... y que necesitabas ganarte la reputación de terminar un encargo de guardián. ¿La conseguiste?

Grover miró hacia abajo, a las náyades.

El señor D ha suspendido la valoración. Dice que no he fracasado ni logrado nada aún contigo, así que nuestros destinos siguen unidos. Si te dieran una misión y yo te acompañara para protegerte, y los dos regresáramos vivos, puede que considerara terminado mi trabajo.

Me animé.

Bueno, ¿no está tan mal, no?

¡Beee-ee! Habría sido mejor que me trasladara a limpieza de establos. Las oportunidades de que te den una misión... Además, aunque te la dieran, ¿por qué ibas a quererme a tu lado?

¡Pues claro que te querría a mi lado!

Alicaído, Grover observó el agua.

Cestería... Tiene que ser estupendo tener una habilidad que sirva para algo.

Intenté animarlo, asegurándole que poseía muchísimos talentos, pero eso sólo lo puso más triste. Hablamos un rato de canoas y espadas, después debatimos los pros y contras de los distintos dioses. Al final, acabé preguntándole por las cabañas vacías.

La número ocho, la de plata, es de Artemisa —dijo—. Juró mantenerse siempre doncella. Así pues, nada de niños. La cabaña es, ya sabes... honoraria.

Si no tuviera una se enfadaría.

-Por supuesto que me enfadaría

Ya. Pero ¿y las otras tres, las del fondo? ¿Son ésas los Tres Grandes?

Grover se puso en tensión. Era un tema delicado.

No. Una de ellas, la número dos, es de Hera, otra de las honorarias —dijo —. Es la diosa del matrimonio, así que por supuesto no va por ahí teniendo romances con mortales. Ésa es tarea de su marido.

Hera bufó -Esa es tarea del prostituto este

Nadie pudo evitar soltar una carcajada

Cuando decimos los Tres Grandes nos referimos a los tres hermanos poderosos, los hijos de Cronos.

Zeus, Poseidón y Hades.

Exacto. Veo que estás al loro. Tras la gran batalla contra los titanes, le quitaron el mundo a su padre y se echaron a suertes a quién le tocaba cada cosa. —A Zeus le tocó el cielo, a Poseidón el mar y a Hades el inframundo —dije.

Aja.

Pero Hades no tiene cabaña.

No, y tampoco trono en el Olimpo. Digamos que se dedica a sus cosas en el inframundo. Si tuviera una cabaña aquí... —Grover se estremeció—. Bueno, no sería agradable. Dejémoslo así.

-¡Hey!- se quejaron Hazel y Nico

-Lo siento chicos, no los conocía

Pero Zeus y Poseidón... Los dos tenían infinidad de hijos en los mitos. ¿Por qué están vacías sus cabañas?

Grover movió las pezuñas, incómodo.

Hace unos sesenta años, tras la Segunda Guerra Mundial, los Tres Grandes se pusieron de acuerdo para no engendrar más héroes. Los niños eran demasiado poderosos. Influían bastante en el curso de los acontecimientos de la humanidad y causaban mucho derramamiento de sangre. La Segunda Guerra Mundial fue básicamente una lucha entre los hijos de Zeus y Poseidón por un lado, y los de Hades por el otro. El lado ganador, Zeus y Poseidón, obligó a Hades a hacer un juramento con ellos: no más líos con mortales. Todos juraron sobre el río Estigio.

El trueno bramó.

Ése es el juramento más serio que puede hacerse —dije. Grover asintió—.

¿Y los hermanos mantuvieron su palabra?

-No sé por qué nos sorprende que no la mantuvieran- dijo Deméter

Thalia y Percy se movieron incómodos

La expresión de Grover se enturbió.

Hace diecisiete años, Zeus se cayó del tren. Había una estrella de televisión con un peinado de los ochenta... En fin, no se pudo resistir. Cuando nació su hija, una niña llamada Thalia... Bueno, el río Estigio se toma en serio las promesas. Zeus se libró fácilmente porque es inmortal, pero condujo a su hija a un destino terrible.

¡Pero eso no es justo! ¡No fue culpa de la niña!

Grover vaciló.

Percy, los hijos de los Tres Grandes tienen mayores poderes que el resto de los mestizos. Tienen un aura muy poderosa, un aroma que atrae a los monstruos. Cuando Hades se enteró de lo de la niña, no le hizo ninguna gracia que Zeus hubiera roto el juramento. Hades liberó a los peores monstruos del Tártaro para torturar a Thalia.

