-Vayan todos a tomar un poco de aire, después seguimos la lectura- murmuró Hestia viendo con tristeza como el fuego disminuía

Los chicos abandonaron la sala con pesar y murmurando entre sí, unos a favor de Bianca otros en contra de ella, algunos sabiamente neutrales, la mayoría se dio cuenta de que el fuego había disminuido, había veces en las que era mejor dejar al pasado tranquilo

Los dioses también empezaron a pelear entre sí...

La mayoría de los semidioses se encontraban platicando/discutiendo entre sí, Hazel, Frank, Percy y Annabeth no participaban

Hazel era consolada por Frank, el chico tenía uno de sus brazos alrededor de ella y cuando una lagrima silenciosa se deslizó por su mejilla, él la limpió con delicadeza y con esa misma delicadeza la besó, Hazel no quería ver sufrir a su hermano y estaba enojada con Bianca, aunque también sentía algo de tristeza por ella...

Percy y Annabeth se encontraban sentados frente a frente en la cama de Percy en el templo de Poseidón, ambos estaban callados, perdidos en sus pensamientos y con las manos entrelazadas

-Percy...- comenzó Annabeth

-Lo sé- murmuró Percy

-Tengo una muy buena idea de en donde estuvimos- dijo Annabeth como si no hubiera escuchado a Percy -y no es bueno

-Lo sé- volvió a decir Percy -pero no lo digas, aún no... Puede que estés equivocada

Se miraron, sabiendo que las sospechas de ambos terminaban en el mismo lugar...

Mientras tanto, en el palacio de Hades:

-Nico- murmuró Will, había estado varios minutos tratando de que Nico lo dejara pasar, sin éxito algunos -vamos Nicks, por favor... Sombritas... ¡Di Angelo si no abres la puerta en este mismo instante voy a traer a tu padre y va a ser él quien te obligue a salir!- gritó Will, una amenaza un poco absurda, pero para su sorpresa la puerta se abrió

-Eres una verdadera molestia- bufó Nico

-Lo sé- dijo Will, la puerta se volvió a cerrar tras él, Nico tenía los ojos enrojecidos y había un montón de huesos distribuidos por el suelo -has estado ocupado- señaló Will

Nico hizo un movimiento con su mano y la pila de huesos se convirtió en un zombi-esqueleto, luego con la misma facilidad lo apuñaló y la pila de huesos estuvo de nuevo en el piso

-Di Angelo...- murmuró Will con un tono de molestia -quedamos que nada de cosas del inframundo

Nico lo miró con los ojos entrecerrados, se quedó callado durante algunos momentos

-Fue una figura Will- susurró Nico -una estúpida figura para mí

-Eso no lo hace tu culpa, fue su decisión, ella sabía que no debían tomar nada

Nico frunció el ceño

Will pensó que tal vez se pudo oír un poco cruel, pero no le gustaba la idea de que Nico se pudiera sentir de alguna manera responsable

Nico se sentó recargado contra la pared -Creo que Percy y Annabeth ya saben dónde estuvieron

Pequeño y sutil cambio de tema, pesó Will

Nico era así, cuando quería se encerraba en sí mismo, decidió dejarlo pasar, de todas maneras en algún momento habría de volverlo a hablar con su hermana, suspiró y se sentó a su lado

-Sí, creo que ya lo saben o al menos lo sospechan, murmuró Will, pasando una de sus manos sobre la cara de Nico -¿Crees que sea muy necesario estar presentes en la lectura del próximo capítulo?

-A parte de molesto, eres una mala influencia- dijo Nico

Will se levantó de un salto, si Nico no quería hablar, entonces lo iba a distraer -Vamos sombritas, vayamos a ver que cosas tiene que ofrecer el Olimpo

Nico bufó, pero se levantó y siguió a Will

Varios minutos después todos se volvieron a reunir en la sala de trono, el ambiente era tenso e incómodo, tanto por parte de los chicos, como de los dioses, el fuego de Hestia era opaco, pequeño y casi no daba calor, la sala se quedó en silencio

-Deberíamos seguir leyendo- dijo Perséfone rompiendo el silencio

-Faltan Nico y Will- murmuró Bianca

-No creo que vayan a regresar por el momento, querida, podemos darles un resumen después- dijo Perséfone con una leve sonrisa, Bianca hizo una mueca y apartó la mirada -¿Quién quiere leer?

-Yo- dijo Ares quien parecía ser el único de buen humor, tomó el libro y leyó -me meto en una batalla de burritos

A la salida del vertedero, tropezamos con un camión de remolque tan desvencijado que parecía que también lo hubiesen dejado allí como chatarra. Pero el motor arrancó y tenía el depósito casi lleno, así que decidimos tomarlo prestado.

-Tomarlo prestado es una forma sutil de decirlo- murmuró Hermes, sus hijos asintieron

Thalia conducía, pues parecía menos aturdida que los demás.

Los guerreros-esqueleto aún andan por ahí —nos recordó—. Hemos de seguir adelante.

Artemisa asintió de acuerdo

Avanzamos por el desierto bajo un cielo límpidamente azul. La arena brillaba de tal modo que no podías ni mirarla. Zoë iba en la cabina con Thalia; Grover y yo, en la caja, apoyados en el cabrestante. El aire era caliente y seco, pero el buen tiempo parecía un insulto después de perder a Bianca.

Bianca suspiró

Llevaba apretada en la mano la figurita que le había costado la vida. Aún no tenía claro qué dios se suponía que era. Nico lo sabría.

