Hestia miraba su fuego, era cierto que la lectura había ayudado a relajar un poco el ambiente, pero aun así el fuego no era ni la mitad de lo brillante, grande o acogedor que era al principio, suspiró -Bueno, ¿Quién quiere leer?

-Yo- dijo Reyna -lucho a brazo partido con el primo malvado de papá Noel

-Esto títulos son cada vez mejores- dijo Hermes

Avísame cuando esto haya terminado —me dijo Thalia, apretando los párpados.

Los hermanos Stoll, Leo, Apolo y Hermes le lanzaron miradas divertidas a la chica

La estatua nos sujetaba con fuerza; no podíamos caer, pero aun así ella se aferraba a su brazo de bronce como si le fuera la vida en ello.

Todo va bien —la tranquilicé.

— ¿Volamos... muy alto?

-No lo creo- dijo Jason

Miré hacia abajo. A nuestros pies desfilaba a toda velocidad una cadena de montañas nevadas. Estiré una pierna y le di una patada a la nieve de un pico.

No —dije—. No tan alto.

-Aun así fue horrible- comentó Thalia

— ¡Estamos en las Sierras! —gritó Zoë. Ella y Grover volaban en brazos de la otra estatua—. Yo he cazado por aquí. A esta velocidad, llegaremos a San Francisco en unas horas.

-¡Por fin!- gritó Atenea

— ¡Ah, qué ciudad! —Suspiró nuestro ángel—. Oye, Chuck, ¿por qué no vamos a ver a esos tipos del Monumento a la Mecánica, ese grupo escultórico de bronce que hay en el centro de la ciudad? ¡Ésos sí que saben divertirse!

-Tienen más vida social que yo- susurró Connor a su hermano

— ¡Ya lo creo, chico! —respondió el otro—. ¡Decidido!

— ¿Vosotros habéis visitado San Francisco? —pregunté.

Los autómatas también tenemos derecho a divertirnos de vez en cuando — repuso nuestra estatua—. Los mecánicos nos llevaron al Museo Young y nos presentaron a esas damas esculpidas en mármol, ¿sabes? Y...

-Hay niños presentes, dioses- murmuró Leo y tapó los oídos de Hazel

Algunos rieron divertidos

— ¡Hank! —Lo interrumpió Chuck—. ¡Que son niños, hombre!

Ah, cierto. —Si las estatuas de bronce pueden sonrojarse, yo juraría que Hank se ruborizó—. Sigamos volando.

-Así está mejor- suspiró Leo "aliviado"

Aceleramos. Era evidente que los dos ángeles estaban entusiasmados. Las montañas se fueron convirtiendo en colinas y pronto empezamos a sobrevolar tierras de cultivo, ciudades y autopistas.

Grover tocaba sus flautas para pasar el rato. Zoë, aburrida, se puso a lanzar flechas a las vallas publicitarias que desfilaban a nuestros pies. Cada vez que pasábamos un gran centro comercial —y los vimos a docenas—, ella le hacía unas cuantas dianas al rótulo de la entrada a ciento sesenta por hora.

-Esa es buena forma de divertirse- comentó Apolo guiñando un ojo

Thalia mantuvo los ojos cerrados todo el trayecto. No paraba de murmurar entre dientes, como si estuviera rezando.

Antes lo has hecho muy bien —la animé—. Zeus te ha escuchado.

Zeus sonrió con arrogancia

No era posible saber lo que pensaba con los ojos cerrados.

Quizá —respondió—. ¿Y tú cómo te has librado de los esqueletos en la sala de los generadores? ¿No has dicho que te tenían acorralado?

Le hablé de aquella extraña mortal, Rachel Elizabeth Daré, que al parecer

era capaz de ver a través de la Niebla. Pensé que iba a decirme que estaba loco, pero ella asintió.

-¿Extraña mortal?- preguntó Rachel riendo

-Eres un poco extraña- contestó Percy con una sonrisa

Hay mortales así —dijo—. Nadie sabe por qué.

Y entonces se me ocurrió algo que nunca había pensado. Mi madre era así. Ella había visto al Minotauro en la Colina Mestiza y lo había identificado a la primera. Tampoco se había sorprendido el año anterior cuando le dije que mi amigo Tyson era un cíclope. Quizá ya lo sabía desde el principio. No era de extrañar que pasase tanto miedo por mí mientras me criaba. Ella veía mejor que yo a través de la Niebla.

-Hasta que por fin te das cuenta- dijo Atenea

Algunos dioses y chicos murmuraron entre dientes pues ellos tampoco se habían dado cuenta

Bueno, esa chica era un poco pesada —continué—. Pero me alegro de no haberla pulverizado. Lo habría sentido mucho.

-Awwww- chilló Afrodita -¿Ya he dicho que me encantan los triángulos amorosos?

Thalia asintió.

Debe de ser bonito ser un mortal como los demás.

Lo dijo como si hubiese pensado mucho en ello.

-Lo pensaba- dijo Thalia

— ¿Dónde queréis aterrizar, chicos? —preguntó Hank, despertándome de una pequeña siesta.

Miré hacia abajo.

Uau.

-Ese no es un buen lugar para aterrizar, Percy- rió Travis

Había visto San Francisco en fotografías, pero nunca había estado allí. Era la ciudad más bonita que había visto en mi vida: una especie de Manhattan más pequeño y más limpio, rodeado de colinas verdes. Había una gran bahía, barcos, islas y botes de pesca, y el puente Golden Gate destacaba entre la niebla. Tenía la sensación de que debía sacar una fotografía o escribir una postal: « Besos desde San Francisco. Todavía sobrevivo. Ojalá estuvieses aquí».