-¡Hades!- gritó Zeus echando chispas

-Para que rompes el juramento- dijo Hades con calma

Se le asignó un sátiro como guardián cuando tenía doce años, pero no había nada que pudiera hacer. Intentó escoltarla hasta aquí con otro par de mestizos de los que se había hecho amiga. Casi lo consiguieron. Llegaron hasta la cima de la colina. —Señaló al otro lado del valle, el pino junto al que yo había luchado con el Minotauro—. Los perseguían las tres Benévolas, junto a una horda de perros del infierno. Estaban a punto de echárseles encima cuando Thalia le dijo a su sátiro que llevara a los otros dos mestizos a lugar seguro mientras ella contenía a los monstruos. Estaba herida y cansada, y no quería vivir como un animal perseguido. El sátiro no quería dejarla, pero Thalia no cambió de idea, y él debía proteger a los otros. Así que se enfrentó a su última batalla sola, en la cumbre de la colina.

Thalia miraba perdida en sus pensamientos, a Annabeth le tembló la voz cuando continuó la lectura

Mientras moría, Zeus se compadeció de ella. La convirtió en aquel árbol. Su espíritu ayuda a proteger las lindes del valle. Por eso la colina se llama Mestiza.

La voz de Annabeth se rompió en la última palabra

Thalia se levantó y puso un brazo en sus hombros -Estoy aquí- susurró y la abrazó

-Lo sé- Annabeth sonrió

-¡Abrazo grupal!- gritó Percy

Los semidioses incluso Nico con un poco de persuasión se unió

-Ya, aléjense- rió Thalia

-¿Cómo es que estás aquí, hermanita?- preguntó Apolo

-Próximos libros

-Vaya Zeus, convertiste a tu hija en un pino, eso te convierte en el padre del año- Afrodita rodó los ojos

Miré el pino en la distancia.

La historia me dejó vacío, y también me hizo sentir culpable. Una chica de mi edad se había sacrificado para salvar a sus amigos. Se había enfrentado a todo un ejército de monstruos. Al lado de eso, mi victoria sobre el Minotauro no parecía gran cosa. Me pregunté si de haber actuado de manera diferente, habría podido salvar a mi madre.

Grover —le dije—, ¿hay algún héroe que haya cumplido misiones en el inframundo?

Algunos —respondió—. Orfeo, Hércules, Houdini.

Y... ¿han traído de vuelta a alguien de entre los muertos?

No. Nunca. Orfeo casi lo consiguió... Percy, ¿no estarás pensando seriamente en...?

No —mentí—. Sólo me lo preguntaba. —Y cambié de tema—: Así que ¿siempre hay un sátiro asignado para velar por un semidiós?

-Tu cambió de tema no fue para nada sutil- rió Grover

Grover me estudió con recelo, poco convencido de que hubiese abandonado la idea del inframundo.

No siempre. Acudimos en secreto a muchas escuelas. Intentamos detectar los mestizos con potencial para ser grandes héroes. Si encontramos alguno con un aura muy poderosa, como un hijo de los Tres Grandes, alertamos a Quirón. Éste intenta vigilarlos, porque podrían causar problemas realmente graves.

Y tú me encontraste. Quirón dice que crees que yo podría ser alguien especial.

Grover hizo una mueca.

Yo no... Oye, no pienses en eso. Aunque lo fueras (ya sabes a qué me refiero), jamás te asignarían una misión, y yo nunca obtendré mi licencia. Probablemente eres hijo de Hermes. O puede que incluso de uno de los menores, como Némesis, la divinidad de la venganza. No te preocupes, ¿vale?

-¿Cómo va a ser hijo de Némesis si conociste a su mamá?- preguntó Piper

-Solo quería hacerlo sentir mejor

Me pareció que lo decía más por confortarse a sí mismo que a mí.

Esa noche, después de la cena hubo más ajetreo que de costumbre.

Por fin había llegado el momento de capturar la bandera.

Cuando retiraron los platos, la caracola sonó y todos nos pusimos en pie.