¡Dioses...! ¿Qué iba a decirle a Nico?

Los alivió que Nico no estuviera ahí

Quería creer que Bianca seguía viva en alguna parte. Pero tenía el funesto presentimiento de que había desaparecido para siempre.

Tendría que haberme tocado a mí —dije—. Tendría que haberme metido yo en el gigante.

-¡No lo digas!- exclamó Poseidón

— ¡No digas eso! —dijo Grover, alarmado—. Bastante terrible es que hayamos perdido a Annabeth. Y ahora a Bianca. ¿Crees que podría resistirlo? — Se sorbió la nariz—. ¿Crees que habría alguien dispuesto a ser mi mejor amigo?

Grover se secó unas cuantas lagrimas de los ojos al recordar lo que había sentido cuando Percy desapareció

Ay, Grover...

Se secó los ojos con un pañuelo grasiento que le manchó la cara, como si llevara pinturas de guerra.

Estoy... bien.

Grover le dio una pequeña sonrisa a su amigo

Pero no lo estaba. Desde lo sucedido en Nuevo México con aquel viento salvaje que había soplado de repente, se lo veía más frágil y sentimental que de costumbre. No me atrevía a hablar de ello, porque igual empezaba a sollozar.

-Gracias amigo- murmuró Grover con un poco de sarcasmo

Percy le dio una sonrisa ladeada

Tener un amigo que pierde la calma más fácilmente que uno no deja de ofrecer una ventaja. Comprendí que no podía continuar deprimido. Tenía que dejar de pensar en Bianca y espolear a los demás, como hacía Thalia. Me preguntaba de qué estarían hablando aquellas dos en la cabina.

-No nos estábamos insultando si eso quieres saber- dijo Thalia

-No más que de costumbre- añadió Zoë

Se nos acabó el depósito a la entrada de un cañón. Tampoco importaba, porque la carretera terminaba allí.

Thalia se bajó y cerró de un portazo. En el acto, reventó un neumático.

-Típico- murmuró Jason

Estupendo. ¿Y qué más?

Escudriñé el horizonte. No había mucho que ver. Desierto en todas direcciones y, aquí y allá, algún grupito de montañas peladas y estériles. El cañón era lo único interesante. El río en sí mismo no era gran cosa: tendría unos quince metros de anchura y unos cuantos rápidos, pero había abierto una garganta muy profunda en mitad del desierto. Los riscos se precipitaban vertiginosamente a nuestros pies.

Thalia se puso pálida al recordar eso

Hay un camino —señaló Grover—. Podemos bajar al río.

Estiré el cuello para ver a qué se refería y descubrí por fin un saliente diminuto que bajaba serpenteando.

Eso es un camino de cabras —dije.

-Los demás no son cabras- señaló Leo

— ¿Y qué? —preguntó él.

Que los demás no somos cabras

-Ay rayos, pienso como Aquaman- dijo Leo

Podemos hacerlo. Me parece a mí.

Me lo pensé dos veces. Había cruzado precipicios otras veces, aunque no me gustaban demasiado. Entonces miré a Thalia y vi lo pálida que se había puesto.

Su problema con las alturas... ella no lo conseguiría.

-Gracias- murmuró Thalia

Humm, no —dije—. Creo que deberíamos ir corriente arriba.

Pero... —protestó Grover.

Vamos. Una caminata no nos vendrá mal.

Miré a Thalia. Sus ojos me dijeron « gracias».

Ambos primos se sonrieron

Seguimos el curso del río durante un kilómetro y llegamos a una pendiente por la que era mucho más fácil bajar. En la orilla había un centro de alquiler de canoas, cerrado en aquella época del año. No obstante, dejé un puñado de dracmas de oro en el mostrador con una nota que ponía: « Te debo dos canoas, amigo».

-Y aún se las sigo debiendo- dijo Percy

Tenemos que ir corriente arriba —me indicó Zoë. Era la primera vez que la oía desde la chatarrería y me inquietó lo mal que sonaba: casi como si tuviera la gripe—. Los rápidos son muy violentos.

Eso déjamelo a mí —dije mientras transportábamos las canoas al agua.

Thalia me llevó un momento aparte cuando íbamos a recoger los remos.

-¿Otra pelea?- dijo Piper

-No siempre peleamos- dijeron ambos chicos

Gracias por lo de antes —dijo.

No hay de qué.

-Deberían aprender- dijo Hestia mirando a Zeus y Poseidón

— ¿De verdad te ves capaz...? —Señaló los rápidos con la barbilla—. Ya me entiendes.

Creo que sí. Suelo desenvolverme bien en el agua.

— ¿Te importaría ir con Zoë? —preguntó—. Tal vez... podrías hablarle.

Artemisa miró de Thalia a Percy con una expresión de incredulidad

A ella no le hará ninguna gracia.

Por favor. No sé si podré soportar más rato a solas con ella. Esa chica... empieza a inquietarme.

Era lo último que quería, pero accedí.

-Que amable- bufó Zoë

Thalia pareció relajarse.

Te debo una.

Dos.

Una y media.

Sonrió y, por un segundo, recordé que me caía bien cuando no se dedicaba a gritarme.

-Annabeth se dedica a gritarte- señaló Thalia

-Claro que no- dijo Annabeth

Luego se volvió y ayudó a Grover a preparar su canoa.