-Quiero una postal así- dijo Apolo como niño chiquito

Artemisa rodó los ojos

Allí —propuso Zoë—. Junto al edificio Embarcadero.

Buena idea —dijo Chuck—. Hank y yo podemos camuflarnos entre las palomas.

Se oyó un murmullo de "¿Que?"

Todos nos lo quedamos mirando.

Era broma —se apresuró a aclarar—. ¡Uf! ¿Es que las estatuas no pueden tener sentido del humor?

-Pueden tenerlo- dijo Leo

Al final, resultó que no había necesidad de camuflarse. Era muy temprano y casi no había gente circulando. Eso sí: dejamos completamente flipado a un vagabundo que andaba por el muelle. El hombre dio un alarido al vernos aterrizar y salió corriendo y gritando que venían los marcianos.

-Bueno, Percy y Thalia iban ahí, así que tiene un poco de razón- dijo Jason riendo

-¡Oye!- se quejaron ambos chicos

Hank y Chuck se despidieron y salieron volando para irse de juerga con sus colegas de bronce. Y entonces caí en la cuenta de que ignoraba nuestro próximo paso.

-Normalmente así funcionan las misiones, van por buen camino- dijo Piper

Habíamos llegado a la costa Oeste. Artemisa tenía que estar allí, en algún sitio. También Annabeth esperaba. Pero no sabía cómo íbamos a encontrarlas y al día siguiente era el solsticio de invierno. Tampoco tenía la menor idea sobre el monstruo que Artemisa había estado persiguiendo. Se suponía que él saldría a nuestro encuentro durante la búsqueda, que él nos « mostraría la senda», según el Oráculo. Pero no había sido así. Y ahora estábamos allí atascados, en el muelle de los transbordadores, con escaso dinero, sin amigos y sin suerte.

-Eso suena demasiado trágico- dijo Rachel

-Me sentía trágico- respondió Percy

Tras un breve cambio de opiniones, llegamos a la conclusión de que había que averiguar quién era aquel monstruo misterioso.

— ¿Y cómo vamos a averiguarlo? —pregunté.

Nereo —respondió Grover.

-Te dije- murmuró Apolo

Lo miré.

— ¿Cómo?

— ¿No es lo que te dijo Apolo? ¿Que encontraras a Nereo?

Asentí. Había olvidado por completo mi última conversación con el dios del sol.

-No puedo creer que hayas olvidado una conversación con el dios más genial- dijo Apolo

El viejo caballero del mar —recordé—. Por lo visto, tengo que encontrarlo y obligarlo a que nos diga lo que sabe. Pero ¿cómo lo encuentro?

Zoë hizo una mueca.

— ¿El viejo Nereo?

— ¿Lo conoces? —preguntó Thalia.

Mi madre era una diosa del mar. Sí, lo conozco. Por desgracia, nunca es demasiado difícil de encontrar. Simplemente, has de seguir el olor.

Zoë bufó

— ¿Qué quieres decir? —pregunté.

Ven —dijo ella sin ningún entusiasmo—. Te lo mostraré.

Comprendí que estaba metido en un lío cuando nos detuvimos en un local de ropa de beneficencia. Cinco minutos más tarde, Zoë me había equipado con una andrajosa camisa de franela y unos tejanos tres tallas más grandes, además de unas zapatillas rojas y un enorme gorro multicolor.

Thalia, Grover e incluso Zoë estallaron en carcajadas

-Feliz de ser su payaso- dijo Percy con un puchero

— ¡Ya lo creo! —Dijo Grover, a punto de estallar en carcajadas—. Ahora pasas completamente desapercibido.

Zoë asintió satisfecha.

Un típico vagabundo.

-Debo admitir que es una buena idea- dijo Poseidón con una sonrisa

Muchas gracias —refunfuñé—. ¿Para qué tengo que vestirme así?

Ya te lo he dicho. Para no desentonar.

Nos condujo de nuevo al muelle. Tras un buen rato buscando, Zoë se detuvo en seco. Señaló un embarcadero donde un grupo de vagabundos se apretujaban cubiertos de mantas, aguardando a que abrieran el comedor de beneficencia.

Tiene que estar allá abajo —dijo Zoë—. Nunca se aleja demasiado del agua. Le gusta tomar el sol durante el día.

— ¿Cómo sabré quién es?

-Por el olor- dijo Poseidón

Tú acércate a hurtadillas. Actúa como un vagabundo. Lo reconocerás.

Huele de un modo... distinto.

Estupendo. —Preferí no pedir más detalles—. ¿Y cuándo lo encuentre?

Agárralo. Y no lo sueltes. Él hará todo lo posible para librarse de ti. Haga lo que haga, no lo dejes escapar. Oblígalo a que te hable de ese monstruo.

Nosotros te cubrimos las espaldas —dijo Thalia mientras me quitaba algo en la espalda de la camisa: un trozo de pelusa. A saber de dónde procedía—.

Eh... bueno, pensándolo bien, te las cubriremos a distancia.

-Gracias, me siento más seguro así- dijo Percy con sarcasmo

Grover alzó los pulgares, deseándome suerte.

Yo farfullé que era un privilegio tener unos amigos con semejantes arrestos y me dirigí al embarcadero.