Los campistas gritaron y vitorearon cuando Annabeth y dos de sus hermanos entraron en el pabellón portando un estandarte de seda. Medía unos tres metros de largo, era de un gris reluciente y tenía pintada una lechuza encima de un olivo. Por el lado contrario del pabellón, Clarisse y sus colegas entraron con otro estandarte, de tamaño idéntico pero rojo fuego, pintado con una lanza ensangrentada y una cabeza de jabalí.

Me volví hacia Luke y le grité por encima del bullicio:

¿Esas son las banderas?

Sí.

¿Ares y Atenea dirigen siempre los equipos?

No siempre —repuso—, pero sí a menudo.

Así que si otra cabaña captura una, ¿qué hacéis? ¿Repintáis la bandera?

Sonrió.

Ya lo verás. Primero tenemos que conseguir una.

¿De qué lado estamos?

Me lanzó una mirada ladina, como si supiera algo que yo ignoraba. La cicatriz en su rostro le hacía parecer casi malo a la luz de las antorchas.

Nos hemos aliado temporalmente con Atenea. Esta noche vamos por la bandera de Ares. Y tú vas a ayudarnos.

Se anunciaron los equipos. Atenea se había aliado con Apolo y Hermes, las dos cabañas más grandes; al parecer, a cambio de algunos privilegios: horarios en la ducha y en las tareas, las mejores horas para actividades.

Ares se había aliado con todos los demás: Dionisio, Deméter, Afrodita y

Hefesto. Por lo visto, los chicos de Dionisio eran bastante buenos atletas. Los de Deméter poseían grandes habilidades con la naturaleza y las actividades al aire libre, pero no eran muy agresivos. Los hijos e hijas de Afrodita no me preocupaban demasiado; prácticamente evitaban cualquier actividad, miraban sus reflejos en el lago, se peinaban y cotilleaban.

Piper suspiró, sus hermanos a veces eran demasiado superficiales

Por su parte, los únicos cuatro niños de Hefesto no eran guapos, pero sí grandes y corpulentos debido a su trabajo en la herrería todo el día. Podrían ser un problema. Eso dejaba, por supuesto, a la cabaña de Ares: una docena de los chavales más grandes, feos y marrulleros de Long Island, y de cualquier otro lugar del planeta.

Quirón coceó el mármol del suelo.

¡Héroes! —anunció—. Conocéis las reglas. El arroyo es la frontera. Vale todo el bosque. Se permiten todo tipo de artilugios mágicos. El estandarte debe estar claramente expuesto y no tener más de dos guardias. Los prisioneros pueden ser desarmados, pero no heridos ni amordazados. No se permite matar ni mutilar. Yo haré de árbitro y médico de urgencia. ¡Armaos!

Abrió los brazos y de repente las mesas se cubrieron de equipamiento: cascos, espadas de bronce, lanzas, escudos de piel de buey con protecciones de metal.

¡Uau! —exclamé—. ¿De verdad vamos a usar todo esto?

-Es mejor que lo uses bro

-Lo sé bro, tuve que aprender

Luke me miró como si yo fuese tonto.

A menos que quieras que tus amiguitos de la cinco te ensarten. Ten. Quirón ha pensado que esto te iría bien. Estás en patrulla de frontera.

Mi escudo era del tamaño de un tablero de la NBA, con un enorme caduceo en el medio. Pesaba mil kilos. Habría podido practicar snowboard con él, pero confiaba en que nadie esperara de mí que corriera muy rápido. Mi casco, como todos los del equipo de Atenea, tenía un penacho azul encima. Ares y sus aliados lo llevaban rojo.

¡Equipo azul, adelante! —gritó Annabeth.

Vitoreamos, agitamos nuestras armas y la seguimos por el camino hacia la parte sur del bosque. El equipo rojo nos provocaba a gritos mientras se encaminaba hacia el norte.

Conseguí alcanzar a Annabeth sin tropezar con mi equipo.

¡Eh! —Ella siguió marchando—. Bueno, ¿y cuál es el plan? —pregunté—.

¿Tienes algún artilugio mágico que puedas prestarme?

Se metió la mano en el bolsillo, como si temiera que le hubiese robado algo.

Annabeth rió -Es que estabas pasando mucho tiempo en la cabaña de Hermes

Ojo con la lanza de Clarisse —dijo—. Te aseguro que no te conviene que esa cosa te toque. Por lo demás, no te preocupes. Conseguiremos el estandarte de Ares. ¿Te ha dado Luke tu trabajo?

Patrulla de frontera, sea lo que sea.