Al final, resultó que ni siquiera tuve que controlar las corrientes. En cuanto nos metimos en el río, eché un vistazo al agua y descubrí a dos náyades mirándome fijamente.

Tenían el aspecto de dos adolescentes normales, como las que puedes encontrar en cualquier centro comercial, salvo que estaban bajo el agua.

« Eh, chicas», las llamé.

Hicieron un sonido burbujeante que tal vez era una risita. No estaba seguro.

Me costaba entender a las náyades.

-Aprenderás- dijo Poseidón

« Vamos río arriba —les dije—. ¿Podríais...?».

Ni siquiera me dejaron terminar la frase. Eligieron una canoa cada una y se pusieron a remolcarnos por el río. Salimos a tal velocidad que Grover se cayó dentro de su canoa y quedó con las pezuñas al aire.

-Por supuesto que sí- dijo Poseidón -querían impresionarte

Odio a las náyades —refunfuñó Zoë.

Un chorro de agua saltó desde la parte trasera del bote y le salpicó toda la cara.

-No fue buena idea decirlo mientras te acompañaba una- señaló Calipso

-Me di cuenta- refunfuñó Zoë

— ¡Demonios femeninos! —exclamó agarrando su arco.

Venga, mujer —le dije—. Sólo están jugando.

-Me encantan sus juegos- bufó Zoë

Malditos espíritus del agua. Nunca me perdonarán.

— ¿Perdonar, por qué?

Ella volvió a colgarse el arco del hombro.

Fue hace mucho. No importa.

-En otras palabras, eso no es de tu incumbencia- dijo Thalia

Aceleramos río arriba; las paredes de roca se alzaban amenazadoras a ambos lados.

Lo que le ocurrió a Bianca no es culpa tuya —le dije—. Ha sido mía. Yo permití que lo hiciera.

-No es culpa de ninguno- dijo Bianca

Pensé que aquello le serviría de excusa para ponerse a chillarme, pero quizá la arrancaría al menos de su abatimiento.

No, Percy —dijo en cambio—. Yo la empujé a participar en esta búsqueda. Fui demasiado impaciente. Era una mestiza muy poderosa. Tenía un corazón bondadoso también. Pensé que podría llegar a ser lugarteniente de las cazadoras.

-Habría sido un honor- murmuró Bianca

Pero ese puesto lo ocupas tú.

Ella retorció la correa de su carcaj. Parecía más cansada que nunca.

No hay nada que dure siempre, Percy. Durante dos mil años he dirigido la Cacería. Pero mi sabiduría no ha aumentado. Ahora, Artemisa en persona corre peligro.

-No puedes culparte por eso- dijo firmemente Artemisa

Escucha, no puedes culparte también de eso.

Si hubiera insistido en acompañarla...

— ¿Y crees que habrías sido capaz de combatir con algo tan poderoso como para secuestrar a Artemisa? No habrías podido hacer nada.

A pesar de que no le hacía mucha gracia, estuvo de acuerdo de Percy

Zoë no respondió.

Los riscos del cañón eran cada vez más altos. Sus sombras alargadas cubrían el agua y la enfriaban aún más, aunque el día fuese luminoso.

Sin pensármelo dos veces, saqué a Contracorriente del bolsillo. Zoë miró el bolígrafo con expresión afligida.

Lo hiciste tú —le dije.

— ¿Quién te lo ha dicho?

Tuve un sueño.

-Odio tus sueños- dijo Zoë

Se oyó un coro de "yo también"

Ella me miró de hito en hito. Estaba seguro de que iba a decirme que me había vuelto loco, pero se limitó a emitir un suspiro.

Era un regalo. Y fue un error.

— ¿Quién era el héroe? —pregunté.

-Eres un poco metiche- dijo Thalia burlona

-Es curiosidad- murmuró Percy -además tú dijiste que le hablara

Ella meneó la cabeza.

No me obligues a decir su nombre. Juré que jamás volvería a pronunciarlo.

Lo dices como si tuviera que saberlo.

Estoy segura de que lo sabes, héroe. ¿Acaso todos los chicos no queréis ser como él?

-Gracias a los dioses no- dijo Piper

Su tono era tan amargo que decidí no preguntarle a qué se refería. Miré a Contracorriente y, por primera vez, me pregunté si estaría maldita.

-No lo está- dijo Zoë -tiene una larga historia, pero eres digno de llevarla

— ¿Tu madre era una diosa del agua? —le pregunté.

Sí. Pleione. Tuvo cinco hijas. Mis hermanas y yo, las hespérides.

Esas eran las chicas que vivían en un jardín en el extremo más occidental del mundo. Con el árbol de las manzanas doradas y un dragón que lo vigilaba.

-Muy bien, sesos de alga- susurró Annabeth

Sí —dijo Zoë con tristeza—. Ladón.

Pero ¿no eran sólo cuatro hermanas?

Ahora sí. Yo fui exiliada. Olvidada. Borrada como si nunca hubiera existido.

Calipso hizo una mueca

— ¿Por qué?

Ella señaló mi bolígrafo.

Porque traicioné a mi familia y ayudé a un héroe. Tampoco esto lo encontrarás en la leyenda. Él nunca habló de mí. Cuando fracasó en su intento de enfrentarse directamente con Ladón, fui yo quien le dio la idea para engañar a mi padre y robar las manzanas. Pero él se llevó todo el mérito.

Pero...

« Gluglú, gluglú», oí que decía una náyade en mi cabeza. La velocidad de la canoa estaba disminuyendo rápidamente.