Me calé bien el gorro y caminé dando tumbos, como si estuviese a punto de desmayarme, lo cual no me costaba demasiado con lo cansado que estaba. Pasé junto al vagabundo que nos había visto aterrizar. Estaba previniendo a los demás de la llegada de unos ángeles metálicos de Marte.

No olía bien, pero no tenía un olor... distinto. Seguí adelante.

Un par de tipos mugrientos con bolsas del súper en la cabeza me examinaron de arriba abajo cuando me acerqué.

-Aparte de preocuparse por los monstruos, tiene que preocuparse por los mortales- suspiró Hestia

Lárgate, chaval —murmuró uno de ellos.

Me aparté. Apestaban, pero lo normal. Nada fuera de lo común.

Había una dama con un carrito de la compra lleno de flamencos de plástico. Me lanzó una mirada enloquecida, como si fuese a robárselos.

-Lamentablemente no eres mi hijo- dijo Hermes

-No sé si debería ofenderme- dijeron los Stoll al unísono

Hermes les guiñó un ojo

Al final del embarcadero, en un trecho iluminado por el sol, vi a un tipo tirado en el suelo que parecía tener un millón de años. Llevaba un pijama y un mullido albornoz que en tiempos habría sido blanco. Era gordo y tenía una barba blanca que se había vuelto amarillenta. Algo así como un Papá Noel arrastrado por un vertedero.

-Es él- murmuró Poseidón

¿Y su olor?

Al acercarme, me quedé de piedra. Apestaba, sí, pero con un tufo marino. Una mezcla de algas recalentadas, peces muertos, salmuera... Si el océano aún contenía algún olor repulsivo, era aquél.

-Absolutamente- dijeron Poseidón y Percy al mismo tiempo

Procuré contener las arcadas y me senté a su lado como si estuviera muy cansado. El hediondo Papá Noel abrió un ojo con suspicacia. Noté cómo me observaba, pero no miré. Mascullé algo sobre unos padres estúpidos y un colegio todavía peor, pensando que así resultaría más creíble.

Percy les sonrió inocente

Papá Noel volvió a dormirse.

Me preparé. Era consciente de que aquello iba a parecer muy raro, y tampoco sabía cómo reaccionarían los demás vagabundos. Pero salté sobre él.

-¡Muerte!- gritó Ares

— ¡Aaaaahhh! —gritó. Yo pretendía agarrarlo, pero era él más bien quien me agarraba a mí. Como si no hubiera estado durmiendo, sólo fingiendo. Desde luego no parecía un viejo endeble. Tenía una presa de acero—. ¡Socorro! — chillaba mientras me estrujaba con un abrazo mortal.

— ¡Menudo espectáculo! —Gritó otro vagabundo—. Un chaval peleándose y revolcándose con un anciano.

-Debió de ser un espectáculo digno de ver- comentó Reyna

-Fue entretenido- dijo Thalia

En efecto, nos revolcamos por el embarcadero hasta que me di un porrazo contra un poste. Me quedé aturdido un segundo y Nereo aflojó su presa y trató de escapar. Antes de que lo consiguiera, me recobré y le hice un placaje por la espalda.

-No actuaste tan tonto Prissy- dijo Clarisse

— ¡No tengo dinero! —gritó. Intentó levantarse y salir corriendo, pero lo sujeté con fuerza desde atrás. Su olor a pescado podrido era espantoso, pero no lo solté.

No quiero dinero —le dije mientras seguíamos luchando—. ¡Soy mestizo!

¡Quiero información!

-Eso no lo va a hacer feliz- dijo Artemisa

Aún se encabritó más.

— ¡Héroes! ¿Por qué os metéis siempre conmigo?

— ¡Porque lo sabes todo!

Él gruñó y trató de zafarse. Era como sujetarse en una montaña rusa. Se revolvía violentamente y me hacía perder el equilibrio, pero apreté los dientes y lo aferré con más fuerza. Mientras nos tambaleábamos hacia el borde del embarcadero, se me ocurrió una idea.

-Viene el momento de la acción- murmuró Hades

— ¡No! —grité—. ¡Al agua no!

-¡Ese es mi hijo!- gritó Poseidón

El plan funcionó. Gritando victorioso, Nereo saltó sin pensárselo y nos hundimos juntos en la bahía de San Francisco.

Debió de sorprenderse cuando lo estrujé todavía más, con el vigor extra que el océano me proporcionó de inmediato. Pero a él aún le quedaban algunos trucos. Cambió de forma y, sin más ni más, me vi aferrado a una foca lustrosa y resbaladiza.

-Lo lograrás- dijo Hestia con ánimo

A veces la gente bromea sobre lo difícil que es atrapar a un cerdo untado de grasa, pero os diré una cosa: mantener sujeta a una foca en el agua es mucho más difícil.

-¡Quiero intentarlo!- gritaron Leo y los Stoll

Poseidón los miró como si estuvieran locos

Nereo se lanzó hacia las profundidades, retorciéndose y nadando en círculo por las oscuras aguas. Si yo no hubiera sido hijo de Poseidón, no habría podido retenerlo.

-Pero sí lo eres- dijo Poseidón con orgullo

Luego se puso a girar sobre sí mismo y a expandirse, hasta transformarse en una ballena asesina, pero yo me aferré a su aleta dorsal mientras emergía estruendosamente a la superficie.

Los turistas exclamaron todos a una:

— ¡Uaaau!