Es fácil. Quédate junto al arroyo y mantén a los rojos apartados. Déjame el resto a mí. Atenea siempre tiene un plan. Apretó el paso, dejándome en la inopia.

Vale —murmuré—. Me alegro de que me quisieras en tu equipo.

-Me alegro de que me quisieras como carnada- susurró Percy en el oído de Annabeth

Ella le dio un golpe juguetón

Era una noche cálida y pegajosa. Los bosques estaban oscuros, las luciérnagas parpadeaban. Annabeth me había ubicado junto a un pequeño arroyo que borboteaba por encima de unas rocas, mientras ella y el resto del equipo se dispersaba entre los árboles.

Allí de pie, solo, con mi gran casco de plumas azules y mi enorme escudo, me sentí como un idiota. La espada de bronce, como todas las espadas que había probado hasta entonces, parecía mal equilibrada. La empuñadura de cuero me resultaba tan cómoda como una bola de jugar a los bolos.

Pero nadie me haría daño, ¿no? Vamos, que el Olimpo debía de tener algún tipo de responsabilidad a terceros, digo yo.

En la lejanía se oyó la caracola. Escuché vítores y gritos en los bosques, entrechocar de espadas, chicos peleando. Un aliado emplumado de azul pasó corriendo a mi lado como un ciervo, cruzó el arroyo y se internó en territorio enemigo.

« Vale —pensé—. Como de costumbre, me pierdo toda la diversión» .

Entonces, en algún lugar cerca de donde me encontraba, oí un ruido —una especie de gruñido desgarrador— que me provocó un súbito escalofrío. Levanté instintivamente mi escudo, con la impresión de que algo me acechaba. Entonces los gruñidos se detuvieron. Percibí que la presencia se retiraba.

Al otro lado del arroyo, de pronto la maleza explotó. Aparecieron cinco guerreros de Ares gritando y aullando desde la oscuridad.

¡Al agua con el pringado! —gritó Clarisse.

-¡No! ¡Salgan de ahí! ¡NIÑA, VAYAN POR ESA BANDERA!- rugió Ares

Sus feos ojos porcinos despidieron odio a través de las rendijas del casco. Blandía una lanza de metro y medio, en cuya punta de metal con garfios titilaba una luz roja. Sus hermanos sólo llevaban las espadas de bronce típicas; tampoco es que eso me hiciera sentir mejor.

Cargaron a través del riachuelo. No había ayuda a la vista. Podía correr. O tratar de defenderme de la mitad de la cabaña de Ares.

Conseguí evitar el lance del primer chaval, pero aquellos tipos no eran tan tontos como el Minotauro. Me rodearon y Clarisse me atacó con la lanza. Mi escudo desvió la punta, pero sentí un doloroso calambre por todo el brazo. Se me pusieron los pelos como escarpias y el brazo del escudo me quedó entumecido.

Jadeaba.

Electricidad. Su estúpida lanza era eléctrica. Me replegué.

Otro chaval me asestó un golpe en el pecho con la empuñadura de la espada y caí al suelo.

Habrían podido patearme hasta convertirme en gelatina, pero estaban demasiado ocupados riéndose.

Sesión de peluquería —dijo Clarisse—. Agarradle el pelo.

Conseguí ponerme en pie y levanté la espada, pero Clarisse la apartó de un golpe con la lanza, que chisporroteaba. Ahora tenía entumecidos los dos brazos.

Uy, uy, uy —se burló Clarisse—. Qué miedo me da este tío. Muchísimo.

La bandera está en aquella dirección —le dije. Traté de fingir que estaba enfadado de verdad, pero me temo que no lo conseguí del todo.

-No, no lo conseguiste- suspiró Clarisse

Ya —contestó uno de sus hermanos—. Pero verás, no nos importa la bandera. Lo que nos importa es un tipo que ha ridiculizado a nuestra cabaña.

Pues lo hacéis sin mi ayuda —respondí.

-¡Es lo que están haciendo mocosos, vayan por esa bandera!

Todos trataban de mantener una expresión seria tras la intensidad de Ares

Admito que quizá no fue lo más inteligente que pudo ocurrírseme.

Dos chavales se abalanzaron sobre mí. Yo retrocedí hasta el arroyo, intenté levantar el escudo, pero Clarisse era demasiado rápida. Su lanza me dio directamente en las costillas. De no haber llevado el pecho protegido, me habría convertido en kebab de pollo. Como sí lo llevaba, el aguijonazo eléctrico sólo me dio sensación de arrancarme los dientes. Uno de sus compañeros de cabaña me metió un buen tajo en el brazo.