-Y eso no puede ser bueno- suspiró Perséfone

Miré al frente y descubrí por qué.

No podíamos seguir. El río estaba bloqueado. Un dique tan grande como un estadio de fútbol se alzaba ante nosotros cerrándonos el paso.

— ¡La presa Hoover! —Exclamó Thalia—. ¡Qué pasada!

Annabeth suspiró

Nos quedamos boquiabiertos contemplando aquel muro curvado de hormigón que surgía de pronto entre las dos paredes del cañón. Había personas en lo alto del dique; se veían tan diminutas como moscas.

Las náyades nos habían abandonado soltando gruñidos. No entendía qué decían, pero era obvio que odiaban aquel dique que bloqueaba su hermoso río.

-Es muy probable que hayan soltado maldiciones hacia aquel dique- informó Poseidón

Nuestras canoas giraban sobre sí mismas y empezaban a moverse río abajo, impulsadas por el agua que dejaban escapar las esclusas.

Doscientos metros de altura —dije—. Construida en los años treinta.

Annabeth y Percy sonrieron un poco

Treinta y cinco mil kilómetros cúbicos de agua —añadió Thalia.

Grover suspiró.

El mayor proyecto constructivo de Estados Unidos.

-¿Cómo saben eso?- preguntó Deméter

-Annabeth- corearon los chicos

Zoë nos miró perpleja.

— ¿Cómo sabéis todo eso?

Annabeth —contesté—. A ella le gusta la arquitectura.

Se volvía loca con estas cosas —dijo Thalia.

Se pasaba todo el rato recitando datos —agregó Grover, sorbiéndose la nariz—. Una verdadera lata.

-Gracias- murmuró Annabeth

Ojalá estuviese aquí —murmuré.

Los demás asintieron. Zoë seguía mirándonos extrañada, pero a mí me daba igual. Parecía una crueldad del destino que hubiéramos llegado a la presa Hoover, uno de sus monumentos favoritos, y que ella no estuviera allí para verla.

Tenemos que subir —dije—. Aunque sólo sea por ella. Para poder decir que hemos estado.

Tú estás loco —replicó Zoë—. Aunque... también es verdad que allí está la carretera —añadió señalando un enorme aparcamiento junto al dique—. Y las visitas guiadas.

Rachel sonrió

Tuvimos que caminar casi una hora para hallar un camino que llevase a la carretera. Salimos al este del río y luego retrocedimos hacia el dique. Hacía frío y soplaba mucho viento allá arriba. A un lado, se extendía un inmenso lago encajonado entre montañas desérticas. Al otro lado, el dique descendía doscientos metros hasta el río en lo que parecía la rampa de monopatín más peligrosa del mundo.

Thalia caminaba por el centro de la carretera, para permanecer lo más alejada posible de los bordes del dique.

-Solo así logré hacerlo- dijo Thalia

Grover husmeaba el aire, muy inquieto.

Aunque no dijo nada, deduje que había percibido la presencia de monstruos.

— ¿Están cerca? —le pregunté.

Él meneó la cabeza.

Quizá no tanto. Con el viento que hay aquí y el desierto alrededor, es probable que el olor se transmita desde muy lejos. Pero viene de varias direcciones, lo cual no me gusta.

-A mí tampoco me gusta- dijo Poseidón

A mí tampoco me gustaba. Ya era miércoles: sólo faltaban dos días para el solsticio de invierno y aún nos quedaba mucho camino por delante. No nos hacían falta más monstruos.

Había un bar en el centro turístico —dijo Thalia.

— ¿Tú ya has estado aquí? —le pregunté.

Una vez. Para ver a los guardianes —respondió señalando a un lado del dique. Excavada en el flanco de la roca, había una pequeña plaza con dos grandes esculturas de bronce. Se parecían a la estatua de los Oscar, pero con alas —. Consagraron esos guardianes a Zeus cuando fue construido el embalse — añadió—. Un regalo de Atenea.

Zeus le sonrió con orgullo a su hija Atenea

Los turistas se agolpaban a su alrededor y parecía que todos contemplasen los pies de las estatuas.

— ¿Qué hacen? —pregunté.

Les frotan los dedos —explicó Thalia—. Dicen que trae suerte.

— ¿Por qué?

Ella meneó la cabeza.

Los mortales se inventan cosas absurdas. No saben que las estatuas están consagradas a Zeus, pero intuyen que hay en ellas algo especial.

-Se sentían muy especiales- dijo Rachel

Cuando estuviste aquí, ¿te hablaron o algo así?

Su expresión se endureció. Yo estaba seguro de que si había venido hasta aquí había sido precisamente para eso: para buscar algún signo de su padre. Una conexión.

Thalia le dio una mirada asesina a su primo

No —respondió—. En absoluto. Son dos estatuas de metal, nada más.

-No lo son- dijo Atenea

Pensé en la última gran estatua de metal con la que nos habíamos tropezado y en lo mal que nos había ido con ella, aunque preferí no comentarlo.

Busquemos esa condenada taberna —concluyó Zoë, malhumorada— y echemos un bocado mientras podamos.

Grover sonrió.

— ¿De qué te ríes? —le preguntó Zoë.

No, de nada —respondió, aguantándose la risa—. Me zamparía unas condenadas patatas fritas.

-Todo es más fácil con comida- dijo Leo

Incluso Thalia se sonrió.

Y yo he de ir al baño, maldición.