-Debieron disfrutarlo mucho- rió Apolo

Me las arreglé para saludarlos con una mano, como diciendo: « Sí, esto lo practicamos todos los días en San Francisco como gimnasia matinal».

-Que buena manera de empezar el día- bromeó Rachel

Nereo se sumergió de nuevo y se convirtió en una anguila viscosa. Yo empecé a anudarla hasta que él se dio cuenta y volvió a adoptar su forma humana.

— ¿Por qué no te ahogas de una vez? —aulló, aporreándome con los puños.

Soy hijo de Poseidón —le espeté.

— ¡Maldito sea ese advenedizo! ¡Yo llegué primero!

Poseidón bufó y rodó los ojos

Finalmente, tocamos tierra y Nereo se derrumbó junto a un embarcadero de botes de pesca. Por encima de nosotros se extendía uno de esos muelles turísticos plagados de tiendas: como un centro comercial al borde del agua. Nereo jadeaba, exhausto. Yo me sentía perfecto. Habría podido continuar todo el día, pero no se lo dije. Quería que creyera que había librado un buen combate.

Los amigos de Percy lo veían con admiración

Mis amigos bajaron corriendo los escalones. — ¡Lo tienes! —dijo Zoë.

No hace falta que lo digas tan asombrada.

Zoë le dio una pequeña sonrisa -Tenía mis dudas

Nereo soltó un gemido.

Ah, magnífico. ¡Una audiencia completa para presenciar mi humillación!

¿El trato de siempre, supongo? O sea, me dejas ir si respondo a tu pregunta.

Tengo más de una —repliqué.

-¿Una de esas preguntas tenía que ver con Annabeth?- preguntó Afrodita sonriente

Percy se sonrojó

Sólo una pregunta por captura. ¡Son las reglas!

Miré a mis compañeros.

Aquello no me gustaba. Tenía que encontrar a Artemisa y averiguar cuál era la criatura del fin del mundo. También quería saber si Annabeth seguía viva y cómo rescatarla.

-Obviamente- dijo Piper riéndose

¿Cómo podía ingeniármelas para plantearlo todo en una sola pregunta?

Una voz interior me gritaba: « ¡Pregunta por Annabeth!». Era lo que más me importaba.

-Voy a la misión para salvar a Artemisa- Leo trató de imitar la voz de Percy

Poseidón le dio una mirada divertida a su hijo, al igual que Perséfone, Hestia, Deméter, Afrodita, Apolo, Hermes y los chicos

-No habría sido correcto, sesos de alga- dijo Annabeth dándole un beso en la mejilla

-Lo sé- dijo Percy

Pero imaginé lo que me habría dicho ella misma; Annabeth nunca me lo perdonaría si la salvaba a ella y no al Olimpo.

Annabeth apretó la mano de su novio

Por su parte, Zoë debía de querer que preguntase por Artemisa. Pero Quirón nos había dicho que el monstruo era aún más importante.

Suspiré.

Muy bien, Nereo. Dime dónde puedo encontrar a ese monstruo terrible que podría provocar el fin de los dioses. El que Artemisa estaba persiguiendo.

-Una buena pregunta, muchacho, aunque ya lo habían encontrado- dijo Quirón

El viejo caballero del mar sonrió, enseñando sus dientes verdes y enmohecidos.

Ah, muy fácil —dijo en tono malvado—. Está aquí mismo. —Y señaló el agua a mis pies.

— ¿Dónde? —pregunté.

— ¡Yo ya he cumplido el trato! —repuso, regodeándose. Y con un chasquido, se convirtió en un pez de colores y saltó al agua.

Frank hizo una mueca cuando se mencionó lo del pez de colores

— ¡Me has engañado! —grité.

Thalia abrió unos ojos como platos.

— ¿Qué es eso?

— ¡Muuuuuu!

-Bessie- dijo Percy

Bajé la vista y allí estaba mi amiga, la vaca-serpiente, nadando junto al embarcadero. Me dio un golpecito con el hocico y me miró con sus tristes ojos castaños.

Bessie —dije—. Ahora no.

-Creo que eso ya era demasiado obvio- comentó Reyna

— ¡Muuuu! —insistió.

Grover sofocó un grito.

Dice que ni se llama Bessie ni es una hembra.

-Aun así te apreciaba- dijo Grover

— ¿Puedes entenderla, digo... entenderlo?

Grover asintió.

Es una forma muy arcaica de lenguaje animal. Pero dice que es un taurifidio.

— ¿Tau... qué?

Significa toro-serpiente en griego —explicó Thalia—. Pero ¿qué está haciendo aquí?

-Sí, ahora que lo sabemos, sí era obvio- dijo Thalia al ver que Jason abría la boca -pero a todos nos ha pasado, hermanito

— ¡Muuuu!

Dice que Percy es su protector —explicó Grover—. Y que está huyendo de los malos. Dice que están muy cerca.

Me pregunté cómo se las arreglaba para sacar todo aquello de un simple « muuuu».

-Pues así de raro es el lenguaje- dijo Grover

Espera —dijo Zoë mirándome—. ¿Tú conoces a esta vaca?

Empezaba a impacientarme, pero les conté la historia.

Thalia sacudió la cabeza, incrédula.

— ¿Y habías olvidado contárnoslo?

Bueno... sí.

Resultaba absurdo, ahora que me lo decía. Todo había ido tan deprisa que Bessie, el taurifidio, me había parecido un detalle sin importancia.