Ver mi propia sangre —cálida y fría al mismo tiempo— me mareó.

No está permitido hacer sangre —farfullé.

Anda ya —respondió el tipo—. Supongo que me quedaré sin postre.

-¿Ese es el castigo?- preguntó Hestia con incredulidad

Los griegos asintieron

Me empujó al arroyo y aterricé con un chapuzón. Todos rieron. Supuse que moriría tan pronto terminaran de divertirse. Pero entonces ocurrió algo. El agua pareció despertar mis sentidos, como si acabara de comerme una bolsa de las gominolas de mi madre.

Clarisse y sus colegas se metieron en el arroyo para acabar conmigo, pero yo me puse en pie dispuesto a recibirlos. Sabía qué hacer. Al primero le aticé un cintarazo en la cabeza y le arranqué el casco limpiamente. Le di tan fuerte que le vi los ojos vibrar mientras se derrumbaba en el agua.

El feo número dos y el feo número tres se me arrojaron encima. Le estampé el escudo en la cara a uno y usé la espada para esquilar el penacho del otro.

Ambos retrocedieron con rapidez. El feo número cuatro no parecía con demasiadas ganas de atacarme, pero Clarisse llegaba embalada, y la punta de su lanza crepitaba de energía. En cuanto embistió, atrapé el asta entre el borde de mi escudo y la espada y la rompí como una ramita.

¡Jo! —exclamó—. ¡Idiota! ¡Gusano apestoso!

Y me habría llamado cosas peores, pero le aticé en la frente con la empuñadura y la envié tambaleándose fuera del arroyo.

Entonces oí chillidos y gritos de alegría, y vi a Luke correr hacia la frontera enarbolando el estandarte del equipo rojo. Un par de chavales de Hermes le cubrían la retirada y unos cuantos apolos se enfrentaban a las huestes de Hefesto.

Los de Ares se levantaron y Clarisse murmuró una torva maldición.

¡Una trampa! —exclamó—. ¡Era una trampa!

-¡PUES CLARO QUE ERA UNA TRAMPA!- gruñó Ares -estaban con Atenea

Trataron de atrapar a Luke, pero era demasiado tarde. Todo el mundo se reunió junto al arroyo cuando Luke cruzó a su territorio. Nuestro equipo estalló en vítores. El estandarte rojo brilló y se volvió plateado. El jabalí y la lanza fueron reemplazados por un enorme caduceo, el símbolo de la cabaña 11. Los del equipo azul agarraron a Luke y lo alzaron en hombros. Quirón salió a medio galope del bosque e hizo sonar la caracola.

El juego había terminado. Habíamos ganado.

Estaba a punto de unirme a la celebración cuando la voz de Annabeth, justo a mi lado en el arroyo, dijo:

No está mal, héroe. —Miré, pero no estaba allí—. ¿Dónde demonios has aprendido a luchar así? —me preguntó. El aire se estremeció y ella se materializó a mi lado quitándose una gorra de los Yankees.

Me enfadé. Ni siquiera me alucinó el hecho de que acabara de volverse invisible.

Me has usado como cebo —le dije—. Me has puesto aquí porque sabías que Clarisse vendría por mí, mientras enviabas a Luke por el otro flanco. Lo habías planeado todo.

Annabeth se encogió de hombros.

-¡Usaste a Percy como cebo!- exclamó Piper -Oh Annie, es súper romántico

La hija de Atenea se encogió de hombros -Tienen que admitir que fue un buen plan

Ya te lo he dicho. Atenea siempre tiene un plan.

Un plan para que me pulvericen.

Vine tan rápido como pude. Estaba a punto de saltar para defenderte, pero... —Se encogió otra vez de hombros—. No necesitabas mi ayuda. — Entonces se fijó en mi brazo herido—. ¿Cómo te has hecho eso?

Es una herida de espada. ¿Qué pensabas?

No. Era una herida de espada. Fíjate bien.

La sangre había desaparecido. Donde había estado el corte, ahora había un largo rasguño, y también estaba desapareciendo. Ante mis ojos, se convirtió en una pequeña cicatriz y finalmente se desvaneció.