Tal vez sería porque estábamos tensos y cansados, pero empecé a mondarme

en voz baja, y a Thalia y Grover se les contagió la risa.

Zoë nos miraba perpleja.

— ¿Qué os pasa?

Voy a refrescarme el gaznate en esa taberna —dijo Grover.

Estallé en carcajadas.

-Están locos- susurró Leo a Calipso, ella le dio una mirada de "mira quien habla"

Y habría seguido riéndome un buen rato si no hubiera oído de repente un sonido inesperado:

— ¡Muuuuuu!

La risa se me atragantó en el acto. Primero me pregunté si sólo habría sonado en mi cabeza, pero Grover también había dejado de reírse y miraba extrañado alrededor.

— ¿Era una vaca lo que acabo de oír?

— ¿Una condenada vaca? —dijo Thalia riendo.

No —insistió Grover—, hablo en serio.

Zoë aguzó el oído.

No oigo nada.

Thalia me miraba a mí.

— ¿Te encuentras bien, Percy?

-Y dicen que soy el único que se fija en todo- comentó Percy

Sí. Adelantaos vosotros. Yo voy enseguida.

— ¿Qué pasa? —me preguntó Grover.

Nada. Necesito un minuto para pensar.

-Eso los tendría que haber hecho sospechar- dijo Piper con una sonrisa

Los tres vacilaron, pero supongo que se percataron de mi inquietud y al final se fueron al centro turístico. En cuanto se alejaron, corrí al lado norte del dique y me asomé a la barandilla.

— ¡Muuuuu!

Estaba en el lago, unos nueve metros más abajo, pero la reconocí al instante. Era mi amiga de Long Island Sound: Bessie, la vaca-serpiente.

Eché un vistazo alrededor. Había grupos de chicos correteando por el dique. También personas mayores y algunas familias. Pero nadie había advertido la presencia de Bessie.

— ¿Qué haces aquí? —le pregunté.

— ¡Muuu! —Parecía alarmada, como si quisiera advertirme.

-Pero no quisiste que me quedara- dijo Grover -pude haber traducido

— ¿Cómo has llegado? —insistí. Estábamos a miles de kilómetros de Long Island, a una enorme distancia tierra adentro. Era imposible que hubiese llegado nadando. No obstante, allí estaba.

Bessie nadó en círculo y dio un cabezazo contra el dique.

— ¡Muuu!

Quería que fuese con ella. Me decía que me apresurase.

No puedo —le dije—. Mis amigos están aquí.

Me miró con sus ojos tristes. Luego soltó un mugido aún más apremiante, dio un salto y se sumergió en el agua.

-Bueno, es tu problema si no quieres venir- bromeó Leo

Titubeé. Algo pasaba y Bessie quería avisarme. Consideré la idea de saltar y lanzarme tras ella, pero entonces me llevé un susto de muerte: por el extremo este de la carretera se acercaban dos hombres con uniformes de camuflaje. ¡Guerreros-esqueleto!

Pasaron junto a un grupo de críos y los apartaron de un empujón. Un chico protestó y uno de los tipos se volvió hacia él, con la cara convertida por un instante en una calavera.

— ¡Aaaah! —gritó el chico. Todo el grupo retrocedió.

-No puede ser-. Se quejó Poseidón

Corrí al centro turístico.

Estaba casi en las escaleras cuando oí un chirrido de neumáticos. En el extremo oeste del dique, una furgoneta negra viró y se detuvo bruscamente en medio de la carretera, casi llevándose por delante a un grupo de ancianos.

Las puertas se abrieron de golpe y se apearon varios esqueletos más. Estábamos rodeados.

Zoë le dio una mirada asesina a Luke

Bajé las escaleras volando y crucé la entrada del museo. El guardia de seguridad del detector de metales me dio el alto:

— ¡Eh, chico!

Pero yo no me detuve.

Eché a correr y crucé la exposición como un rayo hasta camuflarme entre un grupo de turistas. No veía a mis amigos por ningún lado. ¿Dónde estaría el condenado bar?

-No estabas tan lejos- señaló Thalia

— ¡Alto! —gritó el guardia.

No tenía donde esconderme, salvo en el ascensor con el grupo de turistas. Me colé justo cuando las puertas se cerraban.

A continuación vamos a descender doscientos metros —anunció alegremente la guía del grupo. Era una guarda forestal, con gafas de sol y el pelo negro recogido en una coleta. Supongo que no había reparado en que me perseguían—. No se preocupen, damas y caballeros —prosiguió con una sonrisa —, este ascensor casi nunca se estropea.

-Casi- murmuró Piper

— ¿Esto no va al bar? —pregunté.

Varios turistas reprimieron una risita. La guía me miró, y algo en su mirada me provocó un estremecimiento.

Va a las turbinas, joven —dijo—. ¿No ha escuchado arriba mi fascinante presentación?

-Nop- murmuró Percy

Ah... sí, claro. ¿No habrá otra salida allá abajo?

No hay ninguna salida —terció un turista que tenía detrás—. La única salida es el otro ascensor.

-Lo que me faltaba- bufó Poseidón

Se abrieron las puertas.

Sigan adelante, amigos —nos conminó la mujer—. Al final del pasillo hay otra guía esperándolos.

No me quedaba otro remedio que seguir al grupo.

Por cierto, joven —agregó la mujer desde el ascensor. Al girarme, vi que

se había quitado las gafas. Sus ojos eran asombrosamente grises, como nubes cargadas de tormenta—: Siempre hay una salida para los que tienen la inteligencia de encontrarla.