-¿¡Un detalle sin importancia!?- gritó Zeus -esa cosa puede destruirnos

-Estoy de acuerdo con el dramático- dijo Hades -es peligroso

— ¡Seré idiota! —dijo Zoë de pronto—. ¡Yo conozco esta historia!

Artemisa le dio una larga mirada

— ¿Qué historia?

La guerra de los titanes. Mi padre me la contó hace miles de años. Esta es la bestia que estamos buscando.

— ¿Bessie? —Miré al taurifidio—. Pero si es... una monada. ¿Cómo podría querer destruir el mundo?

En eso estribaba nuestro error —prosiguió Zoë—. Habíamos previsto un monstruo enorme y mortífero, pero el taurifidio no acabará con los dioses de ese modo. Él debe ser sacrificado.

-Y espero que nadie lo sacrifique- murmuró Zeus mirando furioso a Luke

— ¡Muuuu!

Creo que esa palabra con « s» no le gusta —dijo Grover.

-A nadie le gusta- dijo Jason

Le di a Bessie unas palmaditas en la cabeza para calmarlo. Me dejó rascarle la oreja, pero temblaba.

— ¿Cómo se atrevería alguien a hacerle daño? —pregunté—. Es inofensivo.

-Justamente por eso- dijo Atenea

Zoë asintió.

Ya, pero matar a un inocente encierra un poder. Un terrible poder. Hace eones, cuando nació esta criatura, las Moiras hicieron una profecía. Aquel que matase al taurifidio y sacrificara sus entrañas, dijeron, tendría el poder de destruir a los dioses.

-Odio esa profecía- bufó Hera

-Yo odio las profecías en general- dijeron los semidioses

-¡Oye!- se quejaron Apolo y Rachel

— ¡Muuuu!

Eh... creo que tampoco deberíamos hablar de « entrañas» —nos advirtió Grover.

Thalia contempló asombrada al toro-serpiente.

El poder de destruir a los dioses... ¿cómo? Es decir, ¿qué pasaría?

-Esa no es una pregunta que queramos responder- dijo Dionisio con fastidio

Nadie lo sabe —respondió Zoë—. La primera vez, durante la guerra de los titanes, un gigante que se había aliado con ellos mató al taurifidio, pero tu padre, Zeus, envió un águila para que les arrebatara sus entrañas antes de que pudieran arrojarlas al fuego. Lo logró por muy poco. Ahora, tres mil años después, el taurifidio ha vuelto a nacer.

Zeus bufó

Thalia se acuclilló y alargó una mano. Bessie acudió a su lado. Cuando ella le puso la mano en la cabeza, se estremeció.

Me inquietaba la expresión de Thalia. Casi parecía... hambrienta.

-Al parecer el peligroso no es el hijo de Poseidón- dijo Hera

Los dioses miraban fijamente a Thalia, ella se removía incómoda en su asiento

Tenemos que protegerlo —le dije—. Si Luke le pone las manos encima...

Luke no vacilaría —musitó ella—. El poder de derrocar al Olimpo. Es... una pasada.

-Una, que por tu bien, no vas a descubrir- masculló Zeus

Sí, querida. Así es —dijo una voz masculina con acento francés—. Y ese poder lo vas a desencadenar tú.

El taurifidio soltó una especie de lamento y se sumergió.

-Como si no tuvieran suficientes problemas- bufó Perséfone

Alcé la vista. Estábamos tan absortos que habíamos dejado que nos tendieran una emboscada.

A nuestra espalda, con sus ojos bicolores reluciendo de maldad, estaba el doctor Espino. La mantícora en persona.

Esto es peggg-fecto —dijo la mantícora, relamiéndose.

Llevaba un andrajoso impermeable negro sobre el uniforme de Westover Hall, también manchado y desgarrado. El pelo, antes al cero, le había crecido y se le veía erizado y grasiento. Tampoco se había afeitado últimamente y empezaba a asomarle una barba de brillos plateados. En resumen, no tenía mucho mejor aspecto que los tipos del comedor de beneficencia.

-No saben cuidar las apariencias- murmuró Apolo

Hace ya mucho tiempo, los dioses me desterraron en Persia —prosiguió la mantícora—. Me vi obligado a buscarme el sustento en los confines del mundo; tuve que ocultarme en los bosques y alimentarme de insignificantes granjeros.

Nunca pude combatir con un héroe. ¡Mi nombre no era temido ni admirado en las antiguas historias! Pero todo eso va a cambiar. ¡Los titanes me honrarán y yo me daré un banquete con carne de mestizo!

-Sueños delirantes- dijo Hermes

Tenía dos guardias a cada lado armados hasta los dientes. Eran algunos de los mercenarios mortales que había visto en Washington. Dos más se habían apostado en el siguiente embarcadero, por si tratábamos de escapar. Había turistas por todas partes, caminando junto a la orilla o haciendo compras en las tiendas del muelle, aunque yo sabía que eso no frenaría a la mantícora.

-No- suspiró Poseidón

— ¿Y los esqueletos? —le pregunté.

Él sonrió, desdeñoso.

— ¡No necesito a esas estúpidas criaturas de ultratumba! ¿El General me había tomado por un inútil? ¡A ver qué dice cuando sepa que te he derrotado por mi cuenta!

-Pues sí era un inútil- dijo Calipso

Necesitaba pensar. Ante todo, tenía que salvar a Bessie. Podía zambullirme en el agua, desde luego, pero ¿cómo iba a emprender la fuga con un toro-serpiente de trescientos kilos? ¿Y qué pasaría con mis amigos?