¿Cómo has hecho eso? —dije alelado.

Annabeth reflexionó con repentina concentración. Casi veía girar los engranajes en su cabeza. Me miró a los pies, después la lanza rota de Clarisse, y por fin dijo:

Sal del agua, Percy.

¿Qué...?

Hazlo y calla.

Lo hice e inmediatamente volví a sentir los brazos entumecidos. El subidón de adrenalina remitió y casi me derrumbo, pero Annabeth me sujetó.

-Awww que tiernos- chilló Afrodita

Oh, Estigio —maldijo—. Esto no es bueno. Yo no quería... Supuse que habría sido Zeus.

Antes de que pudiera preguntar qué quería decir, volví a oír el gruñido canino de antes, pero esta vez mucho más cerca. Un gruñido que pareció abrir en dos el bosque.

Los vítores de los campistas cesaron al instante. Quirón gritó algo en griego clásico, y sólo más tarde advertí que lo había entendido a la perfección:

¡Apartaos! ¡Mi arco!

-¿No puede haber un capítulo donde vayan a pasear en paz por la playa?- preguntó Poseidón con el rostro entre las manos

-No en nuestra vida- dijo Nico

Annabeth desenvainó su espada.

En las rocas situadas encima de nosotros había un enorme perro negro, con ojos rojos como la lava y colmillos que parecían dagas.

Me miraba fijamente.

Nadie se movió, y Annabeth gritó:

¡Percy, corre!

Intentó interponerse entre el bicho y yo, pero el perro era muy rápido. Le saltó por encima —una sombra con dientes— y se abalanzó sobre mí. De pronto caí hacia atrás y sentí que sus garras afiladas perforaban mi armadura. Oí una cascada de sonidos de rasgado, como si rompieran pedazos de papel uno detrás de otro, y de pronto el bicho tenía un puñado de flechas clavadas en el cuello. Cayó muerto a mis pies.

Por algún milagro, yo seguía vivo. No quise mirar debajo de mi armadura despedazada. Sentía el pecho caliente y húmedo, sin duda tenía cortes muy feos.

Un segundo más y el animal me habría convertido en picadillo fino.

Quirón trotó hasta nosotros, con un arco en la mano y el rostro sombrío.

Di immortales! —exclamó Annabeth—. Eso era un perro del infierno de los

Campos de Castigo. No están... se supone que no...

Alguien lo ha invocado —dijo Quirón—. Alguien del campamento.

Luke se acercó. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se había esfumado.

¡Percy tiene la culpa de todo! —vociferó Clarisse—. ¡Percy lo ha invocado!

-No hables de lo que no sepas niña- dijo Ares

Cállate, niña —le espetó Quirón.

Observamos el cadáver del perro del infierno derretirse en una sombra, fundirse con el suelo hasta desaparecer.

Estás herido —me dijo Annabeth—. Rápido, Percy, métete en el agua.

Estoy bien.

No, no lo estás —replicó—. Quirón, mira esto.

Estaba demasiado cansado para discutir. Regresé al arroyo, y todo el campamento se congregó en torno a mí. Al instante me sentí mejor y las heridas de mi pecho empezaron a cerrarse. Algunos campistas se quedaron boquiabiertos.

Bueno, yo... la verdad es que no sé cómo... —intenté disculparme—.

Perdón...

-No tienes por qué disculparte- habló Hestia con cariño

Pero no estaban mirando cómo sanaban mis heridas. Miraban algo encima de mi cabeza.

Percy —dijo Annabeth, señalando.

Cuando alcé la mirada, la señal empezaba a desvanecerse, pero aún se distinguía el holograma de luz verde, girando y brillando. Una lanza de tres puntas: un tridente.

Tu padre —murmuró Annabeth—. Esto no es nada bueno.

-¿Qué quieres decir con eso?- preguntó Poseidón - yo que ya me estaba acostumbrando a tener como nuera a una hija de Atenea

Atenea tosió

Annabeth y Percy estaban rojos

Sus amigos reían

Ya está determinado —anunció Quirón.

Todos empezaron a arrodillarse, incluso los campistas de la cabaña de Ares, aunque no parecían nada contentos.

¿Mi padre? —pregunté perplejo.

Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.

-¡Salve!- gritaron los semidioses

Percy si es posible se puso más rojo -El capítulo terminó- dijo Annabeth sonriendo -¿Quién lee?