-¿Atenea?- preguntaron los dioses

Annabeth le sonrió a su madre

Las puertas se cerraron, dejándome allí solo.

No tuve tiempo de pensar a quién me recordaba aquella mujer, porque oí el timbre del otro ascensor, situado tras un recodo, y me llegó el sonido inconfundible de los dientes de esqueleto rechinando y entrechocando.

-¡Corre!- dijo Poseidón

Corrí tras el grupo de turistas por un túnel excavado en la roca viva. Parecía interminable. Las paredes estaban húmedas y se percibía el zumbido de la electricidad y el retumbo del agua. Desemboqué en una galería en forma de U que dominaba una inmensa sala de máquinas. Unos quince metros más abajo había grandes turbinas en marcha. La estancia era grandiosa, pero yo no veía ninguna salida, salvo que optara por lanzarme a las turbinas para que me convirtiesen en electricidad.

-Esa no me parece una salida adecuada- dijo Hestia suavemente

Había otra guía hablando a los turistas sobre el suministro de agua en Nevada. Rogué que Thalia, Zoë y Grover estuvieran bien. Tal vez los habían capturado. O tal vez no, y seguían comiendo en aquel condenado bar, ajenos a lo que sucedía.

-Ups- dijo Grover

Estúpido de mí: me había encerrado a mí mismo en un agujero a doscientos metros de profundidad.

-Sí, ya nos habíamos dado cuenta- dijo Clarisse

Me abrí paso entre la gente con todo el disimulo que pude. En un extremo de la galería había un vestíbulo: quizá un buen sitio donde ocultarse. Mantuve la mano en el bolsillo, empuñando a Contracorriente con firmeza.

Cuando llegué al final de la galería, tenía los nervios de punta. Entré en el pequeño vestíbulo caminando hacia atrás, para no perder de vista el corredor.

-Tú tuviste la culpa por caminar hacia atrás- dijo Rachel

Entonces oí un resoplido a mi espalda. Pensé que era otro esqueleto y, sin pensármelo, destapé a Contracorriente, di media vuelta y lancé un tajo a ciegas.

-Lo lamento- dijo Percy

La chica (increíblemente, no la corté en dos) dio un chillido y dejó caer su pañuelo.

— ¡Dios mío! —gritó—. ¿Es que matas a todo el mundo que se suena la nariz?

Lo primero que pensé fue que la espada no la había herido. Que la había atravesado sin dañarla.

— ¡Eres mortal!

Ella me miró perpleja.

— ¿Y eso qué significa? ¡Claro que soy mortal! ¿Cómo has podido pasar el control de seguridad con esa espada?

-Porque ellos no ven una espada- dijo Percy

No he pasado el control... Un momento, ¿tú la ves como una espada?

Ella puso un momento los ojos en blanco. Eran verdes, como los míos. Tenía el pelo rizado, castaño rojizo, y la nariz también roja, como si estuviese resfriada. Llevaba una sudadera granate de Harvard y unos vaqueros llenos de manchas de rotulador y agujeritos, como si hubiera dedicado su tiempo libre a perforárselos con un tenedor.

Rachel se sonrojó

Una de dos: o es una espada, o es el cepillo de dientes más grande del mundo —dijo—. ¿Y cómo es que no me ha hecho ningún daño? Bueno, no es que me queje. ¿Tú quién eres? Y... ¿qué llevas puesto? ¿Es una piel de león?

Hacía tantas preguntas y tan deprisa, que era como si te bombardeara.

-¿Que esperabas? ¡Me atravesaste con una espada!- dijo Rachel

-Que linda forma de hacer amigos- dijo Connor

No se me ocurría qué decir. Me miré las mangas. En apariencia yo llevaba puesto un abrigo marrón, no la piel del León de Nemea.

No me había olvidado de los guerreros-esqueleto. Y no tenía tiempo que perder. Pero aun así, me quedé mirando a aquella chica pelirroja. Entonces recordé lo que había hecho Thalia en Westover Hall para despistar a los profesores. Quizá yo también pudiera manipular la Niebla.

Rachel rió -¿Así que eso intentabas hacer?

Me concentré y chasqueé los dedos.

No ves una espada —le dije a la chica—. Es sólo un bolígrafo.

Ella parpadeó.

Qué va. Es una espada. Vaya tipo más raro...

-No es tan fácil como parece- habló Hazel

— ¿Y tú quién eres? —le pregunté.

Ella resopló, indignada.

Rachel Elizabeth Daré. Y ahora, ¿vas a responderme o llamo a gritos a seguridad?

— ¡No! —dije—. Es que... tengo un poco de prisa. ¡Estoy metido en un aprieto!

— ¿Tienes prisa o tienes problemas?

-Ambas- dijo Travis

Las dos cosas.

Ella miró por encima de mi hombro y abrió los ojos de par en par.

— ¡El lavabo!

— ¿Qué?

— ¡El lavabo! ¡Detrás de mí!

No sé bien por qué, pero le hice caso. Me colé en el baño de caballeros y dejé a Rachel Elizabeth Daré allí fuera. Más tarde pensé que aquello había sido muy cobarde por mi parte.

-Bastante cobarde- gruñó Ares

-No me harían nada, señor Ares- dijo Rachel

Pero estoy seguro de que me salvó la vida.