Ya te derrotamos una vez —le dije.

-Eso no es tan cierto- comentó Bianca

— ¡Ja! Apenas tuvisteis que combatir, con una diosa a vuestro lado. Pero, ay... esa diosa está muy ocupada en este momento. Ahora no contáis con ayuda.

Zoë sacó una flecha y le apuntó directamente a la cabeza. Los guardias que lo flanqueaban alzaron sus pistolas.

-No lo hagas Zoë- dijo Artemisa -les llevan ventaja

— ¡Espera! —la detuve—. ¡No lo hagas!

La mantícora sonrió.

El chico tiene razón, Zoë Belladona. Guárdate ese arco. Sería una lástima matarte antes de que puedas presenciar la gran victoria de tu amiga Thalia.

Zoë bufó

— ¿De qué hablas? —gruñó Thalia, con el escudo y la lanza preparados.

Está bien claro —dijo la mantícora—. Éste es tu momento. Para eso te devolvió a la vida el señor Cronos. Tú sacrificarás al taurifidio. Tú llevarás sus entrañas al fuego sagrado de la montaña y obtendrás un poder ilimitado. Y en tu decimosexto cumpleaños derribarás al Olimpo.

Los dioses miraban fijamente a Thalia con incredulidad, toda la sala estaba en silencio

Nos quedamos todos mudos. Era tremendamente lógico. Sólo faltaban dos días para que Thalia cumpliera los dieciséis. Ella era hija de uno de los Tres Grandes. Y ahora tenía ante sí una elección: una terrible elección que podía implicar el fin de los dioses. Era tal como había predicho la profecía. No supe si sentirme aliviado, horrorizado o decepcionado.

-Creo que un poco de todo- dijo Chris

A fin de cuentas, yo no era el protagonista de la profecía. El fin del mundo tenía lugar en aquel mismo momento.

Aguardé a que Thalia le plantase cara a la mantícora, pero ella titubeó. Parecía estupefacta.

-¡Todo esto es tu culpa!- rugió Zeus con el rayo en la mano amenazando a Luke -¡Pones a mi propia hija en mi contra!

-Tampoco es como que tu hija ponga mucha resistencia- bufó Hera

-Esto solamente es culpa del muchacho de Hermes- dijo Zeus molesto -debería deshacerme de él

-Ta das cuenta de que eso no serviría de nada ¿Cierto?- dijo Poseidón con impaciencia -el chico es del futuro

-Estoy de acuerdo con Poseidón- murmuró Hestia

-Ya baja el rayo, dramático- dijo Hades

Zeus les dio una mirada asesina a sus hermanos, pero bajó el rayo

Los chicos miraban con incredulidad y algo de miedo, como cada vez que se peleaban, Luke había palidecido

Tú sabes que ésa es la opción correcta —continuó él—. Tu amigo Luke así lo entendió. Ahora volverás a reunirte con él. Juntos gobernaréis el mundo bajo los auspicios de los titanes. Tu padre te abandonó, Thalia. Él no se preocupa por ti. Y ahora lo superarás en poder. Aplasta a los olímpicos, tal como se merecen.

¡Convoca a la bestia! Ella acudirá a ti. Y usa tu lanza.

Chispas volaban del trono de Zeus, Jason miraba con preocupación a su hermana

Thalia —dije—, ¡despierta!

Ella me miró tal como me había mirado la mañana en que despertó en la Colina Mestiza, aturdida y vacilante. Era casi como si no me reconociera.

Thalia se sonrojó, el hecho de tener poder era demasiado tentador

Yo... no...

Tu padre te ayudó —le dije—. Envió a los ángeles de metal. Te convirtió en un árbol para preservarte.

Zeus miró con incredulidad a Percy

Su mano asió con fuerza la lanza.

Miré a Grover, desesperado. Gracias a los dioses, comprendió a la primera lo que necesitaba. Se llevó su flauta a los labios y tocó un estribillo muy rápido.

-Tus emociones lo decían todo muy claro- dijo Grover

— ¡Detenedlo! —ordenó la mantícora.

Los guardias seguían apuntando a Zoë y, antes de que entendieran que el tipo de las flautas era un problema más acuciante, empezaron a brotar ramas de las planchas de madera del muelle y se les enredaron en las piernas. Zoë lanzó un par de flechas que explotaron a sus pies y levantaron un sulfuroso humo amarillento. ¡Flechas pestilentes!

-Amo esas flechas- dijo Apolo

Los guardias se pusieron a toser como locos. La mantícora disparaba espinas, pero rebotaban en mi abrigo de león.

Poseidón suspiró aliviado

Grover —ordené—, dile a Bessie que baje a las profundidades y no se mueva de allí.

— ¡Muuuu! —tradujo Grover.

Confiaba en que Bessie hubiese recibido el mensaje.

La vaca... —murmuraba Thalia, aún confundida.

-Nada de vacas, muévete- dijo Jason

— ¡Vamos! —La arrastré escaleras arriba hacia el centro comercial. Corrimos como posesos, abriéndonos paso entre los turistas, y doblamos la esquina de la tienda más cercana. Oí que la mantícora gritaba a sus secuaces:

— ¡Prendedlos!

La gente chilló al ver a los guardias disparando al aire.