Oí los chirridos y los siseos de los esqueletos a medida que se acercaban.

Aferré con fuerza a Contracorriente. ¿En qué diablos estaba pensando? Había dejado fuera a una mortal. Iban a matarla. Me disponía a salir en tromba cuando oí a Rachel Elizabeth Daré hablar con su estilo ametralladora.

-Percy- masculló Rachel

— ¡Dios mío! ¿Han visto a ese chico? ¡Ya era hora de que llegaran! ¡Ha estado a punto de matarme! Tenía una espada, por el amor de Dios. ¿Ustedes han permitido que entre un loco con una espada en un monumento como éste? ¡Qué escándalo! Ha salido corriendo hacia esos chismes, turbinas o como se llamen.

Creo que ha saltado. O tal vez se ha caído.

Poseidón le sonrió a Rachel

Oí cómo los esqueletos chirriaban excitados y a continuación se alejaron.

Rachel abrió la puerta.

Vía libre. Pero más vale que te des prisa.

Parecía asustada y tenía la frente perlada de sudor.

-Es normal que estuviera asustada- dijo Artemisa

Me asomé con cautela. Tres guerreros corrían hacia la otra punta de la galería. El camino hacia el ascensor quedaba momentáneamente despejado.

Te debo una, Rachel Elizabeth Dare.

— ¿Qué son esas cosas? —preguntó—. Parecen... — ¿Esqueletos?

Ella asintió.

Hazte un favor a ti misma —le dije—. Olvídalo. Y olvida que me has visto.

-¿Y eso cómo funcionó?- preguntó Apolo con un poco de burla

— ¿Olvidar que has intentado matarme?

Sí. Eso también.

Pero... ¿quién eres?

Percy... —empecé. Y entonces vi que los guerreros habían llegado a la otra punta y ya daban la vuelta—. ¡Me largo!

-Mucho gusto Percy me largo- dijo Leo seriamente

— ¿Qué clase de nombre es « Percy Me largo»?

Hui hacia la salida.

El bar estaba lleno de chicos que disfrutaban de la mejor parte de la excursión, o sea, el menú infantil. Thalia, Zoë y Grover ya se habían sentado con sus bandejas.

— ¡Tenemos que irnos! —jadeé—. ¡Ahora mismo!

-Apenas nos lo habían dado- se quejó Grover

Pero si acaban de servirnos nuestros burritos —se quejó Thalia.

Zoë se puso en pie, mascullando una maldición en griego antiguo.

— ¡Tiene razón! Mirad.

El bar tenía grandes ventanales en los cuatro lados, lo cual nos ofrecía una excelente panorámica del ejército de guerreros-esqueleto que habían venido a matarnos.

-Vista en primera fila- dijo Hermes

Conté dos al este, bloqueando el paso hacia Arizona, y tres más al oeste, cubriendo la salida hacia Nevada. Todos iban armados con porras y pistolas.

-Los odio- dijo Poseidón

Pero nuestro problema inmediato estaba más cerca. Los tres que me habían perseguido en la sala de turbinas aparecieron en las escaleras. Al verme por la ventana, entrechocaron los dientes con avidez.

— ¡Al ascensor! —gritó Grover.

Nos disponíamos a correr hacia allí cuando se abrieron las puertas y salieron tres guerreros más. Ya estaban todos, salvo el que Bianca había destruido en Nuevo México. Nos tenían rodeados.

-Fue un honor conocerlos- dijo Ares encogiéndose de hombros

Entonces Grover tuvo una idea brillante y muy propia de él.

— ¡Guerra de burritos! —chilló, y le lanzó su guacamole gigante al esqueleto más cercano.

-Muy bien, Grover- chillaron los Stoll

Si nunca te han dado con un burrito en la cara, puedes considerarte un tipo

con suerte. En el listado de proyectiles mortíferos están al mismo nivel que las granadas y las balas de cañón.

-En realidad creo que están más arriba- dijo Leo

La comida de Grover golpeó al esqueleto y le arrancó la calavera de cuajo. No sé qué verían exactamente los otros chicos del bar, pero todos se pusieron como locos y empezaron a lanzarse los burritos, las patatas fritas y los vasos de refresco en medio de un griterío infernal.

Los guerreros-esqueleto intentaban apuntar con sus pistolas, pero era inútil. Los burritos y las bebidas volaban por todas partes.

-Fue una idea excelente- dijo Apolo

En medio del caos, Thalia y yo les hicimos un placaje a los dos esqueletos de las escaleras y los mandamos directos a la mesa de condimentos. Bajamos los peldaños de tres en tres mientras las raciones de guacamole volaban por encima de nuestras cabezas.

— ¿Y ahora qué? —preguntó Grover cuando salimos al exterior.

-No creo que correr sirva de mucho- apuntó Artemisa

No supe qué responder. Los guerreros apostados en la carretera se acercaban por ambos lados. Corrimos hacia la plaza de las estatuas de bronce y nos dimos cuenta demasiado tarde de que nos tenían acorralados contra la roca.

-Las estatuas- dijo Atenea como si fuera obvio

Los esqueletos avanzaban formando una media luna. Sus compañeros venían desde el bar. Uno de ellos todavía se estaba colocando la calavera sobre los hombros. Otro venía cubierto de kétchup y mostaza. Y había dos más con burritos incrustados entre las costillas. Muy contentos no parecían. Sacaron sus porras y avanzaron.

Cuatro contra once —masculló Zoë—. Y ellos no mueren.