-Odio a esos guardias- dijo Poseidón entre dientes

Llegamos al final del muelle y nos ocultamos tras un quiosco lleno de baratijas de cristal, como móviles de campanillas o cazadores de sueños que destellaban al sol. Había una fuente muy cerca. Abajo, un grupo de leones marinos tomaban el sol en las rocas. Toda la bahía de San Francisco se desplegaba ante nosotros: el Golden Gate, la isla de Alcatraz y, más allá, hacia el norte, las colinas verdes cubiertas de niebla. Un momento ideal para una foto, salvo por el pequeño detalle de que íbamos a morir y estaba a punto de llegar el fin del mundo.

-¡Selfie del fin del mundo!- gritó Leo pretendiendo tomar una foto

— ¡Salta por allí! —Me dijo Zoë—. Tú puedes huir por el agua, Percy. Pídele auxilio a tu padre. Tal vez puedas salvar al taurifidio.

-No los va a abandonar- dijeron los chicos del Argo II al unísono

Tenía razón, pero no podía hacerlo.

No os abandonaré —contesté—. Combatiremos juntos.

Los chicos sonrieron

— ¡Tienes que avisar al campamento! —Dijo Grover—. Para que al menos sepan lo que sucede.

Me fijé en las baratijas de cristal, que formaban más de un arco iris a la luz del sol. Y había una fuente al lado.

Avisar al campamento —murmuré—. Buena idea.

-Una idea excelente- dijo Quirón

Destapé a Contracorriente y corté de un tajo la parte superior de la fuente. El agua manó a borbotones de la tubería y nos roció a todos.

Thalia jadeó al contacto con el agua. La niebla que velaba sus ojos pareció disiparse.

— ¿Estás loco? —me dijo.

-Sí, volvió a ser ella misma- dijo Annabeth

Pero Grover me había entendido. Ya estaba hurgando en sus bolsillos para encontrar una moneda. Lanzó un dracma de oro al arco iris que se había formado en la cortina de agua y gritó:

— ¡Oh, diosa, acepta mi ofrenda!

La niebla empezó a ondularse.

— ¡Campamento Mestizo! —clamé.

Temblando entre la niebla, surgió la imagen de la última persona que hubiera querido ver en aquel momento: la del señor D, con su chándal atigrado, husmeando en la nevera.

Dionisio bufó -Tampoco eres mi persona favorita

Levantó la vista con aire perezoso.

— ¿Dónde está Quirón? —lo apremié a gritos.

— ¡Qué grosería! —El señor D bebió un trago de una jarra de zumo de uva—.

¿Así es como saludas?

-¡Dionisio!- gritaron Artemisa, Hestia, Poseidón y Zeus

Hola —me corregí—. ¡Estamos a punto de morir! ¿Dónde está Quirón?

El señor D reflexionó. Yo quería gritar que se apresurase, pero sabía de antemano que no serviría de nada. Oía pasos y gritos cerca. Las tropas del mantícora estrechaban el cerco.

A punto de morir... —musitó—. ¡Qué emocionante! Me temo que Quirón no está. ¿Quieres dejarle un recado?

-Aún no he hecho nada, padre- dijo Dionisio cuando más chispas saltaron

Miré a mis amigos.

Estamos perdidos.

Thalia aferró su lanza. Ahora parecía otra vez la Thalia furiosa de siempre.

-Me cae mejor así- dijo Leo, una flecha aterrizó cerca de sus pies

Moriremos luchando —aseveró.

— ¡Cuánta nobleza! —Dijo el señor D, sofocando un bostezo—. ¿Cuál es el problema exactamente?

No creía que sirviese de nada, pero le hablé del taurifidio.

Humm... —Estudió los estantes del frigorífico—. Así que es eso. Ya veo.

-Al menos finge que te preocupa- bufó Deméter -estamos hablando de algo que podría destruirnos

— ¡Ni siquiera le importa! —chillé—. ¡Preferiría vernos morir!

Veamos. Me parece que me apetece una pizza esta noche.

Quería dar un tajo a través del arco iris y desconectar, pero no tuve tiempo, porque la mantícora gritó « ¡Allí!», y de inmediato nos vimos rodeados. Dos guardias permanecían detrás de él. Los otros dos aparecieron en el techo de las tiendas que quedaban sobre nuestras cabezas. La mantícora se quitó el impermeable y adoptó su auténtica forma, con sus garras de león y su cola puntiaguda y erizada de púas venenosas.

-Dionisio- masculló Poseidón

Magnífico —dijo. Echó un vistazo a la imagen de la niebla y sonrió con desdén.

Estábamos solos, sin ninguna ayuda tangible. Fantástico.

Podrías pedir socorro —murmuró el señor D, como si encontrara divertida la idea—. Podrías decir « por favor».

-¿Es en serio?- gritó Poseidón -¡Están a punto de morir!

-Pero tienen que aprender a pedir las cosas- rió Dionisio antes de que una ola lo mojara

« Cuando los cerdos tengan alas», pensé. No iba a morir suplicándole a un zángano como el señor D sólo para que pudiera reírse mientras nos mataban a tiros.

Clarisse asintió de acuerdo

Zoë preparó sus flechas. Grover se llevó a los labios sus flautas. Thalia alzó su escudo y reparé en una lágrima que resbalaba por su mejilla.

-¡Percy!- chilló Thalia

De repente lo recordé: aquello ya le había sucedido una vez. Ella había quedado acorralada en la Colina Mestiza y había dado su vida de buena gana por sus amigos. Pero ahora no podría salvarnos.

No podía permitir que volviera a sucederle lo mismo.

Por favor, señor D —murmuré—. Socorro.

Afrodita suspiró encantada con Percy, Artemisa le dio una pequeña sonrisa, Thalia también sonrió a su primo

Por supuesto, no pasó nada.

-¡Dionisio! No puedes arruinar un momento así- regañó Afrodita

La mantícora sonrió de oreja a oreja.

Dejad a la hija de Zeus con vida. Ella se nos unirá muy pronto. A los demás, matadlos.

Los tipos nos apuntaron con sus pistolas. Y entonces pasó algo muy raro. ¿Conoces esa sensación, cuando toda la sangre te fluye de golpe a la cabeza (si por ejemplo te has puesto cabeza abajo y te levantas deprisa)? Yo sentí alrededor una oleada parecida y un sonido que recordaba a un gran suspiro. El sol se tiñó de color morado. Me llegó un olor de uvas y de algo más agrio: de vino.

-Ya era hora- dijo Apolo

¡Crac!

Era el ruido de muchas mentes descuajaringándose al mismo tiempo. El sonido de la locura. Un guardia se metió la pistola entre los dientes como si fuera un hueso y empezó a correr a cuatro patas. Otros dos tiraron sus armas y se pusieron a bailar un vals. El cuarto acometió lo que parecía una típica danza irlandesa. Habría resultado incluso divertido si no hubiéramos estado tan aterrorizados.

Zoë, Thalia y Grover asintieron de acuerdo

— ¡Qué os pasa, maldita sea! —Chilló la mantícora—. ¡Yo me encargaré de vosotros!

Su cola se erizó, lista para disparar, pero entonces brotaron enredaderas del suelo entarimado y empezaron a envolver su cuerpo a una increíble velocidad. Por todas partes surgían hojas y racimos de uvas verdes que maduraban en cuestión de segundos mientras la mantícora se debatía y daba alaridos. En un abrir y cerrar de ojos, fue engullida por una masa de enredaderas, hojas y racimos de uva morada. Cuando las uvas dejaron de cimbrearse, tuve la sensación de que la mantícora había sucumbido allí dentro.

-Recuérdenme nunca hacer enojar al señor D.- murmuró Travis

Dionisio le dio una mirada arrogante

Bueno —dijo Dionisio, cerrando el frigorífico—, ha sido divertido.

Lo miré horrorizado.

— ¿Cómo ha...? ¿Cómo...?

-Cuanta gratitud- bufó Dionisio -¿Querías que te ayudara o no?

Menuda gratitud —murmuró—. Los mortales se recuperarán. Habría que dar muchas explicaciones si volviera permanente su estado. No soporto tener que escribirle informes a mi padre.

Zeus suspiró irritado

Miró a Thalia con rencor.

Confío en que hayas aprendido la lección, chica. No es fácil resistir la tentación del poder, ¿verdad?

Thalia se ruborizó, avergonzada.

Igual que en la sala

Señor D —dijo Grover, atónito—. Nos... Nos ha salvado.

Hum... No hagas que me arrepienta, sátiro. Y ahora, en marcha, Percy Jackson. Solamente te he hecho ganar unas horas como máximo.

-¡Dijo bien tu nombre!- gritaron los Stoll

El taurifidio —dije—. ¿Podría llevárselo al campamento?

El señor D arrugó la nariz.

Yo no transporto ganado. Eso es problema tuyo.

— ¿Y adónde vamos?

Dionisio miró a Zoë.

Creo que eso lo sabe la cazadora. Tenéis que entrar hoy a la puesta de sol, ¿entiendes?, o todo estará perdido. Y ahora, adiós. Me espera mi pizza.

-La pizza no puede esperar- dijo Leo

Señor D —dije. Él se volvió y arqueó una ceja—. Me ha llamado por mi nombre correcto. Me ha llamado Percy Jackson.

Por supuesto que no, Peter Johnson. ¡Y ahora largaos!

-Le empiezas a caer bien- canturreó Apolo

Dionisio hizo que unas vides le taparan la boca

Se despidió con una mano y su imagen se disolvió en la niebla.

Los secuaces de la mantícora continuaban haciendo locuras alrededor de nosotros. Uno de ellos se había tropezado con aquel vagabundo y ambos se habían enzarzado en una conversación muy seria sobre los ángeles metálicos de Marte.

-Es una buena forma de hacer amigos- dijo Piper divertida

Otros se dedicaban a molestar a los turistas, haciendo ruidos guturales y tratando de robarles los zapatos.

Miré a Zoë.

— ¿Es verdad que tú sabes adónde tenemos que ir?

Zoë soltó un suspiro triste

Tenía la cara tan blanca como la niebla. Me señaló al otro lado de la bahía, más allá del Golden Gate. A lo lejos, una montaña se elevaba por encima de las primeras capas de nubes.

Al jardín de mis hermanas —contestó—. Debo volver a casa.

-Fin del capítulo- dijo Reyna

-Es hora de ir a descansar- habló Perséfone -alguien busque a Nico y...

Will entró corriendo a la sala de trono, tenía las mejillas enrojecidas y una sonrisa, se escondió tras el trono de su padre

-¿Que...-comenzó Apolo

-¡Me las vas a pagar, Solace!- gritó Nico desde la entrada de la sala

Tenía las mejillas sonrojadas, el cabello desordenado y chorreaba agua, se acercó al trono de Apolo dejando un rastro de agua tras de sí

Will trataba de no reírse

-Solace...

-Di Angelo- dijo Will riendo