-Me fascinan sus probabilidades- gritó Ares ganándose malas miradas

Ha sido fantástico compartir esta aventura con vosotros —dijo Grover con voz temblorosa.

Capté una cosa brillante con el rabillo del ojo, y al volverme vi los pies de la estatua.

Uau. Tienen los dedos relucientes.

-¡Percy!- dijo Annabeth

— ¡Percy! —Me reprendió Thalia—. Déjate de tonterías.

Contemplé a los dos gigantes de bronce, cada uno con dos alas grandiosas y tan afiladas como un abrecartas. La exposición a la intemperie los había vuelto de color marrón, salvo los dedos de los pies, que relucían como monedas recién acuñadas gracias a la costumbre de la gente de frotarlos para que les dieran suerte.

Buena suerte. La bendición de Zeus.

Atenea les dio una mirada de "se los dije"

Me acordé de la mujer del ascensor. Aquellos ojos grises, aquella sonrisa... ¿Qué me había dicho? « Siempre hay una salida para los que tienen la inteligencia de encontrarla».

-¿Alguien más cree que Atenea admitió que Percy es inteligente?- preguntó Apolo

Los chicos alzaron la mano, veían entre divertidos y asustados a la diosa de la sabiduría

Las lechuzas a atacaron a Apolo

Thalia —dije—. Rézale a tu padre.

Ella me lanzó una mirada furiosa.

Nunca responde.

Sólo por esta vez —supliqué—. Pídele ayuda. Creo que estas estatuas pueden darnos suerte.

Seis esqueletos nos encañonaron. Los otros cinco se acercaban con sus porras.

Quince metros. Diez.

— ¡Vamos, hazlo! —la apremié.

— ¡No! —Insistió Thalia—. No me va a responder.

-Inténtalo- gritó Jason, todas las miradas fueron a él, Piper lo veía divertida

Esta vez es distinto.

— ¿Quién lo dice?

Titubeé.

Atenea, creo.

Ella me miró como si me hubiese vuelto loco.

Prueba —suplicó Grover.

-A él sí le haces caso- dijo Percy

Thalia rodó los ojos

Thalia cerró los ojos y empezó a mover los labios en una plegaria silenciosa. Yo le dediqué mi propia oración a la madre de Annabeth, rogando no haberme equivocado.

Hubo miradas incrédulas por parte de todo el mundo

Tenía que ser ella la mujer del ascensor. Había venido para ayudarnos a salvar a su hija. Recé, pero nada sucedió.

Los esqueletos estrecharon el cerco. Blandí mi espada para defenderme. Thalia alzó su escudo. Zoë apartó a Grover de un empujón y apuntó con su arco a la cabeza de un esqueleto.

-Tiene que pasar algo- dijo Afrodita

En ese momento, una sombra se cernió sobre mí. Creí que sería la sombra de la muerte, pero era un ala enorme.

-Un poco exagerado- bufó Hades

Los esqueletos levantaron la vista demasiado tarde. Hubo un destello de bronce y los cinco que se aproximaban con sus porras fueron barridos de un solo golpe.

Los otros abrieron fuego. Yo me cubrí con mi piel de león, pero no hacía falta: los ángeles de bronce se adelantaron y desplegaron sus alas. Las balas resonaron en la superficie como la lluvia enfurecida en un tejado de chapa. Luego los dos ángeles se lanzaron sobre los esqueletos, que salieron despedidos hasta el otro lado de la carretera.

— ¡Chico, qué agradable resulta caminar! —dijo el primer ángel. Su voz sonaba metálica y oxidada, como si no hubiese echado un trago desde que lo habían esculpido.

-No es como que tengan diversión diaria- habló Luke

— ¿Has visto cómo tengo los pies? —dijo el otro—. Sagrado Zeus, ¿en qué estarían pensando todos esos turistas?

Aquellos dos ángeles me habían dejado pasmado, pero todavía me preocupaban los esqueletos. Unos cuantos habían logrado reunir sus piezas y ya se incorporaban de nuevo, buscando a tientas sus armas con dedos esqueléticos.

— ¡Peligro! —exclamé.

— ¡Sacadnos de aquí! —chilló Thalia.

Los dos ángeles bajaron la vista hacia ella.

— ¿La cría de Zeus?

— ¡Sí!

— ¿Cómo se piden las cosas, señorita hija de Zeus? —dijo uno de ellos.

Jason le lanzó una mirada divertida

— ¡Por favor!

Los ángeles se miraron y se encogieron de hombros.

Podríamos aprovechar para estirar los músculos.

Y antes de que pudiéramos darnos cuenta, uno de ellos nos había agarrado a Thalia y a mí, y el otro a Zoë y a Grover, y nos elevábamos ya sobre la presa y el río mientras entre las montañas reverberaba un eco de disparos. Los guerreros se fueron encogiendo allá abajo hasta convertirse en manchitas minúsculas.

-Fue un viaje horrible- masculló Thalia -pero gracias

Zeus hizo un gesto de asentimiento con la cabeza

-Nico ya se tardó mucho- masculló Hades -iré a buscarlo

-Cariño, no- dijo Perséfone -démosle más tiempo

Bianca miraba la puerta con ansiedad

Hestia miraba su fuego, era cierto que la lectura había ayudado a relajar un poco el ambiente, pero aun así el fuego no era ni la mitad de lo brillante, grande o acogedor que era al principio, suspiró -Bueno, ¿Quién quiere leer?